sábado, 28 de marzo de 2009

5º Domingo de Cuaresma.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo vino para servirte”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Jeremías 31:31-34

La Epístola: Hebreos 5:1-10

El Evangelio: Marcos 10:32-45

Marcos 10:32-45

32 Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: 33 He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; 34 y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará. 35 Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. 36 Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? 37 Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. 38 Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? 39 Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; 40 pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. 41 Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. 42 Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. 43 Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 44 y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. 45
Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos..


Sermón

En una de las estaciones de ferrocarril de la ciudad de Chicago se había dado cita una inmensa muchedumbre con el propósito de dar la bienvenida a un ilustre viajero, a uno de los nombres más notables del momento actual, el Dr. Alberto Schweitzer. Entre la multitud se encontraba una comisión de recibimiento.
Cuando el tren detuvo su marcha y mientras la multitud aclamaba al ilustre viajero en tres idiomas distintos, apareció éste en la portezuela de uno de los coches y observó desde allí a una anciana que hacía esfuerzos desesperados para poder salir de la estación. Al verla, el Dr. Schweitzer descendió rápidamente del vagón y,
abriéndose paso entre la multitud, fue hasta donde se encontraba la anciana y tomando entre sus grandes manos la valija e invitándola a seguirle, la llevó hasta el vehículo que la esperaba. Luego, volviéndose, se dirigió hacia
la comisión de recibimiento y le dijo: “Discúlpenme, señores, que los haya hecho esperar; pero tenía que practicar mi pasatiempo cotidiano.” Uno de los corresponsales que presenció la escena la comentó diciendo: “Fue la primera vez que vi un sermón caminando.” El Dr. Schweitzer, ganador del premio Nobel, filósofo, músico, médico y misionero, demostró en esta oportunidad en forma sencilla y sin afectación alguna que los hombres grandes entre los hombres son aquellos que ponen en práctica las palabras de nuestro Señor Jesucristo según se hallan éstas en nuestro texto, palabras que resumiremos así:

1. Jesús, Nuestro Señor, Es la Demostración Objetiva del Espíritu de Servicio que Hay en Dios El que existió desde antes de la fundación del mundo; Aquel por quien todas las cosas fueron hechas, cuando vino el cumplimiento del tiempo, dejó la gloria del cielo, descendiendo a la tierra “anonadándose a sí mismo hasta tomar la forma de siervo” con un propósito definido: “Servir a los hombres llevándolos hasta Dios, ya que los hombres eran incapaces de salvarse a sí mismos.”

Al leer esas cuatro pequeñas biografías de Jesús que han llegado hasta nosotros no nos es difícil descubrir en ellas que la carrera terrenal de Jesús fue una de servicio. En dondequiera que encontraba a alguien en necesidad, la pregunta que se agolpaba en su mente divina era: “¿En qué puedo ayudar? ¿Cómo puedo servir?”

Fue al oír el grito quejumbroso de un ciego que deseaba acercársele para que lo sanara, que mandó que le trajeran hasta él al ciego para darle la vista; fue al ver a Zaqueo, lleno de ansiedad por verle, que le pidió que descendiera del árbol al que se había subido y le rogó que le hospedase en su casa; fue ante un menospreciado de la sociedad, un leproso, que Jesús extendió su mano y le tocó, y al momento ese pobre hombre se sintió curado; fue ante una mujer que trajeron los falsos religiosos de su época acusándola de adulterio que Jesús bajó los ojos
al suelo para no avergonzarla más con su mirada pura y, dirigiéndose a los acusadores, invitó a los que se sintieran libres de pecado a arrojar la primera piedra contra aquel cuerpo pecador. ¡Servir, servir... he aquí el ideal de aquella vida que hace dos mil años estuvo entre nosotros! Y si un epitafio pudiera colocarse sobre su sepulcro, bien podría ser el siguiente: “Pasó haciendo bien”, aunque es verdad que es imposible colocar este epitafio sobre el sepulcro de Jesús porque el sepulcro permanece vacío desde el domingo aquel en que Él
resucitó de entre los muertos.

“Para Jesús”, dice un eminente predicador americano, “Dios no se encontraba encerrado entre las paredes del templo; Dios estaba en medio de las necesidades, en medio de la humanidad pecaminosa, en medio de los hombres que se sentían cansados y agobiados por culpa del pecado y a quienes deseaba ofrecer descanso
permanente.” Y Jesús, “que era uno con el Padre”, no podía sino revelarse en su servir al Padre mismo.

“Religión”, dice el Rdo. Beecher, “significa obrar en un mundo enlodado como el nuestro. Significa peligro; dar golpes y recibirlos.”
Cristo era Dios manifestado en carne. “Quien me ha visto a mí”, dijo en cierta ocasión al apóstol Felipe, “ha visto al Padre.” Cristo fue el credo viviente de Dios.

Nosotros nos llamamos cristianos, y el cristiano anda en las pisadas de Jesús. “Ejemplo os he dado, para que como yo he hecho, así también hagáis vosotros.”

¿Estamos sirviendo, hermanos míos, con tanto entusiasmo y tanto amor como sirvió nuestro Señor y Maestro? ¿Qué efecto está produciendo nuestra religión
ante Dios y los hombres? Recordemos que no todo aquel que dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino, sino el que hace la voluntad del Padre que está en los cielos.

¡Que nunca tenga que decir Dios de ninguno de nosotros los cristianos lo que dijo del pueblo judío en los tiempos de Isaías: “¿Para qué a mí la multitud de vuestros
sacrificios? Harto estoy de holocaustos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos? No me traigáis más vanos presentes; cansado estoy de todos ellos.

Aprended a hacer el bien; buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad a la viuda.” (Isaías 1:11 y sigs.)
Dios desea que nuestra religión envuelva bondad, que nuestra fe esté saturada del espíritu de justicia. No quiere adoración sin humanidad. El hermano del Autor y Consumador de nuestra religión dijo: “La religión pura y sin mácula delante de Dios y Padre es ésta: Visitar los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo.”

Hermanos, sigamos a Jesús que nos dijo: “El mayor de vosotros sea vuestro siervo.” “Yo soy entre vosotros como el que sirve.” “Cualquiera que oye mis palabras, Y NO LAS PONE EN PRACTICA, lo compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena.” (Mateo 7:26.) “Porque no los oidores de la ley son justos para con Dios, mas los hacedores de la ley.” (Romanos 2:13.) Y agrega Santiago: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores engañándoos a vosotros mismos.” (Santiago 1:22.)

2. La Misión de Servicio de Jesús

Jesús, nuestro Señor, tenía plena conciencia de su misión de servicio. Repetidas veces le oímos decir: “Yo he venido.” “Para esto he venido.” Y, como dice nuestro texto: “El Hijo del hombre vino para servir.”

En su carrera de servicio hay algo sorprendente y que siempre llena de gozo a nuestros corazones. “Él había venido”, dijo en cierta ocasión, “para buscar lo que se hallaba perdido.”

“Perdido” es una palabra dominante en la vida de Jesús. Lo es porque Él sintió gran tristeza por esa masa de seres humanos que se hallaba perdida en el mundo. Para ellos Él quiso ser Luz, Guía y Salvador.

Cristo miró al mundo y lo encontró perdido en todas las esferas de la vida. El evangelista San Lucas nos presenta esta gran verdad en el capítulo 15 de su Evangelio, recordándonos tres parábolas que pronunciaron los labios divinos de Jesús: la de la moneda perdida, la de la oveja perdida y la del hijo perdido; tres aspectos de la sociedad palestina de los días de Jesús que todavía perduran en todas las sociedades.
La moneda representaba a los escribas, los eruditos del tiempo de Jesús. Esa moneda era pulida, como son pulidos los hombres instruidos de nuestro tiempo, y poseía un valor. Ellos depositaban toda su confianza para lo presente y para lo futuro en una instrucción elevada, materialista y utilitaria, en una instrucción que no
necesitaba estar saturada del Espíritu Santo y de las enseñanzas de Jesús.

Los hombres actuales, como los escribas de antaño, se hallan perdidos en nuestra sociedad contemporánea y a ellos los busca Jesús y les dice: “Venid a mí, sedientos de conocimientos, y yo os saciaré.” La instrucción que no está impregnada de Cristo es de poco valor para el hombre mismo y para los demás hombres. El hombre pulido que confía en el valor de su instrucción está perdido, como la moneda de la parábola.

La segunda clase, representada por la oveja, se refiere a los religiosos del día de Jesús, a los fariseos. Eran ellos los dirigentes espirituales del pueblo y poseían una religión llena de formulismo, pero desprovista del espíritu que caracterizó a los profetas y de lo que en realidad era el propósito que Dios perseguía para con los hombres.

Estos hombres, los fariseos, que en su celo religioso rodeaban tierra y mar para hacer un prosélito; que devoraban las casas de las viudas y de los huérfanos, so pretexto de largas oraciones; que diezmaban la menta y el eneldo y el comino, y no se ocupaban en el juicio, la misericordia y la fe; que se mostraban entre los hombres justos por fuera, mas por dentro estaban llenos de hipocresía e iniquidad; que cerraban, con su dogmatismo, el reino de los cielos a los hombres, y que impedían la entrada a los que eran sinceros o estorbaban a los que estaban entrando, no eran otra cosa que “religiosos perdidos.” Mansos como una oveja, pero perdidos. Ellos, como los escribas, también necesitaban ser buscados y llevados al redil del cual se habían apartado a causa de su hipocresía religiosa. ¡Cuántos de éstos quedan todavía en tu Iglesia, Señor! ¡Cuántos que aún se atreven a acercársete en oración, diciendo: “Te doy gracias que no soy como los demás hombres”, pero que en su orgullo no pueden golpearse el pecho y decirte con sinceridad: “¡Sé propicio a mí, pecador”! ¡Cuántos religiosos perdidos existen en el mundo, semejantes a los fariseos de la antigüedad, perdidos como la oveja de la parábola!

¡Sigue buscándolos, Señor! No descanses en tu esfuerzo hasta encontrarlos y tocarlos y tocarles sus corazones e iluminarles sus inteligencias!

Forman la tercera clase todos esos hijos pródigos que un día, cansados del pan hogareño, dijeron al padre: “Me voy, no puedo vivir más al lado de tu amor y de tu cuidado”, y se fueron de la Casa de Dios, al mundo, para seguir las inclinaciones de su voluntad, para hacer todas las cosas que no podían ni debían hacer, para convivir con los puercos.

El mundo está lleno de ellos. Los que trabajamos en programas radiales religiosos los conocemos por millares.

Un día se divertían escuchando en sus radios un programa profano; pero repentinamente alguien, por medio de esa misma radio, les habló acerca de Dios, del amor de Dios, de ese Dios que había dado a su Hijo para buscar y salvar lo que se había perdido.
Cuéntase de una pobre niña que fue llevada a la ciudad por uno de esos truhanes que viven en las ciudades. Se aprovechó de ella y la abandonó y entonces, la pobre niña, sintiéndose perdida, vagó por los arrabales de la ciudad. Su madre, que, como toda madre, seguía amándola, elevaba diariamente hasta el Trono de la Gracia sus brazos descarnados por el dolor. Cierto día se le ocurrió enviar su retrato a una de las casas de socorro que existían en aquella ciudad. La encargada de la casa hizo una ampliación de la fotografía, la colocó en el comedor, en un lugar bien visible y puso debajo del retrato estas palabras: “Hija, te estoy buscando.”

Una noche de invierno la jovencita entró en la casa de socorro, estaba cansada de vagar y de pecar y sentía su alma asqueada por su miserable condición. Pidió una taza de café y mientras se la servían sus ojos se fijaron en el retrato de su madre.

Se acercó, leyó las palabras que manos caritativas habían escrito al pie del retrato, lloró, se arrepintió y volvió al hogar.

A vosotros los que os sentís cansados y agobiados por el peso que produce una vida de fracasos y de caídas; a vosotros los que os sentís alejados de la casa paterna, la Iglesia de Dios, a vosotros os digo: Cristo os está prestando el gran servicio de deciros que Dios os llama, que Dios os espera, y que os dice: “Volved, hoy, porque hoy es el día de salvación para vuestras almas.”

Cristo, el que vino a servir, está buscando pecadores como tú y sigue llamándolos al arrepentimiento. Si oyeres su voz, no endurezcas el corazón; acude a Él y Él te dará descanso, paz y perdón.

3. Finalmente, Cristo Prestó su Mayor Servicio a la Humanidad Doliente Muriendo por ella sobre la Cruz del Calvario.

Uno de los más sublimes “Yo he venido” de Cristo está expresado en estas palabras: “Yo he venido a salvar lo que se había perdido, dando mi vida en rescate por muchos.”

La corona de la creación, el hombre, se perdió desde el día aquel en el cual su representante, Adán, desobedeció a Dios y con su desobediencia hizo que el cielo se cubriera de nubes, la tierra de abrojos y el rostro de lágrimas.

En aquel día el hombre perdió su alma, porque desobedeció a Dios y se apartó de Él.

No intentaré dar una definición del alma humana, ni intentaré mostrar que el hombre tiene alma. Como cristiano me aferró a las palabras de Cristo y creo firmemente que tengo alma, que ella es la fuente del amor, de las esperanzas, de las plegarias, de las creencias, de las aspiraciones, de las tentaciones, de los pecados, del arrepentimiento. Creo que esa alma mía podía ser salvada porque se encuentra perdida. Ésa es mi conciencia y ésa sigue siendo. Al igual que el apóstol San Pablo he descubierto que hay en mí dos hombres que están continuamente en guerra, la ley de la carne y la ley del espíritu, que algo anda mal en mí, como en todos los otros hombres, que había sido creado para la gloria del universo, pero que por mi culpa llegué a convertirme en una vergüenza. ¡Mi alma, mi yo, descubrí que estaba perdido, perdida eternamente!

¿Qué podría hacer por mi alma?... En lo más recóndito de mi mente sabía y entendía que no podía ofrecer a Dios mis lágrimas más puras, ni mi arrepentimiento más sincero, ni mis oraciones más ardientes.

Una noche entré en un salón evangélico en la ciudad de Buenos Aires. Alguien estaba dirigiendo un culto para jóvenes. Escuché atentamente sus palabras, y cuando dijo: “Una gota de la sangre de Cristo puede limpiar al pecador de todos sus pecados y darle paz y descanso”, mis ojos se clavaron por la fe en la cruz, y aquella noche mi alma confío en las manos del que pendía de la cruz.

Sí, esa noche descubrí que Cristo me había prestado un gran servicio. Había llevado sobre el madero de la cruz mis propios pecados, había gustado la amargura de la agonía y la más infame de las muertes... todo por mí.

Había muerto el justo por el injusto, el santo por el pecador. Sí, Él había dado su vida para redimirme. Cierto viernes a la tarde, hace dos mil años, moría clavado en una cruz que se alzaba en el Calvario, Jesucristo, el Hijo de Dios. Su muerte fue expiatoria, por los pecados del mundo.

Él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz cayó sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores.

En ese viernes Jesucristo, Cordero de Dios, nos prestó el mayor de sus servicios, pues todo aquel que lo mira con arrepentimiento y fe y se apropia su muerte, salva su alma. ¿Lo miras así? ¡Que el Espíritu de Dios ilumine tu corazón y abra tu vista pura que así sea! Amén.

A. L. Muñiz. Pulpito Cristiano.

miércoles, 25 de marzo de 2009

4º Domingo de Cuaresma.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cree en Cristo”

El Antiguo Testamento: Nahúm 21:4-9

La Epístola: Efesios 2:1-10

El Evangelio del Día: Juan 3:14-21

14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, 15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. 21 Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.


Sermón
¿Creemos los seres humanos en algo?
“Creer y/o tener fe” son palabras muy usadas en nuestro lenguaje y no son exclusividad de las religiones. Ambas tienen un denominador común que es la confianza. Y nuestro mundo está basado en la confianza y esta a su vez nos brinda certezas, convicciones y seguridades. El simple hecho de pisar el suelo y caminar sin miedo por él es un acto de fe. Estamos seguros y convencidos de que el suelo es firme, al menos el nuestro, y que no se abrirá a nuestro paso. De no tener tal confianza deberíamos andar tanteando a cada instante como hacen los que caminan sobre palcas de hielo que deben corroborar a cada momento si soportará su peso.
Los seres humanos utilizamos y ejercitamos la fe mucho más de lo que nos podemos imaginar. Es más, me atrevería a decir que nuestra vida toda es un acto de fe. Cuando abro la llave del gas en mi cocina y acerco una cerilla confío en que se encenderá normalmente como siempre y no pienso en que va a explotar. Espero que suceda aquello que estoy convencido de que sucederá. Esa convicción se basa en la seguridad que me trasmitió el técnico de que todo está bien. Confío en algo que quizás yo no entienda como funcione o que no he comprobado por mí mismo. Confió en la veracidad del técnico y en la fiabilidad de la cocina y la instalación.
La Real Academia Española define creer como: “Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado. Dar asenso, apoyo o confianza a alguien. Dar crédito a alguien. Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo”.
Y define fe como: “Creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública. Palabra que se da o promesa que se hace a alguien con cierta solemnidad o publicidad. Seguridad, aseveración de que algo es cierto. Documento que certifica la verdad de algo”.
Por lo tanto tener fe no es algo malo sino necesario, y no deberíamos dejar que se menosprecie el acto de fe ni a la persona que dice creer o reconoce la necesidad de creer. Posiblemente esa persona sea más sincera que la que diga no creer en nada. Los seres humanos necesitamos creer, necesitamos confiar, necesitamos tener fe y aunque mal les pese reconocerlo a algunos, todos tenemos debemos ejercerla en este mundo para vivir. Nuestro sistema de vida se basa por completo en la confianza, no ciega (por eso pedimos garantías y responsabilidades), basada en la palabra de recibir lo pactado y esperar en ello.
La necesidad de creer
Vivimos días cada vez de más inseguridad. Hay timos y estafas por todos lados y a todas horas, necesitamos tomar más precauciones, sin embargo si queremos vivir medianamente bien y no volvernos paranoicos, necesitamos creer y confiar. Pues creer es una necesidad que nos mantiene “cuerdos”. Cuando desconfiamos de las cosas nos volvemos a una tensión constante.
Podemos convertirnos en obsesivos. Los casos de corrupción política en España están generando un mal cuerpo en los ciudadanos. Aquellos en quienes confiamos nuestros impuestos y confiamos nuestro bienestar social, son también seres susceptibles de corromperse. Sin embargo necesitamos seguir confiando y descansando en que la justicia actuará y el resto de los políticos lo harán bien.
Confiamos en la estabilidad y la seguridad aunque a veces nos den motivos de desconfianza. Deseamos y debemos confiar en el sistema financiero, en los bancos, en la seguridad social, en el fontanero que hará bien y honradamente su trabajo. Aunque debemos ser precavidos y tomar los recaudos necesarios.
Confiamos en la ciencia. Nos ponemos en manos de los médicos. Creemos que saben lo que hacen. Pero sabemos que la ciencia es cambiante y lo que hoy se descubre puede dejar obsoletas medicinas del pasado, incluso a veces se descubre que no hacían tan bien como parecía y las quitan del mercado. Sin embargo necesitamos ir al médico y tomar la medicina cuando estamos enfermos.
Todos tenemos que creer y confiar, pues de lo contrario sería imposible vivir. Cuando conducimos nuestro coche vamos seguros, aunque precavidos. Confiamos y esperamos en que el resto de los conductores vayan igual de atentos y concentrados. Esperamos que el otro cumpla su parte del compromiso que asumió al sacar el carnet.
En el matrimonio nos prometemos fidelidad hasta que la muerte nos separe, ya sea en las buenas, ya sea en las malas. Las partes esperan, confían y creen que será así y lucharan para mantener esa promesa.
Cuando vamos a un restaurante confiamos en que lo que nos traen es bueno, y lo ingerimos. Aunque no hayamos visto el proceso de elaboración, confiamos y no pensamos más que en comerlo. Por lo tanto la fe es muy habitual y necesaria para poder vivir y relacionarse en este mundo.
¿Que se necesita para tener fe?
Creer o tener fe en definitiva es depositar nuestra confianza en alguien o algo que nos infunda respeto, credibilidad, seguridad y nos de garantía de poder cumplir una promesa dada. Para creer debe existir: una necesidad, un acercamiento, una promesa u ofrecimiento, un acuerdo, contrato o pacto dónde las partes se comprometen a algo y luego viene la confianza en que se deposita en el compromiso asumido por el otro.
Lo importante para creer es que se me trasmita y genere confianza. La fe la genera el otro en mí. Es decir, mi confianza en alguien nace a partir de que el otro me trasmite seguridad y confianza. Por lo tanto el tener fe no es un acto de mi creación, sino que nace a partir del otro. Luego, una vez nacida esa fe, soy yo quien la ejerzo.
Para que exista fe debe mediar siempre una palabra (promesa o idea propia) que nos asegure algo. Esa promesa se convierte en un pacto en el cual depositamos nuestra confianza. Subir a un avión puede ser un acto de fe. Confío y espero que no se caiga pues de lo contrario no sé si subiría y confiaría mi vida ahí. Confío en que los mecánicos, técnicos, inspectores y pilotos saben lo que hacen y lo hacen a conciencia. Yo no controlo todo eso y me pongo en sus manos confiando en que cumplirán su promesa de llevarme a mi lugar de destino.
Tener fe es tener la plena seguridad y certeza de que voy a recibir aquello que se me prometió y espero. El tiempo de espera que pasa entre la promesa y el cumplimiento es tranquilo en virtud de la confianza. Si mi esposa me encarga que compre el pan, ella descansará de esa preocupación pues yo le di mi palabra de que lo compraría. Ella ya no tiene que comprarlo. Se desentiende de ese asunto y espera. Cree que lo haré, aunque puede ser que yo me olvide o que alguna eventualidad impida que lo compre. Hay probabilidades de que incumpla con mi compromiso, pero a priori confía en que lo haré pues me he comprometido a ello. En definitiva, fe es confiar que un pacto se cumplirá y mientras esperamos ese cumplimiento no dudamos en que se realizará.
Seguridades absolutas
Los seres humanos somos imperfectos, y eso está más que demostrado. ¿Quién nos puede brindar en este mundo seguridades 100% garantizadas? Por lo tanto la imperfección no puede brindarnos la plenitud absoluta, ni la certeza absoluta y por eso existe un grado de duda en nosotros. Debemos confiar entre los ser humanos pero no confiar plenamente. Es decir que tenemos que contar con el margen de error y en la buena voluntad, sin dejar de lado el saber que también existe la mala voluntad. Confío en que cuando salgo a la calle no me va a suceder nada malo, pero a pesar de los recaudos necesarios no tengo garantizado completamente que nada me sucederá.
En el ser humano no hay seguridad ni estabilidad absoluta pues no controlamos todo ni tenemos el conocimiento perfecto de todo. Incluso si lo tuviéramos en nosotros hay una tendencia a la corrupción que hace que hasta lo más básico o noble sea susceptible de que lo estropeemos. Por lo tanto confiamos en y entre nosotros pero no plenamente. Hay un margen de duda, de incertidumbre o incredulidad por nuestra imperfección.
Fe depositada en cosas o ideas
En ocasiones la fe no se basa en pactos que hacemos entre los seres humanos. Es sabido que la fe también se puede basar en ideas que nosotros nos hagamos de las cosas y estas convertirse en supersticiones: “Creo que si paso por debajo de una escalera tendré mala suerte”. Hay personas que se toman muy en serio esta idea que alguien le trasmitió y la consideran un pacto modificando su conducta al punto de esquivar todas las escaleras.
Algunos atribuyen al destino el control de sus vidas, al poder de la naturaleza o a los astros. Otros lo hacen en objetos como pueden ser imágenes creadas artesanalmente. Son objetos que por alguna razón ellos establecieron que le van a dar seguridad y por ello depositan su confianza.
Muchos crean sus propios medios de seguridad a través de amuletos, ritos, fijaciones. Confían en el “poder” del ritual que ellos creyeron regidor de sus vidas y depositan su confianza de bienestar en ellos: “Si le prendo todos los días una vela al santo me irá bien, si fallo con mi parte del trato me irá mal”. Y también están los que confían sus vidas en las riquezas.
Otros confían en el “azar”, en el futuro, en el juego, en la astrología. Otros lo expresan en forma de deseo y dicen con convicción de fe “creo que me va a ir bien o espero que me vaya bien”.
Mayormente esta “esperanza” solemos usarla cuando las cosas van mal o deseamos que suceda algo que no está en nuestras manos resolver. “hay que tener fe, hay que esperar y confiar en que puede ser posible”. Tener fe está asociado a la ilusión, al ánimo, a la esperanza. Dejamos la puerta abierta a que lo improbable sea posible.
Otros confían en su instinto, presentimientos o sensaciones. No tienen una promesa ajena que les da la seguridad sino sus propias percepciones de la realidad. Estos son los que te dicen “venga confía en mí tío” y tú le dices ¿pero explícame porqué? Y él te dice “no sé, tío, pero confía”. Están los que dicen confiar exclusivamente en sus razonamientos o lógica y otros en su experiencia. Pero todos nos debemos fiar de algo para vivir.
Fe salvadora
Nuestro Señor Jesucristo aborda el tema de la “creencia” y dos veces en nuestro texto repite que vino a dar su vida “para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (vrs. 15-16) y en una ocasión dice “el que en él cree no es condenado” (vrs. 17). Para Jesús el hecho de creer en él maraca la diferencia entre la vida y la muerte. Pero ¿cuál es el pacto que hace con nosotros? ¿Cuál es mi parte en el pacto? ¿Qué se me pide? A diferencia de los pactos que hacemos los humanos con condiciones, Cristo hace un pacto que solo requiere de nosotros que le creamos y ejercitemos esa fe “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” Mc 16:16 “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa” Hch. 16:31 “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” Mc 9:23.
Cristo vino a este mundo y fue a esa cruz para saldar nuestra deuda. Ahora él nos promete salvación asumiendo él el coste íntegramente. Nos perdona nuestros pecados y no nos pide nada a cambio, pues aunque quisiéramos no tenemos nada para dar a cambio a Dios por nuestra salvación. Es un regalo. Es gratis.
En el contexto Jesús habla a Nicodemo del Bautismo: “nacer de nuevo por el agua y el Espíritu”. Ahí él hace un pacto y nos da una nueva vida. Gratuitamente. Él se compromete a ser nuestro Señor y salvador, a estar con nosotros todos los días del mundo, a que nunca nos dejará desamparados o nos faltará lo que él considere necesario. Nos dice que ha preparado un lugar en el cielo a fin de vivir eternamente a su lado y en su compañía.
Para obtener la promesa Cristo demanda fe y engendra fe en él generando confianza a través de su acercamiento con la Palaba y el Espíritu Santo. Pues Jesús es “el autor y consumador de la fe” He. 11. Es él quien genera la confianza a través de su palabra. Necesitamos conocer las promesas de Dios. Necesitamos oír aquello que tiene para decirnos ya que “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” Ro. 10:17. Es por eso que el Señor nos envía a predicar el Evangelio a toda criatura (Mt. 28:19-20 y Mr 16:15-16) Y esta fe viene por el oír la Palabra de Dios que es el medio por el cual el Señor se manifiesta y se da a conocer a las personas. La confianza se va retroalimentando y va generando una relación cada vez más estable. Así es como la relación que Dios restablece con nosotros a través de la Palabra va creciendo en confianza. Nuestra fe va aumentando.
En asuntos de vida eterna no podemos confiar en los seres humanos, ni dejar nuestra suerte hachada al azar. Debemos dejar de lado las supersticiones. Las promesas de perdón y vida eterna pertenecen a Cristo y él es quien nos las da. Dice Jeremías 17:5 “¡Maldito el hombre que confía en el hombre… mientras su corazón se aparta del Señor!” Ningún ser humano, incluido tú mismo, debe manipular, desvirtuar o desestimar las promesas de Dios. “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Hch. 4:7-12. Jesús dice, “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” Juan 14:6. ¿Crees otras cosas respecto a Dios? ¿Crees en otros caminos para ser salvo? ¿Crees que necesitas hacer algo para obtener la salvación que Cristo da gratuitamente? Replantéate tus creencias a la luz de la Palabra de Dios que contiene las promesas que él ha estimado vitales para que los seres humanos seamos salvos.
La incredulidad es lo único que nos priva de poder recibir lo prometido. Al no creer damos la espalda a Dios, su pacto y sus promesas para establecer nuestros propios pactos con otras cosas.
Esto es muy importante tenerlo en claro. El que no cree ha sido condenado. No puede ser parte del pacto si no hay confianza y se espera aquello que se promete. Si bien Cristo vino enviado por el amor de Dios Padre, y no ha venido a condenar al mundo sino a salvarlo, solo se pueden apropiar de esa promesa de salvación los que creen en Cristo y el que no lo hace se queda sin esa promesa.
¿Conoces tú las promesas de Dios? ¿Las crees? Pues si las crees ya las tienes ¡Disfrútalas! Alimenta esa confianza leyendo cada día la Palabra de Dios y participa en la Santa Cena donde Cristo mismo se hace presente en cuerpo y sangre para fortalecer tu fe anunciándote el perdón de pecados. Anima o otros a conocer las promesas salvadoras de Cristo. Amén.
Pastor Walter Daniel Ralli









domingo, 15 de marzo de 2009

3º Domingo de Cuaresma.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Cristo es el Templo viviente de Dios”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Éxodo 20.1-17

La Epístola: 1 Corintios 1.18-31

El Evangelio: Juan 2.13-22

13 Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, 14 y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. 15 Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; 16 y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. 17 Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume. 18 Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?
19 Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. 20

Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? 21 Mas él hablaba del templo de su cuerpo. 22 Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho.

Sermón

Cuenta una anécdota que cuando un sacerdote iba a la casa de unos fieles a dar misa y se disponía a dar las pláticas del Oficio, siempre andaba por allí el gato de la familia distrayendo a los fieles. De manera que ordenó que ataran al gato mientras durara el Oficio.

Con el tiempo el sacerdote se hizo mayor y dejó de de ir a dicha casa, siendo reemplazado por uno más joven, esto no impidió que aquella familia siguiera atando al gato durante el culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al Templo para poder atarlo durante el Oficio.

Siglos más tarde, los discípulos del sacerdote escribieron doctos tratados acerca del indispensable papel que desempeña el gato en la realización de un culto y que sin él no se podría realizar como es debido.

Algo similar les ocurrió a los Israelitas y nos ocurre a nosotros. Solemos quedarnos con los símbolos y no con el contenido de las cosas. Veamos el Evangelio de hoy y descubramos como Dios obra en nosotros para que nos aferremos a él y disfrutemos de la plenitud de la vida que nos ha dado.

El Templo en la época de Jesús era fácil de identificar. Era un edificio magnífico y muy grande. El lugar era protegido cuidadosamente y allí eran transmitidas las ceremonias y tradiciones. Los enseres que adornaban y cada cosa que se usaba eran artesanías de preciada calidad, cada detalle había sido dictado por Dios. Si bien el Templo era imponente como construcción habría que preguntarse qué era lo que lo hacía Templo. Porque había otros edificios igual o más grandes y majestuosos. Existían otros patios y altares donde los animales eran
sacrificados, existieron muchos sitios donde se enseñaban las cosas de Dios. Entonces ¿qué lo hacía tan especial, qué tenía para que este edificio sea considerado “el Templo de Dios”?
La diferencia con otros edificios era solamente una: Dios estaba allí. Ésta era su casa. Cuando el templo fue completado por Salomón, el Señor entró allí en una nube de gloria. Él vivió allí, escondido detrás de una cortina gruesa, presente en medio de su pueblo. Si alguien quería encontrar a Dios, iba al templo: Es ahí donde él prometió estar. Eso era lo que le hizo ser El Templo. Como Jesús dijo, fue la casa de su Padre.

El templo fue El Templo porque Dios vivía allí. Todo en el templo fue diseñado para señalar dos cosas: En primer lugar era que Dios vivía allí en medio de su Pueblo. Este era el motivo por el cual los sacrificios eran ofrecidos en el templo y no en otra parte. En segundo lugar, esos sacrificios proclamaban que las personas serían salvadas de sus pecados por un sacrificio superior: Señalaban a Jesús, el Hijo de Dios, el Sacrificio por los pecados de mundo. Ese edificio era un monumento a y de la fidelidad de Dios.

Pero a los Israelitas se les olvidó, confiaron más en el edifico que en Dios que lo habitaba. Si Dios se fuera a otro edificio no le hubiese importado. Esto es lo que ocurrió en el Antiguo Testamento. La nación de Israel se corrompió, los sacerdotes dieron por supuestos sus deberes, descuidando las ceremonias y enseñanzas de la Palabra de Dios. Sus acciones indicaban que la presencia del Señor no les importaba. Este fue el inicio de un gran problema: Una vez que las personas olvidaron que la presencia de Señor daba sentido a todo lo que se vivía en el templo, no tardaron en adorar a otros dioses que les parecían más especiales y accesibles. Gradualmente, los ídolos y las imágenes grabadas fueron ingresando al templo. Les parecía razonable que el único Dios verdadero compartiera su espacio con otros dioses inferiores, al fin y al cabo había que llegar a todas las
personas, creyesen lo que creyesen. Pero no fue el caso. El Señor dejó el templo.

Él no impone su gracia y su presencia a la fuerza en las personas, ni comparte su gloria con dioses falsos. Si las personas no creen necesitar su ayuda y salvación, simplemente se retira y deja las falsas apariencias de dioses muertos. Buscará profetas que proclamen su Palabra para hacer que dichas personas se arrepientan de haberlo cambiado y vuelvan a creer en él.

Así lo hizo. El Señor se retiró de ese edificio. Pero por la ceguera que produce la idolatría produce en las personas, pocos en Israel se dieron cuenta de dicha ausencia. Aún contaban con el edificio, así que suponían que Dios estaría allí, pero no era así. No le querían, así es que él se había ido de allí. Pero llegó la sacudida cuando los babilónicos destruyeron el edificio del Templo. Se preguntaban ¿Cómo pudo ocurrir esto si Dios estaba allí? La respuesta: Él no ya no estaba allí. Pero él estaba detrás de los acontecimientos, seguía presente con su pueblo a fin de salvarlos. Con el tiempo el templo fue reconstruido otra vez en los tiempos de Herodes. Dios moraba con su pueblo, escondiendo su gloria detrás de paredes de piedra y una gruesa cortina. Además él estaba planeando y concretando algo aun mayor que ese templo, ya que “El Templo” llegaría a ese pequeño templo de piedra. De esto nos habla el Evangelio de hoy.

Recordemos que el Templo está donde Dios está presente con su pueblo. Así comprenderemos que es posible que un templo no sea iglesia, por más bonito que sea el edificio y también es real que la iglesia existe sin necesidad de edificios. En el evangelio de Juan se nos dice que el templo ha sido convertido en un mercado.
Venta de animales para los sacrificios a altos precios, cambio de dinero de manera usurera, etc. El foco del templo ya no está en la presencia de Dios y su misericordia. Ahora la mayoría piensa que Dios lo amará si él sólo
paga el precio correspondiente. Jesús plantea la solución al problema. Se hace un látigo y expulsa a los comerciantes del templo, “No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”. Acusación directa de Jesús de que el centro de todo no está en el Señor y su gracia liberadora. Ahora la atención está en la obra del hombre en lograr un acuerdo y que este le proporcione ganancias. Dios todavía está presente allí, por eso Jesús llama al templo “la Casa de mi Padre”. Pero parece que una vez más la presencia de Dios está incomodando y estovando los deseos y pensamientos de las personas.

Sin lugar a dudas las acciones y palabras de Jesús causaron un gran revuelo en el templo, conteniendo la furia algunos se atreven a interrogarlo diciéndole “¿Qué señal nos muestras ya que haces esto?”. Exigen mucho.

Están convencidos de tener un buen negocio que incluso beneficia al templo. Y están convencidos de que Jesús está dañando no solo su trabajo sino la imagen de su propio dios.

La respuesta de Jesús los deja perplejos, “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. La contra respuesta no se hace esperar “se han necesitado cuarenta y seis años para construir este templo, y lo levantaras en tres días”. Juan nos aclara el motivo de la confusión: “más el hablaba del templo de su cuerpo”.

Recordemos las afirmaciones anteriores ¿Cuál es el Templo? El templo está donde Dios habita con su gracia con su pueblo. A lo largo del Antiguo Testamento la morada de Dios fue un edificio de piedra con una cortina pesada. Los judíos se preguntan“¿Quién se cree que es este Jesús?”. Lo que no llegan a creer es que Él es el Hijo de Dios hechos carne. Dondequiera que Jesús está, Dios habita con las personas. Jesús es El Templo ambulante, móvil. Donde él está, Dios está, porque él es Dios. Ese templo hecho de piedra le señala a él, Jesús ahora intenta dirigir la atención de estos hombres enojados hacia él. El Templo no está formado por piedras inertes, sino por la presencia de Dios. Jesús es el templo Dios morando entre las personas. También es El Sacrificio que perdonará todos los pecados y por eso habla de la destrucción del templo. Sabe que los clavos atravesarán sus manos y sus pies en una cruz. Esta será la última destrucción del templo. Pero Jesús cumple con su Palabra y se levanta otra vez a los tres días de su muerte.

Notemos lo qué ocurre en el templo de piedra en el momento que Jesús muere. El Velo que separaba a las personas de la presencia de Dios se rompe en dos, de arriba abajo. Sí, esto es un signo que no hay más necesidad de sacrificios animales para expiar los pecados. Pero también es la declaración del Señor que él ya no está presente en ese templo. El edificio estará allí por unos cuarenta años, más o menos, pero Dios estará presente en otro sitio.
¿Dónde? El Señor estará presente dondequiera que Jesús este, porque Jesús es el Señor, es verdadero Dios.

Jesús es el Verbo hecho carne. Por consiguiente, dondequiera que el Verbo es proclamado, Jesús está presente en medio de su pueblo. Agregue al Verbo algo de agua y Jesús está presente en medio de su pueblo en el Santo Bautismo.

Oigamos su Palabra en la gran declaración de su presencia en la Santa Cena o Eucaristia: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa… les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. Jesús está presente con su Gracia por medio de su Palabra y Sacramentos. Por consiguiente, donde encuentres su Palabra, sea de manera leída o proclamada en toda su verdad y pureza y los sacramentos sean administraron según su Voluntad, encontrarás a
Jesús. Y dondequiera que Jesús está, allí está el Templo de Dios. Eso también es válido para cuando estás solo y meditas en su Palabra en tu casa o trabajo.

Por esto es que puedes estar alegre ¡El templo viene a ti! Hace mucho tiempo, tendrías que peregrinar al templo en Jerusalén para estar en la presencia del Señor, pero ya no es así. ¡El Señor viene a ti! Él está tan presente con su gracia aquí, hoy, como lo estuvo en el Lugar Santísimo del Templo, rodeado por una nube de gloria. Por esto es que este sitio, sea un salón, tu casa, tu habitación o una edificación llamada “iglesia” puede ser considerado como un santuario, un lugar sagrado, porque Dios viene aquí para ti. Esto lo puedes ver de manera palpable durante la Santa Comunión o Eucaristía, donde el pan y el vino son cubiertos por un velo hasta que este velo, que nos recuerda la cortina en el templo detrás del cual el Señor vivió, es quitado. Pero en el tiempo de la Cena de Señor, el velo desaparece, por eso es que recibes el cuerpo del Señor y la sangre, con, en y bajo el pan y el vino, allí estás en el lugar santísimo. Estás en la presencia
de Dios.

De esto es lo que se trata el Oficio Divino. Dios está presente aquí a su manera dándonos su Gracia. Tú estás en la presencia de Dios, recibiendo su gracia por medio de su Palabra y Sacramentos. Esto es el por qué llamamos “Oficio Divino”, porque es Dios el que Oficia para tu bien, es quien está a tu servicio, perdonando tus pecados. Porque Dios nos honra con su presencia aquí es que es un Oficio Divino y bondadosamente nos visita para perdonar nuestros pecados, es por esto que su gracia y su presencia siempre son el foco de nuestro Culto.

Nada en este servicio te debería distraerte de él. Esto es por esto que el Oficio siempre se basa en su Palabra y Sacramentos, pues allí se hace presente. Así es como él mora entre nosotros.

En el Antiguo Testamento, los Israelitas se aferraron solo a las paredes del templo para decir que Dios estaba aún allí. En nuestros días, muchos tienen falsas ideas y erróneamente teorizan de si Dios está aquí o allí, cerca o lejos. Pero desde el punto de vista bíblico Dios no puede estar allí en absoluto. Otros que han abandonado completamente la Palabra del Señor y los Sacramentos y aún así creen ser “La Iglesia de Dios”. Abiertamente niegan la autoridad de las Escrituras.

Para otros el mensaje de Dios es solo un activismo social, de protestas a
decisiones políticas como el derecho al aborto o los derechos para los homosexuales. Lo que muchos buscan con esto es ser supuestamente útiles y dignos de alabanza por parte el mundo. Pero mientras creen ser la Iglesia, nos
surge esta pregunta: ¿Jesús está allí presente perdonando pecados? En muchos casos lamentablemente no lo está.

No es que él no sea fiel, es que han eliminado la manera por la cual él se hace presente, y no le quieren allí.

Podría ser llamados iglesia por la cantidad de personas o por el edificio, pero Jesús no está allí y no hay perdón o seguridad de vida eterna, no se puede llamar a ese grupo de personas Iglesia.

Él nos congrega aquí, a pesar de la diferencia de edades, de orígenes, Él nos ha llamado a ser “Su pueblo”.

Por su Gracia, él perdona al bebé, al niño, al joven, al adulto, a los ancianos, a los solteros y a los casados, sin distinción o apariencia. Por su gracia, te puedo afirmar que tienes el perdón de todos tus pecados y por esa Palabra es que eres perdonado. Ahora puedes seguir adelante para con las vocaciones que Dios te ha dado, de ser padre, madre, hermano, vecino, amigo, estudiante o empleado.
Para ello tienes un hecho firme e inamovible y es que no depende de tus fuerzas o valor, el llevar esto a cabo.

El Señor es quien murió en la cruz para tu redención y quien viene a ti para perdonar tus pecados. Él está presente en su Palabra y Sacramentos para darte perdón, vida y salvación. El Templo que se destruyó por tu pecado fue levantado tres días más tarde y nunca será destruido otra vez y constantemente te visita para
compartir esta inmortalidad contigo.

Afírmate en la verdad de que el Señor está presente con “su Pueblo” y por eso lo está contigo. Te reúnes aquí, porque él está presente para darte vida. Está presente aquí y dondequiera que su Palabra sea predicada en su verdad y su pureza, y los sacramentos sean administrados según su voluntad. Él está presente en las arenas desérticas de tus problemas, donde no encuentras una salida a ellos y recuerdas un pasaje de la Biblia y te aferras a las promesas de que Dios es quien te guía en la vida y te lleva por sus caminos, aunque hoy no los entiendas.
Él está presente en el Evangelio oído en la cama del hospital dónde alguien nos ha recordado de que Dios no abandona a los suyos y que en esta tierra habitamos en tiendas de campaña esperando ir al edificio eterno construido por Dios, dónde no tendremos más sufrimientos.

Él está presente en el himno que cantamos para cobrar fuerza en un momento de preocupación por nuestras familias y allí se nos afirma que Dios es nuestra paz y esperanza.

Esta esperanza no decepciona, porque tienes la esperanza de vida eterna. Si vivimos o morimos, somos del Señor. Apocalipsis 21 describe algo del cielo y allí no hay templo porque no hay necesidad de que el Señor encubra su Gloria.
Redimido de tu pecado y resucitado para vida eterna, podrás mirar fijamente su gloria y podrás regocijarte. Presente con su pueblo, “Enjugará toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Esto es verdad y realidad para ti, hijo de Dios; Porque el Señor está presente, aquí y ahora, afirmándote en esta espectacular noticia: Eres perdonado de todo sus pecados en nombre del Padre y del Hijo de Dios y del Espíritu Santo. Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia

martes, 10 de marzo de 2009

2º Domingo de Cuaresma.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Jesús es nuestro salvador”

LECTURAS DEL DÍA

Antiguo Testamento: Génesis 17:1-7, 15-16

Epístola: Romanos 5:1-11

Evangelio del Día: Marcos 8:27-38

27 Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 28 Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. 29 Entonces él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. 30 Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno.
31 Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. 32 Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle. 33 Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
34 Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 35 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. 36 Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? 37 ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
38 Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.



Sermón

En época de cuaresma es necesario que meditemos en quién es Jesús y en el porqué de su muerte en la cruz. Pero esa información puede ser un dato más o puede calar hondo en tu vida.

¿Cómo afecta la vida y obra de Jesús en tu propia vida y en tus propias obras?

¿Quién es Jesús?

En nuestra sociedad el nombre de Jesús de momento no es algo ajeno a nuestra base de datos mentales. Mal que mal la mayoría tiene alguna referencia de Jesús. Pero ¿Qué piensa la gente de Jesús? ¿Quién dicen que es?

Jesús confrontó a sus discípulos con estas preguntas a fin de que reflexionasen en cómo las personas de su alrededor lo veían, qué pensaban, qué creían y que hablan de Él.

Por lo visto los discípulos no estaban ajenos a su entorno y pudieron responder rápidamente sobre las distintas teorías que las personas se habían formado sobre Jesús. Ellos dijeron por lo menos tres diferentes ideas que se rumoreaban acerca de Jesús: “unos, Juan el Bautista; otros Elías; y otros alguno de los profetas”. Y esto sin contar que algunos creían que era un loco y otros incluso hasta un demonio. Las declaraciones de los discípulos dejan constancia de que ya en épocas del Nuevo Testamento surgían diferentes “creencias” sobre el Señor Jesús.

Incluso hoy día se sostienen cosas tan variadas sobre Jesús como que fue un hombre más en la historia, pasando por ser un gran personaje influyente, un político de la justicia social, hasta un profeta como siguen sosteniendo el Islam o un ser que no es Dios, creado por Dios e inferior a Dios como sostienen los Testigos de Jehová.

Sería un interesante ejercicio hacer una encuesta preguntando qué piensa la gente sobre Jesús.

La información correcta

Hoy más que nunca sabemos de la importancia de contar con la información correcta. Ella nos aporta seguridad, claridad y precisión. Muchas veces perdemos valioso tiempo buscando algo por no saber dónde acudir. Lo mismo nos pasa si tenemos una idea equivocada de las cosas. Por ejemplo, si a mí se me ha puesto en la cabeza que en las gasolineras no venden bombonas de butano y yo necesito una, jamás recurriré a una gasolinera en busca de ella y mí idea preconcebida me imposibilitará obtener aquello que necesito. De la misma manera necesitamos saber quién es y qué nos brinda Jesucristo a fin de recurrir a él y recibir lo que quiere darnos.

En asuntos de fe muchas veces depositamos nuestra esperanza en cosas equivocadas, y esto es como esperar que salgan peras del olmo, o agua de un pozo vacío. Sabemos que por más que acudamos a ese pozo no saldrá agua de dónde no la hay. La información incorrecta nos la pueden dar o podemos llegar a ella por deducciones propias, pero sea como sea que hayamos obtenido una información equivocada sobre Jesús, el resultado va a ser el mismo: distorsionar la verdadera imagen y obra de Jesús. Por ello es fundamental contrastar lo que creemos de Jesús con lo que Él mismo nos mandó a creer. Esta información la encontramos en la Biblia, pues es ahí donde Dios se revela y es ahí donde se nos da a conocer quién es, qué hizo por nosotros y qué podemos esperar de Él.

¿Qué crees tú de Jesús?

Jesús muy hábilmente lleva a sus discípulos a confrontarse con la misma pregunta pues sabe de la importancia de que ellos tengan la información correcta sobre Él. Por lo general no nos supone un problema hablar de los demás, sin embargo a la hora de “mojarnos” nosotros mismo sobre algún tema puede que nos resulte más difícil y nos mostremos esquivos. Pero Jesús consideró de vital importancia que sus seguidores pudiesen responder a la pregunta ¿Quién soy yo para ti?

¿Qué supongo y que significo para tu vida? Estas preguntas es bueno que nos las hagamos y que podamos encontrar las respuestas correctas. Los planteos sobre Jesús pueden ser amplios: ¿Es Jesús solo una buena persona más, es un mito, es una tradición, una buena costumbre, una superstición o un nuevo legislador que trajo nuevas leyes para cumplir? ¿Jesús es Dios, es tu salvador, es alguien cercano a ti? ¿Crees que te perdona tus pecados y te da vida eterna gratuitamente? ¿Es Jesús el salvador suficiente o tengo que recurrir a las obras de los santos, a las mías propias o a la mediación de la virgen para lograr la salvación? ¿Crees que Jesús puede aportar algo significativo día a día en tu vida o es alguien ajeno a tu realidad? Y ahora surge la pregunta de rigor ¿Todo esto que piensas y crees de Él surge de su Palabra o son ideas tuyas que has gestado según tu parecer? Es vital que las doctrinas que creemos y confesamos sobre Cristo, las cuales son para nuestro provecho y el del que nos escucha, sean doctrinas enseñadas por Él en las Escrituras, de lo contario no nos servirán para nada, solo será información o afirmaciones incorrecta que nos llevaran por caminos erróneos. Jesús nos ha dicho “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6) Por lo tanto Jesús es el camino que debemos andar, y en Él está la verdad y por él obtenemos vida, ya que solo a través de Él vamos al Dios Padre. ¿Crees esto de Jesús?

¡Tú eres el Cristo!

Pedro era un hombre al que le costaba controlar su impulsividad, era muy emocional y rápidamente reaccionaba de forma espontanea tanto para lo bueno como para lo malo. Por ello no nos sorprende que él sea el primero en responder a la pregunta del Señor ¿y vosotros quien decís que soy?

Los judíos esperaban al Mesías. Ellos conocían la promesa dada por Dios en las Escrituras y la creían. Pero esta promesa había suscitado muchas expectativas en el pueblo Judío e incluso poco a poco las personas se fueron configurando una idea propia, basada en sus deseos, de cómo sería el Cristo. Algunos se lo imaginaron como un rey poderoso que liberaría a Israel de la opresión de Roma y los pondría en la posición de un pueblo políticamente privilegiado. Claro está que el Jesús que se presento como Mesías no cumplía estas expectativas, ya que incluso terminó colgado de una cruz. Y al no coincidir sus deseos e ideales con la realidad de Cristo muchos se desilusionaron y muchos otros no le creyeron.

Más de una vez me ha pasado que deseaba que para mi cumpleaños me regalasen algo concreto y en mi mente había proyectado que lo recibiría, por lo tanto mi expectativa estaba puesta en eso, y no vean la cara que se me quedaba cuando no recibía aquello que esperaba. Cuando nuestras expectativas no corresponden a lo que vemos nos desilusionamos o desestimamos eso y seguimos esperando según el modelo que creamos en nuestra cabeza. En cuestiones de fe es mejor no dar rienda suelta a nuestros deseos e imaginación, sino saber qué es lo que debemos esperar de Jesús. Nuestra fe debe esperar y descansar en sus promesas que son firmes y reales.

Pedro, más allá de sus propias expectativas, le dice abiertamente a Jesús: “tú eres el Cristo”, esto es, el ungido prometido por Dios que según Isaías 53 daría su vida por el pecado del mundo. En el Evangelio de Mateo 16:17 se nos aporta un dato importantísimo diciendo que esto que confesó
Pedro no se lo reveló carne ni sangre, sino “mi Padre que está en los cielos”. Es decir que por conclusiones humanas o convencimientos, deseos o imposiciones no podemos hacer esta declaración. Solo Dios nos pude convencer de que Jesús es nuestro salvador y llevarnos a esa confesión pública. Por lo tanto si tú crees y confiesas que Jesús es tu Dios y salvador da gracias a Dios por haberte revelado a través de su Palabra tan maravillosa seguridad. Recurre cada mañana y dile a Jesús ¡Señor mío y Dios mío, tú eres mi salvador en quien confío! ¡Gracia Dios Padre y Dios Espíritu Santo por haberme dado a conocer esta hermosa noticia!
Jesús es Dios, la segunda persona de la Trinidad, que se hizo hombre para venir a ocupar nuestro lugar en la cruz. Su obra fue completa y perfecta y no hace falta añadirle nada. Jesús es nuestro salvador suficiente. Y él es quien nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” y Marta le respondió: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” Juan 11:25-27

El Apóstol Pablo estando preso por predicar el Evangelio de Cristo dijo: “por lo cual asimismo padezco esto (estar preso); pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído” 2ª Timoteo 1:12. Pablo está seguro de su fe y no se avergüenza de ella pues sabe a quién le ha creído, y no es nada más ni nada menos que a la mismísima Palabra de Dios. Es tan importante fundamentar nuestra fe en las declaraciones de la Palabra de Dios y permanecer en ella que Jesús oró a Dios así: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (Juan 17:17)
Cristo nos pone al tanto

Una vez que el Señor obtiene una confesión correcta en cuanto a su persona, y por lo tanto reconocen su autoridad y roll salvador en sus vidas, les cuenta a sus discípulos lo que ha de suceder. Pone a disposición la información necesaria, fidedigna y verdadera, para que ellos estén al tanto de los acontecimientos. Como estos acontecimientos que Cristo relata (su padecimiento, muerte y resurrección) sucederían más adelante, los discípulos debían echar mano de la fe, para creer y confiar en lo que Cristo les decía. Eso es en esencia la vida cristiana. Creemos a lo que Cristo nos dice y esperamos y descansamos en su promesa. Es fundamental en la vida del cristiano no solo conocer, sino también creer. Pues pude que aún con la información correcta sobre Cristo ello no me suponga nada en mi vida, no le crea y por lo tanto no me beneficie de aquello que el Señor quiere que por fe me apropie.

“Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Ésta es la palabra de fe que predicamos: Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Ro. 10:9-10

La lucha del cristiano

El gran problema surge cuando lo que Cristo dice no se acomoda a lo que esperamos o deseamos oír. A Pedro le sucedió eso. Él sabía que Jesús, a quien tenía frente suyo era el salvador prometido. Pero Pedro se había encariñado con Cristo y no quería por ningún motivo que se fuese de su lado, y en un arrebato de egoísmo emocional consideró que sus sentimientos hacia Cristo debían estar por encima del anuncio que Jesús les daba sobre su obra salvadora. Es interesante descubrir que con “buenas intenciones”, con emociones y discursos muy humanos que incluso pueden conmovernos hasta las lágrimas, podemos estar oponiéndonos a la obra de Dios.

Jesús tenía muy claro quién era, para qué había venido y qué tenía que hacer para rescatarnos del pecado, y por lo tanto rápidamente advirtió que la dantesca reacción de Pedro no provenía de la motivación dada por Dios sino del Diablo, que disfrazado de buenas intenciones humanas se estaba oponiendo a la obra de Cristo.

Nuestros sentimientos hacia cuestiones espirituales pueden ser engañosos y llevarnos por caminos que contradicen la Palabra de Dios. Por eso la fe no se basa en emociones sino en declaraciones que Dios ha dado. Sutilmente, y con buenas intenciones, podemos anteponer nuestros ideales, nostalgias, tradiciones, anhelos, etc. a la Palabra de Dios. Pero recordemos que aunque a Pedro su idea le parecía mejor que la de Cristo, Jesús vino a dar su vida por nosotros y lo hizo. Y Pedro aprendió la lección de la lucha diaria consigo mismo.

Apártate de mí Satanás

Cristo tiene claro que detrás de la idea de oponerse a su Palabra está el mismo que ya lo ha hecho en el Edén: Satanás. Y es por ello que le habla así a Pedro. Por eso lo mismo tenemos que decirnos a nosotros mismos cuando nos surge la idea de no amar a nuestro prójimo, de buscar solo nuestro propio bien. Cuando no queremos dar la otra mejilla. Cuando el odio, la bronca, el rencor la venganza nos susurra al oído su imponente mensaje, digamos “apártate de mía Satanás; eso no se corresponde con la Palabra que me ha enseñado mi Señor Jesús”.

Cuando el engaño, la falsedad, la mentira, la auto justificación nos seduce para lograr oscuros objetivos o para tapar nuestros errores, digamos: “apártate de mí Satanás, Jesús me ha enseñado a confesar mis pecado y recibir su perdón, no hace falta que me oculte”.

Cuando la ambición desmedida, la avaricia, la codicia o el egoísmo se apodera de nosotros y no somos capaces de mirar las necesidades ajenas y extender nuestra mano solidaria, digamos “apártate de mía Satanás, eso no es lo que me ha enseñado Cristo”.
Cuando no buscamos primero el reino de Dios en nuestras vidas, sino que estamos “apártate de mía Satanás y no intentes convencer de que cambie mis prioridades de vida.

Cuando nuestra mente racional demande explicaciones científicas a las doctrinas de Cristo y nos quiera hacer dudar por este camino, di, “Apártate de mí Satanás, Yo sé a quién he creído”.

Cuando el malestar, la dejadez, la pereza, la falta de compromiso, la vergüenza, o el miedo te inciten a dejar de involucrarte en la predicación del Evangelio en tu entorno di: “apártate de mí Satanás, conozco el envío que Cristo me ha hecho”.

Cuando la desesperanza en épocas de crisis te hacen temer al futuro, y te vengan ideas de desaliento y desazón, di con toda seguridad y tranquilidad: “vete Satán con estas ideas a otra parte, pues conozco la promesa de Cristo y confío en ella: No seré desamparado”.

Si sé y creo que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, no necesitaré recurrir a otros mediadores fuera de Cristo para relacionarme con Dios. Si sé y Creo que Jesús es el camino, la verdad y la vida, y que nadie va al Padre sino por él, no necesitaré otros caminos alternativos para mi vida de fe, ni otras búsquedas filosóficas, psicológicas, ni políticas, humanistas, etc. para mi espiritualidad, pues en Cristo tengo todo y fuera de Cristo todo me sobra en relación a mi vida de fe. Por eso sigamos buscando a Cristo allí dónde Él nos ha dicho que está: Su Palabra y sacramento y disfrutemos de su compañía diaria. Amén.

Pastor Walter Daniel Ralli



domingo, 1 de marzo de 2009

1º Domingo de Cuaresma.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17


“Cristo vence al diablo y nuestros desiertos”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Génesis 22:1-18

La Epístola: Santiago 1:12-18

El Evangelio:

Marcos 1:9-15

9 Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. 10 Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. 11 Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia. 12 Y luego el Espíritu le impulsó al desierto. 13 Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado por Satanás, y estaba con las fieras; y los ángeles le servían. 14 Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, 15 diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el
reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.



Sermón

EL DIABLO VUELVE AL ATAQUE: LA TENTACIÓN

Decía un amigo mío, predicador, que a la gente le encanta escuchar acerca del diablo. Ha de haber alguna cosa morbosa, o quizás de misterio, que ronda por el aire, con respecto al diablo. ¿Cómo es el diablo? ¿Como una serpiente? ¿Será que existe en realidad? Creo que en estos tiempos no sólo se ha negado en muchas sociedades la existencia de Dios, sino también la existencia de Satanás. Se oye hablar del diablo, o del tentador, como dice el pasaje en Mateo 4, pero poco. Parece anticuado, casi un mito, y como nunca se hizo carne, como Dios se hizo carne en Jesús, es difícil de identificar.

El apóstol Pablo lo tenía siempre bien presente, y lo describía como el enemigo principal de los creyentes. Así les escribe a los miembros de la congregación cristiana en Éfeso:
Pónganse toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo.
Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas... (Efesios 6:11-12)

Fueron esos gobernadores de las tinieblas los que movilizaron el corazón de Herodes para matar a sangre fría a los niños de Belén, después de que Jesús naciera. Los gobernadores de las tinieblas vuelven ahora al ataque. La ceremonia del bautismo había terminado. Jesús fue ungido con el Espíritu Santo para comenzar públicamente su ministerio de reconciliación, y ahora se dirige al desierto. Necesita estar solo, meditar en su futuro ministerio, fortalecer su espíritu para desarrollar su vocación con toda su fuerza.

¿Sería necesario pasar cuarenta días de soledad y ayuno? Sin lugar a dudas. Los evangelios dicen que en cierta oportunidad los discípulos de Jesús intentaron echar un espíritu de un muchacho, pero no pudieron. Luego que Jesús lo expulsó, ellos le preguntaron:
¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? —Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de oración y ayuno-respondió Jesús. (Marcos 9:28-29)

Jesús sabía sobradamente con quién iba a tener que enfrentarse, por eso siguió al Espíritu al desierto y allí pasó cuarenta días en ayuno, concentrándose y preparándose en oración para la tarea de salvar a la humanidad.

Y el diablo estaba al asecho, como siempre. Esperó hasta que Jesús tuviera hambre. Esperó justo cuando ya era hora para Jesús de volver con su gente, de darse un buen baño, de comer pan recién horneado, de hacer sociales con su familia y de dormir en una cama de verdad. Esperó lo suficiente para encontrar a Jesús en su punto más débil. Pero se equivocó. El tentador no sabía que en la mente de Jesús todavía resonaban vibrantes las palabras que su propio Padre desde los cielos le dijo cuarenta días antes:

Éste es mi Hijo amado. (Mateo 3:17)

El tentador pensó que podría hacer dudar a Jesús de que él era el Hijo de Dios, y lo desafió a que usara de poder divino para proveerse de comida.

No parecía, en realidad, una tentación tan grande. ¿Qué podía perder Jesús si convertía piedras en pan?

Pero es la actitud de Jesús la que necesitamos observar. Con el diablo no se dialoga. Jesús no necesita convencer al diablo de nada. Esa no es su tarea. No vino al mundo a medir fuerzas con los poderes del mal, sino a derrotarlos definitivamente. Jesús no perdió tiempo en convencer al diablo de su identidad como Hijo de Dios.

Sólo le respondió con las palabras de la Escritura:

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. (Mateo 4:4)

La segunda tentación pareciera que no tiene sentido. ¿Probar a ver si lo que la Biblia dice es cierto? ¿Desafiar las leyes de la naturaleza sólo para demostrarle al diablo quién manda más? Tal vez el diablo subestimaba a Jesús, y esperaba que se arrojara al vacío y se despedazara contra las rocas. Sólo a alguien desesperado podía ocurrírsele una idea tan absurda. Y el diablo estaba desesperado, sin lugar a dudas. Veía acercarse su derrota en forma inminente. Quería parar a Jesús a toda costa, y se largó a ofrecerle ahora mucho más que un simple desafío: ¡Todos los reinos del mundo!

Esta ya era una tentación un poco más sustanciosa. Tal vez con esto el tentador lograría distraer a Jesús de su ministerio. El diablo le ofreció hasta lo que no tenía. Bien sabía Jesús que el diablo no es el dueño del mundo, por lo tanto no tiene ninguna autoridad para ofrecérselo. En todo caso, Satanás sólo reina sobre las
fuerzas del mal, algo en lo que Jesús no tiene ningún interés. En última instancia, el interés de Jesús sería la destrucción total de todos esos reinos de las tinieblas.

Y Jesús sigue sin entrar en diálogo. Sólo contesta con palabras de la Escritura. Jesús no da lugar a que haya una conversación o una negociación. Con Satanás no se juega. El propio Hijo de Dios no subestimó el poder del mal. No hizo como Eva, en el Jardín de Edén, que entró en diálogo con el diablo. Simplemente lo
echó de su presencia.

Dos cosas llaman profundamente la atención en esta experiencia de tentación. Primero, el diablo conoce las Escrituras, pero en su astucia y malicia las cita fuera de su contexto y con el propósito de producir daño. El diablo usó en forma torcida las Escrituras para desafiar lo que Dios dice en ellas. Ése no fue el propósito para el cual Dios dio su Palabra a su pueblo. En segundo lugar, Jesús también conoce las Escrituras, y las cita tan acertadamente que logra alejar al diablo de su presencia.

El Evangelio de Lucas termina el relato de la tentación diciendo:

Así que el diablo, habiendo agotado todo recurso de tentación, lo dejó hasta otra
oportunidad. (Lucas 4:13).

El triunfo de Jesús ante la tentación fue sólo temporal. El tentador no había sido vencido, sólo se apartó... por un tiempo. Una y otra vez el diablo volverá a la carga durante el ministerio de Jesús. Usará a Pedro para intentar distraerlo de su misión. Usará a sus propios hermanos para desviarlo de su obra de salvación. Lo
intentará todo, y lo hará con todas sus fuerzas, pero al final, será derrotado.

Sin comer durante cuarenta días, ¡y encima soportar semejante tentación! Pero Dios estaba atento. A ese Hijo amado, le envió sus ángeles para acompañarle y para servirle. Dios estaba observando detenidamente los progresos de su Hijo en su obra de salvar a la humanidad.

¿CUÁL ES MI DESIERTO?

Cómo me gustaría ser Juan el Bautista. Me impresiona su elocuencia, pero sobre todo, su valentía. No tenía pelos en la lengua. No se intimidaba ni por los líderes religiosos ni por el rey Herodes. Claro, no me gustaría ser el Bautista en el momento en que lo meten en la cárcel, ni mucho menos cuando le cortan la cabeza.
Me parece que me gustaría ser como él sólo para fregarles a la gente sus pecados por la cara. Sería una forma de sacarme las ganas de querer ser mejor que los demás. Me doy cuenta que es eso. Soy capaz de pensar que quien fue de Galilea a ver a Juan el Bautista lo hacía para ver qué tipo de pecados iba la gente a confesar. Hay algo morboso dentro de mí que me lleva a señalar el pecado de los demás.

Tengo que reconocer que estoy muy lejos de ser como el Bautista, sobre todo cuando observo que si él denunció el pecado, fue sólo para mostrar la necesidad que todos tenemos de ser reconciliados con Dios. Por eso mismo el punto principal de su predicación fue apuntar a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su predicación fue tan clara que sus propios discípulos lo dejaron a él para seguir a Jesús (Juan 1:35 y ss). ¡Qué ejemplo de predicador!

Me resulta interesante ver cómo Dios preparó con todo cuidado el escenario para la presentación pública de Jesús. No lo puso de golpe en el mundo para sorprender a la gente. Por el contrario, comenzó, por medio del Bautista a conciencizar a la gente de su situación. Con precisión señaló los pecados de las autoridades, los soldados, los líderes religiosos, y la gente en general. Es como si las conciencias de la gente estuvieran dormidas y necesitaran ser sacudidas.

Más de una vez yo necesito que un Juan el Bautista me muestre dónde estoy parado, ya que me gusta mirar más a los demás que a mí mismo. A veces ni me doy cuenta cuánto trato de evitar ver mis faltas. ¡Menos mal que el Bautista sigue predicando todavía hoy por medio de la palabra de Dios! Menos mal que todavía
sigue presentando con increíble claridad a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Me parece que a veces necesito pasar más tiempo en el desierto. Me llama la atención que la predicación de Juan, y el bautismo de Jesús y su tentación, ocurran en lugares desérticos. Se ve que para ciertas cosas se necesita un espacio especial, y pienso acerca de mi desierto, de ese espacio donde yo puedo
ir y reconocer mi necesidad de un salvador. No me cabe duda que uno de esos lugares, posiblemente el "Jordán" por excelencia, es el templo, cuando me reúno semanalmente con otros hermanos para confesar públicamente mis pecados, y escuchar las palabras de absolución. El Cordero de Dios siempre está allí,
me renueva, y me pone en paz. Pero entonces salgo de allí, y me encuentro con otro desierto, lleno de peligros y muchas tentaciones.

Así veo el mundo todos los días; como un lugar donde hay muchos peligros y tentaciones, sobre todo tentaciones. No veo al diablo, pero veo estructuras diabólicas en la sociedad, que denigran a la criatura de Dios.

Veo crimen organizado, pecados colectivos e individuales. Guerras, guerrillas, estafas, engaños, pornografía, y muerte. Cada día sobran ejemplos de cómo los gobernadores de las tinieblas hacen sus estragos.

Pero el diablo no necesita ser violento o sanguinario. También hace su trabajo en forma sutil, sembrando dudas, sobretodo. Hay que prestar atención a lo que el evangelista Mateo lo llama el "tentador", porque ésa es su tarea. Una de las cosas que más me impresiona de la tentación del diablo a Jesús es cómo él trata de hacerlo dudar que él es el Hijo de Dios. Las dos primeras veces que el diablo se acercó a Jesús lo hizo con estas palabras:

-Si eres el Hijo de Dios... (Mateo 4:3, 5)

Parece mentira que el diablo pusiera tanto empeño en sembrar dudas sobre lo que el Padre celestial había dicho tan claramente unos días antes:

-Éste es mi Hijo amado... (Mateo 3:17).

Esto me hace pensar en todas las veces en las que yo dudo de quién soy. A pesar de que Dios me reafirma constantemente que soy su hijo, a veces me siento indigno de considerarme como tal. Y es aquí justo cuando aprovecha el tentador para reafirmar esas dudas mías:

"Claro que no mereces ser hijo de Dios, ¡con las cosas que haces!"

También escucho que otras veces me dice:

"No creas que Dios te perdonará tan fácilmente ese pecado. Tendrás que trabajar duro para que Dios se lo olvide."

Los gobernadores de las tinieblas son tan insistentes que tratan también de hacerme dudar que Dios me ha dado algún que otro don. Constantemente me dicen:

"No podrás hacerlo, eso es demasiado para ti. " "No sirves para esa tarea, déjaselo a alguien con más capacidades."

Por todo eso, tengo que aprender de Jesús, de su actitud de no negociar con el tentador, de responder con claras palabras de las Escrituras para que el poder del mal se aleje de mí, para erradicar esas dudas que me paralizan y que no me dejan vivir a pleno la libertad a la cual Dios me llamó.

Ojalá yo tuviera respuestas tan acertadas como las de Jesús, para no perder el tiempo en argumentaciones o negociaciones estériles. Me gustaría saber usar mejor las Escrituras, ya que ellas tienen una respuesta concreta para cada situación de la vida.

Me doy cuenta que esa es una tarea de todos los días, porque el tentador se aleja de mí por un poco, hasta encontrar otra vez algún momento oportuno, en que estoy con hambre, o padezco de alguna necesidad, o me siento solo. Diariamente me tengo que concentrar en la oración y en la palabra de Dios para que la conexión con el Padre celestial se fortalezca.

El apóstol Pablo me sirve como ejemplo. Su actitud hacia la vida y el ministerio es digna de imitar. El mismo que dijo que nuestra lucha es contra principados y potestades, y contra huestes espirituales de maldad, también afirmó:

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:13)

Estas palabras me alientan, como también aquellas del apóstol Juan:
El que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo. (1 Juan 4:4)

Tomado del Libro “Jesús de Nazaret, Mi Señor”. Héctor Hoppe. CPH.