martes, 6 de diciembre de 2016

Adviento.


San Lucas 21:25-36

Adviento 2



En el Nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Jesús dijo, “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.”

Está claro que Jesús se está refiriendo aquí a su Segunda Venida…

Al Día del Juicio.

Hoy tenemos otra lectura más de Adviento que parecer sonar extraña en nuestros oídos en este tiempo del año litúrgico.

Podemos ver en nuestra ciudad decoraciones con Belenes y otras decoraciones navideñas en las calles...

Pero puede ser un poco extraño para nosotros el venir al Servicio Divino, y no escuchar casi nada sobre Jesús el bebé recién nacido.

La semana pasada la Lección del Evangelio fue sobre la entrada triunfal de nuestro Señor en la Ciudad Santa de Jerusalén...

Y esta semana tenemos una Lección del Evangelio proclamando el inminente y repentino regreso de Cristo para juzgar a los vivos y los muertos.

Y todo esto mientras que el mundo afuera está asando castañas y colgando las luces de Navidad.

De hecho, llegamos a la segunda semana de Adviento, y no podemos dejar de resaltar cómo el mundo no tiene conciencia de este tiempo litúrgico.

Hay adornos de Navidad casi por todos lados...

Y las cosas de Navidad ocupan pasillo tras pasillo en Carrefour.

Y mientras, el mundo vive de consumo en consumo durante la temporada de Adviento...

Y aquí estamos en la Iglesia, mirando y esperando...

Cantando los himnos del Adviento...

Con un pastor que lleva una estola violeta...

Aparentemente fuera de tono con la proclamación del mundo de lo que es la Navidad...y de cómo debería celebrarse.

Pero en lugar de las Lecciones del Evangelio que proclaman el nacimiento del precioso Bebé de Belén...

Tenemos lecturas destinadas a despertarnos de este ensueño mundano...

Lecturas que pretenden despejar nuestras cabezas de las visiones de las castañas y chocolates.

Y que en su lugar, nos llaman de vuelta al mundo y a la Palabra.

Así, nuestro Señor nos advierte en el Evangelio de hoy, “erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.”

Y nos habla en esta parábola de la higuera.

Nos insta a permanecer despiertos...

Así les dijo, “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida,

y venga de repente sobre vosotros aquel día.

Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.

Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán,

y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.”

El amor es la razón de nuestro Señor para hablarnos así...

Amor, que nos advierte que estamos en peligro de destruirnos a nosotros mismos...

Preocupados con las cosas de este mundo...

Y no mirando ni esperando la gloriosa venida de nuestro Señor.

Siempre ha sido así.

La Humanidad pecadora siempre ha vivido como si nosotros mismos fuésemos lo único que importa.

Y vivimos nuestras vidas como si fuéramos lo único que importa.

Tal vez esto es aún más cierto durante esta temporada del año que en cualquier otro momento.

Las listas de Navidad están en nuestras mentes, preocupados por las compras...

Olvidando el hecho de que Jesús está regresando, tal como Él dijo que haría.

Vivimos cada día como si Jesús no fuese a volver hoy...

Ignorando el hecho de que Él podría hacerlo.

Tal vez ese sea el gran beneficio del Adviento para nosotros.

Nos endereza y levanta nuestras cabezas, porque nuestra redención se acerca.

Nos llama fuera del frenesí del mundo, y en sobriedad...

Y nos da una perspectiva correcta.

El Adviento nos enseña, a la gente que está acostumbrada a conseguir todo ahora, sin esperar, que deben practicar un poco la "paciencia por la gratificación"...

Nos da una buena y dura sacudida, en el momento en que más lo necesitamos...

Nos entrena para observar, y esperar.

El Adviento nos señala a Cristo, y nos prepara para regocijarnos ante la llegada de nuestro Rey y Salvador.

Porque eso es lo que sucedió en esa primera mañana de Navidad.

El eterno Hijo de Dios descendió del cielo, de la mano derecha del Padre...

Él tomó carne humana, obedeció su propia ley perfectamente...

Y murió para salvar al mundo... para salvarte...del pecado y de la muerte…

Para salvarte de la muerte eterna.

Y este mismo Jesucristo resucitó de los muertos, para la gloria de Dios el Padre...

Y vendrá otra vez, en gloria, para juzgar a los vivos ya los muertos.

Y el Adviento nos enseña a observar y esperar, tal como Jesús nos enseña en el Evangelio de hoy...

Para que nuestros corazones estén listos cuando nuestro Señor regrese, y estemos preparados para el regreso de nuestro Rey.

Por eso el Señor nos ha dado la Iglesia en la tierra, la Iglesia Militante...

Para preparar el camino para el Señor...

Para mantener un ojo atento para el día de Su venida...

Para mantenernos sobriamente alerta, mientras el mundo dormita en un ebrio estupor...

Para vigilar...

Para encender velas de Adviento en la oscuridad...

Para mirar, y orar, y esperar...en una alegre expectativa...

Para reunirnos en torno a la proclamación del Santo Evangelio...

Para escuchar Su Palabra de Absolución...

¡Porque en verdad sois perdonados!

Para comer y beber el Santo Cuerpo y la Sangre de Cristo... la comida que nos sostiene mientras observamos y esperamos...

Alimento que no pesa sobre los corazones, sino que los eleva.

Sois los santos hijos bautizados del Único Dios Verdadero...

Y tu Dios ha prometido fortalecerte y guardarte...y Él lo hará.

Ven entonces, come y bebe...estando alegre, mientras observas y esperas...

Porque vuestro Rey viene a vosotros...justo y teniendo salvación en Él.

Y en el oír su Palabra, y en la recepción de su bendito Sacramento...

Jesús te está preparando para Su regreso.

Pronto habrá un tiempo de fiesta y regocijo...eternamente, en el cielo de nuestro Señor...

Pero por ahora, seguimos observando y esperando...

En el Nombre de + Jesús. Amén.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Miércoles de Ceniza.

Míercoles de Ceniza, Sermón sobre Salmo 51
Pastor Adam Lehman, traducido por Pastor J. García  

Salmo 51
Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría,
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
11 No me eches de delante de ti,
Y no quites de mí tu santo Espíritu.
12 Vuélveme el gozo de tu salvación,
Y espíritu noble me sustente.
13 Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos,
Y los pecadores se convertirán a ti.
14 Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación;
Cantará mi lengua tu justicia.
15 Señor, abre mis labios,
Y publicará mi boca tu alabanza.
16 Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
No quieres holocausto.
17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
18 Haz bien con tu benevolencia a Sion;
Edifica los muros de Jerusalén.
19 Entonces te agradarán los sacrificios de justicia,
El holocausto u ofrenda del todo quemada;
Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.




En el Nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
     El Salmo 51 es un regalo maravilloso para la iglesia. De hecho, la comprensión de este bendito Salmo es necesaria y profundamente útil de muchas maneras. Este salmo contiene la instrucción de las partes principales de toda la fe cristiana. Nos enseña sobre el pecado, el arrepentimiento, la gracia y la justificación, así como la enseñanza sobre el culto que debemos prestar al Único Dios Verdadero. Finalmente, nos enseña sobre la confesión y la absolución, y por eso, es referido a menudo como un "salmo penitencial."

Tal como enseñamos en el Catecismo Menor:  La confesión tiene dos partes.
     En primer lugar, confesamos nuestros pecados, y en segundo lugar, recibimos la absolución, es decir, el perdón del pastor como de Dios mismo, sin dudar, y con la convicción de que por medio de ella nuestros pecados son perdonados ante Dios en el cielo. (Catecismo)

     A través de la pluma del Rey David, nuestro Señor nos presenta ambos (confesión y absolución) ante nosotros esta tarde. Al comienzo del salmo le vemos profundamente preocupado por el conocimiento de su pecado y el peso de su conciencia. "Ten piedad de mí, oh Dios," escribe, "limpia mi pecado! Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. ". Y al final del Salmo vemos a David consolado por la gracia y la misericordia del Señor. Está tan lleno de alegría por el perdón de los pecados que simplemente no puede contenerse. Y así escribe, "mi lengua cantará tu justicia. Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. ". David sabe que ha sido perdonado de su profunda maldad. De hecho, la historia en 2º libro de Samuel, capítulo 12 es bien conocida. Los pecados de David incluyeron el adulterio, la mentira, el asesinato, abuso de autoridad, y encubrimiento de sus pecados; acumulando pecado sobre pecado.



     Con esto en mente, vemos que David es un ejemplo de todos los hombres, incluidos nosotros. Uno a uno rompió cada uno de los mandamientos del Señor. Sin embargo, se negó a reconocer su pecado. Y esta negativa a reconocer el pecado fue lo más peligroso para su alma eterna. David quería ser conocido como un rey justo y santo. Él quería que sus pecados fuesen secretos para todos. Por lo tanto, se negó a admitir su pecado. Se negó a arrepentirse. Es por esto que el Señor envió a Natán el profeta a David: para enfrentarse a él con la Ley, pero no para destruirle, aunque lo merecía. Dios envió a Natán a David para llamar a David al arrepentimiento, a fin de que pudiera recibir el perdón. Y con el perdón, él también recibiría la vida y la salvación.

     A la luz de lo expuesto, la tragedia de David se convierte en un ejemplo muy emotivo del pecado, y aún más, de la gracia. Y sin esta visión de la vida de David, tendríamos una imagen totalmente distorsionada de este patriarca en la fe.

     Si la Santa Escritura no nos hubiera hablado de este vergonzoso recuento ¿quién creería que un hombre tan santo podría caer tan bajo? Después de todo, a través del Espíritu Santo, David había instituido el culto de Jehová en el tabernáculo. Había escrito bellos himnos cantados por los fieles ... Había ganado muchas batallas militares, en las que el Señor había luchado en su nombre. Confió totalmente en el Señor para la victoria. De hecho, fue el elegido directamente por el Señor para servir como el rey. Incluso el propio Mesías sería luego conocido como el Hijo de David.

     Y, aun así, un hombre tal cayó en pecado. Y el gran rey David no cayó en un mero "pecado pequeño", sino en muchos pecados realmente graves.  Y lo que es peor, cayó en la impenitencia. Cayó en una arrogancia tal que se negó a arrepentirse. Y si un hombre como David pudo caer tan miserablemente que Natán tuvo que enfrentarse con él cara a cara, entonces desde luego, nosotros no estamos exentos de una caída similar que puede hasta destruir el alma. Nosotros también debemos ser confrontados con nuestro pecado. Nosotros también tenemos que tragarnos nuestro orgullo pecaminoso, y humildemente caer de rodillas ... Arrepentirnos ... pidiendo la misericordia de Jehová. Debemos ser honestos con nosotros mismos sobre lo que realmente somos: pobres, miserables pecadores, mendigos ciegos que necesitan desesperadamente de la misericordia de Jehová.

     Esta noche el Señor nos habla palabras que son muy difíciles de escuchar. Pero también nos entrega las palabras más dulces que los oídos pecaminosos pueden jamás oír. Incluso, al mismo tiempo que estamos abatidos por el reconocimiento de nuestras transgresiones profundas, somos elevados por la bendita palabra de su perdón. Nuestro Señor nos llama a arrepentirnos de nuestros pecados, y por ninguna otra razón que con el fin de que recibamos el perdón, la vida y la salvación. No confesamos nuestros pecados por el mero bien de la confesión de nuestros pecados. No, confesamos nuestros pecados, a fin de que recibamos la sagrada absolución.

Como dice en el Catecismo, En primer lugar, confesamos nuestros pecados.
En segundo lugar, recibimos la absolución ...
Es decir, el perdón del pastor como de Dios mismo ...
Sin dudar, pero con la convicción de que por ella nuestros pecados son perdonados ante Dios en el cielo. (Catecismo)



     Natán fue enviado a David con el fin de que pudiera ser llevado al arrepentimiento, y que pudiera recibir el perdón, la paz, y el gozo de ser justo antes con Dios. Nos hemos reunido aquí esta tarde para el mismo propósito. Habéis llegado a confesar vuestros pecados, a fin de que podáis recibir el perdón, la paz, y el gozo de ser justo antes con Dios. Y debido a la pasión y muerte de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, estáis perdonados. De las llagas de Cristo Crucificado fluye el perdón de todos tus pecados. Y de esas heridas fluye la paz eterna entre tú y tu Padre celestial. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesucristo es el Cordero de Dios que ha muerto para el perdón del pecado de David. Jesucristo es el Cordero de Dios que ha sufrido y muerto con el fin de que tú puedas vivir. Por ello estás perdonado.



Como dista el oriente del occidente, tus pecados son perdonados, en el Nombre de Jesús +. Amén.