domingo, 29 de septiembre de 2013

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 29-09-2013 Primera Lección: Daniel 10:10-14, 12:1-3 Segunda Lección: Apocalipsis 12:7-12 El Evangelio: Mateo 18:1-11 “¿Reinos y grandeza?” I. La grandeza en el reino de Dios ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Eso es lo que los discípulos quieren saber. Esta discusión sucede varias veces en los Evangelios y la pregunta la podemos interpretar de diferentes maneras. Una interpretación negativa sería que esté relacionada a la ambición de poder. En ese caso el centro de la pregunta es: “Señor, vemos que eres muy poderoso, por lo que queremos ser parte de tu reino. Queremos tener parte de ese poder para nosotros, porque nos gusta el respeto y el reconocimiento que trae. Entonces, ¿cómo podemos ser grandes y poderosos como tú?” La interpretación positiva sería en el sentido de una búsqueda de la excelencia, de querer sacar el máximo provecho de ser un seguidor de Jesús. En ese caso, la pregunta sería algo así como “Señor, queremos ser los mejores discípulos que puedas tener. ¿Cómo podemos hacer esto?” Sea cual sea la carga de la pregunta, Jesús responde llamando a un niño hacia él y diciendo a sus discípulos: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Tenemos que aclarar qué significa y qué no significa esto. No se trata de comportamiento, Jesús no está diciendo, “Tienes que dejar de ser adulto y empezar a ser respetuoso y obediente como este pequeño niño”. De hecho, no tenemos idea de cómo ese niño ha estado comportándose, puede haber sido un terror para sus padres la mayor parte del tiempo. Algunos niños se comportan mejor que otros. Jesús no está hablando de la inocencia o la bondad de los niños. Él no está diciendo: “Dadas las condiciones de los niños, tenéis que limpiar vuestras mentes, deshacerse de las sospechas y empezar a actuar como personas ingenuas, como los niños que una vez fueron”. En el mundo antiguo, con sus realidades de esclavitud, el infanticidio y la violencia, es muy discutible cómo podría ser un niño. Por lo tanto Jesús no está hablando acerca de la conducta o la inocencia de los niños. Él está hablando de algo completamente distinto. Para establecer el escenario, consideremos el niño en el texto. En primer lugar no hay nada en el griego que nos diga que el niño no sea una niña. Ahora, esto sí que sería una sorpresa para los discípulos y serviría a los fines de Jesús así: si quieres ser grande en el reino de los cielos, se igual a esta niña. En el tiempo de Jesús, las niñas no tenían ningún poder en la sociedad. No tienen derechos, no recibirán herencia. Tenían que ser protegidas de algunos hombres hasta que alcanzaban la edad adecuada y luego eran casadas con alguien sin tener mucho que decir en el asunto. Ningún derecho, ni poder, ni riqueza, no decidían cómo serían sus vidas: ¿cómo alguien así puede ser grande en el Reino de los cielos? Debido a que la grandeza en el reino de los cielos es completamente diferente a la grandeza de los reinos de este mundo. La grandeza en el reino de los cielos se mide en términos de necesidad, debilidad y vulnerabilidad. Vale la pena repetirlo: el mayor en el reino de los cielos es el más necesitado, más débil y más vulnerable. ¿Por qué? Porque el más necesitado, más débil y más vulnerable es el que va a confiar en Cristo con todo su ser. Considere la posibilidad de un niño y una niña en la época de Cristo. El muchacho se levantó con el conocimiento de que él va a tener derechos, tal vez recibirá una herencia y tiene potencial para mejorar su situación por lo que trabaja duro para ello. Por ser quien es, su destino es algo para él, por lo menos mucho más que su hermana. Sin derechos, poder, riqueza o algo que decir en su vida, la niña es vulnerable: no tiene más remedio que confiar en sus padres durante su infancia y luego confiar en su marido cuando está casada. Por supuesto, para la chica en los reinos de este mundo puede funcionar bien o no, porque en los que ella debe confiar son personas imperfectas: sus padres pueden ser crueles y su marido podría ser un cerdo. Pero cuando se trata del reino de los cielos, en quien debemos confiar es totalmente digno de confianza, porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia. El que está en el reino de los cielos, es una persona de las más necesitadas, las más débiles y las más vulnerables, es quien va a confiar en Cristo, porque no tiene nada más en qué confiar y el que confía en Cristo es el más grande es el reino de los cielos. Tú eres de los más necesitados, de los más débiles y de los más vulnerables en el reino de los cielos. Pero tú puedes sentir y creer otra cosa, así que vamos a hacer un breve cuestionario: ¿Eres santo y perfecto sin Cristo? No. Eso te hace pobre en justicia y santidad. ¿Eres pecador? Sí. Eso te hace demasiado débil para salvarte a ti mismo. ¿Puede levantarte a sí mismo de entre los muertos? No. Eso te hace vulnerable a la muerte y el infierno. Esto es el motivo por el cual vives una vida de arrepentimiento, confesando tus pecados. Por esto sigues diciendo: “Yo no puedo salvarme a mí mismo, pero Jesús es mi Salvador”. Por eso, cuando se trata de tus acciones, dices con Pablo “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Y es por eso que nos maravillamos y expresamos nuestra acción de gracias por esta asombrosa verdad: el mayor en el reino de los cielos es Jesucristo. ¿Esto implicaría afirmar que Jesús es el más necesitado, más débil y más vulnerable? Sí, en la cruz. Como quien lleva los pecados de todos en el Calvario, allí Jesús es el más necesitado y el más injusto, el más débil, el más pecador y el más vulnerable. Sufre la muerte y el infierno por todos. Confiesa esto con sus palabras: “Tengo sed” y “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Hasta el momento, la Ley afirmaba que tú eras el más necesitado, el más débil pecador, el más vulnerable y que nunca podrías entrar en el reino de los cielos. El Evangelio es que Jesús se convirtió en el más necesitado pecador, débil y vulnerable en tu lugar para que el reino de los cielos sea tuyo. Como redimidos, a vivir una vida diciendo: “Por naturaleza, sigo siendo necesitado, débil y vulnerable. Es por eso que necesitamos a Cristo, su gracia y su victoria sobre el pecado y la muerte”. Esto prepara el escenario para el resto de nuestro texto. En el reino de este mundo, obtienes grandeza aprovechándote de las debilidades de tu oponente, y en una vista previa a la segunda parte de este sermón, y no es necesariamente una mala cosa. Pero en el reino de los cielos, está prohibido. Esa es la razón por la que Jesús dice: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños”. En el reino de este mundo, la debilidad es rechazada y despreciada. Es curioso ver en los colegios como se arman los equipos para competir entre compañeros. Nadie quiere a los patosos, a los que no son atléticos. Imaginaos como es la selección en un nivel más profesional. Se dice que la cadena en este mundo es tan fuerte como el eslabón más débil, por lo que la debilidad es despreciada y evitada. Si una oveja se pierde, es probable que los lobos se la fueran a comer de todos modos. Pero no es así en el reino de los cielos. Si una oveja se pierde, Cristo va tras ella. ¿Por qué? Debido a las ovejas que dicen: “Estoy perdida”, son las que saben que son vulnerables y necesitan del Pastor. Y por eso Jesús sigue hablando de la disciplina eclesiástica, sobre qué hacer cuando tu hermano peca contra ti. Si tu hermano se niega a arrepentirse es porque dice: “Yo no soy tan débil. Yo puedo tener este pecado y ser bueno con Dios. El resto de vosotros sois demasiados débiles para vivir el pecado sin arrepentimiento en sus vida, pero yo puedo manejarlo”. Cuando un cristiano no se arrepiente, sus hermanos y hermanas en Cristo, van hacia él y le dicen: “Está engañándote a ti mismo. No eres fuerte, sólo estas engañado. Confiesa tu pecado y confía en Cristo, para que puedas estar en el reino de los cielos una vez más.” En el reino de este mundo, la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. En el reino de los cielos, el más grande es el más vulnerable de todos. Si vas a ser grande en el reino de los cielos necesitas ser como un niño pequeño. Ora y sigue adelante Habiendo dicho todo esto, también debes darte cuenta de que, como cristiano, te encuentras actualmente en dos reinos, estás tanto en el reino de los cielos como en el reino de este mundo. El reino de Dios es un reino de gracia, donde se te dan todas las cosas buenas. El reino de este mundo es un reino de la ley, en la que trabajas para obtener ganancias. Cuando se trata del reino de los cielos, se vive como uno que es débil y depende completamente de la gracia de Cristo. Cuando se trata de reino del mundo, tienes que dar todo lo que tienes. Así que hay que aplicar un excelente proverbio ruso: orar duro y seguir remando. Confiesa tus pecados y debilidades ante Dios y luego haz todo lo que puedas en la medida de tus capacidades en este mundo. Sería un error terrible para, por ejemplo, un estudiante de la escuela secundaria decir: “Ya que el pastor dijo que soy débil, ni siquiera voy a tratar de pasar Algebra porque soy cristiano”. Sería un error para un cristiano decir: “Como yo soy necesitado y Dios provee todo, ni siquiera voy a tratar de ganarme la vida, sino que voy a vivir del trabajo de los demás”, o para un padre que decir: “Como yo soy un pobre y miserable pecador, ni siquiera voy a tratar de criar a mis niños”. También sería erróneo decir que los cristianos no deben aspirar a posiciones de liderazgo en este mundo, ya que deben mantener su vulnerabilidad. Estos son más que errores, estos son ejemplos de falsa doctrina, una confusión de vivir en dos reinos. He aquí cómo funciona la naturaleza pecaminosa para que las cosas queden totalmente al revés: en la naturaleza, la gente quiere trabajar por un lugar en el cielo y al mismo tiempo conseguir cosas gratis en este mundo sin mover un dedo por ellas. Eso es precisamente lo contrario de cómo Dios ordenó que las cosas sean. Dios ordenó este mundo para que funcione conforme a su ley. Esto es así antes de la caída en pecado. Él le dio a Adán y Eva cosas que hacer, leyes a seguir como el cuidado de la tierra y no comer de cierto árbol. La diferencia es que, antes de la caída, el parto era una delicia para la mujer. Después de la caída, no lo sería, y después de la caída el trabajo tendría todo tipo de espinas y cardos, a causa del pecado. Tenemos que ser claros en esto: si no te gusta el trabajo, la razón por la que no quiere trabajar duro en este mundo no es un deseo piadoso de ser como un niño vulnerable de Dios. La razón por la que no quiere trabajar duro en este mundo es porque el trabajo es un don de Dios y tu carne no quiere hacer uso de ese don. Como aquellos que entienden que todo es un regalo de Dios, los cristianos se esfuerzan por la excelencia en todo lo que les es dado a hacer. Para decirlo de otra manera, Dios te ha dado dones y habilidades para que podáis estar al servicio de los que te rodean. Decir que para demostrar mi necesidad, no voy a hacer uso de estos dones para servir a los demás, es estrangular tu fe con la falta de amor. Cuando se trata del reino de los cielos, tú eres el más necesitado de todos. Cuando se trata del reino de este mundo, tú eres el instrumento de Dios para trabajar por el bien de los demás. Esto nos lleva a un aspecto más de este mundo. Este mundo no tiene injusticias porque Dios ha ordenado que se ejecute de acuerdo con la ley, Dios da su ley para frenar el mal. Este mundo tiene injusticias porque los pecadores abusan de la Ley que Dios da. En lugar de trabajar duro en el servicio a los demás, la tentación es trabajar duro para servirse a sí mismo. Debido a que este es un mundo de pecado, de las personas vulnerables son explotadas, abandonadas, asesinadas o utilizadas por los poderosos. Pero como cristiano, trabajamos duro en el servicio a quienes nos rodean. Salimos en defensa de los no nacidos, ayudar a personas con discapacidad y al cuidado de los más débiles y frágiles. Lo hacemos porque tenemos voz y capacidad para ello, pero sobre todo porque Cristo salió a nuestro encuentro en su camino a la cruz para darnos vida y fuerza. Así que a rezar mucho y seguir remando. Recuerda que estás en el reino de este mundo y el reino de los cielos a la vez. En este mundo, trabaja duro para utilizar los talentos y habilidades que tienes en la búsqueda de la sabiduría, la excelencia y el servicio, y brinda lo mejor en cada cosas que haces en el mundo. Pero siempre recuerda que también eres un niño en el reino de los cielos, donde la grandeza del mundo no cuenta para nada. Allí, sigues siendo el más necesitado, más débil, más vulnerable. Allí, Cristo declara que Él ha ido a la cruz para morir por tu pobreza de justicia, tu debilidad frente a la tentación y la impotencia frente a la muerte. Él ha tomado tu lugar en la muerte, para que pueda tener el reino de los cielos para siempre. Ese reino es tuyo. Es todo tuyo, porque Aquel que murió por tu pecado ha resucitado de nuevo para darte su reino con estas simples palabras: estás perdonado de todos sus pecados. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

lunes, 23 de septiembre de 2013

Decimoctavo Domingo después de Pentecostés.

”Siervos fieles de Cristo” Primera Lección: Amós 8:4-7 Segunda Lección: 1ª Timoteo 2:1-15 El Evangelio: Lucas 16: 1-15 Introducción Administrar algo implica una responsabilidad y exige poner nuestra atención en cuidar de aquello sobre lo que tenemos la potestad. Y si es algo que nos ha sido dado o dejado a nuestro cargo en nombre de otro, la responsabilidad aumenta por el hecho de la confianza que se ha depositado en nosotros. En la administración pues debemos poner atención en hacer una buena gestión de lo que nos ha sido encomendado a nuestro cuidado, demostrando que hemos somos fieles administradores y que la confianza que se ha depositado en nosotros estaba justificada. Pues haciéndolo nos haremos merecedores del respeto y la consideración como hombres íntegros y confiables. Ahora bien, ¿podemos aplicar esta misma idea en lo que se refiere a nuestra vida personal?, ¿cómo la administramos?, y lo más importante, ¿qué uso hacemos de todos aquellos bienes que el Señor ha puesto a nuestro cuidado?. Pues aquí está la clave, en entender que todo lo que somos y tenemos, no es sino un depósito que el Señor ha dejado temporalmente bajo nuestra administración. ¿Administramos nuestros bienes pues sirviendo a los intereses de nuestro Señor?, ¿o servimos por el contrario a otros señores?. Reflexionemos sobre si, como el siervo infiel, estamos trabajando ahora por administrar de manera inteligente y sabia los bienes que nos han sido dejados bajo nuestra tutela en esta vida, y teniendo presente el futuro eterno. •Todo proviene de Dios Nos encontramos en la lectura de hoy con una parábola que contiene una gran sabiduría, y donde un mayordomo es descubierto haciendo un mal uso de los bienes de su señor: “y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes” (v1). En primer lugar dice la Palabra que este hombre los disipaba, o lo que es lo mismo, los malgastaba sin su consentimiento. Ya de por sí esto demuestra que este mayordomo confundía gravemente el hecho de que aquellos bienes, aún siendo él su administrador, no eran suyos en realidad sino de su amo. Pero descubierto el engaño, la realidad se impuso para él y fue destituido de su cargo: “Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás ser más mayordomo” (v2). Todo lo tenía, y todo lo perdió por su mal comportamiento y su deslealtad. Detengámonos sin embargo ahora a reflexionar un momento sobre nuestra propia vida, y sobre todo aquello que tenemos. Pues es fácil perder el sentido de la realidad muchas veces por el uso y abuso del término posesivo “mi”. Solemos decir a diario: mi casa, mi familia, mi coche, mi dinero, mi vida, y un largo etcétera de “mies” que nos hacen pensar que los bienes que poseemos son nuestros por derecho y mérito propios. Olvidamos así que en realidad todo ello y nuestra vida incluida, no pertenecen a otro sino a Dios mismo, y que sin su voluntad nada tendríamos, ni siquiera nuestra existencia. Este Universo y en particular este mundo donde habitamos con todo lo que contiene, son creación de Dios en Cristo, y nosotros vivimos esta vida en esta tierra gracias al favor y el Amor de Dios. Él nos entregó este mundo para habitarlo y disfrutarlo sabiamente, y esta sabiduría incluye el no olvidar quién es en realidad el Señor de esta viña, y que en cualquier momento él puede reclamar lo que es suyo: “Jehová dió y Jehová quitó” (Job 1:21). Sin embargo el mayordomo cometió otra grave falta contra su señor. Disipó los bienes de su amo. Es decir, no solo se enseñoreó de ellos creyendo poder usarlo cual si fueran suyos, sino que además no los usó sabiamente ni con un fin noble. Sencillamente los derrochaba. Sí, el pecado del hombre hace que sea seducido a menudo por los bienes materiales, y así, transite los caminos del egoísmo y la insensatez. Pues es insensatez pensar que estos bienes nos han sido dados para el derroche, y no para ponerlos al servicio de una vida dedicada a vivir según la voluntad del Señor. Y suele ocurrir que la dura realidad se impone cuando, como a este mayordomo infiel, el Señor nos hace entender que no hemos sido fieles administradores de Sus bienes y que debemos ser destituidos y destronados del pedestal que nos habíamos construido torpe e insensatamente los seres humanos: “mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos” (2ª Tim 3:9). •Usando los bienes con sabiduría La lectura explica que, sabiéndose descubierto en su engaño, el mayordomo visitó a los deudores de su amo para rebajarles su deuda. Pensaba que así se aseguraba el favor de estos en un futuro y que podría ser ayudado por ellos y recibido en sus casas. La sagacidad humana en las cuestiones mundanas es rica e imaginativa: “porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de la luz” (v8). Mas en realidad todos somos, a causa del pecado, mayordomos infieles de los bienes de Dios. Y son muchas las ocasiones en que no hacemos un buen uso de ellos. Pues aquí está una de las claves de esta parábola, en buscar las maneras de usar los bienes que hemos recibido con sabiduría y con la mira en que sirvan de la mejor manera posible a los deseos del Señor para nuestra vida y, desde ella, a la de nuestro prójimo. Recordemos que Dios espera que nuestra vida en toda su extensión, sirva a Su voluntad y que pongamos nuestra inteligencia y recursos no solo al servicio de nuestras necesidades personales, sino también de la extensión del Reino y del Amor de Dios para este mundo. Y cuando hablamos de bienes, no hablamos solo de recursos materiales o simplemente dinero. También los dones o habilidades que tenemos, o sencillamente nuestro tiempo pueden ser útiles y valiosos para este fin. Pero ¡solemos excusarnos y quejarnos tantas veces de tener poco de esto o aquello!. Sin embargo para el Señor poco nunca es poco realmente, y valora siempre ante todo la sinceridad de un corazón entregado y generoso pues: “el que es fiel en lo muy poco; también en lo más es fiel” (v10). Y para esto nada mejor que seguir el modelo que para nosotros es Cristo, el cual fue el primero en disponerse al servicio fiel a favor de la humanidad, no escatimando nada y entregando voluntariamente hasta la última gota de su sangre por nosotros. Tengamos en definitiva en mente siempre que nada hemos traído a este mundo, y nada nos llevaremos del mismo; todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios nuestro Creador, y en realidad, como proclama el Ofertorio en cada Oficio: “todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. Recordemos además y es importante tenerlo presente, que cuando hacemos un buen uso de los bienes terrenales, no buscamos con ello recompensa alguna de parte de Dios. No, pues nuestra recompensa se halla en aquella Cruz que nos liberó de la muerte y el pecado y a partir de ella, todo lo demás brota de la fe en la obra de Cristo y sus promesas. Confundir esto sería errar gravemente, y quitaría a Cristo el mérito que sólo a Él pertenece. Y nuestro mérito, nuestra Justicia ante Dios es precisamente Cristo y sólo Cristo (Gal 2:16). •Sirviendo a un solo Señor Administrar lo ajeno ya hemos dicho que es una responsabilidad. Y cuando alguien demuestra celo en ello, se le considera persona confiable y fiel, y digna de recibir mayores responsabilidades. Jesús nos enseña sobre este hecho en relación a nuestra salvación: “Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?, y si en lo ajeno no fuisteis fieles ¿quién os dará lo que es vuestro?” (v11-12). Es decir, si en la administración de los bienes terrenales demostramos insensatez y falta de responsabilidad, ¿cómo podemos pretender recibir y apreciar el bien supremo que es la salvación eterna?. Y si no reconocemos a Dios en nuestra vida y en todo lo que hemos recibido de Él en ella, ¿cómo lo reconocemos cuando estemos en su presencia en las moradas celestiales?. El ser humano es advertido así de su responsabilidad sobre cómo administrar todo aquello con lo que el Señor lo bendice en su caminar en la Tierra. Sin embargo, otro de los peligros para nosotros a la hora de ejercer nuestra mayordomía es, como le ocurrió al mayordomo infiel y les ocurría a algunos fariseos avaros, sucumbir al amor por las riquezas. Pero el esplendor de ellas, lo “sublime” como es llamado por Jesús, especialmente cuando sirve al egoísmo o la avaricia no es ante Dios sino abominación. Pues llegados a este punto, el hombre se ha convertido en realidad en un esclavo, y ya no sirve al verdadero Dios, sino que está atado a lo material, a lo corruptible. ¡A todo aquello que no es sino podredumbre y muerte!. De nuevo Jesús nos advierte: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt 6:19.21). No, debemos tener presente que nuestra riqueza, nuestro tesoro no está aquí en la Tierra, y que no hay nada en ella que pueda ni deba ser el objeto de nuestros anhelos más profundos. Nuestro tesoro está en el Cielo, y tenemos aquí en esta vida un anticipo del mismo en las promesas de vida y salvación que Cristo nos ofrece. (Jn 6:47). Y especialmente tenemos un anticipo de este tesoro del Cielo aquí en la Tierra, en el cuerpo y sangre que Cristo nos ofrece en cada Oficio para donarnos vida y salvación: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Jn 6:54). ¿Quién sería pues tan insensato de buscar otros tesoros mayores o servir a otros señores?, pues ¿qué puede darnos mayor plenitud que sabernos herederos del Reino celestial?. •Conclusión Por tanto preguntémonos cada uno a nosotros mismos: ¿Cuáles son los bienes con los que he sido bendecido en esta vida?, y ¿a quién sirven estos bienes?. Es indudable que aquello que Dios nos ha dado, lo ha dado para que hagamos uso y disfrute de ello, pero un uso con sabiduría. Sin embargo también estos bienes deben servir llegado el caso al prójimo, al necesitado, a aquél donde Cristo se nos manifiesta en su necesidad. No verlo así implica una concepto de la vida egoísta y lejos del Amor que, como cristianos, deberíamos proyectar alrededor nuestra. Somos por tanto mayordomos de Dios aquí en la Tierra, y estamos llamados a administrar con fidelidad los bienes con que Él nos ha bendecido. Y de entre todos el mayor es la gracia y el Amor que disfrutamos en Cristo. Al mundo puede parecerle poco, pero para nosotros es nuestro tesoro más preciado: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25:21). ¡Que así sea, Amén!. J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo