domingo, 29 de diciembre de 2013

Año Nuevo.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 31-12-2013 Primera Lección: Números 6:22-27 Segunda Lección: Gálatas 3:23-29 El Evangelio: Lucas 2:21 “UN NUEVO AÑO CON JESÚS” “Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido.” Pocas parejas han discutido tan poco a la hora de escoger un nombre para su hijo como María y José. El nombre ya se lo había puesto el ángel, mensajero del SEÑOR, por tanto no había nada que discutir: se llamaría JESÚS. Jesús, en hebreo algo así como Jeshua, era un nombre muy común en el Israel de entonces, algo parecido a lo que ocurre entre nosotros, que al contrario que otras culturas, el nombre de Jesús es muy corriente entre varones. Jesús significa “el SEÑOR salva” o simplemente “salvador”. ¿Qué nos quiere decir Dios con este nombre? O formulado de otra manera ¿Por qué Dios el Hijo Encarnado tenía que llamarse Jesús? El Hijo de Dios tenía que llamarse Jesús para decirnos que; A- Él es nuestro hermano. B- Él es nuestro único y suficiente Salvador de nuestros pecados. A- Él es nuestro hermano: Escogiendo un nombre corriente en Israel, Dios nos quiere indicar que es plenamente hombre, que es nuestro hermano, de nuestra carne y sangre, con nuestras tentaciones, conocedor de tristezas, alegrías y temores. Dios se hace nuestro hermano y tiene un nombre humano, Jesús. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebreos 4.15. Seas adolescente, joven, adulto o anciano, el Redentor te comprende más que tú mismo. Nadie te ama más que El, ninguna tentación le es ajena, pero sin pecado. El conoce la intensidad de la tentación, pero la venció porque es Dios. Es por eso por lo que nuestro Salvador tenía que ser perfecto Dios y perfecto hombre. Perfecto hombre para conocer lo que significa la tentación, perfecto Dios para vencerla. La circuncisión era la señal del pacto que tenía que aplicarse a todos los varones hebreos. Jesús, varón israelita se sometió a la señal del pacto. El, Señor del Pacto, como nuestro hermano y semejante se sometió a la ley de Dios y fue circuncidado. En todo se sometió, como nuestro hermano. Se sometió a la Ley de Dios y la cumplió perfectamente. Amó a su Padre por sobre todas las cosas, honró la Palabra de Dios, guardó el Sabath, fue manso, obediente a sus padres aunque estos no entendían muchas cosas, casto en fidelidad a su esposa la iglesia, no murmuró, no devolvió mal por mal, perdonó, no codició ni deseó nada de su prójimo. Es decir, Jesús fue el único ser humano, y por cierto el único circuncidado que obedeció la Ley de Dios perfectamente. Él es tu hermano que te da su perfecta justicia a ti, la pone en tu saldo cuando confías en Él. Él pudo hacer todo esto porque es hombre, tu hermano y porque es Dios. Dios, tu hermano mayor Jesús. B- Él es tu único y suficiente Salvador. …y llamarás su nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados” Mateo 1.21 Ya hemos visto lo que significa Jesús, es decir el que salva. Salva ¿De qué? A muchos nos gustaría que nos salvara de muchas cosas ¿Verdad? De problemas, de crisis financieras, de penurias, de calamidades. Jesús nos salva del problema fundamental que a todos nos tiene devastados: nuestros pecados. Salvándonos de nuestros pecados, Jesús nos salva radicalmente, cualesquiera que sean las demás circunstancias, por difícil que nos resulte entenderlo. Nuestro problema de raíz son nuestros pecados. El con su inocente pasión y muerte expió la culpa que nosotros, sus hermanos según la carne, merecemos. Realmente nos liberó, nos hizo libres de la peor tiranía que existe: la del diablo. Ahora sí que somos libres en el verdadero sentido, libres para dirigirnos a Dios como a nuestro Padre amado, libres para servir a nuestro prójimo. No solamente eso, sino que nos salva cada día, todos los días. Ya sabes, arrepentimiento y vuelta a aferrarte a Jesús, cada día; especialmente cuando viene a tu encuentro en la lectura de su Palabra, en el sermón, en la Santa Cena. El glorioso evangelio de salvación de cada día, de cada semana, de cada mes. Solamente Jesús, Solus Christus. Toda nuestra salvación la encontramos en El. A nosotros cuando pasamos de puntillas por la Ley de Dios, nos tienta pensar que algo hacemos nosotros, no hace falta que nos digan lo que es un pelagiano, todos lo llevamos dentro, como llevamos dentro a un fariseo. No te dejes engañar; o Jesús salva completamente o no es Salvador en absoluto. Una cosa de la que Jesús nos salva como consecuencia de salvarnos del nuestros pecados es del miedo, del terror a la muerte. ¿Dónde está muerte tu aguijón con este Salvador? ¿A qué temo si estoy en tales manos como las de mi hermano, Dios y Salvador? “Para que en el nombre de JESÚS se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” Filipenses 2:10. En la entrada del año del Señor 2014, queremos comenzar este año cronológico, en el nombre de JESÚS, a Él le pedimos que a través del nuevo año, sea El nuestro castillo fuerte, nuestro abogado delante del Padre, nuestra alegría, nuestro gozo, nuestro consuelo, nuestra esperanza y nuestra fuerza, en medio de las circunstancias en las que el SEÑOR tenga a bien ponernos. En el nombre de JESÚS. Amén. Javier S. Ruiz. Diacono de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

martes, 24 de diciembre de 2013

Sermón de Navidad

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 40:17-21, 34-38 Segunda Lección: Tito 3:4-7 El Evangelio: Juan 1:1-14 “EL SEÑOR ESTÁ ENTRE NOSOTROS” Introducción: En casi todas las iglesias cristianas, el relato del nacimiento de Jesús para esta Navidad será el capítulo 2 Lucas. Aquí es donde se habla de María, la mujer comprometida con José, la cual estaba encinta, dando a luz su Hijo primogénito, que lo envuelve en pañales. Oiremos del ángel que trajo la buena noticia a los pastores que estaban turnándose para cuidar sus rebaños por la noche, diciendo con el ángel: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”. Estos son los eventos que desde pequeños se nos enseña en las Iglesias cristianas y ellos son los eventos de los seguramente oímos esta semana, en la víspera de esta fiesta de la Natividad de nuestro Señor. El evangelista Juan, que por divina inspiración del Espíritu Santo, escribió las palabras de la lectura del Evangelio designado para el día de hoy y en ella no incluye los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesucristo. En los primeros versículos del Evangelio de Juan, no se oye de José y la Virgen María ni de la visita y el numeroso coro de los ángeles. Tampoco se oyen hablar de los acontecimientos que tuvieron lugar en Palestina con el fin de cumplir las profecías del Antiguo Testamento. No, Juan comienza su Evangelio en un momento antes de la Natividad de Cristo e incluso antes de Juan el Bautista. De hecho, las primeras palabras del Evangelio de San Juan se encuentran en un tiempo que precede al comienzo del universo mismo, un tiempo cuando sólo existía el Verbo. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. En el primer versículo de su Evangelio, Juan va al grano en la revelación de la identidad del niño que yacía en el pesebre de Belén. Él lleva a sus oyentes de nuevo a la creación y revela que el Verbo que estaba con Dios era Dios. Él declara que Jesús, el Cristo o Ungido de Dios, es el Hijo eterno, que estaba con el Padre desde toda la eternidad. Además declara en el versículo 3 que este mismo Jesús es el Creador de todas las cosas. El pequeño Señor Jesús, que estaba con su dulce cabeza en el heno, en el pesebre, es de hecho el Dios Todopoderoso, que formó y creó los cielos y la tierra. El pequeño niño, a quien los sabios trajeron oro, incienso y mirra una vez que se alojaron en una casa en Belén, es el Señor, el Dios de Israel, que había sido esperado por este pueblo para traer Paz y Gloria a la humanidad. ¿Quién es ese niño en el pesebre? Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. Con estas palabras Juan atribuye la creación de todas las cosas a Jesús. San Pablo, en el primer capítulo de su epístola a los Colosenses, afirma esto cuando escribe: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17). No sólo sabía que Jesús creó el cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, también confiesa que es el sustentador de todas esas cosas. Fue él quien liberó a su pueblo, Israel, de la esclavitud de Egipto y los condujo a la prometida tierra. Fue Él quien, después de la muerte de Moisés y Josué, los gobernó a través de los jueces y luego a través de los reyes de Israel, el mayor de los cuales era su padre David. Fue Jesús quien los guio y les dio esperanza mientras que estaban en cautiverio en Babilonia y él fue su alegría cuando regresaron a la ciudad santa de Jerusalén y reconstruyeron su templo. Él es el Mesías, el Santo de Dios. Él es el Aquel de quien los profetas del Antiguo Testamento habían proclamado ser el eterno Rey y Salvador. Después de declarar que Jesús es el Verbo, que es Dios y la luz de los hombres, Juan nos habla de lo que ocurría cuando el Espíritu Santo lo concebido en el vientre de la humilde mujer, de la Virgen María. Nos dice que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La concepción y el nacimiento de Jesús fueron los primeros eventos en el tiempo de la encarnación de Cristo. El Dios todopoderoso y eterno, el Señor del universo, había llevado a cabo algo incomprensible, hacerse presente entre los suyos, pero ahora en carne humana y así habitar entre su pueblo. Este fue el último escollo tanto para los Judíos que vivían en la época de Jesús como para todos los que se pierden hoy. Aquí se nos presenta el problema que el Dios infinito, que creó todas las cosas, nos amara tanto hasta el punto de que se hizo hombre. Como los seres humanos somos seres finitos, que no tenemos la capacidad de entender cómo esto podría llegar a ser posible. La simple idea va en contra de toda razón. ¿Cómo podría el Dios infinito y creador del universo ser un hombre finito? No existe una respuesta satisfactoria a esta pregunta planteada, por nuestra débil razón. Pablo escribiendo a Timoteo, lo describe como el gran misterio de que Dios estaba manifestándose en la carne (1º Timoteo 3:16). El Señor mismo nos dice que sus caminos están por encima de nuestros caminos y sus pensamientos por encima de nuestros pensamientos. Pero él también nos ha revelado que con Dios todas las cosas son posibles, a través de la obra de su Espíritu Santo nos ha concedido la fe para creer en esto y todo lo que Él nos ha revelado en la Sagrada Escritura. Pero aún más importante que la comprensión de cómo esta milagrosa encarnación llegó a suceder es entender por qué aconteció. Navidad es sin duda todo acerca de la encarnación y el nacimiento de nuestro Señor, pero incluso cuando se habla del “verdadero significado de la Navidad” nos estamos engañando a nosotros mismos si no lo reconocemos la razón por la que Cristo, el Señor se hizo carne y habitó entre nosotros. Lo hizo con un propósito: salvar a la humanidad del pecado y de sus consecuencias. El ángel Gabriel, cuando habló a José en un sueño, le dijo que el niño concebido en el vientre de María se llamaría Jesús, porque Él salvaría a las personas de sus pecados. Dios tomó forma humana por una sola razón, para sufrir y morir para expiar los pecados del mundo. El niño Jesús, que yacía en el pesebre, nació para sufrir y morir en la cruz. El mundo necesita de esa Navidad. Necesita el nacimiento de Jesús, porque desde la caída de Adán y Eva en pecado, cada hombre, mujer y niño en este mundo nace en pecado y por lo tanto es pecador. Esto nos hace estar sujetos a la consecuencia final del pecado, la muerte. Los seres humanos somos rebeldes por naturaleza y por lo tanto mortales. Nuestra Necesidad de Navidad Fuimos creados para ser inmortales y vivir en perfecta armonía con Dios y unos con otros. Pero hemos caído en pecado, lo que hace que nosotros mismos no podamos pagar por nuestras transgresiones de manera perfecta y ni ser santos como Santo es el Señor que nos creó. No podemos alcanzar a su nivel. Nosotros no podemos reconciliarnos con Dios. Al contrario, Dios tuvo que reconciliarse con nosotros. Es por eso que incluso tenemos la alegría de Navidad para celebrar. Como Pablo escribe a los Corintios, Dios estaba reconciliando al mundo consigo en Cristo (2º Corintios 5:19). El que no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros y fue maldecido hasta la muerte para pagar el precio por nuestros pecados. Pablo escribe a los Filipenses en el capítulo 2 que, en la encarnación, cuando Jesús tomó sobre sí la forma de siervo, se humilló. Se despojó a sí mismo y se humilló a sí mismo haciéndose en el semejante a los hombres. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, la muerte de la cruz. Pues al ver el pesebre de Jesús recuerda que este no tiene importancia sin su cruz. La cruz es donde la propia encarnación recibe su significado. Jesucristo, el todopoderoso y eterno Hijo de Dios, tuvo que sufrir y morir para salvar que lo se había perdido. La crucifixión tuvo que acontecer Cristo para redimir a la humanidad caída. Esta es la razón por la que la iglesia a lo largo de su historia ha mostrado el crucifijo y lo ha convertido en un elemento visible. El crucifijo representa la fuente de nuestra fe en Cristo y éste crucificado. De hecho, Pablo ha profesado predicar nada sino a Cristo crucificado, para los nosotros esta es la única manera de que podamos tener perdón. Porque la Ley de Moisés había declarado que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Por esto Jesucristo murió para redimirnos de nuestros pecados. Él pagó el rescate para comprarnos y rescatarnos de las garras de Satanás. Él declaró que a pesar de que murió por los pecados de todo el mundo, sólo aquellos que reciben su don en la fe serán salvos, para quien en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna, como el famoso pasaje de Juan 3 proclama. Como hijos de Dios hemos sido limpiados en el Santo Bautismo, nos ha lavado por medio del agua y su Palabra, allí has recibido el regalo más bendito posible para celebrar estas fiestas, el don de la fe y el perdón de los pecados. Nuestra Celebración. Hoy también recibimos de parte del Señor Jesús, su perdón en su Palabra, su regalo más preciado que podríamos recibir Navidad también nos llega por medio del Cuerpo y Sangre de Jesús, su misma presencia en nuestra vida. Pues la encarnación no terminó cuando Jesús resucitó y fue recibido en el cielo. Él todavía permanece en la naturaleza humana, corporal, entre hoy y hasta el fin de este mundo. A través del sacramento de su cuerpo y sangre, Jesús te da a comer y beber su cuerpo y sangre. Allí Jesús nos afirma y otorga el perdón de nuestros pecados para que podamos disfrutar de la Paz con Dios y con quienes nos rodean. Él se ha dado a su iglesia como una garantía tangible de su perdón. Cuando Jesús fue presentado en el templo cuarenta días después de su nacimiento, un hombre llamado Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios. El Espíritu Santo le había prometido que no vería la muerte hasta que hubiera visto al Cristo. En cuanto sostuvo al bebé en sus brazos, dijo, “han visto mis ojos tu salvación”. Simeón estaba listo para partir en paz. A lo largo de la historia de la iglesia, se reconoció a los sacramentos como Evangelio visible. El pueblo de Dios ha contemplado con sus propios ojos las promesas unidas a los humildes elementos del agua, pan y vino. El Verbo que en el principio era con Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, todavía habita entre nosotros hoy. Cuando recibes a tu Señor hoy en el Santísimo Sacramento, habrás recibido su salvación. Habrás recibido el perdón de todos tus pecados y la seguridad de la vida eterna por medio de Cristo Jesús, tu Señor. En todo esto, habrás visto y vivido el verdadero significado de la Navidad Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

domingo, 15 de diciembre de 2013

3º Domingo de Adviento.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Isaías 40:1-11 Segunda Lección: 1º Corintios 4:1-5 El Evangelio: Mateo 11:2-11 “LA PALABRA DEL SEÑOR PERMANECE PARA SIEMPRE” Isaías comienza con las palabras: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. El profeta lleva este mensaje a un pueblo acosado por la guerra, rodeado de enemigos, de oscuridad y de incertidumbre, donde el luto y las penas eran moneda corrientes. El pueblo de Dios vivía las consecuencias de sus pecados y desobediencias, esto lo vivió antes, durante o después del cautiverio en Babilonia, era moneda corriente bajo la dureza de los romanos en el tiempo en que Jesús nació. A lo largo de la historia muchas cosas reales y duras conspiraron para extinguir la esperanza del pueblo de Dios. En esta época del año recordamos y nos preparamos la venida del Señor, que ha de consolarnos. Este tiempo de Adviento es similar al que los santos del Antiguo Testamento esperaban. Pero ahora estamos esperando la segunda venida de nuestro Señor y compartimos el mismo mensaje de consuelo entre quienes nos rodean, entre las circunstancias que trataran de apagar nuestra esperanza y expectativa. Dios da al profeta unas hermosas palabras al profeta para describir a la humanidad, en la vida y en la muerte. Él dice: “toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. (Is. 40:6-8). Dios muestra que la vida que llevamos aquí es fugaz y transitoria. Nuestras vidas florecen rápidamente, tienen la belleza y la gloria de las flores. Pero se marchitan y caen, porque el aliento del Señor sopla sobre nosotros. Por mucho que la medicina moderna, la cirugía estética, los planes de dieta y ejercicios traten de captar nuestra belleza y sostenerla en su mejor momento, tratando de congelar los efectos del tiempo, somos como la hierba que se marchita y termina por caerse. Nuestra belleza y fuerza también desaparecen, a medida que envejecemos y el tiempo manifiesta su paso. Siempre parece que la muerte es la vencedora. Pero el salmista también resalta con poesía lo hermoso de la vida, el conocimiento de Dios con estas palabras: “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, Y su justicia sobre los hijos de los hijos; Sobre los que guardan su pacto, Y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra”. (Salmo 103:14-18). Ambos pasajes describen nuestros días como la hierba y las flores, demasiados cortos, pasando y siendo olvidados con demasiada rapidez. Supongo que uno podría reaccionar negativamente a estas comparaciones y verlas como deprimentes. Se puede tratar de negar la realidad de nuestra frágil naturaleza y tratar de luchar contra el envejecimiento y la muerte con todas las herramientas de nuestro arsenal médico, que cada vez se ve más poderosamente equipado. Pero si solo lo vemos como deprimente o como una visión desesperanzadora de nuestra mortalidad, nos falta ver lo que Dios nos está diciendo en Isaías y el Salmo citado. A diferencia de los días fugaces de nuestra vida, al cambio constante y la agitación de nuestra corta existencia, la Palabra de Dios permanece para siempre. Su Palabra permanece inalterada. Y el Salmo 103 nos dice que Dios “conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”. Dios conoce nuestra fragilidad ya que Él hizo al hombre del polvo y más aún desde que Dios mismo se encarnó en Jesucristo, vivió, murió y resucitó como ser humano. Él nos conoce, literalmente, desde adentro hacia afuera. Por esto el salmista enfatiza sobre la misericordia de Dios, que es eterna para los que temen y le obedecen. Dios no cambia como tantas cosas en nuestras vidas, sino que es eternamente confiable. Pero el hecho de que la palabra de nuestro Dios permanece para siempre, no es sólo un contraste con nuestro frágil y cambiante estado, sino que por sobre todo es el remedio para nuestra deficiencia, vulnerabilidad y pecado. En lugar de la desesperación de la aparente inutilidad y fragilidad de la vida, en la Palabra de Dios, tenemos el ancla eterna para nuestra alma. Las personas y las generaciones pasarán, los problemas y dificultades van y vienen, como los tiempos de prosperidad también, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre. El consuelo de su buena noticia durará por siempre. Esta es la palabra eterna de consuelo, paz y esperanza. ¿De todo lo que conocemos en nuestra actualidad qué cosa permanecerá para siempre? Ciertamente no es nuestra seguridad o inseguridad económica, nuestro empleo o desempleo, nuestra seguridad sanitaria, o incluso la arquitectura de la cual disfrutamos en nuestras ciudades. Todas estas y otras preocupaciones muchas veces nublan nuestro futuro. Incluso éstas cosas son meras distracciones de nuestro verdadero problema, que es el pecado y la muerte. Al diablo le agradaría que nosotros nos preocupásemos por todos estos síntomas, mientras la enfermedad real de nuestro pecado permanece sin tratar y sin cuidado. Así que nos preocupamos por todo tipo de cosas que están fuera de nuestro control. Los cristianos tenemos la certeza de que el Evangelio permanece para siempre y que es más grande que nuestras circunstancias, más grande que nuestras preocupaciones y problemas que hoy están aquí, mañana no. 1 Pedro 1:25 cita este versículo de Isaías, como “la Palabra del Señor permanece para siempre” y pasa a explicar lo que esta “Palabra” es, nada más ni nada menos que el mensaje de consuelo y amor de Dios, “el Evangelio (la buena noticia) que os ha sido anunciada”. Este es el anuncio dado a Isaías y los profetas para consolar al pueblo de Dios en la angustia. Pero este mensaje de consuelo, buena noticia, no son sólo palabras cálidas o alegres para usar en estas fiestas. No son promesas vacías a los oprimidos o temerosos. No son muleta para los débiles, es decir un escapismo, sino que la buena noticia de la Palabra de Dios se funda en la venida de Jesús al mundo, en su nacimiento, que recordamos en este Adviento. Su venida como el Buen Pastor prometido. Es la entrada real y personal de Dios en la historia como un ser humano, para dirigir con ternura a su pueblo y sobre todo para traer perdón, paz y vida a cada uno de nosotros. El advenimiento de Jesús es el consuelo prometido para el pueblo de Dios. El anciano Simeón, que esperaba en el templo el cumplimiento de las promesas de Dios, lloró de alegría al ver al bebé Jesús. Dice que estaba esperando para la “consolación de Israel” y que Dios le había prometido que no moriría hasta ver al Cristo, el Señor (Lucas 2:25-26). Jesús era realmente el consuelo para Israel, para el pueblo en tinieblas y problemas. Su venida marcó la revelación de la gloria de Dios para toda la humanidad. Entre nosotros, Él creció como la hierba y flor del campo. Él vino con piel de mendigo y forma de siervo. Sin embargo, fue por Él que las buenas noticias llegaron a Jerusalén y los ángeles anunciaron: “Gloria a Dios en la Alturas y en la tierra Paz a los hombres”. Él creció como la hierba y las flores, también se marchitó y cayó en medio de nosotros. Jesús, Dios en carne, se unió tan íntimamente a nuestra frágil naturaleza, que sufrió y murió en medio de nosotros. El soplo de Jehová sopló en Él y la muerte se hizo presente en la fatídica cruz, llevando nuestra fragilidad humana a su tumba. Pero gracias a su resurrección, el grito que se proclama ahora es: “levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!”. Vemos que gran consuelo es para el pueblo de Dios que “la palabra del Señor permanezca para siempre”, Jesús es esa Palabra. No es sólo un contraste entre nuestras momentáneas vidas con la eternidad de Dios. Más bien se nos muestra cómo Jesús, el Verbo hecho carne, se unió a nuestra moribunda raza humana, a través de su muerte para vencer a la muerte. Él trae para los que confían en su obra, perdón y vida eterna. Es la cura para nuestras frágiles y fugaces vidas, marcadas por el pecado la muerte. Confiar y esperar que en el Señor Jesús es vivir en su resurrección, sabiendo que la muerte no será la vencedora. Por la fe, estamos apegados a la Palabra del Señor que permanece para siempre. Por medio de Él tenemos el consuelo que va más allá de las meras palabras, sino que es la Palabra. Aquí está el consuelo que habla a nuestro corazón, la palabra de perdón y vida eterna de Dios, una proclamación de la Buena Nueva de Jesús, su Hijo. La fe cristiana está lejos de ser promesas para escapar de las difíciles circunstancias o de una negación de la realidad que nos rodea. Los cristianos también sufren los efectos de un mundo dividido y pecador. Enfrentamos a los mismos problemas de salud, sentimos los mismos efectos de una economía en crisis, problemas familiares y el miedo por la falta de trabajo. Nosotros también nos marchitamos y caemos como la hierba y las flores. La diferencia no está en lo que sufrimos en esta vida, no es una cuestión de huir de los problemas o negar la muerte. Por el contrario, la diferencia entre el cristiano y el no creyente, es que tenemos estas palabras de consuelo, la palabra de nuestro Dios, que permanece para siempre. En un mar de cambio y transitoriedad, donde hay tanto incierto, tenemos el ancla eterna de nuestra alma en Dios. La diferencia entre una vida de búsqueda vacía de dinero y placer, como si no hubiera mañana, o la desesperación potencial en el sentido de la existencia, el cristiano toma su cruz y camina tras su Señor Jesús por la fe, sabiendo el consuelo que trae por medio de su Palabra, con las buenas nuevas de su Evangelio. Aunque el pecado y la muerte podrían conspirar para apagar nuestra esperanza, tenemos la Palabra Eterna de consolación, que nuestros pecados han sido pagados y que la venida de Cristo pondrá fin a nuestros sufrimientos. Porque la Palabra Eterna misma se ha unido a nuestra mortalidad, que aunque se marchita y desvaneces, nos ha prometido la resurrección y la vida eterna. En esta Navidad celebramos que la Palabra de Dios se ha hecho realidad en nosotros, nada más nos puede dar la seguridad, el consuelo y la fuerza, ya que la Palabra de Dios que permanece para siempre. Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, para la vida eterna. Amén. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

lunes, 9 de diciembre de 2013

2º Domingo de Adviento.

”El Reino de los Cielos se ha acercado” TEXTOS BIBLICOS Primera Lección: Isaías 11:1-10 Segunda Lección: Romanos 15:4-13 El Evangelio: Mateo 3:1-12 Sermón •Introducción El Domingo pasado abrimos el tiempo de Adviento con una llamada a estar despiertos, y a vivir en la seguridad de que esperamos la llegada inminente de nuestro Señor y Rey. Una espera que conmemoramos en este tiempo litúrgico, el cual nos sirve como tiempo de preparación y meditación sobre el gran misterio de un Dios que viene a este mundo, y que por medio de su encarnación, se hizo hombre. Él vino a habitar entre nosotros, y fundamentalmente a reconciliarnos con el Padre para que un día, podamos caminar junto a Él por las sendas celestiales. Y esta llegada, este advenimiento (Adviento) a esta creación caída no fue una improvisación de Dios, algo que decidió de manera precipitada. Todo responde a su plan divino desde el principio de los tiempos (Gn 3:15), para restaurar aquello que nosotros habíamos dañado y destruido: la comunión con el Padre. Este es, después de la propia Creación, el plan maestro de Dios para esta realidad. Un plan que fue anunciado y proclamado para que “el que tiene oídos para oir, oiga” (Lc 8:8), y así podamos estar preparados para esta llegada y gozarnos en ella. Porque Dios no ha querido escondernos su voluntad, ni privarnos de conocimiento, sino que ha compartido misericordiosamente sus planes para con nosotros, para atraernos hacia Él, como un padre amoroso. Meditemos pues hoy en este gran misterio que nos llama a estar atentos, a estar preparados ante este hecho admirable, pues: “He aquí, que para justicia reinará un rey” (Is 31:1a). •El reino de los cielos se ha acercado A veces tendemos a pensar en el Reino de los Cielos como algo extraño y distante, e incluso como un lugar lejano a donde el hombre difícilmente puede llegar. Y ciertamente son muchas las cosas que desconocemos de este Reino, pues algunas pertenecen a aquellos misterios que Dios en su infinita sabiduría, no ha tenido a bien revelarnos. Sin embargo la Palabra sí nos ofrece información suficiente para que sepamos cosas importantes sobre el mismo. Sabemos por ejemplo que en él existe gozo y felicidad, pues no puede ser de otra manera el compartir eternamente la presencia de Aquél que es todo Paz y Amor. Y también sabemos que la llave que abre la puerta de este Reino no es otra que la fe en la obra suprema de Cristo en la Cruz, siendo que: “el hombre es justificado por fe, sin las obras de la Ley” (Rom 3:28). Y a esto añade hoy Juan Bautista en su proclamación en el desierto de Judea otro hecho que nos ha sido dado a ser revelado: el Reino no es estático, sino dinámico, hasta tal punto que puede alcanzarnos allí donde nos encontramos nosotros: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (v2). ¿Cómo es esto posible?, se preguntarán muchos. Y si pensamos en términos geográficos esta revelación se nos tornará incomprensible ciertamente, ¿cómo puede un lugar, un reino nada menos, desplazarse y cambiar su ubicación?. Pero para entender esta verdad, debemos cambiar nuestro esquema de pensamiento, porque el Reino aquí en la tierra no es un lugar propiamente dicho, sino un nuevo estado de la realidad, con una transformación completa de los corazones por medio del arrepentimiento, la gracia de Dios y su perdón en Cristo. Y nuestra realidad, ya ha sido de hecho transformada radicalmente por la llegada de Cristo a este mundo. Ahora, en esta nueva realidad nos son anunciadas buenas nuevas de gracia y salvación de parte de Dios, pues por medio de Jesús podemos ver a un Padre amoroso que tiende su mano en medio de la oscuridad donde el hombre se encuentra. En Cristo hemos dejado pues de ser enemigos irreconciliables de Dios para pasar a ser sus hijos amados. Y, ¿no es motivo de la mayor alegría saber que Dios nos ama tanto que ha venido a morar entre nosotros?, ¿que gracias a su amor infinito y a la obra de Cristo no tendrá más en cuenta nuestras traiciones y pecados?. En este nuevo Reino de gracia, no caminamos en el temor o la oscuridad, sino en la serenidad y la confianza que nos da la luz. Luz que nos fue anunciada y que viene a nosotros para alumbrar nuestras vidas y nuestro camino: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.” (Jn 1:6-8). •Preparad el camino del Señor Sabemos que Cristo y su Reino de gracia llegaron a este mundo, y que debemos esperar aún su regreso definitivo de a la tierra. Pero, ¿podemos esperar sin más?, ¿o necesitamos prepararnos de alguna manera para esta llegada?. Normalmente nos preparamos a conciencia para los grandes acontecimientos, incluso con meses de antelación. Cuidamos todos los detalles, y en los momentos importantes, incluso visualizamos cómo será ese momento esperado. Y si importantes pueden parecernos los compromisos y hechos de esta vida, para el cristiano no hay nada más importante que estar preparados para el encuentro definitivo con su Señor y Salvador: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (v3). Sí, necesitamos preparar su camino, preparándonos también nosotros, y por ello una buena manera de preparar este encuentro es aprovechar este tiempo litúrgico del que disfrutamos cada año, para ahondar y profundizar en el fundamento de nuestra fe. Para mirar a nuestra propia vida y ver que sin Cristo en realidad sería una vida fría y dominada por la lacra del pecado y la desesperanza de la muerte. Sí, un mundo sin la Buena Noticia de un Dios que viene a morar entre los hombres y a traerles gracia y reconciliación, sería un mundo apagado, sin verdadera Vida, a semejanza de aquellas estrellas frías y muertas que existen en el Universo. Estrellas que han extinguido su vida y energía hasta no ser capaces casi ni de brillar. Y tristemente muchas personas alrededor nuestra son como estas estrellas, aparentan vida pero en realidad transitan senderos de muerte, pues como nos recuerda Cristo: “separados de mí, nada podéis hacer” (Jn 15:5). Por ello es importante preparar el camino del Señor, como nos exhorta Juan Bautista, empezando por acondicionar nuestra propia vida. Y no, no basta con hacer arreglos de última hora a toda prisa, meramente superficiales, como aquellos fariseos y saduceos que acudían al Bautismo de Juan buscando escapar de la ira divina, pero sin arrepentimiento ni una verdadera conversión del corazón (v7). No, es necesario trabajar a fondo y considerar y meditar a la luz de la Palabra que: “él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef 2:1). Y a partir de aquí, y de tomar conciencia de lo que éramos alejados de Dios, y del gran don y privilegio que hemos recibido por pura gracia, la luz de Cristo se nos tornará de una intensidad deslumbrante, no dejando de iluminar hasta el más oscuro rincón de nuestro corazón. Y en aquellos cuyas vidas transitan por valles de sombra y de muerte, se hará realidad el anuncio que los sacará de todas sus prisiones: “levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef 5:14). Necesitamos pues aprovechar este tiempo sereno y que anticipa el advenimiento de la Luz, para que antes de que seamos machacados y presionados de nuevo por la intensidad de esta sociedad consumista y materialista, podamos escuchar la voz que, desde el desierto, nos llama a interiorizar y meditar en estos misterios. •Haced pues frutos dignos de arrepentimiento El profeta Juan destruyó la autosuficiencia de aquellos maestros de la Ley que tanto confiaban en su santidad y ascendencia genealógica: “No penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aún de estas piedras” (v9). Pues estos hombres ponían su confianza en lo que ellos eran ante los hombres, y en cómo Dios debería considerarlos según su propia visión. Pero no pensemos insensatamente como ellos, y no seamos tampoco arrogantes aún estando justificados del pecado por la sangre de Cristo. Y así, ante el Señor, presentemos cada mañana, cada día este fruto: un corazón contrito y humillado, pues: “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal 51:17). Un corazón no envanecido y que cada Adviento se maravilla de que Dios haya hecho tan grandes cosas entre nosotros. Pues son precisamente los corazones orgullosos y endurecidos como aquellas piedras de las que habla el profeta Juan, los que deben ser ablandados para que Dios pueda sacar de ellos por medio de la fe, verdaderos Hijos de Dios. Y para mantenerlos así, maleables para la obra de Santificación que el Espíritu Santo lleva a cabo en nosotros, es necesario que la Palabra siga amasándolos y trabajándolos contínuamente. Y al igual que toda obra da frutos, esta obra del Espíritu genera frutos de arrepentimiento, donde no sólo en las fechas señaladas del calendario litúrgico, sino cada día, examinamos nuestra vida y nos damos cuenta de cuánto dependemos de la gracia y la misericordia divina. Cada día nos presentamos ante Dios, y reconocemos cuán débiles e inútiles somos, e imploramos que siga sosteniendo su Reino de perdón y salvación entre nosotros. Así pues, ¿Te sientes cargado por tus debilidades y faltas?, ¿inútil ante la Santa voluntad divina expresada en su Ley e incapaz por ello de encontrar paz y sosiego?. Si es así, no deseperes, pues cumplir esta voluntad por tus propios medios y fuerzas es ciertamente imposible para tí, pero no así para Cristo. Pues Él vino al mundo: “para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10), y para que todos aquellos cuyo arrepentimiento les lleva a buscar ansiosamente el perdón y la misericorida de Dios, lo puedan encontrar y gozar de la verdadera Paz. Y para ello Dios sólo necesita de nosotros, como indica Juan, no nuestra supuesta bondad personal o santidad, sino nuestros frutos de arrepentimiento. Esos que ante Su perdón por medio de la sangre de Cristo, nos llevan a exclamar como Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20:28). •Conclusión Juan Bautista es el profeta del arrepentimiento y la conversión, y de la misma manera que debemos tener presente la necesidad de ofrecer a Dios cada día estos frutos, debemos igualmente tener la absoluta seguridad de que ante ellos recibimos el perdón y la absolución de Dios por medio de nuestra fe en Cristo y su obra. Y en estas fechas de Adviento confiamos plenamente en las promesas del Padre, y en que por medio de nuestro bautismo, el Espíritu santo nos ha ungido como Hijos de Dios y ciudadanos de su Reino. Y para aquellos que aún no han encontrado la puerta a este Reino, que andan perdidos y sin esperanza en este mundo, les anunciamos la llegada del Reino de gracia y la promesa de Cristo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn 10:9).¡Que así sea, Amén!. J.G.C. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 1 de diciembre de 2013

1º Domingo de Adviento.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Jeremías 23:5-8 Segunda Lección: Romanos 13:8-14 El Evangelio: Mateo 21:1-9 “¡ES HORA DE DESPERTAR!” Suele pasar cuando estás profundamente dormido, soñando gratamente y estás a punto de resolver el misterio… cuando de pronto tus sueños desaparecen con los sonidos de la alarma del reloj que parece decir: ¡Despierta! ¡Despierta!. Tus ojos se abren para ver la habitación a oscuras. El sol aún no ha salido todavía y todo lo que escuchas es el reloj de alarma. Estiras la mano para golpear el botón de alarma y así detener ese terrible ruido. La habitación pronto se llena de silencio de nuevo y apoyas tu cabeza en la almohada. Te gustaría volver a dormir, pero no puedes porque tienes que levantarte. Lanzas las sábanas, sientes el aire frío de la mañana y te sientas. Te estiras, intentas frotarte la cara para quitarte el sueño y mueves rápidamente los ojos. Un nuevo día está llegando. Tu mente comienza ponerse al día. Te preguntas “¿Qué tengo que hacer hoy?”. Un nuevo día ha llegado. ¿Estás listo para… qué? El reloj con alarma es un buen invento para despertarnos, levantarnos y prepararnos para un nuevo día. Esta mañana se nos recuerda de un día especial que se avecina, un día para el que todos tenemos que estar listos y que es un día que muy fácilmente puede ser ignorado. Se acerca el día en que Cristo vendrá de nuevo con gloria para juzgar a los vivos ya los muertos. ¿Estás listo para ese día? Probablemente en el ámbito espiritual estamos más dispuestos a vivir a la deriva o en un letargo que despiertos. La indiferencia de nuestras vidas espirituales puede establecerse en nosotros cuando nos dejamos llevar por nuestras tentaciones, pensamientos e ideas sobre Dios. Nuestro Señor sabe de la tentación que tenemos de caer en el sueño del pecado, por lo que esta mañana se nos envía un despertador. Él envía una clara voz, oímos que Pablo hace sonar la alarma: “ES HORA DE DESPERTAR, el día ya casi está aquí, así que ahora es el momento de prepararse”. ¿Hay algún día que te da más ganas que otros? ¿Ese día que esperas y que no ves la hora de que la alarma suene? Sin duda para los niños, su cumpleaños es un día de esos, Navidad o el día de Reyes, el día en que emprenderás un viaje muy esperado. Tal vez es el día en que un ser querido llega de visita o vas a ver a la familia que no has visto en mucho tiempo. Tal vez es el día de tu graduación, boda o nacimiento de tu bebé, o cualquier otro día especial que no tiene que ver con ningún otro típico día de la semana. Cada uno de nosotros ha tenido un día que espera con muchas ganas y ansias. Puede incluso, que hayas llevado una cuenta atrás hasta que finalmente llegó el gran día o que hayas tenido dificultades de conciliar el sueño. Por otro lado, hay algunos días que nos encantaría evitar, días que nos ponen muy nerviosos y preocupados, que nos hacen perder el sueño por una sensación de temor e inseguridad. Tal vez es el día de un examen importante o valoración de tu puesto en el trabajo. Tal vez es el día que tienes que ir al médico para un examen físico. Quizá sea el día en que recibes los resultados de las pruebas de salud o el día de una tarea muy desagradable en el trabajo. Tal vez es el día de tu muerte. Pocos días causan una mescla de excitación y temor. Hoy se nos recuerda que habrá un día especial, cuando Cristo, el santo Rey de toda la creación, vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesús describe ese día, “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro… Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mateo 24:30-31; 25:31-32) Gran parte de ese cuadro es aterrador, incluso para los creyentes. Cada uno de nosotros es un pecador, poseyendo una rebelde naturaleza pecaminosa. Como personas pecadoras, la perspectiva misma de estar en pie ante el Juez Santo con toda una vida de pecados en pensamientos, palabras y obras es horrible. El justo castigo por el pecado es aún más aterrador, la muerte eterna en el infierno separado del amor de Dios para siempre. Tales pensamientos aterrorizan a cualquiera y las palabras de Jesús en Mateo 24:42, sólo se suman a la terrible realidad de que ninguno de nosotros puede saber cuándo Cristo vendrá de nuevo a juzgar. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor”. Un día así, tan crucial y terrible, o se ignora o se espera con una carga de culpa y miedo. Si nos permitimos dormir en el letargo del pecado, el último Día será aterrador para nosotros, pero no es así como lo describe Pablo: “es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día”. Pablo sabía algo que nosotros como creyentes en Cristo también necesitamos saber, creer y confiar. No sólo somos pecadores que merecen la ira de Dios, sino también somos sus hijos santificados en la sangre de Cristo por la fe en Él. Pablo sabía lo que Cristo había hecho para que sea así. El Rey que ha de venir a juzgar es también el Cristo que vino a salvar. Jesús vino en Belén para ponerse en nuestro lugar. Él vivió una vida perfecta libre del sueño espiritual y de la indiferencia. No tenía la naturaleza pecaminosa que lo atormentaba, ni el miedo al santo juicio de Dios. Luego sufrió una muerte de Cruz para pagar por tus pecados y sellar tu perdón con su gloriosa resurrección. Entonces Él prometió regresar en gloria para completar tu salvación con una herencia eterna. Eso es lo que Pablo sabía que conseguiría el último día. Cristo vendría y traería consigo tu eterna herencia de la gracia. Es por eso que Pablo quiere que despertemos del sueño de pecado. Todos los días nos encontramos unos pasos más cerca de recibir la herencia de Cristo para disfrutar el descanso eterno en los cielos. Pablo nos anima que esperemos con impaciencia aquel día, preguntándonos si hoy será ese día. Después de todo, si estaba cerca en aquel tiempo, ¿cuánto más cerca está el regreso de Cristo para nosotros ahora? Pero… ¿cómo sabremos que ese día se acerca? Jesús dijo que no sabemos qué día vendrá nuestro Señor. Podría ser hoy, mañana o podría ser dentro de diez años o diez siglos a partir de ahora. Entonces ¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Nos acurrucamos de nuevo en el dulce sueño del pecado con la esperanza de que Cristo no venga por un tiempo? Después de todo, han pasado más de 2.000 años desde que visiblemente dejó este mundo. Entonces ¿cómo nos preparamos? “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Si vamos a despertar y estar listos para el último día, entonces tenemos que conseguir el vestido correcto y evitar caer en un letargo espiritual. Este nos hace ser indiferentes, incluso arrogantes acerca del pecado. Se abre la puerta nuestra naturaleza pecaminosa que tratan de apartarnos de Cristo y de su obra. Cada día esas fuerzas oscuras tratan de que nos centremos en lo que nosotros deseamos en lugar de lo que Dios desea para nosotros. Por eso, Pablo advierte en contra de tal sueño. Las “obras de las tinieblas” no suenan tan inusuales. Después de todo, las imágenes y actitudes de nuestra cultura nos atraen y llevan a caer en los deseos de nuestra carne. Tal vez tu actitud hacia el alcohol o el sexo debería estar en esta lista de “obras de oscuridad”. Tal vez se debería incluir la forma en que haces daño a su cónyuge, hermanos, amigos o compañeros de trabajo. Tal vez sería útil incluir los celos hacia los demás, incluso se podría poner el hacer el bien por la razón equivocada, solo para mostrarte a los ojos de quienes te rodean o a los ojos de Dios. Entonces, ¿cómo dejar de lado estas “obras de las tinieblas”? En Juan 16:33, Jesús nos dice: “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo”. Jesús venció esas fuerzas oscuras por nosotros cuando vino la primera vez. Su vida estaba libre de esos oscuros pecados. Con su muerte pagó por tus oscuros pecados. A través de las aguas del Santo Bautismo, cubrió tus pecados con su justicia por lo que el santo Dios ya no te ve sucio por el pecado, sino santo en Cristo. Ahora por la fe que puedes ir a diario al Señor y arrepentirte del pecado volviendo a tu Bautismo y viviendo la vida nueva que Dios te ha prometido dar. Por medio de Cristo, puedes estar seguro de que Dios perdona tus pecados y te permite vivir en paz, sabiendo que Él cargó tus obras oscuras. Por medio de Cristo, puedes “ponerte la armadura de la luz”. Sabemos que Jesús puede regresar en cualquier momento y es la hora de estar despiertos y listos, vestidos del Señor Jesucristo. La Biblia enseña que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” Gálatas 3:27. En tu bautismo, Dios te hizo su hijo y te dio la inocencia de Jesús para cubrir tu pecado. Estamos llamados a ponernos esa armadura que es Cristo una y otra vez, porque es una lucha diaria. Regresando diariamente a nuestro bautismo, desechando las viejas obras de la oscuridad. Lutero dijo que la persistencia de nuestra vieja naturaleza pecaminosa es como la barba que crece en la cara de un hombre y que a diario necesita “afeitarse” con el arrepentimiento y el perdón. El momento en que sus promesas van a ser cumplidas está cada vez más y más cerca. Así como Dios envió a Jesús en la plenitud de los tiempos hace 2.000 años, para nacer en la primera Navidad y redimirnos. Así también en la plenitud de los tiempos, Dios está de nuevo acerca para traernos la salvación final y llevarnos con él. Este tiempo de Adviento, tu espera y expectativas se llenarán de alegría, mientras aguardamos el amanecer de Cristo. Estás protegido por la sangre de Cristo, el mismo Señor, que ya ha conquistado las fuerzas de la oscuridad para ti y te protegerá de los ataques. Él te fortalece y prepara a través de su Palabra y se da sí mismo en su cena. Todo eso cambia tu vida por lo que ahora puedes vivir como hijo de la luz. Puedes mostrar amor a tu cónyuge, hermano o amigo. Tener actitudes y motivaciones puras y dar gracias que Dios ha bendecido a otras personas de manera diferente a ti. Puedes esforzarse por vivir una vida de justicia a través de Cristo, porque “el día ya casi está aquí”. Cristo viene pronto para librarnos del terror de la noche del pecado, para que la herencia eterna que él adquirió para ti. No queda mucho tiempo, es hora de que despertar y vestirnos de Cristo. El día ya casi está aquí. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

martes, 26 de noviembre de 2013

Último Domingo del Año Eclesiástico.

”La humanidad frente a la realidad definitiva de la Cruz” TEXTOS BIBLICOS. Primera Lección: Malaquias 3:13-18 Segunda Lección: Colosenses 1:13-20 El Evangelio: Lucas 23:27-43 Sermón •Introducción La última lectura del año Eclesiástico que tenemos en Lucas, cierra este ciclo presentándonos el epílogo donde Jesús entrega su vida por los pecados del mundo, y donde algunas de las reacciones finales de los hombres ante su muerte, son como un prototipo de aquellas que encontramos en nuestra sociedad respecto a Él y su mensaje. Es como un cuadro donde podemos ver con detalle cómo enfrentan los seres humanos el hecho definitivo y radical de la Cruz. Porque Jesús no deja a nadie indiferente, ya que ante su obra y su persona, siempre se toma partido. Incluso la indiferencia anuncia ya una actitud, una reacción respecto al ofrecimiento de perdón y reconciliación que el Padre nos ha ofrecido por medio de su muerte y resurrección. Sí, el mundo tomó y toma partido ante Jesús, y así, unos le compadecen, otros le escarnecen, algunos le injurian y pocos, unos pocos, dejan de resistir la acción del Espíritu y se entregan confiados a Él y su obra, recibiendo por medio del arrepentimiento y la fe, el perdón y la promesa de vida eterna junto a Cristo. También hoy se repite la escena del Evangelio, cada día, y aunque Jesús ya no está clavado en una Cruz, aún sigue ésta ante la vista de los hombres, recordándonos que la oferta del Padre sigue en pie para todos, y que a todos abarca. •Escarneciendo al leño verde Jesús enfiló definitivamente el camino del Calvario, donde fue cumplida toda Justicia, y donde el decreto de nuestra condenación fue abolido por medio de su sangre. Y entre las muchas explicaciones que los hombres han buscado para explicar la muerte de este inocente, Justo de los justos, podemos empezar ya a descartar algunas de las más habituales. Y no, Jesús no muere como consecuencia de su enfrentamiento con el poder político o religioso de su época, aunque suene muy inspirador y atractivo a determinados grupos sociales; ni tampoco por coherencia ética o moral, para los que buscan a un Jesús a imitación de determinados maestros filosóficos o espirituales. Ni siquiera como demostración de un proceso judicial erróneo o equivocado, para los amantes de la jurisprudencia. No, Jesús muere simple y llanamente para llevar a cumplimiento la necesidad de que prevalezca la Justicia de Dios, donde el pecado recibe como única paga la muerte: “porque la paga del pecado es muerte” (Rom 6:23). Y esto debe quedarnos muy claro, para que podamos conectar esta obra, Su obra en la Cruz, con nuestras propias vidas, con nuestro propio pecado. Pues éramos nosotros los que debíamos estar en aquella Cruz y no Él, pero : “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2ª Cor 5:21). Y dicho esto, todas las causas anteriores sobre la muerte de Jesús, que los hombres hemos ideado y fabricado a nuestra medida, no son más que la constatación de que aún nos resistimos a admitir lo que somos. Pues negando a la Justicia divina su derecho a ser cumplida y buscando otras explicaciones más “racionales” y “lógicas” al hecho de la muerte de este inocente, no tratamos sino de justificarnos a nosotros mismos, y negar el hecho de que esta Justicia, debió aplicársenos en realidad a nosotros y no a Cristo. Y de alguna manera también percibimos esto en los llantos de los hombres y mujeres de Jerusalén por Jesús, pues : “le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él” (v27). Lloraban compadeciéndose de Jesús, pensando que su destino sería terrible, pero ignorando que en realidad era su propio destino eterno lo que estaba en juego, aquello por lo que en verdad hay que llorar y lamentarse: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” (v28), son las palabras de Cristo dirigidas a todas las madres y hombres en general de este mundo. Pues sin este sacrificio, y sin este Cristo que camina hacia el Calvario estaríamos ciertamente condenados. Y si el leño verde, la fuente inocente de vida tiene que padecer de esta manera por causa nuestra, “¿en el leño seco, qué no se hará? (v31). Sí, ¿qué será entonces de todos los que endurecen su corazón y rechazan a este Cristo que extiende sus brazos hacia ellos en la Cruz?. Y ¿qué sería de todos nosotros si aquel día Cristo no hubiese emprendido aquel camino hacia el dolor y el sufrimiento en lugar nuestro?. Pero demos gracias al Padre, ya que: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 5:1). •El Trono de Jehová permanecerá por siempre Pocos son los gobiernos de este mundo que han tenido y tienen en cuenta la voluntad de Dios a la hora de gobernar. En nuestros días eliminan poco a poco todo vestigio de Su presencia, y se relega a la Palabra a un mero uso decorativo y protocolario la mayoría de las veces. El temor de Dios, en su sentido reverencial y profundo ya no existe en los corazones de muchos de los gobernantes, pues el poder crea la falsa seguridad de haber tocado techo. De que no hay nada superior a la voluntad humana y que todo pasa por los deseos del propio hombre. Y en la época de Jesús no era muy diferente. Para ellos además, la presencia de Dios en medio de su pueblo no significó júbilo ni un sentimiento de amparo y liberación, aún cuando Jesús proclamó en repetidas ocasiones que esta presencia venía a traer paz, alivio a los cargados de corazón y la mano tendida del Padre: “Estas cosas os he hablado, para que en mí tengáis paz” (Jn 16:33). Los poderes religiosos vieron a Jesús como un peligro para sus propios intereses, y el poder político lo menospreció considerándole uno más de los muchos auto proclamados profetas que pululaban por Israel. Así, aquellos hombres de gobierno y poder, pensaban que su condena a Jesús y su muerte solucionaba sus problemas. Los sacerdotes ya no tendrían que soportar a este incómodo rabí que los ponía en evidencia de sus hipocresías y legalismos, y las autoridades tendrían paz con el díscolo pueblo judío. Y así, el poder humano desde los tiempos en que Dios, por la presión del pueblo de Israel, mandó proclamar rey a Saúl, se ha ido envaneciendo y alejando de esta voluntad divina: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a tí, sino a mi me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1º S 8:7). Pues recordemos que sólo la voluntad de Dios era necesaria para el buen gobierno de Israel, y que gobernantes y reyes eran los que regían sobre los paganos, precisamente por carecer de la guía de Dios en su Palabra. Israel quiso ser gobernada por un hombre y no por la voluntad de Dios, y así hasta hoy los hombres nos sometemos a los hombres y rechazamos la idea de que sea Dios quien nos abra el camino en la vida de los pueblos. Por eso no es de extrañar la reacción ante Jesús de gobernantes y autoridades de su época: desprecio, escarnio y burla. Sin embargo los gobernantes son, aún sin ser conscientes de ello, instrumentos de Dios para llevar a cabo Su voluntad, pues nada escapa a ella en su propia Creación. Y así, lo que se estaba cumpliendo inexorablemente, aún en el escarnio y desprecio de estos gobernantes por Cristo, no eran sino las promesas divinas de restauración y redención que ya anunciaron los profetas: “por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Is 53:12). Pues por encima del poder de los hombres: “tú Jehová, permanecerás para siempre; Tu trono de generación en generación” (Lm 5:19). •La fe sencilla y sincera del buen ladrón Jesús fue contado entre los pecadores a la hora de su muerte, y dos malhechores fueron crucificados junto a él. Y estos dos hombres son como el resumen de la conversión del ser humano, donde podemos ver cómo somos antes de que nos alcance el don de la fe, y después de haberla recibido. Así uno de los malhechores increpaba a Jesús injuriándolo: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (v39). En su rechazo a Jesús, este hombre lo ridiculizó aún en la Cruz, tratando de mostrar que no era más que un hombre condenado, que nada podía hacer por él mismo ni por nadie. Así el hombre en su estado natural, considera inútil a Cristo, pues entiende que sólo él con sus propias fuerzas y voluntad es dueño de su destino. El hombre sólo necesita del hombre para caminar en esta vida e interpretarla, o dicho en palabras de los filósofos griegos: “el hombre es la medida de todas las cosas”. Sin embargo la mera visión de Cristo en la Cruz junto a él fue suficiente para que el otro malhechor viese no a un mero hombre a punto de morir, sino al mismo Hijo de Dios hecho carne entre nosotros. La fe alcanzó a este condenado justo antes de la muerte, y de su arrepentimiento por el pecado y del reconocimiento de Jesús como su salvador nació su vida eterna: “Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v41-42). Sólo necesitó de la fe para que las puertas del cielo le fuesen abiertas. Y esta es la Buena Noticia que Cristo trae a los hombres: que muriendo Él en la Cruz por nuestras rebeliones, somos justificados ante el Padre por medio de la Justicia de Cristo, la cual se nos imputa por medio de la fe en su obra en la Cruz. Aún así, después de este día los seres humanos nos hemos seguido empeñando en conseguir esta justicia divina a base de todo tipo de obras con la finalidad de acumular méritos ante Dios. Pero un malhechor arrepentido en la hora de su muerte nos enseña esta verdad evangélica de la justificación por la sola fe en Cristo. Una verdad que trae paz y consuelo al corazón de aquellos cuyas conciencias cargadas ponen a los pies de Cristo sus cargas y pecados. ¿Te sientes tú cargado en tu mente y corazón?. ¿Crees que tus pecados son tan grandes que Dios te exigirá un mérito imposible de acumular en esta vida?. Mira pues al buen ladrón junto a Cristo, y en arrepentimiento y fe repite sus palabras a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v42). Escucha luego las palabras que el Señor te dirige, tan ciertas como aquellas que fueron dichas en el monte Calvario, dirigidas ahora también a ti : “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (v43). Aférrate a esta promesa divina, cada día, hasta el final de tu vida. Conclusión Cristo siempre genera reacción en los seres humanos, y a nadie deja indiferente, sea el pueblo, gobernantes o malhechores. Y esta lectura, donde un malhechor es justificado poco antes de su muerte, debe servirnos de lección magistral acerca de la infinita misericordia y gracia de Dios. Pues nunca es tarde para rendirse a los pies de Cristo, nunca es tarde para recibir en arrepentimiento y fe la promesa de salvación y vida eterna. Y ahora nuestra escalera al cielo, cual escalera de Jacob (Gn 28:12), por donde los ángeles bajan y suben del cielo a la tierra no es otra sino la Cruz de Cristo. Lo fue para el buen ladrón y lo es también hoy para todos nosotros. ¡Que así sea, Amén!. J.C.G. Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 17 de noviembre de 2013

24º domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA - Primera Lección: Malaquías 4:1-6 Segunda Lección: 2º Tesalonicenses 3:6-13 El Evangelio: Lucas 21:5-28 “En Cristo nos erguimos y levantamos nuestras cabezas” Otro final se acerca: Otra vez estamos llegando a fin de año, me refiero al año litúrgico. Esta es la época del año en que hablamos específicamente sobre el fin de los tiempos, sobre los últimos días. La palabra que se usa en teológica para esto es “escatología”. Se podría pensar en esto como el día del juicio, la segunda venida de Cristo, o también como el comienzo del reino por venir. No importa cómo llamemos a ese día y sus acontecimientos, hablar del final hace que la gente, incluso muchos cristianos, se pongan un poco nerviosos. Tal vez muy nerviosos. Siempre surgen muchas preguntas al respecto ¿Habrá realmente tanto pesimismo y destrucción, plagas, terribles desastres y abundantes catástrofes? ¿Tendré que estar en pie delante del trono de Dios y responder por todos mis pecados? ¿Cómo voy a ser juzgado? Estas son algunas de las preguntas que hacen que las personas quieran leer y oír sobre otros pasajes de la Biblia y no pensar en ello, que hay cosas más bonitas sobre las cuales hablar. Esto no nos debería tranquilizar. Nuestra actitud ante el fin: Lo que dice Jesús en el Evangelio de hoy puede traernos miedo. Porque mientras Él habla, por un lado, sobre la caída de Jerusalén, también anuncia predicciones sobre el día final. Sin embargo, se las arregla para incluirnos a nosotros y a todos los creyentes en sus advertencias y en sus promesas sobre las cosas por venir. Jesús sabía que sería difícil para sus discípulos y para ti vivir la fe y realizar la tarea encomendada. Sabía que habría todo tipo de problemas y tentaciones. Persecución y trampas. Advierte de las dificultades, no sólo de vivir en este mundo, sino de hacerlo como sus discípulos. La dificultad de evitar los falsos maestros que vienen en su nombre. Los peligros planteados por las autoridades que son hostiles a su enseñanza y al de su pueblo que lo rechaza. Hay muchas cosas en nuestra contra. Todas ellas pueden hacer que desesperemos y bajemos los brazos, desistamos de vivir nuestra fe y certezas. Sin embargo hay esperanza. Jesús unos versículos más adelante nos dice: “Mira a la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabéis que el reino de Dios está cerca”. En otras palabras, cuando veas los signos, ya sabrás que el final se acerca y esto es motivo de alegría. Porque este final será un día de alegría para su pueblo, para vosotros. Así que levantad vuestras cabezas y mirad hacia el cielo. Esta vez no vengo como un niño indefenso, sino que vengo con poder y autoridad para rescatar a todos los que me pertenecen. Para los cristianos que viven en este mundo, no habrá dificultad, problemas, penas o dolor… porque todas estas cosas son temporales. Incluso las cosas más permanentes en este mundo desaparecerán, así como sucedió con el gran y poderoso templo de Herodes, construido con enormes piedras, alto y magnífico, sería derribado en no más de 40 años de la partida de Jesús. Las Señales de Hoy: Lamentablemente por estadística sabemos que vamos a morir. Sabemos que este cuerpo corrompido que tenemos no durará por siempre, no puede, no debe. La tumba nos espera a todos. No importa cómo llegamos a ella, si es por enfermedad o accidente, porque alguien nos quita la vida, eso no importa. Nuestra vida en la tierra se “termina”, pero la vida eterna es segura y no tiene fin. Nuestro cuerpo puede ser destruido, pero tenemos un Dios que dispone de nuestra eternidad. Tenemos la promesa de que resucitaremos al final y viviremos en cuerpos glorificados, viviremos con el Señor con todo su pueblo para siempre. Ninguno de los problemas de este mundo va a durar para siempre. Incluso la muerte será vencida. Cristo dice que solo sus palabras perdurarán para siempre, aun en medio de nuestras aflicciones y confusiones esa promesa sigue en pie. Creemos, por su gracia, que desde ahora y sobre todo cuando esté llegando el final, que estas promesas nos ayudarán a mantener nuestras cabezas en alto. Todo el terror y la destrucción que la Biblia describe en estos y otros pasajes, todos los horrores del día final, son todas consecuencias del pecado. Si bien sufrimos las consecuencias del pecado y los dolores de parto de la creación y estos aumentaran hacia el día final, también podemos ver una luz de esperanza y paz en medio de tanto sufrimiento: Jesucristo. Nuestra Esperanza: Su cruz es el fin del poder del pecado en este mundo. Su sacrificio no es solo la derrota de la muerte, sino que además y en especial es la fuente de tu vida. Las palabras que ha pronunciado allí perdurarán para siempre: “Consumado es” o sea todo está cumplido. El pecado, la muerte, el poder del diablo, han sido derrotados en la cruz. Tu rescate y salvación del juicio final se ha llevado a cabo en el Calvario. Confirmado en la tumba vacía en su resurrección y se cumplirá totalmente el día que Él ha destinado para el fin. No sabemos cuándo será, pero vemos las señales. La higuera ha brotado, a nuestro alrededor vemos las cosas que Jesús ha anunciado como guerras, terremotos, hambruna y pestilencias. La persecución de los cristianos, incluso podemos sentir que estamos un sitio como la antigua Jerusalén. Miramos a nuestro alrededor y el mundo parece estar en mal estado, nuestro país está en crisis y nuestra vida personal muchas veces es un desastre. Nuestra Fortaleza: A pesar de esto Levantamos nuestras cabezas. No hay porque temer, sus palabras permanecen para siempre. Nos sigue llamando y dando la fuerza necesaria para soportar, por la fe y estar firmes en su Palabra. Es una palabra segura, de esperanza en medio de todo lo que está cayendo a nuestro alrededor. Es una palabra llena de promesas de que nos lleva a través de oscuros días a esa brillante mañana de la eternidad. Tienes claras señales que sus promesas son hechas realidad, por ejemplo tu Santo Bautismo. El Mesías estuvo presente allí. Él te ha unido a Él, a su muerte y resurrección. Esa es la clave para el Día del Juicio, en tu Bautismo el Señor te ha dicho: “no vas a morir por tus pecados en el día del juicio, porque yo te he unido a mi muerte y has sido limpiado de tus pecados. Te he unido a mi resurrección, también, así que el cielo es tuyo. Enderézate y levanta la cabeza, porque yo te he rescatado”. En el altar, en la Santa Cena, allí el Señor se hace presente para darte su cuerpo y su sangre, con los que ha conquistado a la muerte, descendido a los infiernos y manifestado a sus discípulos para ti. No hay destrucción para ti, porque el Señor te ha rescatado, te fortalece y preserva para la vida eterna, porque donde hay perdón de pecados allí hay vida eterna y salvación. El Señor sigue estando presente en su templo para ti, es por eso que este mundo no está perdido. Es sólo que, en lugar de un templo hecho de grandes piedras, ahora Él mora en el templo de sus medios de gracia, pero Él está con tanta seguridad, totalmente presente como lo estuvo en el templo de nuestro texto. No es de extrañar que los medios de gracia tengan tan poca estima hoy, Cristo mismo fue tratado de la misma manera en Jerusalén. Pero Él está presente y Él no nos abandonará. Cualquier dificultad que veas en ti, en tu vida, en este mundo, recuerda que el Señor está tan cerca de ti como su Palabra y los Sacramentos. No tendrás que pasar vergüenza en el Día del Juicio, sino que podrás enderezarse y levantar la cabeza en presencia de tu glorioso Señor resucitado, porque has sido perdonado de todos tus pecados por su obra. Nuestra certeza es eterna: Tenemos la salvación por la gracia mediante la fe. Ahora tenemos la promesa de vida eterna, a través de Cristo Jesús, que viene a nosotros y está presente hoy con nosotros. Pero todavía esperamos la perfección que vendrá sólo cuando nuestras almas partan de este mundo. Mientras tanto, seguiremos sufriendo las consecuencias del pecado mediante enfermedades, sufrimientos y finalmente la muerte. Somos concebidos y nacidos en el pecado y nuestros cuerpos tienen que regresar al polvo de donde proceden. Pero estamos seguros, que su redención de estas cosas está acercándose. El mismo Jesús que fue crucificado y murió por tus pecados y resucitó para conquistar tu muerte, volverá en una nube como tu Redentor. Un redentor es una persona que rescata a otra mediante el pago de un rescate. El rescate que Jesús pagó por tus pecados no fue una suma de dinero. Porque ni todo el oro y plata del mundo podrían haberte llevado al cielo y rescatado. No, lo hizo con su preciosa sangre, su sufrimiento y su muerte. El oficio de Cristo como Redentor ilustra muy bien lo que lo hizo por ti y por mí. Es más específico incluso que Salvador. Porque quien salva lo puede hacer simplemente mostrando el camino o sirviendo como un mero ejemplo para la vida piadosa, o incluso por medio de la lucha sin necesidad de perder nada. En su primera venida, Él te adquirió de la potestad de Satanás, no lo hiso en el templo o en el Monte de los Olivos, ni siquiera por medio de sus sermones, sino en el Gólgota, donde derramó su sangre y murió en la cruz. Cuando venga en su segunda venida, Él te salvará de las consecuencias del pecado. No habrá más pecado, no habrá más tristezas, no más sufrimientos y no habrá más muerte. Hasta ese gran día, la Iglesia seguirá proclamando el mensaje del arrepentimiento y el perdón de los pecados. Lo hacemos al proclamar la Palabra de Dios con fidelidad, recordando lo que Pablo escribió a la iglesia en Roma, que lo que fue escrito en tiempos pasados ​​fue escrito para nuestra instrucción, para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. A medida que el Señor viene a nosotros con sus dones, somos consolados en el conocimiento de su amor y de la redención que nos ha dado. A medida que sufrimos en este mundo, no nos desanimamos sino que levantamos la cabeza con confianza en la redención que está por venir. Ahora, el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz, para que por el poder del Espíritu Santo sea posible que abunden en su esperanza, y que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestra mente a través de la fe en Cristo Jesús. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Vigésimoquinto Domingo después de Pentecostés.

”Reteniendo la sana doctrina” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: Éxodo 3:1-15 Segunda Lección: 2ª Tesalonicenses 2:1-8, 13-17 El Evangelio: Lucas 20:27-40 Sermón •Introducción Perseverar en la sana doctrina es el llamado de los Apóstoles a los creyentes. Y será esta doctrina, como compendio de la Verdad reflejada en la Palabra de Dios, la que dé contenido y cuerpo a nuestra fe. Pues esta fe, este don que hemos recibido por medio del Espíritu Santo puede llegar a ser frágil como una vasija de barro (2ª Cor 4:7). Su primer enemigo es nuestra propia debilidad, nuestra facilidad para ser influenciados por todo tipo de ideas erróneas, creencias extrañas o dudas. Somos seres carnales, y por tanto débiles en lo que respecta a nuestras propias limitaciones y a los ataques del mundo. Y este es el segundo enemigo de la fe, un mundo marcado por el pecado y donde se libra una auténtica lucha en muchos creyentes para llegar victoriosos en la fe hasta la meta final de sus vidas. Pues no es fácil en muchas ocasiones salir indemnes en las batallas diarias, y así, el creyente debe acudir asiduamente a la Palabra y al poder regenerador de los Sacramentos para comenzar renovado y reforzado cada nueva jornada. No hacerlo es exponerse a ser víctima de un debilitamiento en esta fe que nos conecta con la obra salvadora de Jesús en la Cruz. Y para ello debemos mantenernos fuertes doctrinalmente hablando, no sólo para traspasar los umbrales de la meta celestial, sino para llegado el caso, resistir los momentos finales donde como nos enseña el Apóstol Pablo, la mentira el engaño y la perdición harán su último intento de arrastrar a muchos en la agonía de su ya anunciada derrota (2ª Ts 2:3). •La mentira no puede prevalecer La Palabra nos llama continuamente para que permanezcamos en la Verdad, pues a diferencia del mundo secular, donde lo relativo y la falta de una verdad absoluta son la norma común, en el terreno espiritual el cristiano tiene la certeza de que sí existe tal Verdad, y que ésta es alcanzable para nosotros por medio de la fe. Pero al mismo tiempo que existe esta Verdad, otras supuestas “verdades” también disputan por ganar su cuota de mercado, podríamos decir. Y desgraciadamente, bajo una apariencia de normalidad y diversidad, se esconden muchas falsedades y caminos que conducen al error y la confusión. En la lectura de hoy vemos precisamente un ejemplo en los saduceos, enfrentándose a Jesús a causa de uno de estos errores que ellos propagaban: la negación de la resurrección. Eran también judíos y creían en Jehová al igual que el resto del pueblo de Israel, sí; pero aplicando su lógica humana y desechando partes del Antiguo Testamento y a los mismos profetas, los saduceos negaban la posibilidad de una resurrección futura y otras verdades espirituales (Hch 23:8). De esta manera negaban en el fondo a Dios su señorío absoluto sobre la vida y la muerte, y daban la espalda a la Escritura que claramente enseña esta verdad: que la resurrección será un hecho que ciertamente experimentaremos: “Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío” (Ez 37:13). Y para combatir esta clara doctrina idearon un problema para Jesús, en la confianza de que, en su aparente imposibilidad de ser resuelto, demostrarían llevar ellos la razón: “En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?” (v33). Pero la razón del hombre es inútil cuando pretende rivalizar con la de Dios, y Jesús de nuevo nos recuerda que la muerte y la posterior vida celestial rompen con las estructuras sociales de esta vida temporal, y que lo carnal no puede condicionar lo espiritual: “Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento” (v34-35). Nos enseña además que Dios domina no sólo la vida, sino también la muerte, la cual en realidad ya no tiene poder ni es sinónimo de dejar de existir para los que ponen su fe en Él por medio de Cristo: “Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (v38). Así con estas respuestas Jesús desmontó y expuso las mentiras de los saduceos. Algunas de tantas como han existido y existen en este mundo, y que desvían y en no pocos casos esclavizan al ser humano cerrando sus oídos a la clara, fresca y pura Palabra de Dios. Pero tengamos en cuenta que en materia de fe no hay muchas verdades, o verdades a medias, y como nos advierte el Apóstol Juan, : “ninguna mentira procede de la verdad” (1 Jn 2:21). Los saduceos proclamaban el error de negar la resurrección, pero existen muchos más errores que hacen que los hombres en general y también los creyentes, se alejen de los seguros caminos doctrinales que Jesús y los Apóstoles prepararon para la Iglesia. Y vivimos por desgracia en un mundo donde la palabra “doctrina” tiene connotaciones negativas en muchas personas. El concepto de “doctrina” lleva hoy día aparejado la visión peyorativa del adoctrinamiento, y de aquí el de insertar en la mente de las personas ideas que en realidad no son suyas, y que en muchos casos son impuestas por medio de la presión, el miedo o la ignorancia. Sin embargo la doctrina verdadera es, como se nos recuerda en la Escritura, muy necesaria para no ser presa del error. Pero una sana doctrina cristiana nunca se impone, sino que se recibe como el fruto de la constatación por medio de la Escritura y la acción del Espíritu de su solidez y verdad, tal como hicieron los judíos en Berea: “pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hech 17:11). Así lo entendían los Apóstoles y los primeros creyentes, y así debería ser siempre. Pues sin doctrina, y sin saber argumentar con claridad y en relación a la Palabra aquello que se cree, estaremos perdidos en el mundo espiritual. El Apóstol Pablo era muy consciente de esto y por ello exhortaba siempre a permanecer firmes en las enseñanzas que él había transmitido, con fidelidad y determinación: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra” (2ª Tes 2:15). Así, negar o relativizar el valor de la doctrina es como cortar el tronco que sostiene a un árbol frondoso, el cual permite a la savia llegar hasta las hojas y los frutos. Su muerte es inevitable. Y del mismo modo que las hojas y los frutos de un árbol, nuestra fe es vigorizada por la doctrina apostólica y las enseñanzas correctas que hemos recibido desde Jesús hasta hoy. Pues sin estas doctrinas plasmadas en la Palabra, nuestra fe no podrá crecer y enriquecerse. Es necesario en definitiva retener la sana enseñanza, la leche no adulterada de la que nos habla el Apóstol Pedro: “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ellas crezcáis para salvación” (1ª P 2:2). Podemos así decir que, en este mundo donde el error convive con la verdad de manera a veces tan sutil y mimetizada, es una necesidad vital para el creyente estar protegidos contra el mismo y conocer los fundamentos y argumentos bíblicos de aquello que proclamamos como creyentes. •Resistiendo con el escudo de la fe ¿Qué pues necesitamos para no ser presa de tantos errores y falsedades como pululan en nuestro mundo?. Ya se ha dicho que una doctrina bíblica correcta es fundamental para mantener una fe fuerte y sana, pues se puede llegar a un debilitamiento alarmante y peligroso de la misma en ciertos casos. Y para evitarlo el creyente tiene a su disposición el mejor remedio y ayuda posible en la sana predicación de la Palabra y los Sacramentos, y en concreto la participación en la Santa Cena. Estos son los medios que Dios ha dispuesto para distribuir su gracia entre los hombres, y que en el caso del cristiano, le sirven igualmente para alimentarlo y sostenerlo. Porque el esfuerzo espiritual constante contra el error y el pecado requiere, al igual que el propio cuerpo en la carne, buenos alimentos. Y de la misma manera que un cuerpo alimentado con comida de mala calidad no puede subsistir mucho tiempo sin enfermar, así la fe y la vida del espíritu, no pueden vivir desconectadas de la vivificante Palabra de Dios y del poder consolador del perdón de pecados que Cristo nos ofrece con su cuerpo y sangre. Son estos los mejores alimentos posibles para nosotros, de manera que el escudo de la fe: “con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Ef 6:16), esté fuerte y sólidamente anclado en Cristo. Pero, ¿en qué notaremos esta salud espiritual en nuestra vida?, ¿cómo sabremos si nuestra fe es vigorizada y crece de la manera correcta?. El primer efecto positivo que notaremos será precisamente nuestro aprecio y deleite por compartir momentos de oración y escucha a Dios en su Palabra, tanto personal como comunitariamente. Si esto falla habitualmente, ello será un indicador de que otros asuntos, otras preocupaciones mundanas e incluso otros “dioses” mundanos nos apartan de la fuente de nuestra fe, la Palabra de Dios. Así, si esto se mantiene en el tiempo, el debilitamiento de nuestra fe estará asegurado. Pero una fe sana y viva, es una fe que produce también frutos, como nos enseña el Apóstol Santiago, pues: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg 2:17), y así si en nuestro caminar diario, la vida y el sufrimiento del prójimo nos son indiferentes o no nos mueven a querer tenderles una mano, ello será igualmente una señal de que la salud de nuestra fe no responde a lo que Dios espera de ella. Hablamos aquí pues de lo que hay y mueve el corazón del cristiano, que debe ser el Amor de Dios, el cual recibimos como un don divino para a su vez, proyectarlo hacia otros desde nosotros mismos: “porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gal 5:6). Así que, el amor por esta Palabra de Vida y el amor al prójimo nos mostrarán inicialmente en un sano equilibrio, el estado y la salud de nuestra fe. ¿Cómo están tus niveles a este respecto?, ¿vives conectado a la Palabra que te sostiene y da vida?, ¿retienes en tu vida de fe la sana doctrina?, y ¿abundan en ti la misericordia y la compasión que nacen de tu fe?. Ora pues para que el Señor te siga fortaleciendo y alimentando diariamente por medio de su “leche espiritual no adulterada”, disfrútala y compártela luego con otros en testimonio y amor cristianos. •Conclusión La negación de la resurrección de los saduceos es unos de los muchos ejemplos de una fe contaminada por el error. Y el error, como ya se ha dicho, no procede de la Verdad ni puede convivir con ella. Perseveremos pues en la sana doctrina, y alimentemos nuestra fe de manera saludable por medio de la Palabra y los Sacramentos. Una fe que apunta a la obra de Jesús por nosotros en la Cruz, y que es nuestra Verdad definitiva y doctrina salvadora, pues: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que perservera en la doctrina de Cristo, ése si tiene al Padre y al Hijo” (2ª Jn 9). ¡Que así sea, Amén!. J.C.G / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

jueves, 31 de octubre de 2013

23º domingo después de Pentecostes.

(Celebración del Día de la Reforma del 31 de Octubre) “Viviendo en libertad verdadera”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

27-10-2013 Primera Lección: Apocalípsis 14:6-7
Segunda Lección: Romanos 3:19-28
El Evangelio: Juan 8:31-36  
Sermón Introducción A lo largo de la Historia han existido numerosos movimientos, revoluciones y guerras con el pretexto de liberar al ser humano de algún tipo de opresión. Pues el hombre, desde los tiempos en el Jardín del Edén, dejó claro su deseo de transitar sus propios caminos según su propio concepto de la libertad. Así, cuando el hombre se somete a una voluntad ajena, lo hace normalmente por el peso de la Ley civil que debe buscar el bien común, o por la imposición forzada de otro tipo de control o de gobierno. Nos sometemos normalmente y de manera voluntaria a la primera opción, sí, pero en el fondo de nuestra alma anida siempre ese deseo de libertad humana que nos impulsa a establecer nuestras propias normas y límites. E incluso en un sistema civil aceptado mayoritariamente, el hombre tratará siempre de moverse con la máxima amplitud posible que le permitan las leyes. Y no en pocas ocasiones incluso más allá de las mismas. Así el hombre podrá soportar vivir con escasez de muchas cosas, pero es cuestión de tiempo que se rebele contra la falta de libertad. La Escritura nos habla de la libertad, como si fuese algo de lo que los hombres en su estado natural, y vivan bajo el sistema de gobierno que vivan, carecen en realidad. Pero, ¿de qué clase de libertad nos habla hoy Jesús?. La Palabra nos enseña que la esclavitud es precisamente la condición del hombre desde su nacimiento, y Cristo anuncia que Él es la solución a este dilema. Él trae liberación para el hombre, pero no de un tipo carnal e imperfecta. Su liberación es plena, definitiva y eterna: “si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (v36). Permaneciendo en la Palabra Desde que el mundo es mundo existen en él multitud de palabras que han dado lugar a las más variopintas ideas. Desde la Grecia clásica si miramos Occidente, el hombre ha hecho un esfuerzo enorme por entender el mundo y la realidad que le rodea. Pocos son los objetos del pensamiento que han escapado a su mirada y reflexión. Y habiendo llegado a un gran nivel de conocimiento desde entonces sobre aquello que llamamos la realidad, sin embargo el hombre, sigue siendo aún el mayor desconocido para él mismo. Porque ¿con qué lupa del pensamiento podrá aumentar su imagen hasta verla con nitidez?, y ¿cuál es el elemento con el cual podrá compararse para sacar alguna conclusión válida?. Y cuando lo logre, cuando tenga una visión propia de sí mismo, ¿será definitiva o habrá quien la discuta y cuestione?. La Palabra de Dios nos dice que sí, que ciertamente hay un patrón con el cual el hombre puede no solo compararse, sino que también puede llegar a conocerse. Y este patrón no es otro que la propia Palabra de Dios. Como ya se ha dicho, existen en el mundo infinidad de palabras e ideas, y todas ellas con visos de verdad. Pero la propia voz del Creador nos enseña que sólo ella, la voz definitiva, es confiable, fija e inmutable: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is 40:8). Una Palabra que no está sometida a la especulación humana, o a la rivalidad con otras palabras creadas por el hombre. Tenemos aquí por tanto una Palabra que puede dar respuesta a las preguntas fundamentales que el hombre se ha hecho sobre la existencia y sobre sí mismo. Y sobre todo, una Palabra que nos ofrece la solución al dilema de la imagen inquietante que el hombre verá de sí mismo reflejada en ella por medio de la Ley. Esta Palabra, creadora y fuente de toda vida nos llama a estar conectados a ella por medio de Cristo, pues sólo en esta Palabra hecha carne puede el hombre hallar verdadero sentido y una esperanza para su futuro: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (v31). Podemos tratar de vivir aferrados a otras palabras sí, pero a la postre serán como los cimientos débiles de una casa que el agua arrastró y derribó. Permanecer en su Palabra es, como nos dice Jesús, ser discípulo, ser y estar en la Verdad. Y ¿no es acaso la Verdad, lo inmutable, aquello que ha sido el objeto de búsqueda y anhelos del hombre desde el inicio de los tiempos?. Alegrémonos pues de que esta Verdad haya salido en nuestra búsqueda y, estando nosotros perdidos, nos haya hallado: “porque éste mi hijo muerto era, y ha revivido, se había perdido y es hallado” (Lc 15:24). ¡Al fín libres! Los judíos son un pueblo orgulloso de sus raíces e historia, pero ¿acaso no lo son todos los pueblos?. Si embargo en su caso, la condición de ser pueblo escogido por Dios y depositario de las promesas divinas, les llevó a tener una conciencia tan elevada de sí mismos que olvidaron su misión de ser luz para el resto de los pueblos de la tierra. Y olvidándolo se enorgullecieron en exceso y adoptaron una actitud de prepotencia incluso respecto a Dios. Así, ante la exhortación de Jesús para que permanecieran en su palabra, y así conquistar la libertad verdadera, se sintieron heridos en su orgullo y le contestaron prepotentemente: “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (v33). Su orgullo los cegó de tal manera que olvidaron su propia liberación por parte de Dios de la esclavitud Egipto, de sus lamentos en Babilonia e incluso de la ocupación y humillación que de hecho sufrían por parte del Imperio Romano. Habían sido esclavos, sí, pero lo peor era que aún seguían siéndolo incluso más profundamente: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (v34).El pecado era su amo verdadero, pero en su orgullo ciego eran incapaces de reconocerlo. ¿Te sientes tú como aquellos judíos orgullosos cuando se te recuerda tu pecado?, ¿crees ser inmune a sus efectos y no necesitar que la Ley de Dios te lo muestre y recuerde?. En realidad poco importa lo que creas o sientas sobre ti mismo, ya que la Palabra de Dios nos iguala a todos independientemente de nuestra propia visión de las cosas, enseñándonos que, desde el primero hasta el último ser humano, venimos a este mundo soportando la misma esclavitud. Una esclavitud que no se puede romper simplemente negándola o ignorándola, pues como nos recuerda Jesús sólo hay una solución para ella: que la Palabra de Dios nos libere en Cristo. Y no, no basta ser criatura de Dios, lo cual todos somos desde el nacimiento, creyentes o no, sino que es necesario formar parte de la familia celestial por medio de la fe y el Bautismo: “el que no naciere de agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:3). Sólo así podremos recibir la carta de libertad plena que fue pagada por Cristo en el monte Calvario. Y esta carta ahora nos permite tener morada en la casa del Padre, donde como se nos recuerda: “el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre” (v35). Y habiendo pues dejado atrás la esclavitud, hemos alcanzado libertad auténtica por medio de Cristo, nuestro libertador: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” (v36). ¿Qué Cristo me libera? Jesús proclama una liberación verdadera, definitiva, sin cabos sueltos. La suya no es una liberación pasajera, temporal, sometida al devenir de la Historia o al capricho de los hombres. Lo que Cristo libera, queda en libertad definitivamente: “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Col 1:13-14). Ahora bien, hablamos de ser liberados sí, pero, ¿qué Cristo me libera?, ¿es sólo el Cristo ético y moral que me sirve de ejemplo y norma de conducta?, ¿es el Cristo social y contestatario que algunos sectores reivindican?, ¿es el Cristo de la piedad y la contemplación religiosa popular?. Todos estos son visiones de Cristo, pero visiones parciales del mismo, ya que debemos tener presente que el verdadero Cristo que nos libera es el Cristo muerto en la Cruz, aquél que muere despreciado y sufriente en el monte Calvario y que vino a saldar nuestra deuda con la Justicia divina, por tí y por mí. Y este Cristo no podemos hallarlo en aquellos espacios o esquemas que el hombre se ha construido en base a su visión de las cosas, de nuestros propios intereses. Él es sin embargo un Cristo que se halla en los lugares menos deseados por el ser humano: en el sufrimiento, en la enfermedad, en la desgracia y en el dolor, y que sólo se puede llegar a entender por medio de la fe. Es el Dios escondido (Deus absconditus), Dios que no encontraremos en el éxito, en la bonanza personal o económica, o en los placeres de este mundo. Es el Dios en definitiva que se revela donde el hombre no quisiera tener que encontrarlo, en el escándalo de la Cruz, pues “lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1ª Cor 1:28). Pero este Cristo que muere por nosotros, no aprovecha simplemente por escuchar hablar de él, o por tenerlo como un mero modelo como ya se ha dicho. A este Cristo sólo podemos aprovecharlo y apropiarnos del beneficio de su obra por nosotros si ponemos nuestra esperanza y vida en él por medio de la fe. Sólo así Cristo tiene un sentido en nuestra vida, y sólo así, haciéndolo nuestro y viviendo él en nosotros, puede el hombre vivir con una esperanza sólida y cierta de restauración y salvación ante el Padre. Cualquier otro Cristo no será sino una proyección que el hombre se ha construido según su voluntad y deseos, pero éste no será sin embargo el Cristo que otorga liberación y Vida eterna. Como nos recuerda Lutero: “Lo principal y fundamental en el Evangelio, antes de tomar a Cristo por un modelo, es recibirlo, reconociéndolo como un don y obsequio que te ha sido dado por Dios y que te pertenece”. Conclusión La libertad verdadera es un don maravilloso que nos es ofrecido a los hombres en Cristo Jesús. Pues por su mediación los creyentes hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, lo cual quiere decir que ya no estamos sometidos a su tiranía. Pecamos aún, es cierto, pues incluso justificados seguimos siendo pecadores en la carne, pero ya existe una batalla permanente en nosotros, y una rebeldía contra la antigua esclavitud. Y habiendo sido sepultados con Cristo en el Bautismo, hemos renacido también a una nueva vida donde el Espíritu Santo nos guía y renueva en la Verdad y en la lucha diaria. Somos ahora por tanto plenamente libres, y discípulos del Señor, y para seguir viviendo en esta libertad que él ganó en la Cruz por nosotros, Jesús nos pide permanecer en su Palabra. Esta Palabra suya es el puro Evangelio de perdón de pecados, y cuyo redescubrimiento para la cristiandad celebramos hoy junto a millones de creyentes. Sigamos pues firmes en esta Palabra, y no nos apartemos nunca de ella, pues esta es la luz que guía nuestros pasos cada día: “Lámpara es a mis pies tu palabra,
Y lumbrera a mi camino.” (Sal 119:105).¡Que así sea, Amén!. J.C.G / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

domingo, 20 de octubre de 2013

22º Domingo después de Trinidad.

TEXTOS BIBLICOS Primera Lección: Génesis 32:22-30 Segunda Lección: 2º Timoteo 3:14- 4:5 El Evangelio: Lucas 18:1-8 “Orad sin Cesar por Vuestra Justicia” Podría contar algunas historias inspiradoras para comenzar el sermón. Historias reales como la de Jacob luchando toda la noche con el Señor y siendo bendecido por este, como habéis oído en la primera lección (Génesis 32:22-30). Tenemos también historias en la Iglesia, como la de Mónica rezando por la conversión de su hijo, que se había apartado de Dios y de cómo ese hijo se convirtió en San Agustín. ¿Y cuántas historias contemporáneas podríamos oír? Testimonios de personas que oraron y el Señor respondió al clamor. El Señor hoy nos quiere mostrar algo fundamental sobre la oración. ¿Cuál es el motivo de “orar siempre y no desmayar”? Uno de los mayores desafíos para el cristiano es no pasar por alto las necesidades reales que tenemos en nuestra vida y suplicar a Dios conforme a ellas. Cuando oramos esperamos que las respuestas sean claras y rápidas. ¿Será que las oraciones que no son contestadas rápidamente, nunca lo serán? ¿Por qué da la sensación que las oraciones son contestadas rápidamente en una película de dos horas, pero en la vida real no es así? A veces la respuesta de Dios es “Espera. Todavía no”. Entonces podemos entender que la perseverancia en la oración es buena. Allí nos centramos en mantener la confianza y depositar nuestra esperanza en el Señor. Pero y si su respuesta es “No”. ¿Qué hacer? Hay ciertas súplicas que dejamos de orar y no debemos persistir en ellas. Por otro lado ¿Cuánto tiempo hay que orar para que alguien se enamore de ti? ¿Cuánto tiempo debe una pareja infértil orar para ser capaces de concebir? ¿Qué pasa con las oraciones para lograr mejores calificaciones o un trabajo más agradable o una casa mejor o vecinos amigables o simplemente tener paz? ¿Qué sobre el dolor o la enfermedad que cada vez va a peor? ¿Cuánto tiempo hay que persistir en pedir al Señor que la quite? ¿O sólo debemos pedir que nos dé fuerza para soportar? ¿Debemos pedir para que nuestro ser querido se cure o sea llevarlo a la casa celestial? El hecho de que “debemos orar” no aborda realmente esta lucha de qué pedir o cómo hacerlo ¿verdad? Y lo peor son las falsas ideas que se ponen alrededor de la oración: “si eres lo suficientemente persistente, obtendrás lo que estás pidiendo, además estás orando por algo bueno”, “necesitas hacer una oración poderosa”. Necesitamos pensar más profundamente acerca de las palabras de Jesús y aferrarnos a ellas. ¿Quién es tu enemigo y por qué es tan malo? ¿Cuál era causa de la viuda? “Hazme justicia de mi adversario” (Lucas 18:3) ¿Quién es tu adversario? ¿Un profesor de colegio, ese vecino que es molesto, un compañero de trabajo egoísta, ese empleado desagradable, el jefe que es duro? A veces las personas más cercanas a nosotros, a nuestros propios familiares nos causan mayor adversidad. O tal vez no piensas en una persona como tu adversario, sino la dureza de la vida, las tragedias y los desastres que te golpean, o tus propias luchas con la infelicidad, el fracaso o la desesperación. Muchos llegan a pensar: “Yo soy mi peor enemigo”. Pero esta viuda no tiene muchos adversarios que cambian con el tiempo. ¿Quién es tu adversario desde el momento en que fuiste concebido hasta el día de tu muerte? Su nombre es Satanás. Su mismo nombre significa adversario. Él es el que te acusa delante de Dios, señalando tus muchos pecados. Él es el que usa los problemas de esta vida para sembrar la duda en su corazón. Él es el que te seduce con la promesa y los placeres de este mundo. Él es el que ataca tu fe con falsas enseñanzas. Es el Adversario que se rebeló contra Dios y ahora lucha en contra el pueblo escogido. El resto de las fuerzas del mal, los demonios del reino espiritual, las fuerzas hostiles a Cristo, los lobos con piel de oveja que actúan como cristianos y enseñan en las iglesias, pero llevan a la gente a poner su confianza en sus propios esfuerzos para estar en paz con Dios, son enemigos trabajando con tu adversario, Satanás. ¿Te das cuenta de lo grande que es tu adversario? ¿En tu vida de oración se refleja esta verdad? Muchas veces sabemos algo en la cabeza, pero no lo ponemos en práctica. Nunca te rindas orando en contra de Satanás y sus aliados. El estímulo de las Palabras “Ora siempre y no desmayes” no es un tópico vacío, sino vital y aquí tienes la promesa de Dios que va a responder: “Os digo que pronto les hará justicia”(Lucas 18:8). Pasar por alto y olvidarnos de nuestro adversario es algo peligroso. Si te centras en tus oraciones solo en las necesidades básicas y materiales de tu vida, nuestro adversario podrá colarse con sus mentiras. Porque no siempre gozarás de la felicidad que deseas, ¿verdad? No me malinterpretes: Dios quiere que todas nuestras ansiedades descansen sobre Él, las grande y las pequeñas, lo espiritual y lo terrenal. Pero no dejes que lo terrenal te ciegue de tu verdadero adversario, Satanás. Sigue orando para que Dios haga justicia contra tu adversario. La Epístola del día de hoy nos da una clave fundamental de cómo permanecer con esta claridad de oración: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” 2º Timoteo 3:14-4. Permanecer en la Palabra de Dios es la clave para saber lo que realmente importa en nuestra vida, para conocer nuestras verdaderas necesidades y presentárselas a Dios en oración. ¿Cuándo Jesús hacer justicia contra nuestro adversario y líbranos? Pero ¿cuándo llegará esta justicia? Antes y después de esta parábola, Jesús habla de su venida. En el último día, cuando Jesús venga a juzgar a los vivos ya los muertos, Satanás no tendrá escapatoria. La justicia final se llevará a cabo en contra de él y todos los que le siguieron, incluso algunos que pudimos haber sentido cerca en esta vida. Satanás y todos los que no han creído en Jesús como su Divino Salvador, como el que ha pagado por sus pecados. Dios no puede ser burlado. Sigan orando por la justicia contra su adversario. Jesús responde y responderá. Para ti y para mí, Jesús bien podría responder mucho antes del último día. Pero toda nuestra vida terrenal como cristianos es una lucha contra Satanás, contra el pecado y los deseos del mundo. Jesús te libera personalmente de tu adversario y te da la justicia cuando se te lleva al hogar celestial. Esta liberación no se basa en las exigencias de la ley. Se recibe por la justicia que viene por la fe en Jesucristo. Dios la pronunció cuando Jesús murió y resucitó de entre los muertos, es su veredicto de justicia: Ya no hay deuda, no hay acusación para los que están bajo Cristo Jesús. En Jesús estás absuelto porque Él ha pagado por tus crímenes y pecados. Satanás no te puede acusar, porque Jesús es tu abogado. La Justicia que Dios hace te declara “inocente”, “no culpable” por causa de Jesús, no importa de lo que tu adversario te acuse. Puedes decir con Pablo: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. (Romanos 8:33-34). Él es tu Abogado. ¿Está preparado para la respuesta de Dios? La gran liberación, la respuesta que Dios trae es a través de la muerte y del juicio final ¿no es así? Tal vez no somos tan persistentes en esta oración, porque no estamos preparados para este tipo de respuesta. Pues cuando la muerte se acerca, Satanás te atacará con todas sus fuerzas. Es la última oportunidad que tiene. Allí necesitas toda la armadura de Dios para ser sostenido en la justicia en Cristo Jesús contra su adversario. Sigue orando porque Dios te sostenga en su justicia contra tu adversario Satanás, cuando ores la oración del Señor: “Mas líbranos del mal”, ora con la confianza de saber que Dios responde una vez y para siempre y te garantiza la bendición de que al terminar esta vida te llevará del mundo de dolor, de este valle de lágrimas, a su presencia en el cielo. Él respondió rápidamente en el momento justo, adecuado, ya que “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. (2 Pedro 3:9). ¿Qué estímulo no las palabras de Jesús nos dan para mantener esta oración? Sigue orando por la justicia contra el adversario. Debemos orar lentamente, listos para su respuesta. Así que vamos a tomar en serio la promesa que Jesús nos da cuando dice: “acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?” (Lucas 18:7). Por supuesto que lo hará. Porque no es un juez injusto, sino todo lo contrario. Ya que Jesús es “quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. (Romanos 3:25-26). Así que “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24) clamamos día y noche agradeciendo nuestra Justicia que es Cristo. ¡Qué estímulo! Es más, tú no eres una viuda insignificante. Eres uno de sus elegidos, su hijo adoptivo. Desde toda la eternidad Él te eligió de acuerdo a su amable y buena voluntad. Él envió a su Hijo para redimirte a través de su sangre. Él te trajo a la fe a través del agua y de la palabra en el Bautismo otorgándote los beneficios en Cristo. Él te da la riqueza de su gracia en su Palabra y Sacramento para mantenerte en esa fe. Porque eres parte de los elegidos, de sus escogidos, sus hijos e hijas renacidos. Así que sige orando por la justicia contra su adversario. Tu Padre celestial contestará rápidamente, ya que has sido perdonado de todos tus pecados y rescatado de la muerte y del poder del diablo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.Amen. Pastor Gustavo Lavia. Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.