domingo, 23 de junio de 2013

Quinto Domingo después de Pentecostés.




”¡Cuán grandes cosas ha hecho Dios con nosotros!”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      23-06-2013

Primera Lección: Gálatas
Segunda Lección: Isaías
El Evangelio: Lucas 8: 26-39
Sermón
         Introducción
A diario llegan hasta nosotros noticias de guerras, violencia doméstica, asesinatos, fraudes, y toda clase de hechos deplorables. A esto podemos sumarle la infinidad de mentiras, envidias y todo tipo de transgresiones de la Ley de Dios que, no siempre son evidentes y detectables. El ser humano es capaz de los hechos más terribles no sólo contra él mismo, sino también contra la maravillosa Creación, y así destruye, contamina, extingue y daña aquello que Dios por Amor creó para nosotros. Sin tratar de ser negativos, podríamos decir que el fruto del pecado del hombre, campa a sus anchas por esta tierra. Y a esta acción, obra del pecado humano, debemos sumarle la propia que el mal en sí mismo, genera y promueve con su presencia en nuestra realidad. Pues la Palabra nos enseña que esta presencia es real y contínua, y que debemos estar preparados y protegidos contra ella. Libramos una batalla espiritual aquí en la tierra, entre la acción vivificadora del Espíritu Santo, y la del enemigo que pretende apartarnos y hacernos resistentes a dicha acción de Dios en nuestros corazones. Sin embargo, podemos decir que asistimos a los últimos estertores de esta batalla, pues el resultado de la misma ya está decidido de manera definitiva. El mal y su hijo, el pecado, han sido derrotados por Cristo en la Cruz, y lo que ahora vivimos es, con todo, el preludio de la llegada del Reino de la Luz y la desaparición de la oscuridad. Estemos no obstante atentos y mantengámonos protegidos, pues el mal, aún derrotado pero en su desesperación, todavía puede hacer daño y arrebatar almas al Reino.
         La victoria ya es de Cristo
La presencia de entidades malignas actuando en nuestra realidad, es constante en las Escrituras desde los mismos inicios de la existencia del hombre en la tierra. Así, encontramos ya en los comienzos a Satanás transfigurado en una serpiente en el libro del Génesis, induciendo mediante el engaño y la duda a Adán y Eva al pecado (Gen 3:1), o en los Evangelios tratando de tentar al mismo Jesús (Lc 4:1-13). Y desde que el pecado anidó en el corazón humano, el maligno que es su fuente original, no ha dejado de estimularlo y propagarlo aprovechando nuestra debilidad carnal, y nuestra vulnerable voluntad cuando nuestro corazón está lejos del Padre. Esta debilidad puede llegar a tal extremo que el hombre se convierta él mismo en morada de las mismas fuerzas de ese mal que en el fondo, sólo busca su perdición y destrucción. Pues nada hay más deseable para estas fuerzas que ejercer un dominio absoluto sobre la voluntad del ser humano, doblegándolo a sus deseos y como fin último, apartándolo de la acción de la gracia de Dios. Y así es como Jesús se enfrenta en la lectura de hoy a esta acción maligna en la persona de un endemoniado. De un hombre para quien la sola presencia del Hijo de Dios, no es sin embargo gracia, Paz y misericordia, sino tormento y sufrimiento: “Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.” (v28). Vemos que el mal ha obrado en este hombre una alteración aberrante, transformando y corroyendo su alma y su mente de manera que su percepción de la realidad está enfocada sólo en la oscuridad. Así actúa igualmente una parte de este mundo, enfocando sus deseos y acciones en provocar dolor y sufrimiento, y sobre todo, en tratar de anular la presencia de la Palabra liberadora de Dios entre los hombres. Pues podemos decir sin temor a equivocarnos que allí donde la Palabra y Cristo son rechazados y combatidos con más denuedo, es donde el mal se siente más amenazado y donde resiste con mayor intensidad. Pero ya hemos dicho que derrotado el pecado y el mal en la Cruz, ahora su acción es una resistencia desesperada, donde tratará de ganar no ya batallas, pero sí de arrastrar tras de sí aquellas almas que, en su retirada, aún pueda hacer perder. Sin embargo, nada de esto debe temer el creyente en fe, ni debemos ahora anidar o vivir en el temor por ello, pues protegidos con la coraza de la fe, y dispuestos con la espada de la Palabra, el mal se lanza en retirada ante la visión victoriosa de la Cruz : “Sobre todo tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef. 6:16-17).
         El mal como degenerador y destructor del hombre
Muchos ponen en cuestión la existencia del mal, e incluso dando un paso adelante ridiculizan la idea de que tenga en sí mismo personalidad e inteligencia. Sin embargo la Palabra atestigua de cómo el mal actúa con un plan definido, y con un objetivo claro que no es otro que la perdición del hombre: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6:12). El endemoniado de la lectura de hoy era probablemente un pagano, dada su ubicación geográfica entre los gadarenos. Y no sabemos de qué manera llegó a ser poseído por esta “legión” (v30) de demonios; quizás entregado a algún culto idolátrico propio de la región. Su caso era extremadamente grave y por ello es difícil conjeturar las causas. Sabemos por el relato de Lucas que cuando Jesús lo encontró, su estado era ya deplorable, y fijémonos que Lucas distingue claramente aquí la acción de un mal real y con entidad propia a la de una mera enfermedad mental. Y podemos ver aquí, en este hombre, la crueldad de este mal que degenera al ser humano, llevándolo a perder la autoestima, a sumergirlo en las sombras de la mente, e incluso a habitar en sepulcros y lugares de muerte: y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros” (v27). Un mal que en su inteligencia, paradójicamente se presenta ante Jesús reconociéndolo como el Hijo de Dios: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?”(v28), y que presiente la acción de liberación sobre el hombre de parte de Dios temiéndola. Y así Jesús encara a este hombre conminando a estos demonios a abandonarlo y liberarlo, como testimonio de su misión aquí en la tierra, para traer redención a los hombres de la esclavitud del mal, del pecado y la muerte. En estos casos extremos de posesión,  sólo podemos creer que estas situaciones que Dios consiente tienen alguna finalidad que escapa a nuestra comprensión. O creer como nos dice Cirilo de Alejandría que: “el sufrimiento de uno edificará a muchos.” (Comentario de Lucas, Homilía 44). Sin embargo, no es necesario ser poseído corporalmente como el caso de este endemoniado para estar bajo el dominio del mal. No es necesario estar poseído para pensar, actuar y servir a la voluntad del maligno. Ya que en principio todo aquello que hacemos contrario a la voluntad de Dios expresada en su Ley, e incluso todo lo que no proviene de la fe (Rom 14:23) presta de hecho un servicio al mal. Y en este servicio, no lo olvidemos, el primer perjudicado no es otro que el hombre mismo. Pero al contrario que el endemoniado, que no podía ser retenido ni con cadenas (v29), el pecado arroja sobre el ser humano una esclavitud de la que no es posible liberarse. No, estas cadenas malignas que lo atenazan cuando en su endurecimiento rechaza la gracia de Dios, no pueden ser rotas por la voluntad del hombre. ¡Y el mal se encarga de endurecerlas más y más!. ¿Qué hará entonces el ser humano en esta situación?, ¿dónde y cómo podrá ser liberado de esta esclavitud a la que está sometido desde su nacimiento?. La respuesta, la única respuesta para romper estas cadenas es precisamente renunciar a nuestros propios esfuerzos para ello, y poner nuestra vida en manos de Aquél que es el único con poder de someter a los mismísimos demonios: Jesucristo. Sólo Él representa para la humanidad la acción liberadora de Dios en este mundo:“el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col 1:13-14). 
         Viviendo fortalecidos por los medios de gracia: Palabra y Sacramentos
Para evitar ser atacado por diversos virus o enfermedades, el ser humano hoy día se cuida y protege con vacunas y diversos medicamentos que ayudan a sus defensas y lo hacen más resistente a la enfermedad. Pero ¿y nuestra alma?, ¿cómo cuidarla y protegerla para que sea capaz de resistir los envites del maligno?. Debemos tener presente que, si bien como hemos dicho, el creyente en fe no debe vivir temeroso respecto a la acción del mal en su vida, sí es cierto que no hay que bajar la guardia en exceso. El mal adopta innumerables formas y pone ante nosotros infinidad de deseos y tentaciones adecuados a nuestras propias debilidades. Su experiencia respecto a la nuestra es comparable a la de un consumado maestro respecto a la de un neófito. No, no podemos relajarnos demasiado, tal como nos advierte el Apóstol Pedro: “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P 5:8). Pero, ¿qué estrategias puede el mal usar contra nosotros?. Hay algunas muy claras, y así en los momentos en que nos creemos más fuertes, el mal usará nuestro exceso de confianza para atacarnos por medio de ella y hacernos confiar en nuestras propias fuerzas y seguridades humanas. O bien, en los momentos de tristeza, inquietud o depresión, usará nuestro miedo y debilidad para hacernos dudar de las promesas divinas. Por ello el creyente no debe nunca dejar de alimentar su confianza en la Palabra de su Dios, la cual es su principal alimento para sostener su fe. Es Ella como medio de gracia, tanto en su forma proclamada como por medio de los Sacramentos, la que centrará nuestra mente, tanto en los momentos de fortaleza como de debilidad, en la Palabra de nuestro Dios que nos anuncia restauración y Paz eterna en Cristo Jesús. Y recordemos que cualquier otra cosa en lo que pongamos nuestra confianza, y en lo que creamos ver nuestra seguridad espiritual, no será al fin sino otro engaño que el mal nos tiende: “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech 4:12).
         Conclusión
El Evangelio de hoy nos narra la liberación de un endemoniado por obra de Jesús, como prototipo de la liberación que Dios trae a todos los pueblos, y como muestra de que Él, el Hijo del Dios Altísimo, tiene poder para someter incluso a los poderes del mal y romper las cadenas del pecado y la muerte. Tristemente, esta acción de Dios en Cristo aún es rechazada por muchos que en sus corazones resisten la acción del Espíritu y, al igual que la multitud de la región de los gadarenos, piden a Jesús que se aleje de ellos (v37). Desesperanzador es el fín de los que en su insensatez rechazan la mano de la gracia. Pero a los que han recibido esta gracia en fe, y han estrechado con firmeza sus manos en la mano tendida del perdón y la misericordia divina, Cristo les dice: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo”(v39). ¡Que así sea, Amén!.    
Pastor J C. G /
Congregación San Pablo/IELE                                                             

domingo, 16 de junio de 2013

4º Domingo después de Trinidad.



 

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                
Primera Lección: 2 Samuel 11.26-12.10, 13-14.
Segunda Lección: Gálatas 2.15-21, 3.1-14
El Evangelio: Lucas 7:36-8.3

 

 “Jesús incrementa nuestro amor”

INTRODUCCIÓN
Lección del Evangelio de hoy contrasta a dos pecadores y su respuesta al mensaje de perdón de Jesús. El primero, Simón, era un fariseo y sin duda un hombre muy respetado, honrado en la comunidad. La segunda, una mujer sin nombre, conocida en la ciudad por ser una gran pecadora. Jesús enseña, mientras mayor es el regalo que alguien recibe, mayor es su gratitud hacia el dador. ¿Cómo es el don que has recibido?
Sabemos que los fariseos siempre estaban dispuestos a encontrar en Jesús, por lo general por medio de una trampa, algo de qué acusarlo, desacreditarlo y condenarlo. Cuando la mujer pecadora lavó los pies de Jesús, Simón el fariseo pensó: “Éste, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. Al parecer, la razón de esta invitación era para saber a ciencia cierta si Jesús era realmente un profeta o no. Cuando llegó esta mujer pecadora y lo tocó, la mente de Simón rápidamente cambió, mostrando que tenía un problema fundamental con el plan de Dios y en cómo trataba a los pecadores.
¿A veces nosotros tenemos “problemas” o “resentimientos” con el plan de Dios y como este incluye a los “pecadores”? Popularmente se cree que la iglesia debe estar llena sólo de personas más o menos como nosotros. Alguien que sea lo suficientemente responsable, lo suficientemente madura, lo suficientemente limpia, lo suficientemente respetable o incluso lo suficientemente espiritual como nosotros. Por supuesto, cuando usamos nuestra propia vara de medir, por lo general la conclusión es que en promedio somos buenos. Podemos admitir que no hacemos un trabajo perfecto de adoración u obediencia a Dios, pero aún estamos por encima de la media... o al menos eso creemos. Pero si nos medimos con la vara de medir de Dios o sea con su ley, entonces nos encontramos rápidamente que nuestros pecados nos dejan tan culpables delante de Dios como cualquier otra persona. Como dijo Jesús, “con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. Lucas 06:38. En su lugar, debemos humillarnos ante Dios, quien da la bienvenida a los pecadores arrepentidos de todo tipo y tamaño, entre nosotros, tal como lo hizo Jesús.
Bienvenidos pecadores. Cuando las personas entran en nuestras congregaciones o reuniones, ¿piensan o sienten que están entrando en la casa del fariseo? Estamos llamados decirles que vienen a colocarse entre compañeros pecadores que le ofrecen la misma cálida bienvenida y la misma misericordia que Cristo mostró a todos los que estaban rotos y dolidos por sus pecados. ¿Cómo podemos demostrar una bienvenida así? Cosas tan simples como una sonrisa de bienvenida, un saludo cordial u ofrecer cualquier tipo de ayuda. “Gracias por venir. Esperamos que se encuentre a gusto entre nosotros.  ¿Podría explicarle algo acerca de nuestra Liturgia? ¿Hay algo por lo que podamos orar? Te esperamos otra vez. La paz de Dios sea contigo”.  Llevamos la paz de Dios en nuestros corazones y somos llamados a pronunciarla con los labios. Cuando Jesús perdonó los pecados de esta mujer, él le dijo: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. Su fe se aferró a su perdón y Él la envió con su paz, esa paz de los pecados perdonados y reconciliada con Dios. Todos y cada uno de nosotros podemos ser lo suficientemente valientes para hablar de paz de Dios a un extraño, porque la paz de Dios está con y en nosotros. Un corazón roto y con problemas sólo puede ser restaurado por medio de la paz de Dios
La falta de una adecuada bienvenida nos muestra cierta desconfianza de parte de Simón, también podría deberse a un descuido y falta de hospitalidad. Era normal que un criado le lave los pies polvorientos de un viajero. Un beso de saludo era una señal estándar de acogida similar a nuestro apretón de manos. Ofrecer aceite para ungir la cabeza o las manos era una cortesía especial extendida a un invitado de honor, como un profeta, rabino o maestro. Dado que Simón había dejado de lado estas cortesías podían interpretarse algo más que un mero olvido, sino un insulto.
La mujer pecadora había descubierto que Jesús iba a comer allí, y tenía que verlo y expresar su gratitud. Ella debió de oír la predicación del perdón de Jesús, así como Simón y el resto, y sabía que Él era un hombre misericordioso, a quien ella podía acercarse. Había comprado una cara botella de mirra para verter sobre Él. Una expresión de su gratitud, sabiendo Jesús que le había dado el regalo más costoso que era el perdón de sus pecados. Pero para su sorpresa, el anfitrión de esta fiesta había descuidado dar a Jesús el habitual lavado de pies. Así que ésta invitada no deseada, ni siquiera era un miembro de la familia, tomó lo que tenía y sorprendido Simón y a los otros asistentes mediante el suministro de su propia hospitalidad para compensarlo. Sin cuenco o agua para limpiar sus pies, los mojó con sus lágrimas. Sin toalla para secarlos utilizó su propio cabello para secarlos. Con la costosa mirra ungió y besó sus pies. Toda su atención se centró en Jesús y no en quién era ella.
Aquí estaba una persona que verdaderamente estaba agradecida por lo que había recibido. Jesús usó esta oportunidad para enseñar a Simón el significado del perdón y la gratitud. Una parábola simple de un prestamista que se supone claramente que es Dios. Dos deudores debían cantidades diferentes, pero tenían en común que ninguno de los dos podía pagar. Un denario era el salario de un día y 500 denarios era bastante más que la paga de un año, mientras que 50 denarios era la paga de casi dos meses. Sumas que no se podían pagar. Entonces el prestamista, perdona ambas deudas. La deuda fue cancelada. Cuando Simón respondió a la pregunta de Jesús  “¿Qué deudor le amará más?”, al decir que el que tiene la deuda más grande, sus propias palabras le mostraban la realidad de él y la mujer pecadora. De repente, la situación se invirtió y él ya no estaba juzgando a Jesús y a la mujer, él era el que estaba siendo juzgado de acuerdo a su medida. De repente no podía escapar de su falta de amor, gratitud y hospitalidad, cuando incluso este huésped no invitado mostró mayor cortesía hacia Jesús.
En lugar de ser sorprendido u ofendido por las acciones de esta mujer, Jesús les dijo: “sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho”. Ella era la deudora de la parábola que tenía el mayor endeudamiento y por ello amó a Dios con mayor intensidad. Es probable que no podamos imaginar lo que tuvo que pasar sólo para mostrar a Jesús su agradecimiento. Pero hay muchas personas que temen entrar en una iglesia, porque están avergonzadas de sus pecados y lo que la gente podría pensar de ellos. Es un recordatorio para todos nosotros encontrarnos de nuevo con esa persona, porque es posible que haya desistido. Tome un segundo, vea a esa persona a través de los ojos de Jesús y vea a un pecador por quien Cristo murió, al igual que lo hizo por ti. El problema es que si pensamos que nuestros pecados son pequeños o inferiores a los de los otros, entonces no será extraño si miramos a los demás solo como pecadores. Pero cuidado, podemos terminar como Simón, siendo juzgados por nosotros mismos.
Con los ojos puestos en Cristo. ¿Por qué tenemos que escuchar una y otra vez el mismo mensaje de salvación a través de la muerte de Jesucristo en la cruz por nuestros pecados? ¿Por qué necesitamos recordatorios constantes de que debemos crecer en la profundidad de nuestro conocimiento acerca de lo que Dios ha hecho por nosotros? Porque lo necesitamos, así que estamos siempre en aumento en nuestro conocimiento de la profundidad del amor que Dios, que nos ha mostrado en perdonar la deuda de nuestro pecado y porque es la manera en que nuestra gratitud también crecerá. No comparamos el tamaño de nuestra deuda personal con el de otra persona. Es fácil caer en la complacencia y pensar que nuestras vidas están bien ordenadas, son agradables a Dios y que nosotros somos los “justos” y miramos hacia abajo a los “pecadores” que nos rodean. Es fácil sentir que eres bueno y un digno merecedor del perdón de Dios. Sentimos como si nuestras deudas a Dios fuesen pequeñas y sin importancia, no son nada en comparación a cómo viven quienes nos rodean.
Pero cuanto más se estudia y se crece en la Palabra de Dios,  escuchando la predicación regularmente, mediante el estudio de la Biblia, junto con otros cristianos, en nuestra familia y en nuestro estudio personal de las Escrituras, más aprendemos de lo desesperadamente necesitados del amor de Dios que estamos. Cuanto más nos enteramos de la elevada “deuda personal” delante de Dios y de lo incapaces de pagarla por nuestra cuenta que somos, es cuanto más ponemos a Jesús ante nuestros ojos. Esto quiere decir que tenemos que escuchar constantemente, leer y estudiar la Palabra de Dios, centrados en Cristo Jesús, para que podamos empezar a conocer “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura  del amor de Cristo”. Efesios 3:18. Ver lo que significó para Jesús renunciar a todo para pagar nuestras deudas. Cuanto más nos llenamos de ese conocimiento y comprendemos cuán grande regalo hemos recibido a través del perdón de Jesús, cada vez más va a crecer nuestro amor, gratitud y aprecio por ese regalo. Seremos transformados de la justicia propia de Simón hacia el amor abrumado y acción de gracias de la mujer pecadora.
Conclusión. La respuesta de la mujer pecadora es un paralelo de lo que sucede en nuestros Oficios Divinos. Arrepentimiento y lágrimas por los muchos pecados y caemos a los pies de Jesús por su misericordia. Dios viene a ejercer su oficio trayendo el perdón de nuestros pecados en la confesión. La mujer adoró a Jesús con sus lágrimas y servicio, lavando y ungiendo sus pies. Así también nosotros adoramos a Jesús con actos de amor y alabanza, mientras cantamos canciones de acción de gracias por todo lo que Él ha hecho. Toda nuestra adoración y el enfoque debe estar centrado en Él, al igual que la mujer no pensó en la vergüenza que ella enfrentó, o las risas de desprecio que las personas habrán tenido hacia ella. Nuestra atención se centra en Jesús, en la misericordia que Dios ha mostrado y otorgado. Ella recibió las palabras de la absolución “Tus pecados te son perdonados”. Que esas palabras hagan nido en tus oídos: “Tus pecados, que son muchos, son perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz”. Considérate en ser el primero de los pecadores y regocíjate en el amor incomparable de Dios para contigo en Cristo Jesús, que murió por tus pecados, para contar contigo como uno de los suyos en su familia.
En el Oficio Divino oímos del perdón de nuestros pecados una y otra vez. La absolución proclamada por mandato y autoridad de Cristo. La predicación del sermón anuncia que la gran profundidad del amor de Dios y cómo Él te redimió de todo pecado para que seas suyo. Los credos y las oraciones que confiesan nuestro perdón en el bautismo y la resurrección prometida. Las palabras de perdón de Cristo que se proclaman en la Cena del Señor: “Esta es mi sangre, derramada por vosotros para el perdón de los pecados”. En el Oficio estamos rodeados por todos lados por el perdón de Dios. Entonces podemos responder como la mujer pecadora, que se fue con alegría y paz. Su agradecimiento se transformó en gratitud y alegría de servir. Así también en nuestra adoración, nuestra respuesta de todos los dones de la salvación que se nos han dado, es dar alegría a Dios en el amor y el servicio. Para salir cada día de la semana y llevar las buenas nuevas y su paz en nuestros labios.
Atte. Pastor Gustavo Lavia.
Congregación Emanuel. Madrid.

domingo, 9 de junio de 2013

3º Domingo después de Pentecostés




”Viviendo por la Palabra de Dios en Cristo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      

Primera Lección: 1º Reyes 17:17-24
Segunda Lección: Gálatas 1:11-24
El Evangelio: Lucas 7:11-17
Sermón
         Introducción
Sacar algo bueno del sufrimiento es ciertamente difícil para la mayoría de las personas. Pues cuando se sufre, parece que la persona se halla dentro de una burbuja que lo amplifica todo, al igual que una potente lente distorsiona y agranda la realidad. Y en esta realidad dolorosa, todo nos duele y pesa. Nadie escapa sin embargo a este hecho, y tarde o temprano, tanto en uno mismo como en aquellos que nos rodean, el sufrimiento hace acto de presencia impactándonos de lleno: “Aun en la risa tendrá dolor el corazón, y el término de la alegría es congoja” (Pr 14:13). Y curiosamente el hombre, llegado este momento, vive dos experiencias muy diferentes y contradictorias. Pues por un lado parece como si Dios se hubiese retirado, dejándonos solos frente al dolor. De ello encontramos muchos testimonios en las Escrituras especialmente en algunos de los Salmos del Rey David, o en el prototipo del dolor y el sufrimiento: Job. Quejas elevadas al cielo, reproches al Creador por un dolor incomprensible. Algunos desgraciadamente se quedan por siempre en esta primera fase. Pero la otra experiencia que puede vivir el hombre en el sufrimiento después del impacto inicial, es paradójicamente la experiencia de la cercanía de Dios. De saber que Dios está junto a nosotros, que entiende y conforta nuestro dolor. Sí, Dios está ahí siempre, y ciertamente viviremos momentos de sufrimiento, de esto no cabe duda, pero Dios nos consolará con su Palabra poderosa que tiene poder verdadero para traernos Vida y salvación en Cristo.
         Cristo es la Verdad y la Vida
Las viudas son en la Palabra de Dios el prototipo de un ser desvalido. Podríamos decir en base al contexto histórico de la época de Jesús, que sus vidas estaban totalmente en manos de Dios por su desprotección y soledad. Y así, son abundantes las referencias a ellas como ejemplos de la acción de Dios en medio del sufrimiento humano: “Jehová asolará la casa de los soberbios; pero afirmará la heredad de la viuda” (Prov 15:25). En el caso de la lectura de este Domingo en el Evangelio, nos encontramos con una viuda que vive, aparte de su situación personal que ya hemos descrito, un dolor añadido: la pérdida de su hijo unigénito. Y la vida de esta persona toman ahora, en esta situación, un tinte dramático y desgarrador. Ciertamente debió ser un momento terrible el saber que se única descendencia y amor en esta vida había muerto, y pudo parecerle a esta mujer que su vida carecía ahora de sentido. Incluso la idea de que su Dios la había maldecido y abandonado pudo rondar su pensamiento en aquellas horas. Sin embargo, la presencia de Dios en su vida como leemos en la escritura era activa, viva y abundante. Pues en aquellos rincones de la vida de donde parece que la Luz divina se ha retirado completamente, allí sin embargo es donde ésta brilla con más intensidad: “Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar” (Sal 4:1). Y así estaba previsto por Dios que Jesús estuviese cerca de esta viuda, y su vida y su dolor tuviesen contra lo humanamente razonable, un sentido pleno: mostrar el Amor y la misericordia de nuestro Padre. En este caso el dolor por la muerte es revertido en consuelo y alegría, como un anticipo de la realidad que la resurrección de Cristo traerá a la vida de todos los que creen en Él. Porque su resurrección trajo a nuestras vidas dos certezas, que son como las dos sólidas columnas donde se asentaba el pórtico del templo de Salomón (1º R 7:21), y que ahora sustentan nuestra fe: la primera es que Jesucristo es ciertamente la Verdad, pues es quien dijo que era, el Hijo del Dios infinito y misericordioso. Y la segunda que Jesús es la Vida, ya que vivir plenamente en verdad es estar junto a Aquel que es nuestro Padre en los cielos; y Cristo con su muerte y resurrección ha posibilitado para nosotros el que la muerte no sea ahora más que el tenue velo que nos separa de disfrutar de la presencia eterna de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto el pecado, y con él su  consecuencia más terrible, la muerte, fueron totalmente derrotados por Cristo, y es por ello que nosotros también ahora, al igual que el hijo muerto de la viuda, y tras nuestras diarias caídas escuchamos la voz amorosa del Padre que nos dice: “A ti te digo, levántate” (v14).
         Viviendo por el poder de la Palabra de Dios
El hijo de esta viuda de la ciudad de Naín, ciertamente no podía hacer nada por sí mismo, y su destino en aquel momento que Lucas nos narra hubiese sido la oscuridad de la sepultura. Sin embargo Cristo fue a su encuentro, y tocando su féretro (v14) le dió vida por medio de su Palabra poderosa. Y sin ella ciertamente hubiese permanecido muerto irremisiblemente. Pues así es al fín el hombre en esta vida cuando carece de la Palabra liberadora de su Dios. Camina, respira y come; experimenta la vida terrenal, pero al dar la espalda por voluntad propia a vivir una relación con su Creador, es en realidad un muerto en vida. Hombres y mujeres que se dirigen inexorablemente a la sepultura, malgastando el valioso saldo de sus existencias, salvo que un día milagrosamente, el Espíritu toque sus corazones y nazcan a la verdadera Vida. Una nueva vida que viene a ellos por medio de la escucha  de la Palabra de  Dios, la cual tiene el poder de abrir los oídos de aquellos que en la muerte del pecado nada pueden oir. Pues es esta Palabra la que hace germinar en nosotros la Vida que trae la fe salvadora, y es oyéndola cómo el Espíritu puede penetrar la dura coraza de nuestros corazones e implantar la semilla divina: “Así que la fe es por el oir, y el oir, por la Palabra de Dios” (Rom 10:17). Ciertamente esta Palabra es la única esperanza del hombre, y la única que puede proclamar liberación, perdón y vida de parte de Dios. Muchas son las palabras de los hombres en este mundo, y mucho ofrecen y prometen. Pero ni todas estas palabras juntas pueden igualar en Verdad y credibilidad a una sola de las promesas divinas. Pues a diferencia de la palabra humana, la Palabra de Dios es Verdad en sí misma y su cumplimiento absoluto: “la suma de tu Palabra es verdad” (Sal 119:160). Y aún ni la duda o el desprecio humanos harán que deje de cumplirse en su totalidad, como nos advierte Cristo mismo: “Porque de cierto os digo que hasta que pase el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt 5: 18). Y Cristo, como ya hemos dicho es en su resurrección el ejemplo perfecto de este cumplimiento. Tenemos pues una Palabra digna de credibilidad, de confianza plena, que no nos defraudará ni hará promesas vanas. Dios es un Dios donde palabra y voluntad forman una unidad perfecta, y cuya palabra para nuestras vidas anuncia vida, y Vida eterna es justamente lo que da al hombre. Vivimos en y por Su Palabra, que es para nosotros ahora Verbo encarnado en Cristo Jesús. Él es el cumplimiento de todas las promesas divinas, y sólo en Él encontraremos a Aquél que puede sacar al hombre de la muerte que implica vivir una existencia lejos de su Dios: “Despiértate, tú que duermes,  levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo (Ef 5:14).
         Dios ha visitado a su pueblo
Resulta sin embargo difícil para el hombre común distinguir en el transcurrir de los tiempos, esta acción liberadora de Dios por medio de su Palabra. Sin embargo las Escrituras testifican precisamente de esa acción constante, y de cómo Dios interviene en las vidas de los hombres sin haberse desligado jamás de ellas. Él es verdaderamente Señor de este mundo, y como tal no puede dejar de hacer que Su voluntad se cumpla inexorablemente. Levanta Reyes y gobernantes o los hace caer; bendice naciones y las hace prosperar o son aniquiladas. Encumbra al hombre a lo más alto o lo abandona a su pecado contumaz: “Jehová mata y él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; abate y enaltece” (1 S 2: 6-7). Nada hay así que escape a su acción e influencia. Pero normalmente Dios no violenta con su acción y presencia al hombre, ya que no busca intimidarlo o presionarlo para que crea de manera forzada. Su acción es sutil, silenciosa y su influencia paciente y amorosa. Y sólo en contadas ocasiones, como en el milagro que Lucas nos narra, y cuando su acción evidente es necesaria, Dios usa su poder para intervenir radicalmente en la Historia. Pero ciertamente es innegable la acción constante de Dios alterando nuestra realidad para que Su voluntad sea cumplida. Pues efectivamente, repetida y abundantemente, tal como el pueblo proclamó ante el milagro de Jesús con el hijo de la viuda: “Dios ha visitado a su pueblo” (v16). Y lo ha hecho de manera evidente y notoria, ahora sí, para todos los pueblos en la figura de Su Hijo Jesucristo. Pues en Él se ha completado la plenitud de la revelación del poder de Dios a los hombres, y en Él las cadenas del pecado y la muerte han sido rotas definitivamente. Desde entonces podemos afirmar que Dios no deja de visitar a su pueblo, y la vida de cada uno de nosotros, tanto en la alegría como en el sufrimiento. Y lo hace ahora específicamente por medio de su Espíritu Santo, el cual derrama constantemente la gracia divina en nuestras vidas (Rom 5:5). Cada día y abundantemente esta gracia nos sigue alcanzando por medio de la fe recibida en nuestro pacto bautismal. Y cada día el cristiano es visitado por su Dios por medio del perdón divino y de su Justificación en la Cruz de Cristo. Sí, disfrutamos de una presencia vivificadora que está presente en nuestras vidas, y explícitamente podemos encontrarla en los medios de gracia: Palabra y Sacramentos, donde Cristo nos “toca” con su cuerpo y sangre, y nos da perdón y salvación. ¡No te prives pues de disfrutar de las promesas que Dios te ofrece, y de una nueva vida restaurada  por medio del perdón obtenido por la sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”.                                             
         Conclusión
Vivir una vida privada de la Palabra de Dios, y de la vida eterna que Ella nos ofrece por medio de Cristo, es para el hombre participar de su propio funeral en vida. Pues aunque estemos carnalmente vivos, en realidad el ser humano sin su Dios, es un ser espiritualmente muerto. Por ello el milagro de la viuda de Naín, debe servirnos para profundizar en el gran misterio de nuestra redención en Cristo. De cómo Cristo es ciertamente la resurrección y la Vida para nosotros, y que lejos de Él, sólo existe sufrimiento y la oscuridad de la muerte. “Dios ha visitado a su pueblo” (v16) en Cristo Jesús. ¡Aférrate a Él y a la Palabra de Dios que trae Paz, gozo y Salvación!.
Que así sea, ¡Amén!.                              
                      J.C.G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo