domingo, 28 de noviembre de 2010

1º Domingo de Adviento.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a 1 Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

"Preparémonos, Cristo viene"

Isaías 2.1-5

Romanos 13.11-14

San Mateo 24.37-44

Sermón

INTRODUCCIÓN

Recibir visitas inesperadas, por gratas que sean, puede ponernos en apuros. Las visitas "sorpresas" no siempre ocurren en el momento más oportuno. Pueden encontrarnos desalineados, con la casa desarreglada o sin nada en la nevera para ofrecer. Coincidiremos por tanto que lo mejor para recibir visitas es que se anuncien previamente y así tener nuestro tiempo de preparación y espera, tiempo de mucha importancia para nosotros.

Cristo, la compañía más grata que podemos llegar a recibir, nos avisa de ante mano que vendrá a llevarnos con él, y nos dice que estemos preparados, y Adviento es una ocasión muy oportuna para recordarlo y prepararnos.

CRISTO VIENE

El anuncio de la venida de Cristo

Si bien no sabemos ni el día ni la hora en que sucederá (v. 36), el Señor vio la necesidad de avisarnos que vendrá y por ello este anuncio es parte básica de la doctrina cristiana llamada:
"Segunda venida de Cristo".

Pero absorbidos por nuestras rutinas, proyectos y preocupaciones cotidianas puede que no sea ésta la doctrina que tengamos más presente, y sin embargo es una promesa que afecta de lleno nuestra vida de fe. Los primeros cristianos estaban convencidos de que la venida de Cristo era inminente y sin embargo la demora en su cumplimiento se extiende hasta hoy. Esto puede hacer que su anuncio no cale hondo por considerarlo distante, remoto, o ajeno. Quizás en el fondo estemos convencidos que antes que Cristo regrese nos llegará la muerte. Pero más allá de nuestros sentimientos el Señor hoy quiere recordarnos que vendrá a buscarnos.

El anuncio genera reacciones

Algunos son indiferentes, otros se burlan abiertamente y, como en el diluvio en época de Noé, en ellos se cumplirá su filosofía de vida: "si no lo veo no lo creo", y no creerán hasta que el agua les llegue al cuello. Pero ahí ya será tarde. El anuncio de la repentina llegada de Cristo también puede producir miedo en aquellos que no saben qué es lo que va a suceder con sus vidas o rechazo por parte de quienes están seguros en sus propios paraísos terrenales. Sin embargo Cristo viene y el efímero reino humano que hayamos creado se derrumbará.

Quizás también nosotros seamos un poco reacios a esta doctrina. Tal vez la conozcamos pero no la creamos con tanta firmeza como otros aspectos de la fe cristiana. Puede incluso que dudemos de ella, que deseemos que no ocurra por encontrarnos bien aquí, o incluso que evitemos compartirla con otros por miedo al ridículo. Todo esto y aún otras cosas puede que nos suceda.

Pero Cristo hoy nos recuerda que vendrá ¿Porqué insistirá en ello?

La necesidad de recordar este anuncio

Jesús vendrá cuando menos lo imaginemos, y al recordarnos hoy esto Cristo pretende renovar:
El compromiso: Al esperar a alguien reavivamos el compromiso asumido y disponemos nuestro tiempo y mente para ese momento. El sentido de la vida: Recordar la venida de Cristo nos muestra que este mundo es pasajero y nuestra visión de él cambia. Las esperanzas: Cristo cumple sus promesas y una vida mejor, sin dolor ni llanto y sin pecado está por llegar.

Expectativa: Como cuando un niño espera la llegada de los Reyes. La ilusión se renueva y parece que su ánimo cambia y su dedicación a sus tareas en ese tiempo de espera es mayor.

Necesitamos mantenernos atentos, y Adviento es un buen tiempo para ello, pues recordamos que Cristo, aquél que había sido prometido al pueblo de Israel, ya vino, y con esa promesa cumplida nosotros nos preparamos para que se cumpla la promesa hecha a su nuevo pueblo, la iglesia. Cristo no nos ha olvidado ¡Él viene!

CRISTO VIENE A LLEVARNOS CON ÉL

Cristo no viene de paseo sino a llevarnos con él. Viene a buscar lo que es suyo, es decir a quienes por la fe le pertenecen. Esto significa que no se llevará con él aquello que no le es suyo. Habrá una separación. Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8 Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a 2

La imagen que nos presenta el Evangelio de esta separación es ilustrativa, aunque por no entenderla los "milenialistas" la usan para explicar doctrinas erróneas como por ejemplo la del "rapto" (arrebatamiento). Ellos dicen que Satanás será soltado y reinará mil años en la tierra y que antes de la "gran tribulación" Cristo hará desaparecer literalmente de este mundo a los cristianos dejando a los incrédulos aquí padeciendo los envites de Satanás. Los Testigos de Jehová y muchas corrientes evangélicas creen y enseñan este error.

Sin embargo la imagen nos habla simplemente de una separación entre los que pertenecen a Cristo y los que por su propia arrogancia, orgullo y pecado han resistido enfáticamente a la obra del Espíritu Santo ¿Qué diferencia a unos de otros? Ellos no se distinguen por sus apariencias o trabajos, pero sí por su fe y por ella el Señor los separa. Lo que marca la diferencia es la confianza que tienes en Cristo. La imagen enfatiza la sorpresiva llegada y la cotidianidad del momento. No hay que irse a un monasterio o a un monte a esperar la segunda venida, sino estar preparados en fe, sabiendo que con el regreso de Cristo el mundo tal y cual lo conocemos se acabará.

PREPARÉMONOS, CRISTO VIENE

Esperamos la venida de Cristo

"La espera desespera" reza el dicho y es verdad que si pasa mucho tiempo desde un anuncio puede ocurrirnos que llegue antes la relajación, la desmotivación, y con ella la dejadez. Cuando nos dejamos estar se nos nota pues andamos desprolijos y desalineados, "abandonados a suerte".

Y en esta vida las cosas no se detienen. Si uno cede un poco en algún aspecto de su vida seguro que otras cosas se apoderan de ese espacio. Nuestro tiempo, esfuerzo, ideales e incluso dinero es pretendido por muchos que esperan una oportunidad de cautivarnos. Nuestro tiempo de espera, si no lo invertimos adecuadamente, puede que se convierta en tiempo de abandono de la fe. A un huerto hay que quitarle la hierba sino se convierte en un malezal que ahoga el cultivo.

El tiempo de espera, por tanto, no es un tiempo para estar ociosos al estilo "bebamos y comamos que mañana moriremos". Este es un tiempo precioso que hay que utilizar sabiamente. Es el tiempo de "gracia", el tiempo de la "oportunidad", tiempo de "salvación". Es un tiempo misericordioso que Dios desea que administremos.

Tiempo para ejercer nuestra fe en Cristo

La fe salvadora se basa en que Cristo con su muerte y resurrección perdona nuestros pecados. Y como nuestro pecado es diario, también la misericordia del Señor se renueva cada día en nosotros. Eso nos hace prepararnos constantemente. Debemos estar limpios y presentables y eso es un trabajo diario. El Apóstol Pablo en la epístola de hoy nos exhorta a que nos vistamos del Señor Jesucristo y dejemos a un lado todo aquello que nos estorba. No debemos abandonarnos al pecado. La mugre se pega y cuanto más la dejamos más se adhiere. Limpiémosla a diario, oremos, cantemos, animémonos unos a otros, participemos en la Santa Cena, demos y recibamos perdón y anunciemos el Evangelio, mientras que nuestro Señor viene. "Vestíos del Señor Jesucristo"

Por lo tanto así como lavamos nuestra cara también necesitamos lavarnos diariamente en las aguas bautismales que fueron vertidas sobre nosotros en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Y así comenzar nuestro día, no dando lugar a los deseos de la carne, sino cada cual ocupándose fielmente de su oficio y ejercitando su fe en Él, "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres… porque a Cristo el Señor servís" Col. 3:23-24. Esperémosle dedicados a las obras agradables a Dios.

Tiempo para anunciar el Evangelio de Cristo

Así como Isaías lo manifiesta, es un tiempo para anunciar la paz en Dios a través de Jesucristo a todas las naciones. La Palabra que anunciamos tiene poder y el Espíritu Santo la usa para atraer a las naciones hacia sí. El anuncio de su venida atraerá a muchos que querrán ser enseñados "en sus caminos" y andar por "sus sendas". El tiempo de espera no es para estar acomodados en nuestro propio bienestar. Es tiempo para salir y darse a los demás. Dios dispone este tiempo para que muchos otros oigan el Evangelio. No debemos ser negligentes ni negarles esa posibilidad que Dios les está brindando. No es tiempo de egoísmo sino de entrega, nuestra entrega a la causa de anunciar el Evangelio de Jesucristo para salvación de muchos. Este es el tiempo de Dios para salvación de aquellos que oyen y creen en el anuncio del evangelio ¡Anunciémoslo!

CONCLUCIÓN

Los cristianos no sólo sabemos, creemos y confesamos la promesa de que Cristo vendrá, sino que esperamos su cumplimiento y nos preparamos para ello. En Adviento Cristo nos anuncia que vendrá otra vez y esto es para reafirmar que no estamos solos, que no se ha desentendido de nuestra vida sino que está esperando el tiempo apropiado. Porque su amor es tal que da un tiempo de gracia, tiempo de oportunidad para quienes aún no creen en Jesucristo. La espera tiene su razón de ser y es la misión. Tenemos que invertir todas nuestras fuerzas y dedicación en ella porque no sabemos cuándo se acaba este tiempo de gracia. ¡Que el Señor nos encuentre en fe y trabajando cuando regrese! Esperemos con ilusión, firmes en la Palabra y los Sacramentos.

Amén.
¡Maranatha, ven Señor! Walter Daniel Ralli Pastor de IELE

sábado, 20 de noviembre de 2010

La verdadera sabiduría y el fuego de la fe.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a

La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

Textos del Día:

Primera Lección: Daniel 7:9-14

Segunda Lección: 1 Tesalonicenses 5:1-11

El Evangelio: Mateo 5:1-13

Sermón

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

ASPECTOS GENERALES

El año de la iglesia finaliza con las lecturas de los últimos domingos donde nos pone a los cristianos ante la segunda venida del SEÑOR en la parusía, en el juicio final. En esa segunda venida Él ya no se presentará ante nosotros escondiendo su gloria como Dios-el Hijo sino que vendrá glorioso y triunfante para ejercer su misión de ser juez de vivos y muertos.

Oír hablar de la venida del SEÑOR puede suscitar en nosotros muchos sentimientos. Algunos tal vez piensen que la venida del Señor será un modo de escaparse de algo: la crisis económica, problemas familiares, enfermedades etc. pero el mismo Señor que un día volverá nos indica en esta parábola quienes son los que realmente se van a liberar de todo eso para siempre. Quienes van vivir eternamente con Él, libres de pecado, de enfermedad, de problemas, de angustias etc.

La parábola nos dice, al igual que en otros muchos pasajes que Cristo, el SEÑOR, vuelve a por su iglesia. Él es el esposo y la iglesia es su esposa. Esta analogía del esposo-Dios y la esposa-iglesia la vemos en el A.T. en el Cantar de los Cantares y en el N.T. de modo explícito en Efesios 5. El SEÑOR, Cristo, es el esposo que ofreció su vida al Padre para rescatar a su esposa: la iglesia, la una santa y universal. Las vírgenes somos los cristianos

Es una parábola sobre sensatez y necedad. La sensatez y la necedad difieren mucho si las definen Dios o los seres humanos y aquí vemos donde está la sensatez de las vírgenes sensatas y la necedad de las insensatas. ¿Dónde está la sensatez y la insensatez cuando se aproxime el fin de este mundo y el retorno del SEÑOR o cuando nos enfrentemos a la muerte?

Es una parábola algo dura, si observamos la actitud del esposo y la de las vírgenes sensatas hacia las insensatas, pero quizá nos ayude un poco para entenderla el echar un vistazo a las costumbres nupciales de la época.

La pareja nupcial no iba de luna de miel, como ahora, sino que durante los festejos eran tratados como auténticos reyes mientras permanecían en su hogar. Las celebraciones se extendían a lo largo de una semana. Nadie sabía el momento exacto cuando el novio aparecería, o bien por la noche o tal vez durante el día pero el tema importante es que cuando el novio llegaba, los que le esperaban tenían que estar preparados para acompañarle en procesión Nadie podía incorporarse a la celebración después de la llegada del novio. El novio llega y las vírgenes insensatas o necias, como las conocíamos cuando yo era niño, no tienen aceite suficiente para mantener la lámpara encendida y van, a instancias de las sensatas, a comprar más. Mientras que están comprándolo llega el novio, la boda empieza y ellas se quedan fuera de toda la ceremonia.

¿QUÉ NOS DICE DIOS EN ESTA PARÁBOLA?

El aceite que está en la lámpara es el aceite del Espíritu Santo, es decir: el EVANGELIO y los SACRAMENTOS de Jesucristo, los medios por los que el Espíritu Santo enciende la mecha de la fe y la mantiene encendida contra viento, marea, fríos de madrugada o calores veraniegos de mediodía. La boda es el cielo y a allí únicamente podemos entrar con la fe que el Espíritu Santo ha encendido y preservado en nuestros corazones. Las diez vírgenes representan la totalidad de los miembros de la iglesia, al menos con una adhesión externa. Las cinco vírgenes prudentes o sensatas son los verdaderos miembros de la iglesia de Cristo, de su esposa, por medio de la fe en El.

Las cinco vírgenes necias son miembros nominales de la iglesia pero que a base de ningunear el EVANGELIO y los SACRAMENTOS no confían en la insensatez de la cruz, oyen la predicación, pero les entra por un oído y les sale por el otro, no la escuchan ni la prestan atención. El EVANGELIO les parece algo sin importancia, aburrido, una tontería, una locura, una insensatez. No le encuentran ninguna utilidad. Cuando llegue el esposo se encontrarán con la lámpara apagada, no habrá aceite del EVANGELIO que sature la mecha y arda. Sus lámparas no tendrán luz alguna.

Todavía, ahora, podemos escuchar el EVANGELIO del perdón de los pecados por causa de Jesús. Todavía, ahora, podemos creerlo. Todavía, ahora, podemos encontrar resguardo en Dios nuestro Refugio, es decir en Jesús. Todavía podemos encontrar su perdón y gracia en la “necedad” del Santo Bautismo que nos acompaña toda nuestra vida porque el pacto y la promesa de Dios son irrevocables. Todavía podemos encontrar perdón en la Santa Cena de su cuerpo y sangre.

Cristo el SEÑOR va a volver a por su iglesia pero no todos los que se dicen cristianos pertenecen a la iglesia de Cristo, están afiliados por así decir, pero no son miembros vivos. No tienen la “sensatez” de Dios. No entienden nada de la necedad del Evangelio. Están bautizados pero su bautismo no les sirve de mucho porque no creen en sus promesas, la lámpara está apagada.

Oyen la absolución, el perdón de los pecados, pero no se apropian de él. Reciben el cuerpo de Cristo que da perdón de pecados, vida eterna y salvación pero no reciben ni perdón, ni vida eterna ni salvación. Rodeados de tantos medios de gracia y perdón no los aprovechan. ¿Por qué les ocurre esto? Porque no ven lo que realmente importa, no ven la única cosa necesaria. Porque no atesoran la Palabra, no la guardan, no la aprecian, no la creen, no confían en ella. No se dan cuenta que su lámpara está vacía. No se dan cuenta de que necesitan al Salvador, su Evangelio, sus sacramentos. No se dan cuenta de la gravedad de su situación ante Dios, por eso no son sensatos, no son sabios, en realidad son necios, completos necios por muy sabios e ilustrados que aparezcan a los ojos humanos. La ley no les ha convencido ni roto ni machacado. Si no hay mala noticia ¿Cómo va a haber buena? En su insensatez dicen “todo el mundo actúa así” “yo no soy peor que otros”, “soy un buen vecino del barrio o del pueblo”, “¿Cómo voy a ser igual de pecador que tanto malo como hay por el mundo?”.

El SEÑOR al dar la Gran Comisión dice a sus discípulos “Ir y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado…” Mateo 28:19-20. Los sensatos a los ojos de Dios guardan, atesoran, acumulan y tienen en gran estima la Palabra de su Señor. Ese es el aceite que hace arder su lámpara.

En otros casos las lámparas de las vírgenes necias no lucen porque el aceite no es el aceite del Espíritu Santo: el Evangelio puro y los sacramentos según Jesucristo los instituyó. No tienen el evangelio verdadero, el único que puede encender la lámpara. No sirve cualquier aceite, no sirve el aceite de los sabios y entendidos de este mundo pero que a los ojos de Dios son insensatos y necios. El evangelio, el único, el que hace lucir la lámpara es Jesucristo crucificado por nosotros.

Esta es la verdadera sabiduría a los ojos del SEÑOR y que es necedad a los ojos del mundo.

LEER 1 Corintios 1:18-25.

Las vírgenes sensatas no lo son a los ojos del mundo y las necias no lo son según los estándares humanos. Dios es el que determina la sensatez o la necedad en lo referente a la salvación.

Esta es la razón por lo que es tan importante para nosotros oír o leer la predicación, leer la Palabra, acudir a la Santa Cena. La fe no crece en los árboles, no tenemos otros medios de mantener la lámpara encendida. La sabiduría humana se basa en la fuerza pero solamente podemos entender la sabiduría de la cruz cuando estamos desesperados, débiles y abatidos. El Evangelio es para los que se ven incompletos, pecadores, faltos, defectuosos…. porque el Evangelio es Jesús sufriendo precisamente por estos.

La verdadera sensatez, por tanto, es aferrarse al Señor muerto y resucitado o como me gusta decir al Dios manifestado en una cuna, en una cruz y en una cripta vacía y desechar todas las demás teorías que nos inundan todos los días y por todas partes. En Jesús tenemos toda la sabiduría y sensatez que necesitamos y que no se manifiesta con orgullo sino con la humilde confesión de nuestros pecados. Si nos enorgullecemos que sea en la cruz de Cristo, en su muerte en la cruz, en su triunfo sobre sus y nuestros enemigos, en la libertad gloriosa que ha ganado para nosotros, en el alto precio que ha pagado para que seamos suyos y cuando vuelva nos encuentre con la lámpara bien encendida, saturada de su evangelio de perdón, gracia, vida y salvación. Que así sea. Amén

Javier Sanchez Ruiz.

sábado, 13 de noviembre de 2010

26º Domingo después de Trinidad.

La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

26 Domingo después de Trinidad

“Con Cristo no hay temor al juicio divio”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Daniel 7:9-14

1ª Tesalonicenses 5:1-11

Mateo 25:31-46

Sermón

Ante el tribunal divino

Las tres lecturas de hoy, mencionan un mismo hecho pero desde tres perspectivas diferentes, y además aportan detalles complementarios sobre ello. Nos encontramos ante una situación trascendental, grave, determinante para nuestro futuro, nada más y nada menos que ante el juicio final.

Un juicio, es por definición un acontecimiento que genera inquietud, hace aflorar nerviosismo, temor, incertidumbre. Nos exponemos a ser sometidos al peso de la Ley, a ser medidos con su balanza. La persona juzgada se siente el centro de todas las miradas, el objeto de elucubraciones y razonamientos que determinaran su situación actual, y en los casos más relevantes, toda su vida. Un juicio es en definitiva, una situación que la mayoría de la gente prefiere evitar, sobre todo porque el resultado es siempre una incógnita, y existe la posibilidad de perder en el mismo.

Y he aquí, que esto es precisamente lo que los tres textos mencionados, nos traen ante nosotros.

Anuncian con igual claridad y rotundidad no un mero juicio más, sino el juicio de las naciones, y nuestro propio juicio ante el tribunal supremo y divino.

En primer lugar Jesús nos habla de su regreso a la tierra, junto a sus ángeles, para ocupar su trono glorioso. Este hecho de por sí debería ser motivo de gozo y alegría para la humanidad: el Príncipe de la paz (Is.9:6), el dios de amor y perdón, vuelve a la tierra. ¡Qué maravillosa noticia!, pensamos los creyentes. Pero, casi sin darnos lugar para celebraciones, ni tiempo para disfrutar de semejante acontecimiento, Jesús nos dice seguidamente: “y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (v.32).

Es decir, Jesús no viene a hacerse cargo de todo el rebaño humano, no viene a pasar por alto la situación espiritual de los hombres, no trae bajo el brazo un perdón indiscriminado, nos dice la Palabra. Viene por el contrario a hacer cumplir la justicia divina en su faceta escatológica, del fin del los tiempos, viene en definitiva a establecer su reino con aquellos que son realmente miembros de su rebaño. Sigue diciendo Jesús “y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda” (v.33). Cristo establece una frontera clara entre unos y otros, creyentes e incrédulos, una separación física donde unos a su derecha tienen preeminencia, y otros la pierden. Son estas palabras inquietantes, las que de un plumazo puede que hayan borrado aparentemente nuestra espontánea alegría por este regreso de Cristo. Ahora quizás ya reina en el ambiente una cierta inquietud, un temor que se respira alrededor. Quizás muchos esperaban un regreso sin relación con nuestra vida de fe, un borrón y cuenta nueva, como se suele decir.

Pero este Cristo sin embargo, se nos presenta ahora como Señor del Universo, como juez divino que viene a aplicar la justicia de Dios, nada más y nada menos.

El apóstol Pablo además, nos recuerda que esta venida, este juicio, se nos presentará sin previo aviso, sin tiempo para plantearnos opciones o alternativas. “Como ladrón en la noche” (1 Tes. 5: 2), usando una metáfora muy ilustrativa. Nuestra realidad se detendrá en un segundo, nuestro mundo y todas sus preocupaciones sociales, políticas, financieras, absolutamente todo se parará como se para una peonza que deja de girar. Lo que hasta hace un momento era importante en nuestras vidas: relaciones personales, trabajo, salud, prosperidad, posesiones, todo esto pasará a un segundo plano casi sin darnos cuenta. Nuestras seguridades se desvanecerán como el humo: “cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (v.3). Todo perderá de golpe su sentido, y nos encontraremos de repente frente al trono glorioso de Cristo y su juicio a las naciones.

¿Debe esto realmente generarnos inquietud?, ¿hemos pensado en este momento con temor o por el contrario debe ser un momento de gozo y paz para el creyente?, En definitiva ¿tememos a este juicio divino? Ciertamente, somos “hijos de la luz” (v.5), como una vez más el apóstol nos recuerda, y para los que por medio de la fe en el sacrificio de Cristo, han sido justificados ante Dios, nada hay que temer en realidad. Para nosotros, los justificados en la sangre del Cordero, este juicio es sencillamente el anuncio de lo que en realidad ya sabemos: que “no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (v.9-10). Llevamos el sello de nuestro bautismo: nuestra fe en Cristo, ante este tribunal divino, y con ello enarbolamos la bandera de nuestra salvación y vida eterna. Los cristianos deberíamos pues esperar este juicio no con temor o inquietud, sino con alegría y con “la esperanza de salvación como yelmo” (v.8).

Los benditos de Dios y su relación con el Cristo

Dice Jesús también en su Palabra: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (Mt. 5: 35-36).

Se acusa a los luteranos desde algunos sectores del cristianismo, de despreciar las buenas obras.

De predicar una fe cómoda, meramente asertiva, que solo requiere decir con la boca “creo”, pero no con el corazón. Los que así hablan, en realidad no solo no han entendido la doctrina luterana sobre las obras, sino que además no han entendido el Evangelio mismo. Vamos a profundizar un poco en esta relación entre la fe y las obras.

Dios preparó para sus hijos espirituales su reino, desde antes que el mundo existiese, pues forma parte de su proyecto para el ser humano, el que éste comparta la eternidad junto a Él. Ellos son los que Jesús llama “benditos de mi Padre”. Pero ¿quiénes son realmente estos?. En sus palabras, Jesús muestra los signos distintivos de aquellos que han sido declarados justos (bendecidos) en Cristo Jesús: atención al necesitado, compasión, preocupación por el prójimo.

Pero !cuidado!, es importante no confundir los signos y los frutos de una fe verdadera, convirtiéndolos en causas de la recompensa suprema: la vida eterna junto a Dios. Los mismos justos que Jesús menciona se sorprenden cuando se les menciona el haber atendido a Cristo por medio del prójimo, pues para ellos sus buenas obras no han sido hechas como moneda de cambio de su salvación. Han actuado por amor al prójimo sencillamente, y han amado porque Dios los amó primero a ellos enviando a morir a su Hijo en su lugar, y para su salvación (1 Jn 4:10). Sus buenas acciones en realidad tampoco son suyas, sino de Dios, pues si han merecido ser tenidas en cuenta lo son porque parten de la fe verdadera, y en definitiva porque parten del amor de Dios mismo y han sido predispuestas por Él (Ef.2:10). En resumen: las buenas obras son tenidas en cuenta por Dios, en tanto que son la expresión dinámica de su amor en nuestra vida y en la vida del prójimo; pero es sólo por medio de la fe en Cristo por lo que nos hacemos merecedores de la vida eterna junto a Él (Rom 3:28).

Por contra, los apartados a su izquierda, los que desde la incredulidad y la dureza de corazón no han conocido a Cristo en sus vidas, los que han rechazado la gracia y han entregado sus vidas al señor de este mundo, estos irán “al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (v.41).

Son palabras duras, que ciertamente producen pavor, y que en más de una ocasión son objeto de burla en nuestra sociedad. Vivimos en malos tiempos para proclamar un mensaje tal, pero como creyentes, es nuestra obligación advertir seriamente de las consecuencias del pecado, de la incredulidad y del rechazo a Cristo en nuestras vidas.

Vivir preparados, sin temor al juicio, con esperanza

Asistir a un juicio requiere una preparación seria, saber qué se va a decir, qué se debe decir y qué no, también cómo dirigirse al Juez. Hace falta presentarse con un abogado, con alguien que pueda presentar una buena defensa de nuestro caso, alguien que supla nuestra ignorancia sobre las leyes. Es un proceso con cierta complejidad. Pero en el juicio divino hay cosas que juegan a nuestro favor como creyentes, e incluso que sabemos de antemano. Veamos algunas de ellas:

1.- Sabemos que hemos sido justificados en Cristo Jesús, y que con ello Dios nos asegura la vida eterna junto a Él. (Rom.5:1)

2.- Sabemos quién es el juez supremo, y que este juez es infinitamente justo. (Sal.119:142)

3.- Sabemos quién es nuestro abogado: Cristo Jesús, el cual cubre nuestro pecado con su sangre. (Ef.1:7)

4.- Sabemos que seremos llamados a este juicio, pero en el caso de los creyentes, seremos llamados para escuchar las buenas nuevas de nuestra salvación. (1 Tes.5:9)

5.- Sabemos que en este juicio seremos contados entre las ovejas del rebaño de Cristo. (Jn.10:3)
Ahora bien, todo esto que sabemos y que nos da paz y tranquilidad ante este juicio, no debe hacer que nos abandonemos y descuidemos nuestra fe. Escuchemos por tanto las advertencias del apóstol Pablo cuando dice “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (v.8). Estemos pues atentos hermanos, fortalezcámonos continuamente por medio de la Palabra, la oración y los Sacramentos, y sobre todo animémonos y edifiquémonos unos a otros en la esperanza de que en aquél día, la llegada de Cristo a la tierra y el día del juicio a las naciones, será para nosotros motivo de alegría y gozo sin fin.

Sigamos finalmente en todo, también la exhortación del apóstol Pedro:

“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación.

Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.” (2 Pedro 3:14-15; 17-18)

Que así sea, Amén.
J. C. G.
Pastor de IELE

martes, 9 de noviembre de 2010

Carta pastoral.

Estimados amigos en Cristo:

Con estas breves líneas, vuestros pastores queremos compartir con vosotros algunas sencillas reflexiones, desde una visión espiritual de la realidad, para caminar juntos en este Camino que es la vida de fe.

¿Quién anda ahí?

Escuchar a alguien y no poder identificar quién es nos suele desconcertar. ¿Quién ha dicho eso? Para nosotros es muy importante reconocer y vincular una palabra o un discurso a alguien concreto. Esto nos da seguridad y un parámetro válido para medir el impacto de esas palabras a la luz de quién las pronuncia.

En mi vida diaria intento identificar ¿quién anda ahí?, o ¿quién es el que dijo eso? Y no es que sea bipolar, más bien soy simul iustus et peccator. En mí, como en todo cristiano, conviven dos naturalezas e ignorar sus existencias y no identificarlas claramente, además de ingenuo, es contrario a la Palabra y causa confusión y dolor. El viejo hombre combate contra el nuevo por hacerse un lugar y salir a la luz. Por eso es bueno preguntarnos: ¿Quién está hablando: El viejo hombre lleno de rencor, orgullo, egoísmo, etc., o el nuevo hombre, lleno de paz, amor, benignidad, etc.?

Diariamente aprendo e intento rastrear de dónde nacen mis palabras. Y para ello el único parámetro válido es la Palabra de Dios y la definición que ella hace de las características de "la carne y el espíritu": El hombre carnal nacido a imagen de Adán o el espiritual creado a la imagen de Cristo.

Os recomiendo ejercitaros diariamente a la luz de la Palabra, a fin de identificar cuándo vuestro viejo hombre desea irrumpir y así acallarlo a tiempo, o si no ha sido posible contenerlo, saber reconocer vuestro desacierto y pedir perdón a Dios y al prójimo víctima de nuestras luchas.

Aplicando este criterio a los demás, también podremos perdonar con mayor facilidad los desaciertos que otros cometen con nosotros.

LECTURA RECOMENDADA: Efesios 4:22-24, Gálatas 5:13-26

walter.ralli@luteranos.net

P. Walter Ralli

La religión ¿cosa de viejos?

Suelo pasarme de vez en cuando a charlar con mi amigo Alberto, párroco católico del barrio donde vivo. Hablamos de lo humano y lo divino, y siempre que le pregunto por la parroquia puedo observar cómo la presencia de los jóvenes ha menguado significativamente. Las cosas en el lado protestante no van mejor, no crean, pues de una de las históricas iglesias evangélicas de Sevilla sólo quedan algunas personas dispersas. En otra iglesia sevillana protestante, también histórica, el panorama de un domingo cualquiera es desolador: no más de diez personas con sus más que respetables canas.

Observando al nutrido grupo de niños que tuvimos en la última Asamblea en Madrid, me asaltó la pregunta: ¿Y nosotros?, ¿nos pasará igual dentro de unos años?, ¿veremos nuestra IELE
despoblada de jóvenes y niños en un futuro? Y ahora viene la pregunta del millón: ¿cómo evitar esta situación? La cosa no parece fácil en principio, ¿o quizás sí? Queda claro que no hay recetas "mágicas", ni técnicas secretas para retener a un joven dentro de la comunidad. Pienso que una buena educación cristiana, empezando por el hogar, es fundamental. Luego viene lo difícil, que es ayudarlos a no ser deslumbrados por los atractivos sin fin de nuestra sociedad, es decir, enseñarlos a ser parte del mundo, pero sin que por ello tengan que renunciar a sus valores o a su fe, en el peor de los casos.

Estaremos de acuerdo que el papel de la familia es fundamental, pues son las primeras "iglesias" donde nuestros niños, y luego jóvenes, vivirán su fe y se impregnarán de los valores que los acompañaran toda su vida. Estemos atentos a este punto, y cuidemos de nuestros hijos, pues ellos son el futuro de nuestra Iglesia, sin presionarlos, sin forzar nada, con sabiduría. El resto queda en manos del Espíritu Santo.

LECTURA RECOMENDADA: Proverbios 22:6, 2ª Timoteo 3:15


P. J. C. G.

La vida ¿fuente de problemas?

El otro día en el parque he visto algo que me llamó la atención. Una niña de unos diez años tratando de pasear a un perro. Digo tratando porque parecía que en realidad el perro la paseaba a ella. Cuando la niña llegó a los juegos, estaba exhausta, no podía más, hasta se le habían quitado las ganas de jugar en el parque. Sólo quería sentarse y dejar pasar el tiempo. Su padre la acompañaba y luego la ayudó a retornar a casa.

Me hizo pensar en nuestras vidas. Hay cosas que deberían ser un placer y están para que las disfrutemos, pero terminan siendo un suplicio, un dolor de cabeza o algo de lo cual queremos huir: Jefes que no nos comprenden y complican la vida laboral, empleados que no cumplen con sus trabajos, hijos que no realizan lo esperado, padres que no saben amoldarse a los pensamientos y exigencias de sus hijos, amigos, cónyuges, etc.; y así podemos mencionar un sin fin de complicaciones. Tú tendrás tus propias situaciones que te hacen pensar que la vida te va arrastrando por donde ella quiere, y no justamente por donde tú deseas. Déjame recordarte que hay un Dios, tu Dios, que camina y lucha a tu lado, sufre y se alegra contigo.

Ese Dios ha afirmado que estará acompañándote dónde quieras que vayas, todos los días de tu vida (Mateo 28:20), que no te abandonara ni dejará (Josué 1:5, 9). Aun cuando estés agotado de todas tus tareas puedes esbozar una sonrisa, como aquel que tiene un "as" en la manga y sabe que ha ganado la partida. Puedes estar seguro, como esa niña sabe que su padre llevará el perro a su casa, de que tú también tienes un Padre que te ama, acompaña y cuida en aquellas cosas que te agotan.

Cuando estés exhausto o veas que los problemas te superan, respira hondo y recuerda las promesas del amor de Dios para tu vida.

LECTURA RECOMENDADA: Romanos 8:35-39

gustavo.lavia@luteranos.net

P. Gustavo Lavia

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IGLESIA EVANGÉLICA LUTERANA ESPAÑOLA

domingo, 7 de noviembre de 2010

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Dios reforma constantemente a su Iglesia”

Textos del Día:

Primera Lección: Jeremías 2:4-13

Segunda Lección: Romanos 6:15-19

El Evangelio: Juan 8:31-36:

Sermón

La gracia y paz de nuestro Señor y Salvador Jesús estén en vosotros ahora y siempre.

Ya ha pasado el domingo donde los luteranos y muchos otros creyentes celebran el día de la reforma. Pero igualmente hoy quiero hablar sobre ello. En primer lugar me gustaría preguntaros qué cosas os vienen a la mente cuando piensan, oyen o leen sobre la Reforma. Quizá alguno pueda decir: Martín Lutero. Aquí quiero hacer una salvedad porque hay quienes me han mencionado a Martin Luther King. Esta persona no es la misma que la anteriormente mencionada. Otras cosas que se piensan sobre la Reforma de la iglesia: Aniversario del nacimiento de la Iglesia Luterana. Las 95 tesis. Redescubrimiento del Evangelio. Indulgencias. Iglesia Católica. Poder. Construcción de Iglesias. La Biblia en idioma del pueblo, etc.
A partir de la Reforma se acuño un refrán que dice “La Iglesia siempre en reforma”.

Y es verdad la iglesia siempre está cambiando, siempre se está reformando. Es la Palabra de Dios que continuamente cambia y transforma a la Iglesia. Cuando la escuchamos, tiene un efecto transformador y renovador en nosotros. Ella mata y da vida. Nos muestra nuestros pecados y por ello es que nos arrepentimos. También nos muestra a nuestro Salvador y por ello nos regocijamos y descansamos en paz, ya que nos da Cristo. Es al mismo tiempo dolorosa y alegre. El Espíritu Santo está siempre trabajando en la iglesia por medio de ella. Es por ella que llama, ilumina, congrega y santifica a toda la iglesia en la tierra. Esa es la reforma que se está produciendo constantemente en la Iglesia. Eso es lo que también hoy en este servicio está sucediendo. Dios reformando a personas pecadoras, transformándolos de pecadores en santos.

El Evangelio de hoy habla sobre esa reforma. Habla de permanecer en la Palabra de Jesús. “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.”

Pero ¿Qué quiere decir Jesús cuando dice: “Si permanecéis en mi palabra”? La palabra “permanecer” en griego a menudo también se traduce como “esperar en” o “vivir en” o “estar vinculado o unido a”. Así que Jesús está hablando de vivir en, o estar unidos con la Palabra de Dios. Jesús mismo es la Palabra de Dios. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, dice Juan. Jesús, nuestro Salvador, el Verbo encarnado, fue concebido y nació de la Virgen Maria. Él vivió una vida humana y fue clavado en la cruz para redimir el pecado de todo el mundo. Murió y fue resucitado de entre los muertos para unirnos con Dios de nuevo. Permanecer en la Palabra significa descansar en la vida, muerte y resurrección de Jesús y creer que lo que Jesús hizo lo que hizo por ti y por mí, para nuestro perdón de los pecados a fin de que podamos ser llamados hijos de Dios.

Volvemos a la pregunta anterior ¿Cómo permanecemos en esta Palabra de salvación? Es necesario afirmarnos de que esa Palabra con todos sus beneficios llegó a nosotros de varias maneras. Una de las formas que muchas veces no recordamos o no utilizamos es cuando lo hizo en nuestro bautismo. Permanecer en Jesús y su palabra es vivir nuestro bautismo a diario. Quizá ni te acuerdes de ese momento porque eras un recién nacido, pero allí Él te llamó e incorporó a su familia. Cuando el agua se vertió en tu cabeza y la Palabra fue pronunciada por el pastor, fuiste revestido de Cristo. Desde allí has pasado a formar parte del cuerpo de Cristo. Has sido lavado con agua y con la Palabra. Eso es estar inmerso en la Palabra de Dios y en su nombre. Has sido cubierto con la justicia y perfección de Jesús, y esto es lo que ve Dios en lugar de ver tu pecado. Permanecer en Jesús es confiar, recordar y disfrutar la nueva vida que Dios te ha otorgado en tu bautismo.

Dice San Pablo que “la fe viene por el oír”. Permanecer en Jesús y su Palabra es escuchar la palabra de Dios y aferrarse a ella en la fe e intentan guardarla. Cada vez que nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios a leer y explicarla estamos viviendo y permaneciendo en la Palabra de Jesús. Esa es una de las cosas que la Reforma iniciada por Martín Lutero ha obtenido. Él entendió que si la gente escucha y entiende la Palabra de Dios, el Espíritu de Dios obra en sus corazones. Lutero dijo que la iglesia, las personas redimidas, son la voz Dios. Es el lugar donde Dios habla y se instruye a su pueblo. Ese es el lugar donde el Evangelio es predicado y oído.

Permanecer en la Palabra de Dios también es recibir los dones que él da. Su cuerpo y su sangre dado y derramada por vosotros para el perdón de los pecados. “Tomad, comed, esto es mi cuerpo... Tomad, bebed esta es mi sangre” dijo Jesús. Y con esas palabras nos da su cuerpo y su sangre para comer y beber salvación. Estas palabras hablan de nuestra mayor necesidad, porque nos han sido “dado y derramada por vosotros para el perdón de todos los pecados”. Permanecer en Jesús es vivir en Él y recibir de Él el alimento que necesitamos. Nosotros permanecemos en Jesús cuando tomamos y comemos y tomamos y bebemos, su cuerpo y su sangre.

Sin embargo, podemos rechazar la palabra de Dios en vez de vivir o permanecer en ella. Dios no fuerza a nadie a permanecer en su palabra. Mucha gente cotidianamente rechaza las cosas de Dios. Las Biblias permanecen cerradas en las estanterías, acumulando polvo. Nos olvidamos de nuestro bautismo y olvidamos las promesas de Dios que se nos dan por medio del bautismo. Vivimos como si el ser una persona bautizada por Dios no significara nada de nada... y muchas veces nuestras vidas son totalmente indistinguibles de las vidas de aquellos que no tienen ninguna fe. La Cena del Señor es evitada, se toma a la ligera o incluso no se cree necesaria. Y a veces sólo se pasa a la Mesa del Señor solo por el qué dirán o buscando cosas que Jesús no prometió que nos daría allí. Olvidándonos de lo que Jesús nos está ofreciendo allí. Cuando se rechaza e ignora las cosas de Jesús, ignoramos su Palabra. Rechazar la Palabra de Jesús es rechazar a Jesús mismo.

Cuando permanecemos en la Palabra de Jesús se nos da una maravillosa promesa: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Dios nos promete y da libertad cuando permanecemos en su Palabra. Sin embargo, nuestras vidas no se rigen por la libertad, sino por la esclavitud. Las palabras de Jesús nos recuerdan que vivimos bajo la esclavitud. “Todo aquel que practica pecado, esclavo es del pecado”. Desde la más pequeña mentirita piadosa a nuestros peores deseos todos merecen la ira de Dios y su castigo. Trate, sólo por un día, de realizar sus rutinas y vivir sin pecar, pronto se dará cuenta de cuan esclavo es del pecado y cuán grande es la deuda que tiene para con Dios. El pecado permanece en nosotros, en cada respiración, cada pensamiento, estamos completamente impregnados de él. Somos esclavos de él.

Jesucristo vino a liberarnos. Él tomó la naturaleza de un esclavo, se hizo un ser humano, para que los esclavos fueran libres. Nos compró y nos ha liberado de la esclavitud por medio de su vida, muerte y resurrección. Él te ofrece esa libertad hoy mismo, aquí, al igual que lo hace cada vez que ofrece su Palabra para ser oída, al igual que ofrece su Palabra más el agua para ser vertidas en el bautismo y su cuerpo y sangre para ser comido y bebido. ¡Eres libre! Jesús lo dice y sella esa promesa con su propia sangre. “Y si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres”.
Cuando permanecemos en la Palabra de Jesús somos verdaderamente libres. Somos libres de culpa y castigo. “Por lo tanto, ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús”. La ley que nos acusaba es la misma ley que clavó a Jesús en la cruz. Nuestra culpa fue colocada donde él estuvo. Cuando Dios nos mira, en vez de ver nuestro pecado, ve a Jesús. Él miró a Jesús en la cruz y lo castigó por nuestros pecados allí. Nuestra culpa y nuestro castigo han muerto con Jesús y ya no tienen que ser parte de nuestras vidas.

Cuando permanecemos en la Palabra de Jesús es que somos libres de la esclavitud del pecado. Es cierto que todavía luchamos con el pecado todos los días y vamos a seguir luchando con él todos los días hasta nuestras muertes o hasta que Jesús venga de nuevo. Nuestra vieja naturaleza pecaminosa todavía se aferra a nosotros y nos impide ser verdaderamente libres como Jesús nos hace. Pero Él no nos ha dejado solos en esta lucha, sigue batallando por nosotros. Ya no vivimos bajo el señorío del pecado, este no es la fuerza impulsora de nuestras vidas. Vivimos bajo el señorío de la cruz de Jesús. Cuando el pecado quiere hacer sonar sus cadenas ante nosotros para hacernos notar su presencia y el supuesto señorío que tiene sobre nosotros, solo tenemos que permanecer en la Palabra, esta nos llevará a la cruz de Cristo, nos afirmará en su obra y las cadenas opresoras serán rotas. Los pecados que te afectan a diario no tienen por qué controlarte más.

Somos realmente libres para ser hijos de Dios. Podemos orar a Dios como Jesús nos enseñó diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos”. Y como dice Lutero “Dios quiere atraernos para que creamos que Él es nuestro verdadero Padre y nosotros sus verdaderos hijos, a fin de que le pidamos con valor y plena confianza, como amados hijos a su amoroso padre”. Permanecer en la Palabra de Jesús es uno de los mayores privilegios tienen los hijos de Dios, a fin de vivir siempre una correcta relación con Dios. El pecado ya no bloquea esa relación. Nosotros libremente podemos acercarnos a Dios y pedirle lo que necesitamos.

La libertad en Cristo es la libertad del miedo. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

Recuerda que la Palabra es Jesucristo. Él es el que vivió y murió, fue crucificado y resucitado por ti. Permaneced en su Palabra y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres, porque has sido vivificado y perdonado de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo Amén.

Pastor Gustavo Lavia.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Día de la Reforma.

Este sermón ha sido predicado en octubre del 2000 por el entonces misionero de MELE Marcos Berndt.

SERMÓN PARA EL 483º ANIVERSAIO DE LA REFORMA - Colegio Evangélico El Porvenir –
Madrid

¿Para qué ser “luterano”?

Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro Padre, os sean multiplicadas, por los méritos de Cristo, y mediante la obra del Espíritu Santo. Amén.

Próximamente, el 31 de octubre, se recordará el aniversario nº 487 de la Reforma, liderada por Martín Lutero, mediante la cual Dios restauró la enseñanza pura de su Palabra en la iglesia. Por ello vamos a meditar en un texto bíblico que nos recuerda las enseñanzas fundamentales que creyeron los reformadores, con la esperanza de imitar su fe. En Romanos 10:5-13 dice: “La de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas.

Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del señor, será salvo.”

En Cristo, queridos hermanos y hermanas en la fe:

Durante una clase de catequesis el pastor le preguntó a los niños: -¿Qué es un santo? –Mirando un vitral de la iglesia, con la figura de san Pablo predicando, un niño contestó: -Un santo es alguien que deja pasar la luz a través de él.

Esta ingenua respuesta dice una gran verdad. Un siervo de Dios no irradia la luz de su sabiduría o virtud personal, sino la luz -la sabiduría y el amor- que viene de lo alto, del Padre de las luces (Stgo. 1:17).

Esto se puede decir de Martín Lutero y es así como él quiere que lo recordemos: que por mirar al árbol, no dejemos de ver el bosque. Recordaremos, pues, la Reforma desde ese punto de vista:

Viendo a través de esos hombres, que fueron instrumentos en manos del Señor de la iglesia, la luz de la palabra de Dios, que es “lámpara a nuestros pies y lumbrera en nuestro camino” (Sal. 119:105). Con esa intención nos preguntaremos: ¿Para qué ser “luterano”?

I – En primer lugar, para creer correctamente

Es evidente que el ser humano necesita encontrar respuestas a preguntas tales como ¿de dónde venimos? ¿Para qué vivimos? ¿Hacia dónde vamos? Y para satisfacer esa necesidad de encontrarle una explicación al misterio de la vida, cree cualquier cosa. Desde sofisticados principios filosóficos, hasta disparates absurdos; cree en sí mismo, en la capacidad o virtud del hombre, la generación espontánea del universo, la evolución de las especies, la ciencia y la tecnología, el progreso... o cree en Alá, Crishna, Javeh, una raza superior, una institución religiosa o su Jefe, una secta, un gurú, Manitú –el gran Espíritu- , la Energía cósmica y que todos somos pequeños dioses, un sistema político, el dinero, un amuleto, el psicólogo, alguna droga, Luis Figo (o Rivaldo) o su propio vientre... “En algo hay que creer”, sentencia la sabiduría popular.

Es cierto, todos creen en algo. Pero solamente hay una verdad. Nosotros creemos que Jesucristo es la verdad, y que el cristianismo es la única religión verdadera. Lo creemos, entre otras causas, por los motivos que recordé en el sermón predicado en San Lorenzo del Escorial: 1 - Por las profecías que se cumplieron en Cristo y sus propias profecías que se cumplieron y están cumpliendo; 2 - porque solamente El venció a la muerte y nos asegura la vida eterna!!!, y 3 - porque el mensaje central del cristianismo se diferencia de todas las demás religiones, poniendo al ser humano pecador en paz con Dios... ¡gra-tui-ta-men-te!. Ahora bien, una cuarta parte de la humanidad dice creer en Cristo. ¿Pero creen correctamente, o están engañados?

Recordando la historia de Martín Lutero vemos que él fue bautizado al día siguiente de su nacimiento; fue criado en un hogar cristiano y por creer lo que creía se hizo monje agustino y fue ordenado sacerdote. Sin embargo, no tenía aún la verdadera fe; no tenía la certeza de la salvación; no tenía paz de conciencia. Vivía atormentado con la idea de morir y presentarse ante el Juez Supremos, y ser condenado por sus pecados.

Por eso, parafraseando nuestro texto, se esforzaba sobremanera para subir al cielo y bajar desde allí la salvación, o para descender a los abismos del sufrimiento y salir a flote habiendo obtenido victoria sobre la muerte. Sin embargo, este hombre aprendió a creer correctamente. Leyendo las Sagradas Escrituras comprendió que nadie vivirá por hacer las obras exigidas en la ley de Dios, sino que vivirá aquel que llega a ser justo por medio de la fe en Cristo. Cuando el atribulado Lutero comprendió las palabras del profeta Habacuc: “mas el justo por la fe vivirá” (2:4), fue como si las puertas del cielo se abrieron ante él. Desde ese momento comenzó a ver a Cristo como a su Salvador, y no como al temible e implacable Juez; comenzó a confiar enteramente en la gracia, renegando de sus propias obras y de sí mismo. Profundizando ardorosamente su estudio en las Sagradas Escrituras consideró a la luz de la palabra de Dios las tradiciones religiosas, los concilios, los padres apostólicos y al mismo papa de Roma, diciendo que éstos podían equivocarse y demostrando que de hecho se habían equivocado. Escribió las 95 tesis cuestionando la venta de indulgencias y debatió ante los teólogos de su tiempo con la espada del Espíritu –la palabra de Dios- en su mano. Ante el emperador Carlos V, en la Dieta de Worms, cuando se le preguntó si se retractaba de sus enseñanzas, contestó con firmeza: “Si no me convencen con las Sagradas Escrituras que estoy equivocado, no me retractaré”. Y por el otro lado, cuando los entusiastas decían recibir inspiraciones directas del Espíritu Santo, fuera de la Palabra escrita, también los enfrentó.

En su célebre debate con Zwinglio, el padre de los anabautistas –actuales bautistas y otros asacramentarios- sobre la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en la Santa Cena, escribió con tiza sobre su escritorio: “Esto es mi cuerpo”, y no se apartó de esa palabra. “Lo dice el todopoderoso Hijo de Dios, y a él tenemos que oír”, insistía. Por eso en su Catecismo, ante las afirmaciones de fe, hace la pregunta: ¿Dónde está escrito esto? Y con esta convicción enseñó, predicó y escribió como fiel siervo de Cristo, dejando pasar a través suyo la luz de la verdad.
¿Para qué ser un luterano? Para creer correctamente lo que está escrito en las Sagradas Escrituras. Saber que cuando la ley, que dice: “el que hiciere estas cosas vivirá por ellas”, lo dice para que reconozcamos que no podemos salvarnos a nosotros mismos y nos humillemos y para que podamos invocar a Jesús como nuestro único Salvador, y obtengamos el perdón, la vida y la salvación por medio de la fe. Creer correctamente, aceptando –sin ver- los misterios de Dios, sobre la predestinación y los sacramentos, sin permitir –como Calvino, Zwinglio y sus seguidores de antes y de hoy lo hacen- que la razón sea el árbitro superior, rechazando aquello que no se puede comprender, y buscándole una explicación más “lógica”, pero desvirtuando muy peligrosamente la gracia de Dios. Creer, no con “la fe del carbonero”: porque lo dice la iglesia, porque lo creyeron así los antepasados, o porque lo cree la mayoría, sino porque uno mismo, personalmente, bebe de la Fuente de agua viva: la Palabra de Dios, “hace sabios a los simples, alegra el corazón y alumbra el entendimiento” (Sal. 19).

I- Para ello, queridos míos, tenemos que ser fuertes y perseverantes. Son muchas las desviaciones posibles; es poderosos y astuto el enemigo de las a almas; nuestra carne es débil.

Creer correctamente significa también imitar a Lutero en el amor a la palabra Escrita, a la Biblia; conocer las maravillosas historias que allí se relatan; saber ubicar los principales versículos, saber qué temas tratan cada uno de los 66 libros que la componen; memorizar pasajes; hacer estudios bíblicos sobre diversos temas; tomarse tiempo para leerla cada día; orar pidiendo que Dios nos haga comprender y creer su Palabra; que nos de hambre y sed por ella, y que nos sacie plenamente con sus manjares celestiales, elevando nuestro ánimo, consolando nuestro corazón, agudizando nuestros sentidos espirituales, para que podamos discernir y desechar los muchos espíritus erráticos, “ciegos guías de ciegos”, que pululan por el mundo. ¡Qué Dios nos ayude a ser buenos “luteranos”, creyendo correctamente, para que no nos suceda lo mismo que a muchos que aún llevan ese nombre, pero han caído en la incredulidad, prefiriendo la teología liberal, la cultura secular o la mortaja de la religiosidad formal, del cristianismo cultural...! Que por el contrario, perseveremos nosotros y logremos convencer a otros, así como lo han hecho y lo hacen tantos verdaderos creyentes en este mundo tan descreído, apoyando con personas, oraciones y bienes la misión y la evangelización, como en nuestro caso.

II – En segundo lugar, a la pregunta ¿para qué ser un luterano? Podemos responder: Para vivir piadosamente.

Una de las críticas que más se le hizo y aún se le hace a la doctrina bíblica de la iglesia luterana, es que si somos salvos por la fe solamente, sin la necesidad de las buenas obras, entonces cada uno hará lo que le plazca; practicará su pecado favorito, porque y cuando crea necesario, se arrepentirá, creerá en Cristo para perdón y será salvo. Y eso no es justo, porque otros lucharon toda su vida para refrenar sus locas pasiones y se consagraron a la ayuda al prójimo y no pueden los primeros, escudándose en la fe y la gracia, obtener lo mismo... Y sostienen su argumentación citando al apóstol Santiago, que dijo que las obras también son necesarias, además de la fe, para la salvación.

Esta crítica a la doctrina de la iglesia luterana es falsa. En las Confesiones de fe que los reformadores presentaron ante el emperador y ante los teólogos del papa dejaron bien en claro la relación entre la fe y las obras. Con su notable maestría Lutero dijo: “Somos salvos por medio de la sola fe, pero la fe nunca está sola, siempre se expresa en obras de amor”. Cuando el apóstol Santiago habla en su epístola de que la fe sola no salva, se refiere a la fe entre comillas, a tener conocimiento pero no confianza, así como el diablo sabe quién es Jesús, pero en lugar de confiar en El, tiembla de miedo con solo escuchar su nombre...

En lugar de menospreciar las buenas obras, Lutero señaló la única fuente de inspiración, de la cual ellas pueden brotar. Comparó el amor de Dios en Cristo con el calor del sol, y dijo que así como el agua de un lago no puede seguir siendo fría cuando recibe el calor del sol, así el corazón humano que por la fe recibe el amor de Dios tampoco puede permanecer frío e indiferente ante las necesidades del prójimo; así como Dios mira hacia abajo y se compadece de nosotros, así el creyente mira a los que están en malas condiciones de vida y los ayuda.

En cuanto a la enseñanza de Lutero y los reformadores sobre las buenas obras, se destacan dos grandes principios: Primero, que deben ser frutos de la fe. Como dijera el Señor Jesús: “Todo buen árbol produce frutos buenos... hagan primeramente bueno al árbol y tendrán buenos frutos” (Mt. 7:17; 12:33;). Es decir, cambiar de raíz: ser convertido de la angustiante religión de las obras –como la que practicaba el monje Martín- a la religión de la gracia, a la fe en las Buenas Noticias del amor salvador de Dios en Cristo Jesús. Solamente de esa fe pueden nacer verdaderas buenas obras ante los ojos de Dios; todo lo bueno que el ser humano haga sin que sea expresión de esa fe, ante los ojos de Dios no es más que pecado, aunque sea repartir todos sus bienes entre los pobres o ser quemado vivo. ¿Por qué? ¡Cómo se puede decir una barbaridad como esa! ¿No hacen buenas obras también los incrédulos y los miembros de otras religiones?

Serán buenas obras ante los hombres, eso no se discute. Pero ante los ojos de Dios son como las del fariseo aquel que enumeraba una larga lista de virtudes, pero al confiar en sí mismo y creerse justo ante Dios por sus propios méritos, rechazaba la gracia de Dios en Cristo, que solamente pueden recibirla los pecadores arrepentidos. ¿Cómo es posible que el diablo sea tan pero tan mentiroso? Acusar a quienes señalaban claramente el origen de las buenas obras, de menospreciarlas...¡Por favor! En segundo lugar, Lutero y los Reformadores enseñaron que las buenas obras ante Dios, además de ser frutos de la fe, debían estar de acuerdo a los Mandamientos de Dios. Con eso desecharon muchas tradiciones inútiles y perjudiciales, como promesas a los santos, peregrinaciones, los votos monásticos, las indulgencias, la veneración de imágenes y reliquias, la construcción de suntuosas catedrales, y muchas otras cosas similares, que no fueron ordenadas por Dios, sino por los hombres. En lugar de ello Lutero enfatizó cada uno de los Mandamientos de Dios, exponiéndolos en profundidad, demostrando que ellos abarcan todas las esferas de nuestras vidas, y que en el ejercicio de la vocación y profesión de cada uno se pueden realizar obras buenas ante los ojos de Dios servirle verdaderamente. Convivir en amor y fidelidad en el matrimonio es hacer lo que Dios ordena en el sexto mandamiento, pero hacer votos de castidad es una imposición humana; criar a los hijos, educarlos para la vida y para Dios, es verdadera buena obra ante los ojos de Dios; trabajar en cualquier oficio honrado puede convertirse buena obra ante Dios, porque se suple alguna necesidad del prójimo. Esta es la verdadera vida piadosa, no de apariencia angelical y superior, sino humilde pero real y concreta.

Esta es la libertad cristiana, decía Lutero. Por medio de la fe somos libres y señores de todo, hijos de Dios y herederos de la vida eterna y del reino de los cielos; pero luego, libremente nos hacemos siervos de Dios y del prójimo y nos sometemos humildemente, con el mismo sentir de Cristo, que siendo Dios hecho hombre, no se aferró a eso, sino que se despojó a sí mismo de sus prerrogativas y privilegios divinos, haciéndose humano; y estando en esa condición, se humilló a sí mismo, convirtiéndose en un sufrido y abnegado siervo, que fue obediente hasta la horrible muerte de la cruz (Fil 4).

¿Qué ser luterano es sinónimo de comodidad, de desprecio por las buenas obras? Todo lo contrario. Es conocer el origen y las características de las verdaderas buenas obras ante los ojos de Dios. ¡Qué Dios nos ayude a vivir piadosamente! Que nuestro hogar, vecindario, lugar de trabajo, patria y el mundo entero sean los destinatarios y beneficiarios de las buenas obras, que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:10).

Hagamos el bien a todos, mayormente a los de la familia de la fe, no para ganarnos el cielo con eso, sino porque en Cristo Dios nos ha regalado la vida eterna en el reino de los cielos.

Sin aislarnos del mundo y sin asimilar sus valores tampoco, mostremos la diferencia que existe entre las tinieblas del pecado y la luz del amor de Dios, cultivando los principios y las virtudes cristianas allí donde estemos, resistiendo y oponiéndonos a la corrupción, rechazando al pecado pero amando al pecador.

No inventemos nuevos mandamientos, no nos atemos a tradiciones de la religión servil, allí donde nos tocó estar en la vida, haciendo lo que sabemos, podemos y debemos hacer, sirvamos a Dios sirviendo al prójimo. Y no nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo veremos resultados y recibiremos las recompensas. Pues si bien somos salvos por gracia, somos recompensados de acuerdo a las obras que hacemos en nuestra vida terrenal.
Y por último, la tercera razón para ser luterano, es

III - Para morir bienaventuradamente.

Estimados, ¿cuál es el día más importante de nuestra vida en este mundo? ¿Nuestro nacimiento? ¿El de nuestro bautismo? ¿Nuestro cumpleaños? ¿El día de nuestra graduación? ¿El de nuestro casamiento? ¿El del nacimiento de un hijo? Hay muchos días memorables, pero el más importante de todos es el de nuestra muerte. Ese día dejamos definitivamente este mundo, para ir en espíritu a otra dimensión del tiempo y del espacio; dejamos la vida temporal para entrar a la eternidad. Y así como ya no regresamos nunca más a la tierra, del mismo modo no salimos más del destino al que vamos inmediatamente después de morir.

Nuestro Señor contó el ejemplo del rico incrédulo, que cada día hacía banquetes espléndidos y vestía ropas finas, pero era tan egoísta que ni siquiera le hacía llegar los restos de la comida al pobre mendigo Lázaro, estaba echado a la puerta de su casa, sin más compañía que los perros que le lamían las heridas, y ansiaba saciarse con las migajas de la mesa del rico. Murió el rico y fue al infierno, donde era atormentado por las llamas; murió Lázaro y-por su fe, no por su pobreza- fue al cielo, y en compañía de Abraham, era consolado allí (Lc. 16:19-31). ¿No es el día más importante de la vida aquel que en que vamos a nuestro destino eterno? Y para que ese día sea no solamente el más importante, sino el mejor, el que nos brinde una felicidad inmensa y perfecta, el día de nuestra liberación definitiva de todo mal, necesidad, engaño y lucha, hay que estar preparado para morir bienaventuradamente. ¿Cómo? Pues, por medio de la verdadera fe, y aquí volvemos al comienzo: por enseñarnos a creer correctamente, la doctrina creída y predicada por Lutero y la iglesia luterana nos prepara para morir bienaventuradamente. Nos enseña a desesperar de nosotros mismos, de nuestra justicia propia a la que consideramos “basura” ante los ojos de Dios, y a confiar pura y exclusivamente en la Justicia de Cristo (Fil 3:7-10). A aferrarnos a la palabra de Dios, a sus promesas de perdón y vida eterna, al Evangelio, y resistir así a las acusaciones de nuestra propia conciencia y del diablo, sobreponiéndonos por medio de la fe. Podemos recordar la muerte de Lutero:

Martín Lutero murió a los 62 años en Eisleben, su pueblo natal. Estaba allí para ayudar a solucionar un conflicto. Durante varios años sufría diversas dolencias. Su salud era débil. La madrugada del 18 de febrero de 1546 se despertó sintiendo un frío inusual. Sus amigos, el doctor Justus Jonas y el pastor de Mansfeld, Miguel Coelius acudieron a su lecho de muerte y le preguntaron: "¿Quieres morir creyendo en Jesucristo y sus doctrinas, que has predicado?" Lutero contestó con un claro "Sí". Esa fue su última palabra. Anteriormente había recitado versículos bíblicos y había orado varias veces: "En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad" (Sal. 31:5).

Confiando en Jesús podemos esperar y aceptar la muerte sin desesperar, estando seguros de que “partir para estar con Cristo es muchísimo mejor... que el morir es ganancia” (Fil. 1:21-23) para el creyente, aunque es pérdida –por un tiempo- para los que siguen con vida en este mundo.

- A nosotros también nos llegará la hora de morir, tarde o temprano. Frente a la muerte no nos conformemos con las pobres e ineficaces explicaciones fatalistas de la gente en general, por muy bien intencionadas que fueren; no asumamos tampoco explicaciones que pretenden ser espirituales y hablan del tema como los ciegos pueden hablar de los colores; dijo nuestro Salvador Jesús: “Yo soy el camino, nadie viene al Padre sino por mí...” (Jn. 14:6); dijo también:

“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9); El, el Todopoderoso Hijo unigénito de Dios, promete solemnemente: “De cierto, de cierto os digo, el que cree en mi, tiene vida eterna” (Jn. 6:47). ¡Bienaventurado el que cree estas palabras y promesas! Está preparado para morir bienaventuradamente, y por lo tanto, para vivir sin terror a la muerte; sin desesperación ante esta terrible y dolorosa realidad. Cuando llegue su última hora, podrá decir como el anciano Simeón cuando sostuvo al niño Jesús en sus brazos: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra, porque han vito mis ojos tu salvación” (Lc. 2:29-30).

Amados en Cristo, el 31 de octubre se recuerda la Reforma de la iglesia. Como corresponde, nos acordamos de esos pastores del rebaño de Dios, que nos predicaron su Palabra. Pero no caemos en el culto a la personalidad, sino que dirigimos la atención a la luz que los iluminó a ellos y que pasa a través de ellos, como a través del vitral de una ventana, y deseamos imitar la fe que tuvieron, creyendo en Cristo y su doctrina, como ellos creyeron.

¿Para qué ser un “luterano”? Para creer correctamente, vivir piadosamente y morir bienaventuradamente. Para ser, en definitiva, un hijo de Dios por medio de la fe en Cristo. Para ser nada más y nada menos que un verdadero CRISTIANO, salvado por la gracia de Dios, por los méritos de Cristo, por medio de la fe.

Y “todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo”; “esta es la palabra de fe que predicamos” (Ro.5:13). ¡Qué Dios nos conceda creerla de todo corazón hasta el fin! Amén.