domingo, 16 de febrero de 2014

6º Domingo de Epifanía.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Segunda Lección: 1º Corintios 3:1-9 El Evangelio: Mateo 5:21-37 “Buenas y Malas Noticias en Cristo” Temor a las “malas noticias”. Es una mala noticia porque no suele implicar nada bueno. Preferiríamos no tener que oír malas noticias. No queremos saber que las reparaciones del automóvil costarán mucho más de lo presupuestado. No queremos escuchar que la visita de un buen amigo se ha cancelado a última hora. Nos ha llegado la carta de despido o el doctor encontró algo que le preocupa. Las malas noticias pueden convertir nuestro día o la semana en algo negativo. Nos gustaría pasar el mayor tiempo posible sin tener que escucharlas. Pero si hay algo que se le puede comparar a tener que escuchar malas noticias es la indeseable tarea de tener que ser el que da las malas noticias a otra persona. No creo que los médicos reciban con gran alegría tener que dar una noticia devastadora a sus pacientes. Para la persona que tiene que anunciar los despidos a los empleados. Desde luego, no es fácil decirle a nuestro cónyuge que un pariente de la familia ha muerto. No nos gusta escuchar malas noticias y no nos ser el que tiene que compartir malas noticias con alguien otros. Esto puede tener algo que ver con nuestra aprensión general hablar de la fe a otros. Sabemos que a la gente no le gusta escuchar malas noticias y hablar acerca del pecado con otros es casi seguro hablar de malas noticias, especialmente cuando se trata de un pecado en el que están atrapados. Si le sumamos que en nuestra época todos estamos autorizados a sostener nuestras propias verdades, nuestras propias ideas del bien y mal y así sucesivamente. Eso hace que sea difícil de señalar el pecado a los demás, incluso cuando se hace de la manera más amorosa posible, porque la sociedad de hoy dice que la persona que señala el pecado es por lo menos un intolerante. Este es uno de los motivos del porqué oímos tan poco del pecado hoy en día. Luego está la cuestión del infierno. Después de todo ¿hay alguna noticia peor tener que decirle a alguien que va a ir al infierno? La cuestión del pecado a menudo puede significar una discusión sobre el infierno está cerca de salir y si la gente no quiere oír hablar de las malas noticias del pecado, tampoco quieren tener nada que ver con el infierno. Eso me lleva a creer que muy probablemente Jesús no sería más popular hoy día de lo que lo era en su época. A medida que continuamos con el Sermón de la Montaña, es evidente que Jesús no dejaba de lado el tema del pecado o del infierno. No creo que la gente de hoy lo único que lo considerara justamente tolerante. Las normas por las que Jesús considera qué es un pecado son sorprendentemente menos indulgentes que las normas de la sociedad de hoy en día. Lo que Jesús tenía que decir sobre el asesinato la mayor parte de sus oyentes de entonces y hoy, no tendrían ningún problema con lo que Jesús dijo sobre el asesinato: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio” (v. 21). Hasta ahora, todo bien ¿verdad? En general, nosotros, como sociedad tenemos poca tolerancia hacia los asesinos. Queremos ver como reciben la pena máxima cuando son declarados culpables. La Mala noticia de la Ley de Dios. Qué pasa cuando nos damos cuenta de que para los estándares de Jesús, estaríamos condenándonos a nosotros mismos. Según los estándares de Jesús, la definición de asesinato es mucho más amplia que la de cualquiera. De hecho, Jesús dijo que uno puede cometer un asesinato sin tener que jalar un gatillo o empuñar un cuchillo. “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”. (v. 22). Hoy se puede llamar a cualquiera de “tonto” o “necio”, a veces en broma, otras veces no. Jesús estaba dejando claro que tales declaraciones son un reflejo lo que hay en nuestro corazón, entonces la persona que expresa esos sentimientos está a la altura de un asesino en serie o un dictador genocida. Su punto era que el asesinato tiene muy poco que ver con el acto de tomar la vida de otro y mucho más que ver con carecer de amor y odiar a los demás en nuestro corazón. De acuerdo con los principios de Jesús, hay una gran cantidad asesinos sueltos en el mundo, más de los que están tras las rejas. Entre nosotros, por ejemplo, estamos llenos de ellos, ¿no es así? Para los estándares de Jesús, también tenemos una gran cantidad de adúlteros. Todos como cónyuges profesamos devoción inquebrantable y fidelidad a nuestra pareja al casarnos. Ante los ojos del mundo, siempre y cuando una aventura sexual no fuera cometida, como cónyuge no has hecho nada malo. Pero de Jesús afirma que ser culpable de adulterio tiene muy poco que ver con el sexo y mucho más que ver con la lujuria y los deseos. “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (v. 27-28). Más malas noticias de parte de Jesús, el adulterio es más sobre lo que está en el corazón de lo que se plasma en acciones. Hablando de eso a pesar de las justificaciones sin fin que el mundo da para poner fin a un matrimonio, Jesús dijo que sólo uno, el adulterio o la infidelidad, está permitido y aun así, desde luego no es agradable. “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.” (v.31-32). Esto es en cuanto a las justificaciones que se dan para sostener el divorcio “es desagradable conmigo”, “Ya no la quiero” o “nosotros no nos llevamos bien” excusas para justificar el divorcio. Jesús da una nueva estimación para el divorcio: la infidelidad por parte de uno de los cónyuges y en la Escritura en otro lugar el abandono por un cónyuge no creyente es también consideran motivo de divorcio. Romper un matrimonio por cualquier otra razón que eso es pecado. Malas noticias de Jesús en un mundo en que las personas casadas tienen las mismas probabilidades de seguir juntas o de divorciarse, si es que llegan a casarse. Ahora salir a la calle y a compartir las malas noticias sobre el asesinato, el adulterio y el divorcio con los otros, señalando y mostrando las consecuencias del mismo. Creo que mejor debemos ir más despacio. Tal vez deberíamos empezar por a nosotros mismos primero y reconocer que las palabras de condena de Jesús se dirigen a cada uno de nosotros. Sí, es una dura verdad, no es sólo que el mundo puede ser un sitio donde abunde el pecado, según los principios de Jesús, sino que somos una parte importante de la maldad. La dura verdad es que no importa cuánto hubiéramos hecho para minimizar o suavizar nuestro pecado según nuestras propias normas. Jesús deja bien claro que por sus normas todos somos abrumadoramente culpables y que nuestros propios pensamientos, antes incluso de la acción, nos pone a las puertas del infierno. Lo que es más complicado es que cuando no somos capaces de decir a otros sobre sus pecados, no sólo es existe el real peligro de que pudieran terminan en el infierno. Pero a través del profeta Ezequiel, Dios dice que él también nos pedirá cuentas: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano”. (Ezequiel 3:18). Dios se toma en serio el pecado. La Buena Noticia de la Vida en Cristo. Lo grandioso de esto es que Dios no nos deja desamparados ante la realidad del pecado. Porque la realidad de las noticias del evangelio de la salvación en Cristo Jesús son mucho más consoladoras. El domingo pasado Jesús nos recordó que su propósito al venir a nuestro mundo era para que se cumpliera la ley y las profecías en las Escrituras (v. 17). ¿Lo hizo eso para su propio beneficio? ¿El Hijo de Dios se hizo hombre y piso la tierra con el fin de servirse a sí mismo? ¡No! Él vino a nuestro mundo por y para nuestro beneficio. Él cumplió la totalidad de la ley para nuestro beneficio. Fue nuestro perfecto sustituto y llevo a cabo la voluntad de Dios por nosotros. Fue a la cruz cargando todos nuestros pecados manifestados en pensamientos, palabras y obras. Por este perdón manifestado en Cristo Jesús es que Dios te ve de manera diferente. Te ve a través de la obra de Cristo en la cruz. Por mucho que conozcamos la dura y fría verdad de nuestros pecados y condena, Dios no ve de esa manera a aquellos que se aferran a Cristo. Más bien, Él ve una vida correcta, según su voluntad. Él ve la vida perfecta de Cristo eclipsando tus fracasos. Él ve la muerte de Cristo en la cruz como el pago satisfactorio por tus pecados. La buena noticia del evangelio es que la salvación es nuestra, porque cuando Dios nos mira, Él ve todo lo que su Hijo perfecto ha hecho por nosotros. El bautismo es su regalo para nosotros, allí tenemos la firma de Dios que garantiza este perdón, porque allí nos ha dado la fe, nos ha hecho parte de su familia y nos ha perdonado todos los pecados. La Cena del Señor es otro regalo que nos asegura de lo misma, porque sus palabras son claras “Come y bebe, esto es mi cuerpo y sangre para el perdón de tus pecados”. Donde La ley de Dios nos mata, la buena noticia de su evangelio nos trae a la vida en Cristo. Somos Sal y Luz. Tal vez has tenido alguna experiencia con otros en los que no parecen tener el mismo aprecio por el evangelio. De hecho, podrían ser francamente indiferentes hacia este. Tal vez te ha pasado que estabas emocionado de hablar con alguien más sobre la alegría que tiene como cristiano en saber que estarás en el cielo porque Jesús vivió y murió por ti. Los expresado de diferentes maneras, pero no entendías por qué la persona a la que le hablabas parecía que no le importaba. Muchas veces uno queda confundido y frustrado de que alguien pudiera ser tan apático al mensaje del evangelio. Pero si esa persona nunca ha oído la ley, entonces ¿por qué tiene que tener necesidad de Jesús? Si no sabe cómo su pecado afectó su estatus ante Dios, ¿por qué tiene que importarle a él que Jesús es la solución al problema del pecado? Es por eso que la ley primero tiene que mostrar a las personas cómo el pecado nos afecta y aparta de Dios y nuestro prójimo y sólo entonces se alegrarán de que Cristo es la cura para tal mal. La ley allana el camino para que el evangelio cambie los corazones y las personas vivan en armonía con Dios. Por esa razón no debemos tener miedo de hablar de la ley y señalar el pecado cuando es necesario. Lo hacemos en el amor, no porque amamos juzgar o condenar o compartir las malas noticias con los demás, sino todo lo contrario, porque nos encanta compartir la buena noticia del Evangelio de que en Jesús hay vida eterna. Qué dulce la buena noticia del evangelio es para los oídos después de haber oído la fría y dura verdad, de la ley de Dios. No dude en hablar de pecado, porque entonces la puerta estará abierta para regocijarse en Jesús Cristo, el que triunfó sobre el pecado con su perdón. Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid. Iglesia Evangélica Luterana Española.

lunes, 10 de febrero de 2014

Quinto Domingo después de Epifanía.

”¡Seamos sal y luz, testimonio de palabra y de vida!” TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA 09-02-2014 Primera Lección: Isaías 58:3-9a Segunda Lección: 1ª Corintios 2:1-12 (13-16) El Evangelio: Mateo 5:13-20 Sermón •Introducción ¿Cuál es la diferencia entre un cristiano y alguien que no lo es?. ¿Debe haber algo en su vida que marque la diferencia con respecto a los que no lo son, o esto es algo indiferente?. ¿Cómo es o debe ser un cristiano?. Normalmente, entendemos que todos aquellos que confiesan a Cristo como su salvador, y en fe se acogen a su salvación obtenida en la Cruz, son cristianos. Sin embargo, el cristiano no es sólo alguien que identificamos en relación a su fe, sino también por su testimonio, actitud y ser ante el mundo. Y en la lectura de hoy, Jesús nos exhorta a no conformarnos simplemente con atesorar nuestra fe, sino a dejarla expandirse hasta llegar a impactar la vida de otros a nuestro alrededor. Vivimos en un mundo donde existen muchas tinieblas, con muchas regiones oscuras en la vida de los hombres. ¿Cómo hacer que la luz llegue hasta ellos?, ¿cómo iluminarlos para que no continúen en la oscuridad?. Jesús nos llama hoy a adoptar una actitud activa, a ponernos al servicio de su Reino, y no sólo de palabra, sino con nuestra vida entera. •Somos sal que preserva y da sabor La sal tiene muchos atributos, entre los cuales y más conocidos están el de preservar y el de dar sabor. Era un bien muy apreciado en la antigüedad, donde a veces era el pago en especie que obtenían los obreros y soldados. De ahí la palabra salario. Y en la lectura de hoy Jesús compara a sus discípulos, a sus seguidores con la valiosa sal: “Vosotros sois la sal de la tierra” (v13). Sí, pues los cristianos no hemos sido tocados por el Espíritu para una conversión que nos encierre en nosotros mismos, y que se enfoque sólo en nuestra propia salvación y nada más. Esto sería un concepto egoísta del Evangelio, cayendo en un individualismo que Dios rechaza. El fin de la obra de Cristo es nuestra salvación, cierto, pero en el contexto de la salvación del mundo, pues el Evangelio es buena noticia para toda la humanidad, y no sólo para unos cuantos elegidos. Dios quiere alcanzar a todos los hombres, pues todos sin excepción están necesitados de su gracia y misericordia: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom 3:23). Y por ello los discípulos y la Iglesia entera son enviados al mundo, para llegar hasta los últimos rincones de esta tierra. La Iglesia cristiana no es, como hemos dicho una Iglesia de élites, de aquellos que se encierran confiados en sus templos y cierran luego sus puertas, dejando fuera al mundo bajo el juicio de Dios. En verdad el templo de los cristianos es ahora el mundo entero. ¿Cómo podemos llevar a cabo esta misión que Cristo nos encomienda?, ¿cómo ser sal allí donde hemos sido llamados a vivir nuestra vida?. En primer lugar y también a semejanza de la sal, preservando el Evangelio de perdón de pecados que hemos recibido de Cristo y los Apóstoles, conservándolo y proclamándolo en su integridad. Pues si lo adulteramos (1ª Ped 2:2), si no anunciamos al mundo que sólo en Cristo pueden obtener los hombres perdón y salvación, no estaremos cumpliendo la función de la sal, de preservar y evitar la corrupción. Debemos pues ser siempre fieles al mensaje que hemos recibido. Pero además, y en segundo lugar, la sal da sabor, hace que lo que es insípido tome cuerpo y llene el paladar. Del mismo modo, si queremos ser fieles a la misión que Jesús nos llama, no podemos conformarnos con atesorar este Evangelio para nosotros mismos, sino que debemos esparcirlo y expandirlo alrededor nuestro. No debemos perder el empuje y la ilusión, pues hay todo un mundo necesitado del sabor del perdón y de la plenitud que Dios provee por medio de Cristo. Millones de hombres y mujeres que necesitan ser tocados por el Espíritu en sus corazones para tener verdadera Vida en sus vidas. Pero, “si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?. No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”. Sí, si somos cristianos tibios, preocupados solo de nuestra propia salvación y nada más, y no testificamos de Cristo, no podremos ser sal de la tierra, y no estaremos sirviendo a los fines del Reino de Dios. Por ello, todos los bautizados, todos los que ahora somos hijos de Dios, estamos llamados a esta labor de trabajar para extender los límites de este Reino, de ensancharlo hasta donde nuestras fuerzas y nuestros dones nos lo permitan. Sal de la tierra, preservadores y propagadores del Evangelio, es lo que hemos sido llamados a ser en Cristo. •La luz que llevamos testimonia de Cristo Dicho lo anterior, queda claro que aquellos que han sido tocados por el Espíritu Santo con el don de la fe, son animados e impulsados a dar un testimonio de Cristo. Pues han pasado de muerte a vida, por pura gracia y misericordia de Dios, el cual: “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef 2:5). Sin embargo, si esto es así y si son millones los llamados cristianos aquí en Europa y en otras partes del mundo, ¿qué está pasando?, ¿por qué entonces la incredulidad avanza sin freno en nuestros días?, ¿por qué disminuye alarmantemente el número de aquellos que confiesan a Jesús como su salvador?. Para empezar planteémonos si la Palabra sigue siendo Palabra de Dios para los hombres, e incluso paradójicamente, para algunas Iglesias cristianas. En este último caso, inicialmente todas lo afirman, es cierto, pero inmediatamente después la matizan, la cuestionan, le ponen límites culturales o históricos para al fin decir: “es solo un libro humano que contiene la Palabra de Dios”. Pareciera que estamos diciendo lo mismo, pero no lo es. Pues la Palabra de Dios, a diferencia de un mero libro que contiene porciones de ella mezcladas con historias e ideas humanas, es el referente para la vida de los cristianos, es la misma voz de Dios que nos habla directamente a nosotros y nos revela a Cristo y su Evangelio del perdón de pecados. Quizás el problema es que para muchos, la Palabra de Dios hace tiempo que dejó de ser la luz y la Verdad que los ilumina y guía: “Lámpara es a mis pies tu palabra,
Y lumbrera a mi camino” (Sal 119:105), y se ha convertido en un mero referente ético y moral en el mejor de los casos. Pero esta Palabra es precisamente la que testifica de Cristo, y la que por medio del Espíritu convierte los corazones. Si la escondemos debajo de nuestras propias ideas morales o sociales, no será ella la que hable, sino el hombre. Y si es el hombre el que habla, no podrá brillar e luminar a otros. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.” (v14). Sí, los cristianos llevamos una luz, la luz de la Palabra que testimonia de la gracia y misericordia divinas, y esta luz hace que nuestras propias vidas sean a su vez para otros, un reflejo de la luz de Cristo. Pues no damos testimonio de nosotros mismos, sino de Cristo y su Evangelio, y de cómo hemos sido rescatados por medio de Él, de la oscuridad de una vida separada de Dios. Una luz que debe ser mostrada a otros que aún viven en tinieblas para que, por medio de nuestro testimonio, de palabra y de vida, perciban el Amor de Dios por ellos. Pues cualquier obra que hagamos desde la fe, con amor y en beneficio del prójimo, será una muestra de ese Amor divino: “para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos.” (v16). •Toda la gloria sea para Dios El cristiano debe ser pues sal y luz para el mundo, llevando a otros el puro Evangelio y haciendo al mismo tiempo que su vida destaque en buenas obras allí donde viva su vida. Pero tengamos cuidado de no confundir nuestras obras que testimonian del Amor de Dios, con obras fruto de nuestra propia justicia. Lejos de nosotros los cristianos, el arrogarnos mérito alguno delante de Dios por nada de lo que hagamos, ni de mezclar nuestra “justicia” con la Justicia de Cristo. Si así lo hacemos, estaremos haciendo inútil la sangre de Cristo en la Cruz, derramada por nosotros cuando estábamos muertos en nuestros pecados. Pues para los que escogen este camino ante Dios, la Ley los acusa. Ya que la Ley de Dios es santa y perfecta y: “hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (v18). Sin embargo, nuestra capacidad para cumplirla en toda su integridad es inútil, y como nos enseña el Apóstol Santiago: “cualquiera que guardare toda la Ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Stg 2:10). Por tanto las obras que otros ven en nosotros, no deben ser sino, desde la fe, obras de Dios mismo por ellos, y que sirven para que los hombres glorifiquen a su Creador (v16). Así, en la mente del cristiano y en su vida, deben prevalecer siempre las palabras del salmista: “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu verdad” (Sal 115:1). No, nuestra justicia no está ni puede estar en nuestras propias obras, incapaces de satisfacer las demandas de la Ley de Dios, y aún así, nuestra vida debe ser siempre un esfuerzo por cumplirla, y enseñar a otros a hacerlo. Pues esta Ley Santa fue dada para que el hombre viva según la voluntad de su Creador, tanto en lo que respecta a Él en los tres primeros mandamientos, como en lo que respecta al prójimo, en los siete restantes. Algunos sin embargo, han tratado de usarla para ganar méritos propios ante Dios, y sin embargo Jesús nos advierte ante esto: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (v20). Sí, necesitamos una justicia mayor que la de aquellos que viven cegados por su propia justicia, por su escrúpulo en mostrar a Dios su propia santidad. Y esta Justicia no es otra que Cristo mismo. Él es quien nos abre las puertas celestiales, quien cubre nuestras faltas con su sangre, y quien nos justifica ante el Padre para vida y salvación. Ahora pues: “aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y los profetas: la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Rom 3:21). •Conclusión La vida del creyente se basa en un doble testimonio: el de la proclamación del Evangelio y el de su materialización en obras de amor al prójimo. Y son indisolubles. Hemos recibido la Gran Comisión (Mt 28) de llevar la luz de Cristo a otros, y de ser la sal de este mundo, para mayor gloria de Dios. Y como testimonios vivos, encarnamos en nosotros también la entrega al prójimo, para que otros a su vez, glorifiquen a Dios. Así, fe, testimonio y servicio forjan una unión en la vida del creyente, y sólo desde esa unión, podemos ser verdaderos testigos de la gracia y la misericordia divinas. Nuestras vidas deben reflejar pues este espíritu de preservar el Evangelio, de dar sabor y de marcar la diferencia ante el mundo. Por tanto, seamos sal y luz, y: “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. (1ª Ped 1:15-16). ¡Que así sea, Amén!. J.C.G / Pastor de IELE/Congregación San Pablo

sábado, 1 de febrero de 2014

4º Domingo de Epifanía.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA Primera Lección: 1 Samuel 1.21-28 Segunda Lección: Hebreos 2.14-18 El Evangelio: Lucas 2.22-40 “Paz por la presencia de Cristo” En estos días los niños han celebrado el día de la Paz en los colegios. Es interesante oírlos hablar sobre este tema. Es interesante oír hablar a los mayores sobre este tema. En ambos casos me da la sensación de que creemos que la paz es la ausencia de muchas cosas exteriores que nos perturban y la presencia de otras que nos dan seguridad. Ausencia de guerra, de peleas, de hambre, de injusticia, de igualdad. Por otro lado muchas veces creemos que tendremos paz al poseer ciertas cosas, como estabilidad económica, reconocimiento social, estar libres de deudas y un etcétera muy largo. Pero también terminamos dependiendo de cuestiones externas a nosotros. Ya hemos pasado el primer mes del año y los deseos para este año se comienzan a concretar o aún no, ¿Qué tienes planeado? ¿Qué va a pasar en este 2014? Puede haber un montón de buenas noticias: nuevos integrantes familiares, una graduación, encontrar el verdadero amor, estabilidad económica. También pueden surgir problemas no deseados: conflictos en el trabajo, desempleo, desacuerdos en la familia, problemas de salud y más. ¿Qué va a pasar? Tenemos algunos planes, pero no sabemos mucho a ciencia cierta qué es lo que realmente pasará. Entonces ¿de qué podemos estar seguros para vivir en paz? La Paz de Simeón es nuestra paz. Simeón es un hombre misterioso que andaba por el templo, no sabemos mucho sobre él. Sabemos su nombre, pero eso es todo. Se lo ha representado como un anciano, pero no lo sabemos. Podría ser un joven de diecinueve años. No sabemos si se había casado, si era viudo, si gozaba de buena salud o estaba enfermo, si tenía hijos o nietos. Si llevaba una buena o mala vida. La Biblia no nos dice nada. Nos dice que su nombre era Simeón y que “Este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.Y le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Ungido del Señor.” Es por eso que él está en el templo, sabe que va a ver al Mesías. De repente, el Señor se le presenta. El Mesías tan esperado está allí, no sólo es un ser humano, sino que el Hijo de Dios hecho carne, el Salvador del mundo está haciendo su primera visita a la casa de su Padre. La profecía se ha cumplido. El Mesías está en el templo y nadie se da cuenta. A nadie parece importarle. Pero si a Simeón, que lo esperaba, porque el Espíritu Santo se lo había prometido. Con confianza se acerca al Mesías, toma en sus brazos al Salvador y en medio de toda la actividad del templo, canta para que todo el que escuche sepa que “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra,porque han visto mis ojos tu salvación,la cual has preparado en presencia de todos los pueblos;luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. El Señor mismo ha llegado a su templo para anunciar y traer la salvación, ha venido a redimir a su pueblo. Es una gloriosa y divina verdad, de modo que Simeón canta esta canción de alabanza. Los asistentes al Templo han venido a adorar al Señor Todopoderoso que hizo los cielos y la tierra. Allí en medio, este Simeón celebra con un bebé de 40 días en sus brazos, custodiado por la imponente custodia de, bueno, los pobres padres. Ahora a Simeón no le preocupa el Lugar Santísimo, donde se pensaba que estaba el Señor en su gloria. Ahora está compenetrado mirando al bebé en sus brazos y cantando la más extraña de las canciones de cuna: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra…”. Este bebé es su Señor. La Paz viene a nosotros en Cristo. Ya hablamos de esto en Navidad: Si te dejas guiar solo por tus ojos, es muy probable que te pierdas de ver al Salvador. Solo te encuentras con Él por medio de lo que el Espíritu Santo dice a tus oídos sino no lo veras. Las personas buscan una gloriosa exhibición de poder para demostrar la presencia de Dios, descartarán este encuentro y pasarán de prisa por al lado del bebé y seguirán buscando. Pero por la fe, Simeón lo sabe. La carne y la sangre que acuna en sus brazos es el Hijo de Dios encarnado. Él es Emanuel, “Dios con nosotros”, presente con su pueblo como Dios y hombre. Él está con su pueblo para dar paz, salvación, luz, revelación y gloria. No dejes que la cabeza calva y los diminutos dedos de los pies te engañen: Este es el Señor del cielo y de la tierra. Y a pesar de que la boca sin dientes no puede formular palabras, sin embargo, ha estado hablando desde la eternidad. Él está allí. Por la fe, Simeón reconoce a su Salvador y se regocija en su salvación. Él abraza la Palabra hecha carne y es perdonado de todos sus pecados. Esta es la razón por la que puede partir en paz. Él sale en paz y ¿qué sucede con Simeón? Nuevamente tenemos que decir “No lo sabemos” pues desaparece de la Escritura. Tradicionalmente, se supone que es un hombre viejo, que muere y es llevado a la gloria de Dios. Por otra parte, él podría haber vivido muchos años más. Tal vez una buena vida, tal vez no. Pero Simeón sale en paz porque Dios es fiel: Ha mantenido sus promesas hechas a través de los profetas. La Virgen ha concebido y dado a luz un Hijo y Su nombre es Emanuel. Ese Señor vino al templo, donde Simeón lo contempló. Las profecías para lograr la paz seguirán siendo cumplidas. El Mesías hará que los ciegos vean, los sordos oigan, los mudos canten y los cojos salten de alegría. También será azotado, herido y afligido por nuestras iniquidades. Él será el hombre maldito en un madero. Todo esto se llevará a cabo, de manera que las otras promesas de Dios se cumplirán: Las promesas de perdón y paz, abundante gracia para los pecadores arrepentidos. Dios es fiel y las promesas se mantendrán, por eso Simeón sale en paz. Él sabe que la vida no será de color rosa o una sublime vida. Todavía se enfrenta a la muerte, todavía está en este mundo de pecado. Pero él está en paz porque Dios es fiel y lo ha puesto en paz. Él ha enviado al Salvador, no lo ha abandonado, sino que lo ha redimido. El Señor ha cumplido sus promesas y Simeón sabe el final de la historia. El final de la historia es la vida eterna porque el Hijo ha venido. La Paz disponible hoy y Siempre. Podemos hacer un balance de nuestra vida. Has llegado hasta aquí y quizá no estés seguro de qué te depara el futuro, incluso con una cuidadosa planificación. Simplemente suponemos o deseamos que sucedan ciertas cosas, pero no tenemos muchas certezas. Habrá todo tipo de tentaciones, serás tentado a preocuparte, si bien una preocupación piadosa es buena, preocuparse demasiado a menudo se convierte en duda de la voluntad y la fidelidad de Dios. Serás tentado a decepcionarte cuando las cosas no salgan como deseas, el mayor pecado aquí es preferir nuestra voluntad sobre la del Señor, que obra todas las cosas para nuestro bien. No nos gusta no saber, porque no saber significa que tenemos que vivir confiando. La fe no es algo natural, de hecho, es imposible creer a menos que sea dada por Dios. Pero Dios te da la fe, es un bendito regalo que has recibido. El Espíritu Santo te ha dado esto a ti, no a través de alguna visión o la escritura de una frase mística, sino por su santa e inspirada Palabra. Su Palabra te anuncia que el bebé en los brazos de Simeón creció y llevó tus pecados a la cruz. Ese mismo cuerpo fue atravesado y su sangre derramada, para luego ser colocado en el sepulcro. Ese mismo Salvador, ha resucitado al tercer día. También es quien antes de ascender al cielo, envío a sus discípulos a bautizar y enseñar. Él habla por medio de la Palabra y los Sacramentos y allí nos hace llegar sus promesas: “he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Él está contigo en su Palabra y Sacramentos. Fue Él quien te lavó y limpió del pecado en las aguas de Santo Bautismo. Es Él, el Verbo hecho carne, quién está presente en su Palabra cuando es proclamada. Es Él quien te dice: “Toma y come, esto es mi cuerpo… Toma y bebe, esta es mi sangre, para el perdón de los pecados”. El mismo cuerpo y sangre que Simeón alzo en sus brazos. Él fue a la cruz, resucitó y subió al cielo. Al igual que Simeón, contemplas hoy a tu Salvador. No ves diminutos dedos o un bebe indefenso, solo aprecias un hombre que predica y luego pan y vino. Pero la fe dice otra cosa: Dios cumple sus promesas, su Hijo ha venido, muerto y resucitado, como había prometido. Su Hijo está aquí, en estos medios, de perdonar, como lo había prometido. Esto es por fe, no se aprecia por la vista. Por ello cantamos el himno de Simeón casi al final del Oficio Divino. Has oído la Palabra y el Espíritu Santo te ha revelado al Salvador. Acabas de recibir el cuerpo y la sangre del Señor para el perdón de los pecados. El canto de Simeón es tu confesión, tu himno. La Paz te lleva a cantar, porque el Salvador ha venido a ti también y entonces partes en paz. Te vas en paz, aunque no en una paz como el mundo imagina, con esta paz corres el riesgo de ser ridiculizado a lo largo del camino. Si Simeón parece raro al cantar al bebé, vamos a dibujar algunas miradas extrañas al decir que nuestra paz está en, con y bajo el pan y el vino, el agua y la Palabra. Algunos te dirán que has perdido tu cordura religiosa o tu fe. Pero sabes que Cristo está allí porque Él lo ha prometido y Él siempre cumple sus promesas. Tienes su Palabra para que ir en paz, reconciliado con Dios, contigo mismo y con quienes te rodean. La verdadera paz no es cosa tuya. No es tu justicia, ni tus obras las que te hacen un heredero del reino de los cielos. Aun seguirás afectado por el sufrimiento y el dolor como espera para la herencia que será revelada. Pero la paz es tuya, porque “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos.” (Gálatas 4:4-5). Rescatado por el sacrificio de Jesucristo, el primogénito de entre los muertos, ya te encuentras entre la asamblea de los primogénitos Tu vida aún tiene muchos capítulos por ser vividos, gracias a Dios en Cristo ya sabes el final de la historia. Este final es la vida eterna. Por esto puedes partir en paz a vivir tu vida. El que sufrió, murió y resucitó está contigo, te hará salir de tus sufrimientos y de la muerte a la vida eterna. ¿Qué nos deparará el mañana? No se puede saber. Confiamos nuestro mañana al Señor, confiando en que Él hará que todas las cosas sean para nuestro bien. Él se ha comprometido a hacerlo por sus siervos, así como ha prometido que Su Hijo ha muerto por ti. No sabemos mucho acerca de lo que está por venir, pero si sabes que tú eres suyo y así conoces el final de la historia. Por lo tanto, incluso ahora, sales en paz: Porque por Cristo has si perdonado de todos sus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén Gustavo Lavia. Pastor de la Congregación Emanuel. Madrid