domingo, 20 de junio de 2010

4º Domingo después de Trinidad.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Capacitados para Juzgar en Jesús”

Textos del Día:

Primera Lección: Números 6:22-27

Segunda Lección: Romanos 8:18-23

El Evangelio: Mateo 7:1-6

Mateo 7:1-67:1 No juzguéis, para que no seáis juzgados.7:2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.7:3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?7:4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?7:5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.7:6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.

Sermón

Nuestro texto dice: No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.

Nuestro Señor está refiriéndose a ese pecado tan común que cometemos contra el mandamiento que reza: “No hablarás falso testimonio contra tu prójimo”. Todos sabemos por experiencia personal que nuestra naturaleza humana es muy pecaminosa en este sentido; pues siempre que pensamos en nuestro prójimo, lo juzgamos de acuerdo con nuestros pensamientos pecaminosos.

Nuestros juicios son siempre malos al juzgar a otros. Lo peor de esta situación es que al juzgar nosotros a otros, siempre pensamos en nuestro yo, en mí, en mi yo y en mi persona. Nos ponemos nosotros mismos como el centro de nuestros juicios, como la persona “perfecta” y “capacitada” para juzgar a los demás. Al hacer esta clase de juicios que menciona el Señor Jesús en nuestro texto, nos olvidamos que lo más difícil para el hombre es conocerse a sí mismo. La opinión que tenemos de nosotros es que somos mejores que los demás. Por supuesto, nuestra conciencia nos acusa de pecado; pero a pesar de eso, siempre pensamos que nosotros somos mejores que los demás. Para conocernos a nosotros mismos, es necesario vernos en el espejo de la Ley divina. La Ley de Dios nos dice qué somos, quiénes somos y cómo somos; pero lo que es más, nos dice cómo quiere Dios que seamos. Con la ayuda de Dios, veamos en nuestro texto qué nos enseña Dios cuando nos dice: “NO JUZGUÉIS”

1. Sobre el juzgar mismo;

2. Sobre la paja en el ojo;

3. Sobre lo Santo y las Perlas.

I. SOBRE EL JUZGAR MISMO

A. “No juzguéis, para que no seáis juzgados.” Dios nos ha dado el pensamiento para entender; también nos ha dado la facultad de poder distinguir el bien del mal, el error de la verdad, aunque sea en una forma natural y relativa; también nos permite que formemos nuestros juicios sobre todas las cosas y también sobre las demás personas. Por medio de nuestros juicios naturales podemos distinguir a unas personas de otras y de esta manera podemos ver el carácter de nuestros niños y sus inclinaciones naturales, para distinguirlos de los demás. Así que si Dios nos da esta virtud de nuestros pensamientos, de hacer nuestros juicios sobre las personas y las cosas, para distinguirlas debidamente, no es posible que Él nos prohíba tales juicios, tal juzgar. No; Dios no prohíbe el juzgar y el juicio natural sobre las personas, sino más bien, Él nos enseña en este texto que no juzguemos injustamente, que no juzguemos de mal corazón. Quiere decir que no dejemos que nuestro corazón pecaminoso nos incline a juzgar siempre mal a los demás.

B. Dios nos conoce a perfección. En su Palabra nos presenta como a los más grandes pecadores:
“No hay justo, ni aun uno. No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; todos se apartaron, a una fueron hechos inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno” (Romanos 3:10 -12).

Por esta misma causa, Dios sabe que la tendencia de nuestros juicios siempre es mala, siempre es exagerada, precisamente, por la raíz del mal que está en nuestro corazón.

El corazón humano es malo y engañoso, y de él emanan todos los malos juicios que hacemos contra nuestro prójimo: “Del corazón salen los malos pensamientos”. (Mateo 15:19).

C. Por este mismo motivo Dios dio al hombre el mandamiento que dice: “No hablarás falso testimonio contra tu prójimo.” Éste es el mismo sentido de las palabras de nuestro Señor Jesucristo en nuestro texto. Nuestro Catecismo Menor lo explica muy correctamente, en la parte prohibitiva del mandamiento, y dice: “¿Qué nos prohíbe Dios en el Octavo Mandamiento? Dios nos prohíbe no sólo todo falso testimonio ante un tribunal, sino todos los conceptos y palabras contra nuestro prójimo que procedan de un corazón engañoso.” Sí, todos nuestros juicios malos y sin amor cristiano, que salgan de nuestro corazón engañoso, es lo que Cristo nos prohíbe, porque al hacerlo, nosotros mismos nos estamos condenando. Mayor juicio recibiremos los que juzgamos sin piedad.

Nuestro Juzgar Sano

A. Dios nuestro Señor Jesucristo aprueba nuestros juicios sanos y justos, como Él nos lo ordena en el Cuarto Mandamiento.

En el Cuarto Mandamiento Dios nuestro Señor ha ordenado autoridades sobre nosotros, para que juzguen, con juicio justo y sano, que a Él le agrada: “Juzga justicia y el juicio del menesteroso” (Levítico 19:35-36; Romanos 13:1).

B. Los cristianos debemos juzgar a los que cometen escándalo en la congregación cristiana y no lo quieren quitar. Así nos lo enseña nuestro Señor Jesucristo en San Mateo 18:15 -17, y en 1º Corintios 5:13.

C. Resumiendo. Hemos estudiado estas palabras de Jesús, y vemos que Él nos enseña que no juzguemos de mal corazón; sin embargo, Él autoriza en el Cuarto Mandamiento y en otras partes de su Palabra el juzgar justa y correctamente, de acuerdo con el espíritu de su Palabra.

II. SOBRE LA PAJA EN EL OJO

“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”

A. Después que nuestro Señor Jesucristo habla sobre el juicio sin amor cristiano, pasa inmediatamente a referirte al pecado que cometemos con frecuencia.

Así como somos dados a juzgar sin piedad a nuestro prójimo, y esto lo podemos hacer en nuestro corazón sin proferir palabra, también tenemos el hábito innato, propio de nuestra naturaleza pecaminosa, de pecar con nuestros ojos. Los ojos miran con la codicia que está en nuestro corazón; porque ya hemos dicho que del corazón proceden todos nuestros pecados, ya sean los pecados de nuestro juicio maligno, como los pecados de nuestra mirada codiciosa y sensual.

B. El ejemplo que usa nuestro Señor Jesucristo es muy claro y vivo; pues dice que por qué miramos “la paja”, o sea cualquier cuerpo insignificante que penetra en el ojo de nuestro prójimo.

Se refiere a la prontitud con que miramos las pequeñas faltas de nuestro prójimo.
Siempre estamos dispuestos a notar los defectos de otros. Y muchas veces no solamente vemos lo que es la realidad en nuestro prójimo, sino que vemos más de lo que es, o vemos diferente de lo que es la realidad; pero al ver y mirar las faltas del prójimo, lo aumentamos de tal manera une vemos con la mirada y las ojos del pecado que está en nuestro corazón. En efecto, el hecho de ver los pecados más pequeños de nuestro prójimo, para censurar a éste, no es otra cosa que el misino puesto de juzgar siempre mal a los demás. Nuestro Señor Jesucristo por medio de este ejemplo: “ver la paja que está en el ojo de tu hermano”, nos enseña con la mayor claridad nuestra naturaleza pecaminosa y siempre pervertida, que está pronta a ver y descubrir el mal en otros.

Pero esta misma tendencia y debilidad humana, de ver la “paja” en el ojo ajeno, es prueba evidente de la corrupción de nuestra naturaleza. Si, el mal está en el corazón humano y este mal es profundo, innato, y propio de toda la naturaleza humana, desde la raída de Adán. Todo lo que hacemos los humanos es expresarlo por medio de nuestros sentidos, el pensamiento, el juicio, la voluntad, el ojo, el oído, etc. El apóstol San Pablo, pensando en esto mismo, es decir, el mal que hay en nosotros, exclama: “¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?”

C. Éste es el pecado que Cristo critica en la gente de su tiempo, con esta enseñanza de ver la paja en el ojo del hermano. Éste era el pecado de los escribas y fariseos de hace dos mil años. Pero éste es el pecado de hoy día; éste es también nuestro pecado; ésta es también la condición de nuestra gente de nuestro siglo, y será también el pecado de toda la gente futura de nuestro mundo.

D. “¿... y no echas de ver la viga que está en tu ojo?” Cristo presenta en seguida el ejemplo de “la viga que está en tu ojo”... en relación con la “paja” que vemos en el ojo del hermano. De esta manera nos enseña lo poco que pensamos en nuestras propias faltas, lo poco que nos ocupamos en nuestros propios pecados; somos ciegos para ocuparnos en nosotros mismos; muy poco, o casi nunca, máxime en tratándose de inconrversos, se preocupa el hombre de su propio corazón, de su conciencia, de su relación con Dios.

Y, ¿por qué? Cristo dice que a causa de la “viga” que está en tu ojo.
Esta “viga” que está en mi ojo es tan grande que no me deja verme a mí mismo; y sin embargo, tiene la propiedad de convertirse en un lente de gran aumento, cuando se trata de ver la “paja” en el ojo del hermano.

E. Esta “viga” es lo contrario de la “paja”. La viga es un cuerpo mil veces más grande que la paja.

Todos debemos pensar en la viga que está en nuestro ojo, y esta viga, nuestra naturaleza pecaminosa, solamente el Señor Jesucristo puede quitarla o extirparla de nuestro ojo. Pidamos a Dios que, por su Hijo Jesucristo, nos saque tal viga. Que Jesucristo nos perdone todos nuestros pecados, que son tal viga, y tenga piedad de nosotros, para no llevar la maldición de nuestro Señor, que dice: “¡Hipócrita! echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la paja del ojo de tu hermano.”

F. Recordemos que solamente Cristo, el verdadero Dios y hombre, padeció y murió en la cruz del Calvario para cumplir la Ley por nosotros y para expiar nuestros pecados. Dios envió a Cristo para salvar al pecador, y por lo tanto, Él es el único que purifica nuestros juicios, echa la paja y también echa la viga de nuestros ojos. Dios nos muestra el pecado por medio de su santa Ley, “porque por la Ley viene el conocimiento del pecado”, Romanos 7:7. Así que tanto la “viga” de mi ojo, como la “paja” del ojo do mi hermano, es decir, nuestra naturaleza pecaminosa, fue perdonada por Cristo mediante su muerte. Él es tu Redentor y el mío y el de toda la humanidad.

III. SOBRE LO SANTO Y LAS PERLAS

A. “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos.”
Pasando al tercer pensamiento de nuestro texto, podemos ver que Jesús se dirige aquí especialmente a sus discípulos, a los convertidos; es decir, a los que ya reconocen su doctrina como la verdad de Dios; a los que ya creen que Cristo es el verdadero Hijo de Dios, el Mesías prometido al mundo y que vendría a aplastar la cabeza de la Serpiente. “Lo santo” y “las perlas” se refiere precisamente al santo conocimiento del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; es todo el conocimiento que nos da la Biblia acerca de la santa Ley de Dios y del precioso Evangelio de la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo, por medio de su humillación, en todos sus padecimientos, sus torturas indecibles, o expresado en otras palabras: su sacrificio expiatorio para la salvación de los pecadores. Todo este amor de Dios comunicado al pecador por medio de su santa revelación, es lo que nuestro Señor da a entender por “lo santo”, “vuestras perlas.”

B. En realidad, las cosas divinas son santas, sagradas y más valiosas que todas las joyas de este mundo. Las cosas de este mundo, como las perlas y los diamantes y todas las demás joyas, son perecederas; pero las enseñanzas de la Ley de Dios y de su santo Evangelio, son eternas, jamás perecen, jamás terminan. Todas las enseñanzas divinas y los santos Medios de Gracia que Dios nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado en su Iglesia, son cosas santas y perlas celestiales, para la salvación eterna de nuestras almas inmortales.

C. Notemos que nuestro Señor habla de los “perros” y los “cerdos.” La palabra “perros” se refiere a los que han oído la Palabra de Dios, que se les ha predicado el mensaje de salvación para el perdón do los pecados mediante la fe, por la gracia de Dios en nuestro Señor Jesucristo; que se les ha llamado a creer el mensaje de la salvación para que sean librados del infierno, que es la muerte eterna y la maldición de Dios sobre todos los pecadores. Pero a pesar de todo esto, permanecen endurecidos, duros de cerviz e incircuncisos de corazón; rechazan intencionalmente el llamamiento de Dios, y hasta se burlan del Salvador. Estos son “perros” y “cerdos” que, hundidos en el lodo de su maldad y de su condenación, desprecian el mensaje de Dios nuestro Señor, y el amor de Dios nuestro Padre celestial, que por amor ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Sí, ésos son los perros y los cerdos que ya no merecen que se les siga predicando la Palabra de vida, porque ya están completamente muertos en sus “delitos y pecados.” Es por esta razón que nuestro Señor dice: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos; porque no las rehuellen con sus pies, y vuelvan y os despedacen.”

D. Muchas personas creen que nuestro Señor Jesucristo se refiere a los gentiles cuando habla de los “perros”, porque así solían los judíos apodar a los gentiles. Y que cuando habla de los “cerdos” se refería a los judíos endurecidos que rechazaron su Evangelio salvador; porque el judío consideraba el puerco como animal inmundo, y hasta se prohibía a los judíos la cría de cerdos.

Por lo que se cree que nuestro Salvador consideró como “cerdos” a los judíos que no aceptaron su mensaje de salvación, y que lo despreciaron hasta el extremo de considerarlo como diabólico. El Señor llamó, pues, “cerdos” a tales judíos porque a ellos el Evangelio salvador de la gracia de Dios (perlas celestiales de gran valor) ya no se les debía presentar o predicar.

E. Nuestro Señor trata severamente a todos los pecadores que desprecian el Evangelio y endurecen su corazón al mensaje de su divina gracia en Cristo Jesús Señor nuestro. Éstos son los “perros” y los “cerdos.”

CONCLUSIÓN

I. El Juzgar:

A. Hemos hablado de lo que enseña nuestro Señor Jesucristo sobre el “juzgar” a los demás, y ya
hemos entendido que Él no nos prohíbe el juzgar de acuerdo con el Cuarto Mandamiento; sino que lo que prohíbe es el juicio malicioso y sin amor cristiano. Porque el que, desprovisto del amor de Dios, juzga a su prójimo, se hace merecedor también del justo juicio de Dios; aún más, porque al no considerar que él también es pecador, se convierte en juez de los demás.

B. También hemos visto que es una de las flaquezas de la naturaleza humana el juzgar a los demás; que toda persona y aun el cristiano ya maduro en las cosas del reino de Dios, tiene que estar en vela, porque su viejo Adán esta pronto a juzgar a los demás, olvidándose de su propios pecados.

El viejo Adán que está en el hombre le aconseja de continuo a que juzgue a los demás y que piense que él, el hombre mismo, es mejor que todos los demás.

C. Solamente con la ayuda del Espíritu Santo podemos vencer la inclinación pecaminosa de juzgar a los demás. Solamente el Cristo que mora en nuestro corazón nos puede hacer entender que debemos abandonar ese pecado, y vernos a nosotros mismos; juzgarnos a nosotros mismos, de acuerdo con la Ley de Dios que es nuestro freno, espejo y regla, por cuyos medios podemos descubrir cuan pecaminosos somos, y pedir perdón a Dios nuestro Señor y humillarnos para andar con Él. Dejemos a Dios que juzgue todas las cosas, porque Él es el Juez de los vivos y de los muertos y Él dará a cada cual su pago.

II. La Paja

A. En esta forma ilustra nuestro Señor el pecado que cometemos con nuestros ojos, al mirar, al ver; porque siempre estamos viendo los defectos de los demás, pero nos olvidamos de ver los nuestros. Nuestros ojos están prestos para ver los defectos de los demás, para ver las faltas más pequeñas, o inventar con la propia imaginación de nuestra vista los pecados de los hermanos.

Éstas son las “pajas” que siempre estamos contemplando en los ojos de los hermanos y de todo nuestro prójimo. “Hipócrita”, dice el Señor, “echa primero la viga que está en tu ojo, para que después puedas decir a tu hermano: Deja echar la paja que está en tu ojo.”

B. De esta manera ilustra nuestro Señor, repetimos, este pecado para que todo el mundo lo vea claramente y lo corrija. Este pecado es consecuencia de la codicia que está en nuestro propio corazón. Todos, absolutamente todos, tenemos esta tendencia de ver la “paja” y pasar por alto la viga de nuestro propio ojo, o sea el hecho común de pasar por alto nuestros propios pecados para ver los ajenos.

C. Pidamos a Dios que nos dé su Espíritu Santo para poder deshacernos del pecado de ver las faltas de los demás y pasar por alto las nuestras. Que Dios nos permita examinarnos a nosotros mismos y ocuparnos en nuestra propia salvación, para ver en nuestro prójimo sus virtudes y buenos hábitos y ver todo con amor fraternal, como Dios nos lo manda.

III. Lo Santo y las Perlas

A. También hemos estudiado que nuestro Señor, al mencionar “lo santo” y “vuestras perlas”, se refiere a su santa Palabra, su Ley y su Evangelio. Su Palabra es verdaderamente “santa” y sus dichos son más valiosos que el oro, por muy puro que sea. Así, pues, debemos considerar siempre las cosas de Dios, y especialmente su Palabra que se nos enseña y predica, como cosas “santas” que nos dan la salvación eterna de nuestras almas inmortales. La Palabra de Dios es las “perlas” que deben adornar nuestra vida. No debemos despreciarla nunca, para no convertirnos en “perros”, o en “cerdos.” Que Dios nos haga sabios en su Palabra. Amén.

F. S. F.

Mateo 7:1-6
7:1 No juzguéis, para que no seáis juzgados.
7:2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.
7:3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
7:4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
7:5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.
7:6 No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.

domingo, 13 de junio de 2010

3º Domingo después de Trinidad.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Sabios en Cristo Jesús”

Textos del Día:

Primera Lección: Proverbios 9:1-10

Segunda Lección: 1ª Juan 3:13-18

El Evangelio: Lucas 14:15-24


Sermón

¡Oh profundidad de las riquezas de la Sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Romanos 11:33

La sabiduría es algo que siempre se ha buscado a lo largo de la historia y se ha valorado como un tesoro superior a cualquier riqueza, ya que un sabio no solo es el que sabe, sino que puede aplicar ese conocimiento a las distintas circunstancias de la vida y así vivir mejor.

Hoy día el concepto de sabiduría parece haber quedado obsoleto y en su lugar se escucha hablar de “inteligencia”, pero ¿Somos sabios? ¿Somos inteligentes? ¿Dónde radica la verdadera sabiduría del ser humano? ¿Cómo se la podemos trasmitir a quienes nos rodean?

Sabiduría de Dios y Sabiduría del ser humano

La biblia presenta una tensión entre la sabiduría humana y la sabiduría de Dios. Fue allí en el Edén donde Adán y Eva tomaron su primera decisión desacertada la cual produjo este distanciamiento. Y paradójicamente buscando ser más sabios fue que abandonaron aquello que los hacía sabio. Lo sabio hubiese sido no dejarse seducir por las artimañas del Diablo. Sin embargo eso no sucedió así y desde entonces todos nosotros nacemos ignorantes en cuanto a las cosas de Dios. Ellos quisieron “alcanzar sabiduría” Gn. 3:6, sin embargo sus mentes se oscurecieron, ya que la sabiduría era conocer la perfecta voluntad de Dios y mantenerse en ella.

Lo sabio era no comer del fruto prohibido dando así rienda suelta al deseo despertado por Santanas que pedía ser satisfecho.

Hoy muchas tentaciones dirigidas a los cristianos van en ese sentido. Se intenta humillarnos diciéndonos “no seas tonto, sé listo, sé inteligente”, “no te sometas a ideales religiosas antiguas que esclavizan tu mente, te reprimen y no te dejan ser feliz”. “NO SEAS TONTO. Sé libre de coger lo que te apetece”.

La satisfacción del placer por sí mismo para contrarrestar la frustración es una característica que estamos adoptando como norma. “Si no doy satisfacción a mis demandas y placeres me frustro y soy tonto”.

La sabiduría evalúa lo que conviene y tomar decisiones meditadas.

Las vidas guiadas por la satisfacción intuitiva de nuestros deseos y caprichos nos llevan al caos. Todos necesitamos unos principios y fundamentos en los cuales sostenernos y regularnos. Lamentablemente vemos que cada vez más se educa a los niños en base al cumplimiento de su satisfacción. Y las consecuencias son niños caprichosos, intolerantes, que cada vez demandan más y más rápido a cambio de un pequeño rato de sosiego para los padres. Poner límites o normas en base a ideas sabias parece tontería. Pensar y seguir un criterio parece locura. Los padres se vuelven “genios de la lámpara” que cumplen los deseos tiranos de los niños, porque en muchos casos ellos mismos perdieron el rumbo de la sabiduría ¿Qué es mejor? ¿Qué conviene?

La sabiduría humana no sirve para la salvación

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”. Romanos 1:21-23

Cuando hablamos de sabiduría o inteligencia y desde la Biblia se acusa al ser humano de ser necio, comienza a abrirse una brecha entre lo que Dios nos dice y los seres humanos creemos y experimentamos. Dios nos dice que no somos sabios, sin embargo nosotros nos vemos muy sabios. ¿A qué se debe este entrecruce de perspectivas? Claramente vemos que el ser humano es un ser inteligente, muy inteligente, capaz de hacer cosas extraordinarios con su capacidad, desde el móvil que llevamos hasta el satélite que nos da señal fue diseñado y puesto en funcionamiento por mentes inteligentes.

Pero la ciencia, aquello que representa el mayor exponente de sabiduría humana, no puede encontrar a Dios ni descubrir sus misterios.: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” 1 Co. 2:7 Nuestra capacidad para hacer cosas asombrosas entre nosotros no nos sirve para llegar a Dios, pues Dios es vida y nosotros, por naturaleza, estamos muertos espiritualmente. Estamos muertos a su sabiduría. Y ¿Qué más me da poder tener todo si en última instancia no tengo la vida? No tengo a Dios. “Porque la Sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los Sabios en la astucia de ellos”. 1ª Co 3:19

Manejamos dos conceptos distintos de sabiduría.

Por un lado los seres humanos hablamos de nuestra sabiduría, que desde la perspectiva de Dios es muy limitada, pero ella nos sirve para desenvolvernos y desarrollarnos en esta vida. Pero existe una sabiduría que va más allá de este mundo temporal y es aquella que Dios tiene y nos da en Jesucristo.

Dice el Señor: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Isaías 55:9 Es decir que la distancia que nos separa de Dios es infinita, y nosotros por ser seres finitos jamás podemos llegar por nosotros mismos hasta Él. ¿Por qué? Porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. 1ª Co. 2:14

La espiritualidad usa la inteligencia y usa las emociones, pero está más allá de ellas. Por eso Dios puede dar fe a un bebe y vincularse con él espiritualmente aun cuando este niño no desarrollo sus capacidades cognitiva de la manera de un adulto. Dios usa nuestro intelecto para decodificar y entender el mensaje de salvación, pero sólo la fe hace posible el correcto entendimiento, y confianza salvadora. La cruz es claramente una locura para muchos, una estupidez no digna de la sabiduría e inteligencia humana. ¿Qué clase de Dios sabio es este que hace semejante plan absurdo? Y aunque a muchos puede que esto no les parezca una tontería, el mero conocimiento no hace que ese mensaje de sabiduría eterna repercuta y afecte sus vidas.

La sabiduría salvadora es la que hace entender y aceptar la voluntad de Dios

“El temor al Señor es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” Prov. 9:10. El temor, es decir la correcta actitud ante el Dios santísimo es el principio de la sabiduría. Darle a Dios el lugar que le corresponde es realmente de sabios.

Ubicarnos a nosotros mismos como necesitados de perdón y a Cristo como nuestro salvador es la sabiduría más grande que uno puede alcanzar ¡que nadie te arrebate esta sabiduría que ha recibido! Por más que intenten desacreditar la fe diciendo que es cosa de gente tonta, débil o absurda, debes saber que allí radica todo mayor el bien que puedes tener. Y esto es un regalo que te fue dado. Con ella entendemos la misericordia de Dios para con nosotros: “¿Quién es Sabio y guardará estas cosas, Y entenderá las misericordias de Jehová?” Sal 107:43

La sabiduría de Dios se nos revela

La sabiduría salvadora de Dios es ajena a nosotros y nos es dada. “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Mateo 16:17 Y esto es “para que vuestra fe no esté fundada en la Sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. 1 Co. 2:5

La sabiduría de Dios está en su Palabra, la cual el Espíritu Santo usa para darnos la fe que abre nuestros ojos a la sabiduría de Dios: “y que desde la niñez has Sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer Sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”. 2 Ti 3:15

Sabiduría de Dios en la sencillez del ser humano

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace Sabio al sencillo”. Sal. 19:7. La sabiduría salvadora de Dios no está reñida con la sencillez y humildad del ser humano, ni siquiera con el desconocimiento de la sabiduría humana.

“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los Sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó”. Lc. 10:21

Pidamos abundar en la sabiduría de Dios

“Y si alguno de vosotros tiene falta de Sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. Santiago 1:5

El cristiano ama la voluntad de Dios y en ella encuentra toda sabiduría. Conocemos que nuestra propia voluntad y deseos son engañosos y por ello en su Palabra Dios no dice que pidamos sabiduría celestial: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda Sabiduría e inteligencia espiritual” Colosenses 1:9

Por fe dejamos todo y vamos a la cena de Cristo

La sabiduría de este mundo nos ata a las cosas de este mundo. Por ello en la parábola de nuestro Evangelio de hoy los invitados ponen escusas y se disculpan por no poder asistir a la Cena del Señor por cuestiones domésticas, y por tener que atender los asuntos de este mundo. Su sabiduría humana para los quehaceres de este mundo no les ayudó para ver que estaban rechazando la invitación del Gran Señor.

Nosotros somos aquellos que somos invitados y forzados a entrar por la fe. La fe nos da acceso a la sabiduría del Evangelio, pues con ella conocemos y aceptamos la voluntad de Dios de salvarnos en Jesucristo. Con ella entramos a la fiesta del cordero. Con ella entendemos que somos pecadores y recurrimos a Cristo en busca de perdón. Con ella nos apegamos a la Palabra y los Sacramentos. Con ella entendemos la locura de la cruz. Ella es la que nos hace entrar en la boda.

La fe nos fuerza, es decir, fuerza a nuestro viejo hombre y naturaleza autosuficiente que se resiste para quedarse en sus propios criterios y no entrar en la gran fiesta: “Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio”. 1 Co. 3:18 Gracias demos a Dios por darnos la fe por la cual nos apropiamos de la salvación en Cristo, quien es poder y sabiduría de Dios

LEAMOS 1ª Corintios 1:18-31

1:18 Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, Y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.

AMÉN.
Pastor Walter Daniel Ralli