sábado, 31 de diciembre de 2011

Día de Año Nuevo.

“Seguridad de la Gracia de Dios para todo el Año 2012”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Números 6:22-27

La Epístola: Gálatas 3:23-29

El Evangelio: Mateo Lucas 2:21

Sermón

Introducción:

Permítanme compartir con vosotros un pequeño escrito de un comic llamado Mafalda (Escrito por Quino), que reflexiona sobre los deseos para el año nuevo.

Os deseo a todos un años de PAZ en el mundo…. Mmmm eso no va a andar….

Bueno… un año de PROSPERIDAD para todos!!!!...... Mmmmm eso tampoco va a andar.

Está bien… un año lleno de AMOR!!!!!!!!..... Ni locos, no va a andar…. ¿????????

Ya sé, les deseo un año de JUSTICIA Y EQUIDAD!!!! …… Me parece que tampoco….

Ahora si…. Les deseo un año de EXITOS PROFESIONALES y RECOMPENZAS POR SUS ESFUERZOS!!!!...... y cuando se vio que se recompense a alguien por sus esfuerzos????

Bueno, Les deseo un año en el que se CUMPLAN TODOS SUS DESEOS….. Pero a la mayoría pocas veces se nos cumplen los deseos!!!!

Pensando en los deseo que expresamos y recibimos en estas fechas, la pregunta que me surgió es ¿Qué cosas realmente podemos esperar para este 2012?

Expectativas para el año nuevo: En nuestro balance aparecerán muchas cosas negativas que debemos cambiar o que no queremos que se repitan, cosas que nos recuerdan nuestra humanidad. Sabemos que en nosotros no todo es bueno y digno de alabanza. Dios utiliza su Ley en nuestras conciencias para que sepamos lo que hay que hacer, para que sepamos de nuestros pecados. A la Ley no le importa quienes somos, qué hacemos o qué queremos ser. En el versículo 23 de la lectura a los Gálatas vemos que la Ley produce cautividad. Podemos hacernos la imagen de que la ley es como una celda. No importa como te llames, la edad que tengas, tu condición social, si eres hombre o mujer. No importa si has intentado hacer el bien o nunca has tratado de contener tus instintos básicos. No importa si has brindado tu ayuda o has ignorado la necesidad de los demás. Si estas bajo la Ley, estas encerrado en la celda de la Ley y no puedes salir por tus propios medios. No hay escapatoria, no hay salida. A la celda no le importa que haces o quien eres, a la Ley tampoco.

En el versículo 24 podemos ver otra imagen de lo que es la Ley. Se nos dice que ella es un “ayo”, era la persona encargada de cuidar y acompañar a los hijos del amo. En griego la palabra designa a al esclavo que acompañaba al hijo de su amo a la escuela, su trabajo era que llegara a tiempo al destino. El esclavo se aseguraba que el niño no se distraiga o se pierda en el camino. Aquí vemos que el tutor tenía órdenes estrictas de su amo y ni siquiera su pequeño hijo podía modificarlas.

Así mismo la Ley recibe su autoridad y poder de Dios y no de nosotros. Nos engañamos al creer que podemos cambiar la Ley y ajustarla a nuestros deseos.

Así que la Ley es como una prisión o como un tutor que nos conduce. No importa quién eres, qué haces o lo que en el 2012 pretendes cambiar. Ante la Ley solo eres un prisionero, al que se le dice qué hacer y qué no hacer. Pero ella no se detiene allí. Ella te promete la vida eterna y salvación pero a costa de un cumplimiento perfecto de los mandamientos, pero en caso de incumplir un solo punto, lo que espera es la muerte y condenación. No importa si eres esclavo o libre, hombre o mujer, judío o griego. Desobedece aunque sea el más pequeño de los mandamientos y te harás culpable de toda la ley.

Esto nos pone en un conflicto, porque es bueno hacer las cosas bien y esforzarse por conseguir nuevos objetivos. Es bueno dedicarle tiempo de calidad a nuestro matrimonio, a nuestros hijos, ya que así tendremos un vínculo más fuerte y estable con ellos. Mejorar nuestras relaciones nos ayudará a tener un marco de contención más solido y estable. Si dedicamos cuidado a nuestra salud, sin duda seremos más saludables.

Está bien intentar cambiar algunas cosas, tener metas y planes para este año. Esto puede incluir la visita a lugares determinados, hacer cosas específicas, cambios en la casa o del coche. También podemos pensar en las cosas que no queremos hacer o los lugares que no queremos visitar. Por ejemplo no creo que deseemos estar internados en un hospital, en la cárcel o involucrados en un accidente de coches. Tampoco nos gustaría que nuestras relaciones familiares se vuelvan una ruina. Sabemos que nada está garantizado, que a menudo suceden accidentes, enfermedades inesperadas, desastres naturales que escapan a nuestro control.

Certeza para el año 2012. Creo que como cristianos, para el año 2012, necesitamos recordar que espiritualmente no dependemos del cumplimiento de las promesas de cambios. La Ley de Dios es Santa y buena, pero trata muy mal a los pecadores. Ella estrictamente dicta quien ha cumplido a la perfección y quien no lo ha hecho. No debemos vivir el 2012 bajo la Ley, porque ella mata.

Para que el año 2012 sea un gran año tenemos que vivir bajo la Gracia de Dios.

¿Qué es vivir bajo la gracia? Dios nos llama a vivir más allá del cumplimiento o no de las promesas que hicimos. Para nosotros lo que es de suma importancia está revelado en la lectura del Evangelio de hoy. A los 8 días de haber nacido, el Hijo de Dios fue llamado Jesús y fue circuncidado. Por lo tanto en este año también dejaremos de lado nuestras obras y celebraremos la obra de Dios.

La circuncisión y poner un nombre a los niños, van de la mano. La ley decía que el niño debía de ser circuncidado al octavo día. Este ritual indicaba que formaba parte del pueblo de Dios. Si los padres no lo hacían, el niño quedaba fuera del pacto y del pueblo escogido. Lo cual implicaba que no era reconocido por el pueblo ni por Dios mismo. Si el niño no estaba circuncidado, no tenía nombre, era un don nadie, estaba perdido a los ojos de Dios. Pero cuando era circuncidado, pasaba a ser alguien, se le otorgaba un nombre, pasaba a ser amado y heredero de Dios.

Jesús es llevado al templo para cumplir con esa Ley. Él no lo hace por su propio bien, ya que es el Hijo amado de Dios. Él es el unigénito del Padre, Dios desde la eternidad, verdadero Dios y ahora verdadero hombre. Entonces ¿Porqué cumple con este rito? Por la misma razón que nació en un establo. Él lo hace porque la Ley lo exigía y Jesús vino a cumplir la Ley en su totalidad. Vino a someterse a la Ley y cumplir con cada uno de sus preceptos. Pero hay otra razón que complementa esto. Tú eres esa otra razón. Jesús guarda la ley para morir en tu lugar, para derramar su sangre como paga por tus pecados. Él cumple con la Ley porque en la cruz toma tu lugar y carga con tus pecados. Allí se produce un gran intercambio, que tiene que ser EL motivo de alegría en este 2012. En la cruz Jesús carga con nuestros pecados y paga con su vida por ellos, pero a la vez nos transfiere su santidad. Esto implica que por medio de Jesús tenemos acceso al Padre junto con todas sus promesas. A los ocho días de haber nacido, Jesús comienza a derramar su sangre para perdonarnos todos nuestros pecados.

La circuncisión física ya no es un requisito de Dios para ser parte del pueblo de Dios. En Colosenses 2:11 y siguientes se nos habla de la nueva circuncisión que Dios ha establecido, que es el Santo Bautismo. Fuera del perdón logrado por Cristo somos un don nadie, seguimos estando en un mundo de oscuridad, tinieblas y muerte espiritual. Sin embargo en el Bautismo ocurre un milagro que escapa a nuestros ojos. Allí Dios te incorpora a su familia poniéndote un nombre bajo la autoridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, incorpora tu nombre al libro de la vida. Lo hace porque allí te recubre de Cristo. A partir de allí Cristo es tu justicia, Cristo vive tu vida en perfecta obediencia a la Ley. A partir de allí Dios solo ve en ti a Cristo. Ya no ve tus pecados, solo su muerte en la Cruz. También ve en ti la resurrección de Jesús, por lo cual cuando te mira ve a una persona que está muerta al pecado pero viva en Cristo Jesús. La vida eterna es tuya porque en ti ve a Cristo.

La Ley nos dice que no importa quienes seamos, de dónde procedamos o qué hagamos, porque bajo su dominio estamos muertos y esclavizados. A partir de nuestro bautismo, el Evangelio de Dios nos dice que no importa quien eres, solo que Jesús murió por ti y que por su sangre derramada en la cruz no estas excluido de la gracia. Esto te hace parte de la familia de Dios y Él cuida de ti como un padre amoroso cuida de su hijo. Dios te conoce por tu nombre, ya que ese nombre te fue otorgado en tu Bautismo. Es por esto que durante el 2012 puedes vivir seguro bajo el amparo de tu buen Dios, porque te ha dado su gracia y lo seguirá haciendo.

En resumen. Ponte metas para este nuevo año, intenta cumplirlas. Pero que la mayor de tus metas sea vivir y disfrutar bajo la gracia de Dios. Oír la predicación de su Palabra y participar de la Santa Cena te ayudará a esto. Su cuerpo y sangre dado y derramado por ti, te mantendrán en esa gracia. Jesús murió y resucitó por ti para que así sea. Para que vivas como alguien que ha sido liberado del pecado y sirvas a Dios con todo tu ser, como mejor puedas. Vivimos guiados por la Ley de Dios, pero no por medio de ella sino por su Gracia.

Sean cuales sean tus objetivos para este 2012, sean cuales sean tus intenciones y todo lo que suceda en los siguientes doce meses, puedes estar confiado que tu vida y tu salvación están seguras en Cristo. Ese niño que fue circuncidado al octavo día, te ha hecho hijo de Dios y te ha perdonado todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Pastor Gustavo Lavia

sábado, 24 de diciembre de 2011

Natividad de nuestro Señor.

“Y vimos a Dios cara a cara”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 52:7-12

Segunda Lección: Hebreos 1:1-6 (7-12)

El Evangelio: Juan 1: 1-14 (15-18)

Sermón

Introducción

¿Quién no se ha imaginado alguna vez cómo sería el ver a Dios cara a cara?. La Palabra sin embargo nos dice que ningún hombre puede ver a Dios y seguir viviendo. Su Gloria y su Santidad son tales, que la carne corruptible no puede soportar la presencia divina directamente. Sabemos que esto sólo será posible cuando lleguemos a Su Reino eterno pero, ¡qué maravilloso sería poder mirar el “rostro” de nuestro Creador y Padre, aquí en la Tierra!. Y sin embargo, ¿estamos seguros de que esto es totalmente imposible?, ¿existe al fín una posibilidad de ver de alguna manera el rostro de la divinidad entre nosotros?. Probablemente esto mismo pensaron los pastores la noche en que les fue anunciada la buena nueva, cuando ente asustados y sorprendidos se asomaron a aquel pesebre de Belén. Y para su asombro ¡vieron el rostro de Dios hecho hombre en un niño indefenso!; el Creador de todo lo que existe y sostenedor del Universo, mirándolos cara a cara a través de unos ojos humanos. La pura mirada de la gracia y la Verdad por medio de Jesucristo, al cual los hombres pueden mirar sin temor alguno, en busca de amor y compasión.

El rostro oculto de Dios es desvelado en Cristo

Siempre que una relación se rompe, se sufren luego una serie de consecuencias. Parece que la distancia entre las personas aumenta, que se pierde parte de la confianza que existía antes, que aquel sentimiento que propiciaba la unión se enfría y muere lentamente. Y aquél dia en que el pecado se apropió del corazón y la mente del hombre, la relación espiritual entre este y su Creador, también sufrió cambios drásticos. Y entre estos, perdimos el privilegio de poder estar en la presencia de Dios frente a frente, y nos vimos obligados, como Moisés, a volver nuestro rostro a Su paso: “no podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá” (Ex.33:20) . Un duro castigo causado por nuestro orgullo y anhelo de autosuficiencia. A partir de entonces nuestro Dios sólo fue accesible para los hombres a través de su Ley, como manifestación de Su voluntad. Ella era la única faz que podíamos “ver” y con la que podíamos relacionarnos con la divinidad. Entre Dios y sus criaturas había un velo que no podía ser traspasado por culpa de nuestro pecado. Una relación perfecta se había truncado y la posibilidad de restaurarla era algo imposible para el hombre. Y ciertamente para el hombre era imposible restaurarla, pero no para Dios. Nunca dejó nuestro Padre celestial de acudir a nuestro encuentro, de escuchar nuestras súplicas, de mirar a Sus criaturas perdidas y desorientadas. Y para darnos confianza y alentarnos a mantener la esperanza, envió a sus profetas a proclamar noticias de restauración, de salvación.

Y tras un profeta muerto o despreciado por la dureza del corazón del hombre, Dios enviaba otro a proclamar aún más alto el anuncio de liberación de su pueblo. Porque Dios no nos abandonó a nuestra condenación a causa de nuestras transgresiones, sino que desde el mismo momento en que: “el pecado entró en el mundo por un hombre” (Rom 5:12), nuestro Creador estableció un plan para romper ese velo que nos separa de Él. Un plan de salvación inaudito, donde Dios Hijo sería encarnado en un hombre no sólo para traer palabras de salvación, sino para ser salvación él mismo por medio de su sacrificio vicario.

Como nos recuerda el Apóstol Pablo: “más cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20), y de esta manera, sin mérito alguno por nuestra parte, Dios derramó Su amor hacia nosotros en la sangre de Cristo. Y es en este Cristo donde sí podemos ver ahora a Dios cara a cara, sin temor a ser aniquilados, pues Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, rió con nosotros, lloró con nosotros y sufrió por nosotros. Y en todo ello vemos las facciones de Dios que no son sino manifestaciones de Su amor, del verdadero Amor. Pues ése es el rostro de nuestro Dios: el Amor (1 Jn 4:8), y para el creyente el rostro completo y definido toma forma en la figura de Cristo, el Mesías anunciado, el Dios encarnado, aquél al que vieron los pastores en un pesebre hace más de dos mil años, una noche en Belén.

Conociendo a Cristo desde la fe

La imagen del portal con María, José y el Niño nos trae recuerdos entrañables a los cristianos. Pocas escenas transmiten tanta ternura y revelan de manera tan elocuente el misterio de Dios encarnado en la figura de Jesús. Y sin embargo, esta idílica escena contrasta con los sentimientos de indiferencia y desconocimiento, o de rechazo abiertamente, que gran parte del mundo tiene respecto de su Salvador. Y esto es precisamente lo que proclama la Palabra: el mundo definido en clave material, no conoció y no conoce a Cristo: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho, pero el mundo no le conoció” (v10). Quizás se conoce al Jesús histórico, o al profeta de los cristianos, tal como es visto en otras religiones, pero el mundo no conoce al Verbo hecho carne para la salvación del mundo. Sin embargo, ¿acaso Cristo no está presente por doquier en estas fechas en la iconografía religiosa navideña?, ¿no es este Cristo el que inundará las calles de nuestro país en Cuaresma y Semana Santa?, ¿no es Cristo la figura principal del cristianismo, que es a su vez la religión imperante en un Occidente que influencia al resto del mundo con sus valores y cultura?. Podríamos pensar que con estos antecedentes, el mundo ya conoce suficientemente a Cristo, pero la realidad es que ni las tradiciones, ni la cultura, ni los valores y ni siquiera la inundación social de eventos y símbolos religiosos, hacen que Cristo sea más conocido por ello, en su sentido espiritual. Pues este conocer a Cristo sólo se materializa en la acción de creer en Su nombre, y esto es algo que sólo podemos hacerlo por medio de la fe. Una fe que viene por el oir la Palabra de Dios (Rom 10:17), la cual, tal como decía Lutero, es el pesebre y los pañales donde está recostado y contenido este niño salvador de los hombres. Sólo por medio de ella y la acción del Espíritu Santo, podemos adquirir el verdadero conocimiento de Cristo, aquel que tiene la capacidad de transformarnos y de darnos el mayor galardón que un ser humano puede recibir: la filiación divina: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (v12).

Proclamemos a Aquel que es superior a los ángeles

Precisamente debido a este desconocimiento del que hemos hablado sobre Cristo como redentor del mundo, una gran parte de la humanidad aún lo rechaza y se niega a recibirlo: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (v11). Por ello la Iglesia, y cada creyente debe proclamar en estas fechas e igualmente el resto del año, la gracia y la misericordia de Dios para los hombres. Somos embajadores de su Paz en este mundo, y podemos ser transformadores de nuestra realidad y nuestro entorno, de amigos, vecinos, familiares y del prójimo en general. Para que ellos también puedan repetir junto al profeta Isaías: “Cuan hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion, ¡Tu Dios reina!” (Is. 52:7). Los Profetas de Dios anunciaron a Cristo, “Juan dió testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí,es antes de mí, porque era primero que yo” (v15), y ahora nosotros proclamamos que: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (v17). Pocas veces este mundo escuchó y escuchará un mensaje como éste, el cual es en definitiva el Mensaje por excelencia, la Buena Noticia, el puro Evangelio de salvación y perdón de pecados. Y este mensaje necesita ser proclamado y escuchado, en un mundo que en estas fechas aparenta felicidad y despreocupación, pero donde sabemos que existen muchos que necesitan la gracia y la misericordia de Dios en sus vidas. Gente que quizás estén más cercanas a nosotros de lo que creemos, y a los que podremos llegar si prestamos atención. Ellos también necesitan a Cristo, a aquél que fue “hecho tanto superior a los ángeles, cuando heredó más excelente nombre que ellos “ (Heb.1:4). Y ¿qué cosas podemos hacer para colaborar en esta Obra del Señor?, ¿cómo podemos llegar a estas personas que esperan la Buena Noticia para ellos?. Empecemos por
pequeños gestos cotidianos, no sólo en Navidad, sino también el resto del año : adoptemos una actitud amorosa, sensible, seamos amables, sonriamos de corazón, estemos atentos a las necesidades y estados de ánimo del prójimo cercano. Seamos luces que brillan cuando la oscuridad trata de ensombrecer las vidas de otros. Y al fín, sin forzar nada pero al mismo tiempo, sin dejar de hacerlo cuando entendamos que el Espíritu predispone el momento, demos un testimonio claro de Cristo, de nuestra fe, de aquello que da sentido y esperanza a nuestra vida.

¡Jesús es nuestra alegría y salvación de los hombres!, ¡Proclamémoslo pues al mundo!.

CONCLUSIÓN

Los creyentes anhelamos el día en que veremos a nuestro Creador cara a cara. Sin embargo la
Palabra nos enseña que en este mundo y por culpa de nuestra relación rota con Él, a causa del pecado, esto no es posible. Pero ello no significa que el mundo no pueda conocer plenamente a su Dios, pues para ello Cristo vino al mundo. Por tanto, si en verdad queremos mirar a Dios a los ojos, y traspasando esta mirada compasiva experimentar su Amor en nuestras vidas, debemos mirar dentro de ése pesebre de Belén, y allí podremos ver a Dios, y regocijarnos en Él, pues en verdad: “A Dios nadie le vió jamás”, pero “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (v18). Que así sea, Amén.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

domingo, 18 de diciembre de 2011

4º Domingo de Adviento.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

"MI ALMA GLORIFICA A DIOS, MI SEÑOR ”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: 2 Samuel 7:1-11, 16

Segunda Lección: Romanos 16:25-27

El Evangelio: Lucas 1:26-38

Sermón sobre Lucas 1:46

Estas palabras brotan de un ardor inflamado y de un gozo desbordante, en el que bullen todas sus facultades, toda su vida, y que exulta en su espíritu. Por eso no dice “yo ensalzo a Dios”, sino “mi alma”; como si quisiera expresar: “mi vida, todos mis sentidos, se ciernen en el amor, alabanza y gozo divinos con tal intensidad, que me siento arrastrada a alabar a Dios con fuerza superior a las mías”. Esto es lo que exactamente sucede con quienes han gustado la dulzura y el espíritu de Dios: sienten más de lo que les es posible expresar, puesto que el alabar gozosamente a Dios no es obra humana, sino una pasión alegre, una operación divina inefable, sólo cognoscible desde la experiencia personal, como dice David en el Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el hombre que a él se confía”[1].

En primer lugar se habla de gustar, y después viene el ver, por la sencilla razón de que no es posible llegar a este conocimiento sin la experiencia y la sensación peculiares que sólo puede alcanzar quien, en lo profundo de su indigencia, confía en Dios de todo corazón. Por este motivo se añade enseguida: “Dichoso el hombre que confía en Dios”, porque entonces este hombre experimentará dentro dé sí la obra de Dios y de esta forma llegará a esa dulzura sensible y, a través de ella, a la comprensión e inteligencia completas.

Vamos a verlo palabra tras palabra. La primera: “Mi alma”. La Escritura divide al hombre en tres partes. Esta es la razón de que san Pablo diga (1 Tes): “Que él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se conserven sin mancha hasta la parusía de nuestro señor Jesucristo”[2] [...]. Pablo pide a Dios, un Dios de paz, que nos santifique, pero no sólo en una parte, sino en la totalidad: que se santifiquen espíritu, alma y cuerpo. Habría que hablar mucho sobre el porqué de esta petición. Digamos, en una palabra, que si el espíritu no está santificado, no habrá nada que sea santo.

En la actualidad asistimos a una lucha encarnizada, a un enorme peligro que acecha a esta santidad del espíritu, consistente sólo en la fe pura y sencilla, ya que el espíritu no se relaciona con las realidades tangibles. Sin embargo, llegan falsos maestros que se empeñan en seducirle con el atractivo de lo exterior: unos le presentan las obras, otros determinados sistemas de piedad. Si el espíritu no está prevenido y adiestrado, entonces fallará, se adherirá a estas obras externas, a estos métodos con los que se cree acceder a la santidad: es la forma de perder enseguida la fe, y el espíritu está muerto a los ojos de Dios. Aparecen sectas y órdenes religiosas de los más variados colores: unos se hacen cartujos, otros descalzos; éste quiere lograr la salvación a base de ayunos, el de más allá con una obra, aquél con otra. Por doquier se encuentra con determinadas obras y órdenes que no proceden de Dios, sino que han sido arbitradas sólo por hombres, y que, por otra parte, no conceden la más mínima atención a la fe; no se cansan de enseñar que hay que edificar sobre obras, hasta que se hunden tan profundamente, que han hecho saltar por ese motivo fuentes de discordia. Todos pretenden ser los mejores y desprecian a los demás, como sucede ahora con nuestros «observantes», que no hacen más que pavonearse y fanfarronear[3].

Contra esta clase de santos de obras y aparentemente piadosos doctores es contra quienes ruega Pablo en este pasaje, al decir que Dios es un Dios de paz y de unidad; un Dios al que esos santos divididos e inquietos no podrán poseer ni conservar, a no ser que cedan en su empeño y se den cuenta de una vez que lo único que acarrean las obras son disensiones, pecados, inquietudes, y de que sólo la fe proporciona la salvación y la paz. Es lo que quiere decir el Salmo 66: “Dios hace que vivamos unidos en casa”, y el 133: “¡Qué bueno, qué gozoso, cuando los hermanos viven como si fueran uno Solo!”[4].

La única fuente de paz consiste en enseñar que ninguna obra, ninguna observancia exterior, sino sólo la fe, es decir, la firme esperanza en la invisible gracia que Dios nos ha prometido, acarrea la piedad, la justificación y la santidad. Sobre el particular he tratado con amplitud en mi Sobre la buenas obras[5]. Donde falta la fe, ya podemos acumular obras, que sólo se hará presente allí la discordia, la desunión, sin que quepa lugar para Dios. Que por eso san Pablo no se contenta con decir “que vuestro espíritu, vuestra alma, etc.”, sino que dice “todo vuestro espíritu”, en el que está todo incluido. Echa mano aquí el apóstol de una estupenda expresión que significa: “vuestro espíritu, dueño de toda la herencia”; como si quisiera expresar: “No os dejéis seducir por ninguna doctrina de obras; sólo el espíritu que cree es dueño de todo, puesto que todo depende únicamente de la fe del espíritu. Ruego a Dios se digne protegeros de los falsos maestros, empeñados en alcanzar la confianza de Dios a través de las obras; están equivocados, al no respaldar tal confianza exclusivamente en la gracia de Dios” [...1.

Por ahora baste con lo dicho para esclarecer las dos palabras de “alma y espíritu”, tan habituales en la Escritura. Inmediatamente después nos encontramos con el vocablo magnificat, que significa “engrandecer”, “ensalzar”, “apreciar sobremanera” a quien quiere, sabe y puede hacer muchas grandes y buenas cosas. Es lo que se sigue en este canto de alabanza, porque la palabra magnificat es como el título de un libro, indicador de lo que en él se contiene escrito. También María, con esta palabra, expresa el contenido de su cantar, es decir, las grandes acciones y obras divinas, realizadas para afianzar nuestra fe, para consolar a los humildes y para amedrentar a todos los encumbrados de este mundo. Hemos de reconocer que el cántico entraña esta triple finalidad y utilidad, ya que María no lo entonó para ella sola, sino para que todos nosotros lo cantemos a su imitación.

Ahora bien, para que uno se estremezca o se consuele en virtud de tales actuaciones grandiosas de Dios, no hay que creer sólo que él puede y sabe realizar estas maravillas; se precisa también la convicción de que Dios quiere hacerlas y en ello se complace. No, no basta con que creas que Dios ha obrado grandes cosas con otros, pero no contigo, pues con ello te verás privado de esta divina acción. Así obran los que, en su poderío, no temen a Dios y los que, en su debilidad, se dejan dominar por el descorazonamiento. La de esta estirpe es una fe inexistente, muerta, como ilusión nacida de fábula. Por el contrario, tienes que estar convencido, sin duda ni vacilación posible, de la [buena] voluntad de Dios para contigo, y creer con firmeza que también contigo quiere realizar cosas grandes.

Esta es la fe viva y actuante: la que penetra en el hombre entero y le trasfigura; la que te fuerza a tener miedo si estás elevado y la que te consuela si te encuentras abatido. Cuanto más encumbrado te encuentres, tanto más has de temer; cuanto más profundamente oprimido te sientas, con mayor fuerza tienes que consolarte. Esto no lo consigue la otra fe. ¿Cómo tienes que consolarte ante la angustia de la muerte? En esa circunstancia debes creer no sólo que Dios puede y sabe ayudarte, sino también que quiere prestarte su ayuda. Tendrá lugar entonces la maravilla inefable de verte libre de la muerte eterna, de llegar a la bienaventuranza sin fin y de tornarte en heredero de Dios. Esta fe, como dice Cristo, es capaz de todo[6]. Esta es la única fe que justifica, la única que aboca a la experiencia de las obras divinas y, a través de ello, la que impulsa al amor de Dios, a alabarle, a cantar que el hombre le engrandece y le magnifica con razón.

En efecto, no podemos exaltar a Dios en su naturaleza, que es inmutable, sino en lo que conocemos y experimentamos, es decir, cuando le estimamos excelso, cuando le juzgamos grande antes que nada por su gracia y por su bondad. Por eso la santa madre no dice “mi voz” o “mi boca” o “mi mano”, ni tampoco “mi pensamiento, mi razón o mi voluntad” glorifican al Señor (ya que hay muchos de esos que alaban a Dios en voz alta, que predican con palabras exquisitas, que lanzan discursos, disputan, escriben sobre él, que le pintan; muchos que discurren y que, apoyados en la razón, tratan y especulan sobre él; muchos que le ensalzan con devoción y voluntad falseadas); sino que canta “mi alma le glorifica”. Lo que equivale a decir: mi vida entera, todos mis movimientos, sentidos, potencias le ensalzan sobremanera. De suerte que María, extasiada en él, se siente asumida en su graciosa y buena voluntad, como lo demuestra el versículo siguiente. Es lo mismo que nos sucede a nosotros cuando alguien nos ha hecho algún beneficio extraordinario; toda nuestra vida se siente impulsada hacia él y decimos: “¡Oh, le estimo tanto!”, que es igual que decir “mi alma le glorifica”. Pues mucho mayor será este sentimiento cuando experimentemos la bondad divina, tan inconmensurable en sus obras, que nos parece que todas las palabras, los pensamientos todos, resultan poca cosa. La vida, el alma entera se sienten arrastradas como si todo lo que alienta en nosotros quisiera cantar y decir con gozo estas cosas.

Pero hay dos clases de espíritus que son incapaces de entonar adecuadamente el Magnificat.

Primero, los que no alaban a Dios hasta que no han recibido sus beneficios. Como dice David: “Te alaban porque les has tratado bien”[7]. Da la impresión de que alaban a Dios con entusiasmo; pero al no estar dispuestos nunca a sufrir el abatimiento y la humillación, jamás podrán experimentar las verdaderas obras divinas ni, por consiguiente, estarán capacitados para amarle y loarle como es debido. Así, hoy en día el mundo entero rebosa en oficios divinos y alabanzas que se acompañan con cánticos, sermones, órganos y pífanos. El Magnificat se entona con toda la solemnidad, pero es una lástima que cántico tan precioso como éste se utilice con tanto desmayo por parte nuestra, si no le entonamos mientras no nos vayan bien las cosas. Si salen mal, se deja de cantar, se deja de estimar a Dios, se piensa que no puede, que no quiere hacer nada por nosotros y se prescinde del Magnificat.

Más peligrosos son aún, en segundo lugar, los que hacen precisamente lo contrario: los que se glorían de las bondades divinas, pero sin atribuirlas precisamente a Dios. Quieren tener su parte en ellas, apoyarse en ellas para que los demás les honren y sobrestimen. Admiran los dones excelsos que Dios les ha regalado, se abalanzan sobre ellos, los arrebatan como si de algo propio se tratara, y creyéndose algo extraordinario por esto, se aprovechan para pavonearse ante quienes no los poseen. He ahí una situación resbaladiza y arriesgada. Los beneficios divinos en su natural efecto hacen que los corazones se tornen orgullosos y auto suficientes. Por eso, es preciso poner atención en la última palabra: “Dios”. No dice María “mi alma se glorifica a sí misma”, ni “mi alma se complace en mí” (ella preferiría que no se le hiciese gran caso), sino que se limita a exaltar a Dios, sólo a él le atribuye todo; se despoja de todo para dárselo a Dios, de quien lo ha recibido. Es cierto que fue agraciada por la acción sobreabundante de Dios, pero no está dispuesta a considerarse por encima del más humilde de la tierra; y si lo hubiera hecho, habría sido arrojada a lo más profundo del infierno con Lucifer. Sólo pensaba en que si otra muchacha cualquiera hubiera sido colmada por Dios con tales beneficios, la habría proporcionado la misma alegría, no hubiera sentido celos, como si fuese ella la única indigna de honor tal y todos los demás dignos de haberlo recibido. Su gozo hubiera sido el mismo, si Dios, ante sus propios ojos, le hubiera privado de este bien para otorgárselo a otro. No se ha apropiado en manera alguna estos bienes y ha dejado a Dios muy dueño y señor de ellos. No ha sido más que un gozoso albergue, una servicial hospedera de tamaña categoría, y por eso ha conservado todo eternamente.

He aquí lo que se dice glorificar, magnificar sólo a Dios y no apropiarnos nada nosotros. También se puede ver en esto los motivos crecidos que María tuvo para caer y pecar, puesto que no es de menos entidad el milagro de haber rechazado la soberbia y la arrogancia, que el de haber sido depositaria de estas grandezas. ¿No te parace maravilloso el corazón de María? Se sabe madre de Dios, ensalzada por todos los humanos, y a pesar de ello permanece tan tranquilamente sencilla, que no hubiera menospreciado a la más humilde criada. ¡Pobres de nosotros! Basta con que poseamos algún bien insignificante, algún poder u honor, o, sencillamente, con que seamos un poco más agraciados que los demás, para que creamos que no es digno de compararse con nosotros cualquiera menos favorecido y para que nuestro orgullo rompa todas las barreras. ¿Qué haríamos si fuésemos dueños de tales y tan excelsos bienes?

Esta es la razón por la que Dios nos abandona a nuestra pobreza y a nuestra miseria: porque a la fuerza ensuciaríamos sus bienes deliciosos. El aprecio propio no se mantendría como antes, y nuestro ánimo se levantaría o caería a medida que estos bienes se nos concediesen o se nos retirasen. Este corazón de María, en cambio, permanece fuerte y ecuánime en todas las circunstancias, deja que Dios actúe en ella según su voluntad, sin tomarse más que el buen consuelo y el gozo de la confianza en Dios. ¡Qué hermoso Magnificat entonaríamos nosotros si siguiésemos su ejemplo!

Martín Lutero
[1] Sal 34, 9.
[2] 1 Tes 5, 23
[3] Ataca Lutero a los enrolados en la corriente reformadora de los agustinos, movimiento general en la mayoría de las órdenes religiosas en el tiempo anterior a Trento. Recordemos que el conflicto suscitado por Staupitz por este motivo fue la ocasión del viaje a Roma (1510): cl`. R. García Villoslada, Lutero I, 148 ss.
[4] Sal 68, 7; 133, 1.
[5] Von den guten Werken (1520): WA 6, 202276.
[6] Mc 9, 23
[7] Sal 49, 91

domingo, 11 de diciembre de 2011

3º Domingo de Adviento.

“Somos testigos de la luz de Cristo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 61:1-3, 10-11

Segunda Lección: 1 Tesalonicenses 5:16-24

El Evangelio: San Juan 1: 6-8, 19-28

Sermón

Introducción

Los seres vivos, y en especial el ser humano, nos sentimos atraídos por la luz. Existe en nosotros una conexión con ella fortísima, como una reminiscencia en nuestra consciencia de un momento pasado en que su brillo acogedor nos confortaba. De tiempos que en Dios y el hombre hablaban cara a cara en el jardín del Edén, sin que la oscuridad del pecado fuese un obstáculo entre ellos. Y ahora en Adviento, las calles comienzan a llenarse de luz de nuevo, una luz especial. Miles de luces irradian su brillo sobre las personas; luces acogedoras que nos envuelven y anuncian que estamos en un tiempo especial. Luces que testifican sobre otra Luz, más potente que mil soles juntos y cuya llegada a este mundo celebraremos en pocas semanas. Pero con todo su candor, ninguna de estas luces puede irradiar un testimonio más claro que el que cada creyente puede transmitir cada día con su vida, siendo testigos, como Juan el Bautista, de Cristo el Señor y salvador de la humanidad.

Cristo, la Luz que alumbra a todo hombre

Hay mucha oscuridad en el mundo, y si mantenemos viva nuestra capacidad de percepción, veremos tinieblas con mucha frecuencia, quizás demasiada. Tinieblas en los que han perdido su trabajo y su hogar en tiempos de crisis, en los que sufren el olvido de sus seres queridos, en los enfermos sin esperanza, en los pobres y mendigos, en los cristianos perseguidos en muchos lugares del mundo. Pero sobre estas tinieblas, vemos una oscuridad que avanza y gana terreno rápidamente en nuestra sociedad: la oscuridad espiritual, aquella que hace que los hombres rechacen el amor de Dios en sus vidas, ofrecido por medio del Espíritu Santo. Esta oscuridad, es la peor de todas, pues destruye vidas enteras, y lo que es peor aún: almas.

Tras la salida de nuestros primeros padres del Edén, la oscuridad se instaló en nuestro mundo por medio del pecado, tiñendo la realidad de sufrimiento y desesperanza. Y cuando la situación se volvió insoportable, la humanidad clamó a su Dios y pidió liberación, pidió a gritos una luz de esperanza: “Sálvame, oh Dios,
Porque las aguas han entrado hasta el alma.
Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie;
He venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado.
Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido;
Han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios” (Salmo 69:1-3). Bien podría Dios haber permitido al hombre sufrir las consecuencias de sus errores, ya que quisimos vivir sin el consejo y guía de nuestro Creador; y nada hubiésemos podido reprocharle si así hubiese sido. Pero nuestro Dios, que es un Dios compasivo y misericordioso, escuchó la súplica de su pueblo para apiadarse de nosotros y responder a la misma. Somos hijos pródigos rebeldes, obstinados en vivir la vida sin prestar atención a la voluntad divina, pretendiendo ser los maestros de nuestra propia existencia, pero en realidad faltos del entendimiento necesario para ello. Y al igual que el padre de ése hijo auto suficiente del que nos habla la parábola (Lc 15:11-23), Dios siempre está preparado para celebrar el regreso de cada ser humano a los brazos de su Padre. No importa el pasado, ni los errores cometidos, pues el mundo recibió una Luz capaz de disipar la más densa tiniebla del pecado: a Cristo el Señor.

En nuestra fe cristiana existe una palabra para definir aquella acción divina incomprensible para nosotros: misterio. Y ciertamente uno de los misterios más grandes es que, Aquél que “era en el principio con Dios” (v1), viniese a nuestro encuentro a iluminar nuestra vida precisamente entregando la suya a causa de nuestros pecados. ¡Un gran misterio! y un enorme consuelo saber que tenemos un Dios que no nos olvida, y que continuamente envía mensajeros a proclamar el Evangelio del perdón de pecados. Hombres como Juan el Bautista, venido “para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él”. (v7).

Sólo en Cristo se halla la verdadera Felicidad

Imaginemos qué sucedería si cada una de las luces que se encienden en estas fechas, pudiesen proclamar el mensaje de salvación a los hombres. ¡Millones de ellas anunciando el perdón y la reconciliación del hombre con Dios por medio de Cristo! Pero desgraciadamente, y por muy bella que sea la imagen, no pueden hacerlo. Sólo sirve el testimonio vivo de aquellos que hemos recibido esta Luz en nuestras vidas. Y ciertamente parece una tarea enorme, más allá de nuestras fuerzas, tal como se lo pareció a Juan, el cual sentía estar hablando en un vacío espiritual insondable: “ Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor” (v23). Porque esto, un desierto, es lo que nos parece en algunos momentos el mundo de hoy, donde tantas voces y tantos anuncios llaman la atención de los hombres, impidiéndoles escuchar las voces que testifican que sólo en Cristo puede el ser humano hallar redención y paz para sus vidas. Pero Juan no se rindió por ello, y testificó alto y claro que no era él, un mero hombre, el que traía la Luz de salvación al mundo: “Confesó, y no negó, sino confesó; Yo no soy el Cristo” (v20). Porque ¿qué es sino tratar de suplantar al verdadero Cristo, el anunciar y proclamar la idea de que a través del propio hombre y la sociedad actual, puede el ser humano hallar felicidad plena? Abundan hoy día aquellos que atraen las miradas sobre ellos mismos, erigiéndose en modelos a imitar y seguir, como falsas luces donde todos fijan su atención. Pero la felicidad que ellos traen es pasajera y basada en mensajes y modelos marchitos a los ojos de Dios. Felicidad que nada puede ante el verdadero dolor y sufrimiento humano, el del alma, que solo puede ser mitigado por aquél que cruzó los umbrales del dolor y la muerte por nosotros, precisamente para que descansemos y finalicemos la búsqueda de una felicidad que sólo en Él puede ser saciada.

Y lo peor es que este Jesús, Luz del mundo sigue siendo un desconocido para muchos, para millones: “mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis” (v26). ¿Es posible que esta Luz esté oculta aún para tantos?, ¿Cómo llegar a los que viven cada día ajenos a un acontecimiento de tal trascendencia para sus vidas?. Miremos de nuevo a Juan el bautista, pues su testimonio es el mejor ejemplo para todos los creyentes: confesar, no negar, sino confesar sin cesar, aunque el mundo nos parezca un desierto, aunque parezca que hablamos al vacío, aunque nos sintamos cansados como el salmista: “Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido”.

Testigos de la Luz en nuestro mundo

¿Y qué decimos al fin de nosotros mismos?, repitiendo la pregunta que sacerdotes y levitas hicieron a Juan? (v22), ¿y qué diremos pues a este mundo de luces por doquier? El profeta Isaías nos ofrece el testimonio perfecto, el mismo que Jesús usó en Nazaret en la sinagoga, y que nos sirve admirablemente para dar testimonio ante los hombres: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová” (Is.61:1-2). Juan bautizaba con agua (v26), proclamando el arrepentimiento para el perdón de los pecados, y nosotros hoy proclamamos este mismo arrepentimiento junto con la salvación en Cristo. Cada uno de nosotros hemos sido ungidos en nuestros bautismos como Hijos de Dios por obra del Espíritu Santo, e igualmente hemos sido enviados a predicar la Buena Nueva a todos aquellos congéneres que viven abatidos y sin esperanza. No importa cuán felices parezcan que son en este mundo, incluso plenos de todo lo material, viviendo en la opulencia. Todo ser humano necesita que la verdadera Luz habite en él, y que ella restaure la relación con su Creador, rota por el pecado (Ro 3:9), y en esta tarea, cada uno de nosotros somos colaboradores activos de la obra del Señor.

La competencia es dura y abundante, es cierto, en una sociedad con tantas luces que atraen y atrapan al hombre, y “la mies es mucha, mas los obreros pocos” (Mt 9:37). Pero no olvidemos, y esto nos da fuerzas ante el desierto que tenemos en frente, que proclamamos a Aquel ante quien todos los vendedores de felicidad humana son como ecos vacíos, y del que incluso un enviado de Dios como Juan, no era digno de “de desatar la correa del calzado” (v27). El Verbo hecho carne, por quien todo lo que existe fue hecho, donde habita la vida, que es luz para los hombres, y ante cuya luz las tinieblas no podrán nada (v1-5). Este es el Cristo que proclamamos, al que al igual que el Bautista, confesamos y no negamos, que nos anima y fortalece en Su Palabra y nos ofrece perdón y misericordia en la Santa Cena. Motivos más que suficientes para estar “siempre gozosos” y dar “gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes.5:16).

CONCLUSIÓN

En estas fechas, la luz será un protagonista destacado en nuestro mundo. El ser humano la necesita para la vida material, pero para su verdadera vida, la espiritual, necesita también otra Luz, aquella que ilumina los rincones más oscuros de su corazón. Y esta Luz no es otra que Cristo el Señor, el cual vino al mundo a romper las tinieblas que lo rodean, para que una vez cumplida la voluntad del Padre de darnos en Él, perdón y salvación, vivamos en una claridad deslumbrante por medio de la fe, como anticipo de la luz eterna que disfrutaremos junto a nuestro Creador: “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap.22:5). Que así sea, Amén.

J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

domingo, 4 de diciembre de 2011

2º Domingo de Adviento.

“Esperamos con alegría la llegada de Cristo”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 40:1-11

Segunda Lección: 2 Pedro 3:8-14

El Evangelio: San Marcos 1:1-8


Sermón

INTRODUCCIÓN

Adviento es un tiempo de espera. Los niños comienzan a vivir una eternidad desde estos días llenos de catálogos de juguetes y publicidad excesiva, hasta navidad y reyes, a la espera de sus regalos. Es un tiempo de intriga, suspenso y ansiedad hasta el día señalado. Para la Iglesia, es algo más que una previa a la Navidad, es más que esperar para celebrar la Encarnación de nuestro Señor. Es un tiempo para escuchar y vivir las promesas del Señor a su pueblo, que nos consuela en la celebración del nacimiento y retorno del Salvador. Es un tiempo para escuchar a Juan el Bautista que prepara el camino para Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo y a Pedro, quien nos exhorta a ser pacientes en nuestra espera.

Problemas a la hora de Esperar (2 Pedro 3:1-7)

Toda espera tiene algo de desesperante. La espera de la venida del Señor no fue y no es fácil. Los versículos iniciales del tercer capítulo, antes de nuestra lectura, son para ser tomado en serio. Allí Pedro advierte que, en los últimos días, habrá personas que se burlarán del pueblo de Dios y seguirán sus propios deseos pecaminosos.

Ellos dirán “¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación". (2Pedro 3:4).

Así como en aquellos tiempos se burlaban del Señor y de quienes esperaban su regreso, hoy día sigue pasando lo mismo. Hablar del regreso de Cristo nos resulta complicado porque hay muchas incógnitas y muchos falsos profetas que se han cansado de poner fechas a este evento y de recibir merecidas criticas al respecto.

Aunque al mirar los informativos en la televisión o leer los periódicos, algunas veces nos da la sensación de que estamos viviendo en los últimos días. Es solo una sensación efímera, que se nos va rápido. Es difícil esperar, y esta dificultad irá en aumento, esa es la noticia de los primeros siete versículos de 2 Pedro 3.

Por otro lado Adviento y Navidad ya son fiestas populares y familiares, que han perdido, en muchos, casos la razón de ser. Hay deseos de paz y esperanza, pero que quedan en simples frases hechas.

Para nosotros Adviento es recordar y celebrar que Jesucristo viene pronto. Esta vez no nacerá de una virgen llamada María. No se esconderá en el pesebre de un establo en un pequeño pueblo llamado Belén. Es difícil prepararse para algo que ya sucedió hace 2000 años. En el desierto, Juan exclamó: “Preparad el camino del Señor”.

Se aproxima su segunda venida y cuando lo haga, no va morir por tus pecados ni se levantará para tu justificación. Una vez fue suficiente. Cuando Él venga otra vez, será para juzgar a los vivos ya los muertos.
Otras de las dificultades de esperar son las tentaciones que vienen desde nuestro interior. Nos sentiremos tentados a abandonar, a creer como muchos que el Señor simplemente no va a volver y que tal vez es una espera infructuosa. Tenemos la tentación de seguir nuestras propias ideas al respecto, porque es mucho más fácil ir con la opinión de la mayoría, y en parte porque es lo que nuestro viejo Adán quiere hacer. También seremos tentados a prepararnos para la navidad de una manera errónea. Al intentar comprar muchas cosas para embellecer nuestras fiestas y creer que allí está la felicidad. Tendrás la tentación de enojarte contra el Señor porque no te ha dado lo necesario para ser feliz y por el contrario te ha hecho pasar por sufrimientos y problemas antes de su regreso.

A medida que esperas y anuncias el regreso del Señor, te sentirás tentado por el diablo, el mundo y tu propia carne para que cada día lo sientas como mil años. Entonces, ¿cuál es el consuelo y defensa mientras esperamos? Ese es el mensaje de la epístola para hoy.

Somos consolados mientras esperamos (2 Pedro 3:8-14)

El Señor no se ha olvidado de regresar, sino que es paciente. Él ha prometido su regreso en gloria y lo hará, su demora es parte de su misericordia. Él no te ha abandonado. No tarda porque es débil o porque está ocupado en otra cosa y no puede venir ahora. Él no necesita que terminemos alguna tarea para que pueda regresar. No se está retrasando debido a que está enojado o porque piensa que necesitas soportar algunas cosas más antes de que te hayas ganado el derecho a entrar en el cielo. Cada una de esas razones niega el Evangelio. Si el Señor no ha venido en gloria es porque Él no quiere que nadie perezca, sino que quiere que todos se arrepientan, confíen en Jesús y para ser salvos.

Como ha sido misericordioso contigo, te ha llevado de las tinieblas a su luz admirable por la obra de Jesús, así mismo desea ser misericordioso con los demás. Por lo tanto, mientras esperamos, podemos dar gracias por que el Señor demora el fin para reunir a más personas en su reino para siempre. Sin embargo, clamamos “Maranata”, “Señor, ven pronto”, para que vuelva a librarnos pronto de nuestros pecados y sus consecuencias. Nos encomendamos a Él y a

Su tiempo, confiando en que Él proveerá todo lo que necesitamos hasta su regreso.

En los últimos años se habla mucho del fin del mundo y de cuándo y cómo esté se producirá. Meteoritos, deshielos, pandemias, profecías mayas, guerras, etc. Este es un pensamiento aterrador para el no creyente. Pero para ti y para mí, es un día de esperanza y gloria porque sabemos que ese día será cuando Cristo vuelva a buscarnos. Será un día que el mundo, tal como lo conocemos, el pecado, la muerte llegaran a su fin. Ese día todo el que cree en Cristo como Señor y salvador será llevado a la tierra prometida. Este nuevo cielo y tierra será una creación en la que morará la justicia. No va a ser un lugar donde el pecado sea la norma y la justicia sea considerada una rareza. Por el contrario, será un lugar donde la justicia estará presente en cada rincón y el pecado, junto con sus consecuencias, no existirá más. Estaremos libres de toda enfermedad, problemas, de la muerte y toda dolencia, porque esas serán cosas pasadas que han dejado de existir.

Tu espera no es en vano, ese día se acerca. El Señor volverá. El cielo nuevo y la tierra serán creados, porque el Señor ha prometido que así será. Porque ese día se acerca, Pedro dice: “¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir” (2Pedro 3:11) y concluye diciendo “Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz. (2Pedro 3:14)” Para estar listos para su regreso, debemos ser hallados santos, santos irreprochables, sin mancha ni arruga y en paz. Eso suena como una tarea muy difícil. Tu vida todavía se ve inmersa en pecados. Eres está tentado en muchas ocasiones, más de las que crees. Caes también muchas más de las que crees. Sigues siendo tentado por el desánimo y la desesperación, abrumado por problemas y sufrimientos en lugar de la aferrarte a la espera gozosa de que tu liberación está cerca.

El texto concluye con una demanda a algo más que ser personas decentes y optimistas, sino a ser santos, sin mancha
ni arruga y en paz.

Aquí está el consuelo del Señor. Mientras esperas el día en que el Señor regrese, el mismo viene a ti y te encuentra, incluso ahora, allí donde estas. Sus promesas no se limitan sólo al pasado y al futuro, sino a tomo momento de momento de espera. Él viene a ti para darte la gracia que ganó en la cruz por ti. En Él son blanqueadas tus vestiduras manchadas por el pecado. El Salvador declara que ha llevado tus pecados a la cruz y allí fueron destruidos. El pecado, la muerte y el diablo ya no tienen ningún poder sobre ti, porque Dios te ha declarado santo y justo por causa de Jesucristo, porque él te viste con su santidad y justicia.

Con esa seguridad oramos “Maranata, Señor, ven pronto” y él responde a nuestro clamor y dice: Aquí estoy: En el Santo Bautismo has sido “revestido de Cristo” (Gálatas 3:27). En ese momento has muerto con Cristo y resucitado a una nueva vida con Él. Allí te di el don de la vida eterna con Cristo. También te dice: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo, tomad bebed esta es mi sangre… dada y derramada para el perdón de todos tus pecados”. ¿Qué implicancias tiene su cuerpo y su sangre por su pueblo penitente?

Te fortalece y mantiene en la única fe verdadera vida eterna y te prepara para el día de su advenimiento. Jesús viene a ti con su gracia de que estás en paz con Dios, que eres parte de su pueblo y te trata como un hijo amado.

Toma el consuelo de Dios. Ten ánimo y esperanza. El Señor demora su venida en gloria, pero sólo por misericordia para aquellos que aún no creen. Mientras tanto, Él no retrasa su ayuda y su gracia hacia ti. Está lo más cerca posible por medio de su Palabra y sus Sacramentos. Por estos medios te da su gracia, te mantiene en santidad y vida piadosa por su gracia, a fin de que estés listo para su venida en gloria, preparado para habitar en el cielo y la tierra nuevos. Por el momento, espera y con los santos en el altar puedes preguntarte “¿Por cuánto tiempo?” y a la vez seguro de que el Señor cumple sus promesas y no se olvida de cumplirlas.

CONCLUSIÓN

Ya sabes que has sido Justificado y Salvado por la obra de Cristo. No tienes nada porque temer. Mucho menos cuando el Señor vuelva en Gloria y Poder, porque será para llevarte a su lado a disfrutar la vida eterna. Esto nos motiva para seguir dando testimonio del que vino, viene y vendrá a juzgar a vivos y muertos.

En este tiempo de prisas y consumismo, Dios desea satisfacer tu anhelo de encuentro con Dios. Lo hace por medio de su Palabra y Santa Cena. Allí tu clamas “Ven Pronto” y Él responde: “Aquí estoy”.

En el día de Navidad, puedes transmitir Paz y Esperanzas llena de contenido y certeza de que todo cambiará. Porque esto está respaldado por las promesas del Dios del cielo y de la tierra. El Dios que no cambia y que permanece para siempre.

Atte. Pastor Gustavo Lavia

domingo, 27 de noviembre de 2011

1º Domingo de Adviento.

“Esperando a cristo con gozo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 64:1-9

Segunda Lección: 1 Coríntios 1:3-9

El Evangelio: San Marcos 13:24-37
Sermón

Introducción

Entramos hoy en el tiempo de Adviento, un tiempo de espera confiada en el que nos preparamos para rememorar la venida de nuestro Salvador. Las fechas que están por llegar en breve, el tiempo de Navidad, harán que nos preparemos a conciencia para estas celebraciones. En este caso, hablamos de una rememoración, es decir, de recordar algo que ya sucedió, algo que nos llena de gozo sin duda, pero un hecho pasado. El Evangelio de hoy anuncia sin embargo un hecho futuro, trascendental y definitivo respecto a nuestra realidad. Un hecho que genera alegría, aunque no obstante, también puede generar inquietud en los creyentes, pero una inquietud totalmente infundada desde nuestra fe.

La fe que soporta la tribulación

La tribulación de la que se nos habla en el versículo 24, está descrita un poco antes de nuestra lectura de hoy: “Porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó” (v19). Si bien este texto se asocia a la profecía sobre la destrucción de Jerusalén y el templo, acaecida cuarenta años después, sus palabras tienen un valor escatológico para nosotros. Pues en ellas vemos también la descripción de la alteración global que sufrirá nuestra realidad en los últimos tiempos, y que como un anticipo de aquellos momentos, podemos vislumbrar ya en muchas partes del planeta. Y en esta descripción, se describen hechos sombríos, donde abundarán la persecución de los creyentes, hambre, destrucción y guerras y el surgimiento de falsos profetas y falsos “Cristos” (v5-23). Todo ello justo antes del fín, como en una especie de intento del mal para avivar el pecado del hombre, entregándolo a la perdición total. Pero un vano intento por cierto, por evitar lo que ya es un hecho consumado: la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte (1 Jn 5:4). Son palabras que pueden causar un fuerte impacto en nosotros, haciéndonos temer la llegada de estos momentos finales, pero su intención no es atemorizarnos, sino todo lo contrario, alentarnos a resistir, tal como lo hace la higuera en invierno (v28), sabiendo que tras esta oscuridad, llegará la Luz a nuestro mundo: Cristo el Señor. Hay sombras en el horizonte, cierto, pero Jesús está a nuestro lado: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16:33)

Desde la consumación del sacrificio expiatorio de Cristo en la Cruz y su resurrección, los creyentes vivimos en una continua espera. Pues nuestro fin no es vivir permanentemente en esta realidad, sino caminar hasta las puertas del Reino, de un reino que es nuestra verdadera morada, el lugar a donde pertenecemos gracias a nuestra fe bautismal. Y es precisamente este Reino el que llega a nosotros, junto con toda la corte celestial, para acoger a los escogidos, a aquellos que han mantenido viva la llama de la fe. Pues esta fe es la que nos hace dignos de ser aceptados en las moradas celestiales, ya que: “por gracia sois salvos, por medio de la fe” (Ef 2:8).

Y la llegada de estos tiempos, tendrá además efectos claros y visibles para el hombre, con lo que es importante estar atentos a las señales de los tiempos. Señales de calamidad en primer lugar, y naturales seguidamente, donde la realidad física experimentará cambios radicales: “el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en los cielos serán conmovidas” (v24), indicando que el orden natural de las cosas, ha llegado a su fin, y donde una nueva realidad hará su aparición, una realidad totalmente espiritual, donde todo lo demás quedará en un segundo plano. No conocemos el alcance completo de estos cambios, pero la Palabra es clara en cuanto a su realidad futura, y no debemos dudar de ello pues Jesús recalca que tanto el cielo como la tierra son pasajeros, “pero mis palabras no pasarán” (v31) y todo se cumplirá inexorablemente. La Palabra de Dios es sólida, veraz, inmutable, y ella será nuestro mejor refugio si, llegado el momento, nos tocase vivir los acontecimientos anunciados.


Hoy puede ser el momento anunciado

Los primeros cristianos tenían una viva conciencia de vivir una vida pasajera en este mundo, pues afrontaban el martirio y la persecución casi constantemente. Eran perseguidos por los judíos, que los veían como herejes y blasfemos, y también por los romanos y otros pueblos mediterráneos que aborrecían sus enseñanzas sobre el perdón, el amor al prójimo y la prédica de la paz. Para colmo su Dios era un hombre crucificado, muerto y supuestamente resucitado.

Absurdo tras absurdo para la mente de aquellos hombres, pues “la cruz es locura a los que se pierden” (1 Cor 1:18). Y así los cristianos no dudaban de que en cualquier momento, el encuentro con su Creador podía llegar sin aviso. Las cosas cambiaron y con el tiempo la cristiandad pasó de ser perseguida, a ser la religión del Estado. Y con ello se fue perdiendo ésta sana conciencia, que hacía decir al Apóstol Pablo sin temor: “porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filp 1:21). La vida futura en el Reino pasó a ser una aspiración del creyente, pero que podía esperar, y cuanto más mejor. Y con ello la llegada de Cristo fue perdiendo su inmediatez, para ser algo de un futuro lejano, muy lejano. Pero Jesús nos advierte de dos cosas muy claras: “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aún los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (v32). Sólo el Padre sabe pues la hora en que abrirá los cielos y dará paso a los ejércitos celestiales. Y la segunda es igualmente una seria advertencia: “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo” (v33). El momento podría ser hoy mismo, ahora mismo, en cualquier momento.

Somos exhortados pues a estar despiertos, a velar, a mantener viva la llama de nuestra fe, de esa fe expectante que anhela la llegada de Cristo a este mundo. Pues no olvidemos que Jesús viene a juntar a sus escogidos, a aquellos que por medio de la fe en su sacrificio vicario, le han confiado la salvación de sus almas, y que gracias a su bautismo, han sido incorporados a la familia celestial. No obstante, esta llegada inesperada e inminente, puede despertar inquietud y cierto temor en nosotros. Temor a no estar preparados, a dudar de nuestra fe, de si seremos suficientemente dignos ante Cristo. Y si esta es nuestra situación, recordemos que estas dudas son las armas del maligno, el cual quiere arrancar de nosotros la seguridad de la salvación. Él intenta hacernos dudar de si habremos hecho “lo suficiente” para ganarla, torciendo y tergiversando el puro Evangelio que nos anuncia que, no gracias a nuestra supuesta “dignidad”, ni a nada que provenga de nosotros, sino sólo a la justicia de Cristo que nos cubre con su sangre, es por lo que seremos contados junto a los escogidos: “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Rom 5:18). Cristo viene a recoger el fruto de su obra redentora, a nosotros, pecadores arrepentidos y justificados en la Cruz. ¡Recordémoslo cuando nos asalte la inseguridad o la más mínima duda sobre nuestra salvación!

Estar preparados para el encuentro con Cristo

Jesús nos exhorta igualmente a estar activos hasta su llegada, a no dormir. Ha dado autoridad a sus siervos, a su Iglesia, para predicar la Palabra y administrar los Sacramentos, y con ello sostener a su pueblo en fe. También nos ha dado a cada uno una obra para realizar en esta vida, allí donde Él nos ha puesto. Pues tanto el ama de casa, como el trabajador o el estudiante, viven día a día en sus tareas santificando sus vidas por medio de la fe en Cristo. No hemos sido llamados a una mera vida de espera inactiva espiritualmente, sino a vivir día a día con la mirada en el Reino. Debemos mantener viva la llama de la fe, y esto es en verdad la tarea más importante que tendremos en esta vida: “velad, estad firmes en la fe” (1 Cor 16:13), sin olvidar por supuesto que mientras esperamos al Salvador, debemos poner en práctica también el amor de Cristo que vive en nosotros, en la persona del prójimo. Pero si importante es atender las necesidades materiales del prójimo, aún más lo es el atender sus necesidades espirituales, pues aunque Cristo viene a juntar a sus escogidos (v27), el impacto de su llegada afectará a toda la humanidad. Y por ello, y por lo inesperado de Su llegada, es por lo que el mandato de Jesús: “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mat 28: 19), cobra aún más relevancia. Cada minuto cuenta, y cada uno de nosotros debe contribuir a que el puro Evangelio del perdón de pecados y la figura de Cristo, sean escuchados por todos, independientemente de su raza, cultura o religión.

Una tarea aparentemente gigantesca, pero que mirando a aquellos primeros doce discípulos y su fruto hasta el día de hoy, nos hace tomar conciencia del tremendo poder de conversión de Dios en su Palabra. Una Palabra necesaria para el hombre, pues el tiempo pasa, y el Reino se acerca ya a las puertas: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3:20).

CONCLUSIÓN

La venida definitiva de Cristo a la Tierra, el fin de los tiempos, son hechos que, paradójicamente han generado entre los cristianos inquietud e incluso temor. Sin embargo nuestra fe es una fe que mira al futuro, igualmente con gozo y esperanza, pues tal como nos recuerda la Escritura (v26-27), Cristo volverá una segunda vez a este mundo, y ahora rodeado de toda la gloria celestial para buscar a los suyos. Y esta noticia debe servirnos de estímulo para estar preparados para Su llegada, que será además definitiva e inesperada. Por eso debemos vivir cada día como si fuese el de la llegada de Cristo, el día en que veremos a nuestro Rey y Salvador cara a cara. Que así sea, Amén.

J. C. G.  / Pastor de IELE/Congregación San Pablo, Sevilla

lunes, 21 de noviembre de 2011

Último domingo de Pentecostés.

“Nuestra resurrección en Cristo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lectura: Ezequiel 34:11-16

Segunda Lectura: 1 Corintios 15:20-28

El Evangelio: Mateo 25:31-46

Tanto en nuestros días como en los días que el apóstol Pablo escribió a los Corintios, hay muchas personas que tienen problemas con creencia sobre la resurrección. No sólo con la resurrección de Jesús, sino además con la resurrección en general. En nuestro mundo racionalista y empírico, cada vez es más generalizada la creencia que los muertos no vuelven a la vida, ya que es algo que la ciencia corrobora. No se realizan censos de cuántas resurrecciones se han producido en los últimos diez años, o incluso en el siglo pasado. Hoy en día muchos piensan que alguien que se muere, se lo entierra o crema y nada más. Que es imposible que pueda volver a la vida.

Por estas ideas pasadas y presentes es que el Espíritu Santo mueve al apóstol Pablo para escribir este capítulo, en el que se afirma la verdad de la resurrección de Jesús, y que va más ya cuando Pablo muestra lo que la resurrección de Jesús significa para ti y para mí.

Jesús realmente resucitó de los muertos. El texto de hoy es lo contrario al terrible viernes de Semana Santa. A quienes dicen que no hay resurrección de los muertos, Pablo les dice que Dios opina algo contrario a la razón, a la lógica y a las estadísticas humanas. El Apóstol unos versículos antes de nuestra perícopa afirma que si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. (1Corintios15:14). Lo que es peor, en realidad estamos mintiendo cuando predicamos. Es más, nuestra fe no vale nada. No nos hace ningún bien creer en una persona que está muerta y enterrada. Además, todos nuestros pecados, que nos condenan y separan de Dios, están aferrados a nosotros y todos los que han muerto están sufriendo las consecuencias de sus pecados en el tormento eterno del infierno. Pero Pablo nos dice “Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos...”

Lamentablemente muchos ven en la resurrección un hecho que sucederá en el futuro y que no tiene nada que ver con nuestras realidades cotidianas. Pero la declaración de que Cristo ha resucitado tiene gran poder en nuestras vidas. Tanto los corintios como nuestra naturaleza humana pueden decirnos que la gente no se levanta de entre los muertos. Pero la realidad de Dios es algo muy, muy diferente a nuestros dicho, opiniones y creencias. Porque Cristo ha resucitado de entre los muertos.

Con una simple afirmación Pablo deja a un lado todas las objeciones: “¡Cristo ha resucitado de entre los muertos!” Tenemos un Salvador resucitado, un Rey que vive. Él, que estaba muerto y enterrado, ahora físicamente está resucitado, no está muerto sino que está verdaderamente vivo.

Pero ¿Cómo puede esta afirmación infundirnos alegría y ser de ayuda en nuestros momentos de debilidad y duda? Primero que nada, saber que incluso el creyente más fuerte puede olvidarse o no tener en cuenta la resurrección de Cristo en su día a día.

Catalina Von Bora utilizó un recurso muy original para animar a su esposo, el Dr. Martin Lutero, en esta gran verdad bíblica. Dicen que un día Catalina estaba vestida de luto y lloraba desconsoladamente.

Cuando Lutero la oyó, corrió hacia ella y le preguntó: “¿Qué te sucede?”
“¡Es mi Señor, Él está muerto!” Respondió.
“¡Eso es absurdo!” Reaccionó Lutero. “Nuestro Señor no está muerto. Él ha resucitado y está reinando”.
“Entonces dime ¿por qué has estado abatido toda la semana pasada como si Jesús estuviera muerto?”, dijo Catalina. “A juzgar por la forma en que mi gran doctor Lutero estaba actuando, pensé que el Señor había muerto,”.

Constantemente necesitamos que se nos recuerde que ¡Cristo ha resucitado de entre los muertos y que Él es nuestro Rey viviente. Esto marca una gran diferencia en nuestras vidas. Porque una de las cosas que el Cristo resucitado nos asegura es que vamos a resucitar como Él lo hizo.
El apóstol nos dice que nuestro Salvador resucitado “se ha convertido en las primicias de los que durmieron es hecho.”

Nuestro Señor resucitado es la primicia, el primero de los incontables millones que lo seguirán en su resurrección. Así como Cristo fue resucitado, para que todos los que creen en Él resuciten en la cosecha de Dios.

Otra imagen que Pablo introduce aquí es vamos a ser despertados del “sueño” de la muerte. Eso es lo que la muerte es para aquellos que están en Cristo: “un sueño”. La muerte no es un terrible estado, algo contra lo cual luchamos hasta lo último, a lo cual resistimos con todas nuestras fuerzas y tenemos que vencer. Por el contrario, para los cristianos, la muerte es estar “dormidos en Jesús”. Sabemos que al morir, en poco tiempo Jesús nos despertará para la vida eterna, como cuando echamos una cabezadita o de cerramos los ojos en la siesta, y nos despertamos sin tener noción del tiempo que ha pasado.

Su resurrección nos garantiza ese despertar para la vida eterna junto a Él. La vida de Jesús es las primicias de los que durmieron en Él. Pablo subraya esta verdad, haciendo hincapié en que a partir de una historia bíblica. Él dice que “la muerte entró por un hombre”. El hombre al que se refiere es Adán. Por el pecado entró la muerte en el mundo y la muerte no sólo para él y Eva, sino para todos. Ahora “en Adán todos mueren” ya que llegamos a este mundo bajo la pena de muerte eterna. Pero ahora, por “otro hombre”, nuestro Señor Jesucristo, el Hijo del Hombre, se ha reparado lo que hizo el primer hombre.

A través de Jesús llegó “la resurrección de los muertos”. En su resurrección, Jesús, ha vencido y destruido el poder de la muerte sobre nosotros. Ahora todos los que creen en Él “volverán a vivir” con Él. Jesús nos resucitará y disfrutaremos de la vida eterna con Él para siempre.

Cuando Pablo habla de la consecuencia del pecado usa la palabra “muerte”. Él no intenta reducir la dureza del pecado o suavizar sus consecuencias, como nuestro mundo e incluso algunas iglesias los hacen. “Pecado”, “muerte” e “infierno o condenación eterna” son palabras prohibidas en nuestra sociedad. Nuestro mundo ha sustituido estas palabras con términos médicos, de salud mental o con palabras que sólo tienen un significado social. Ya no se habla de que las personas se rebelan contra Dios o violan su santa voluntad. Eso es demasiado duro e insensible. En cambio, se dice que alguien “errado el camino” o “se ha equivocado”, como si usar términos más suaves resolvería el problema. Sin embargo, Pablo habla de una ley clara y específica, señalando que el pecado ha traído la “muerte” al mundo y la separación eterna de Dios. Pero también anuncia que el obrar del Señor ha sido directo. Así es que ya no habla de “muerte” sino que lo sustituye por “resurrección de los muertos” y “los que mueren” lo sustituye por “ser vivificado”.

En la cruz, de nuestro Salvador, pagó en su totalidad la condena por todos los pecados, satisfaciendo así las exigencias de la justicia divina. Al resucitar en la mañana de Pascua, nuestro Rey, removió la piedra delante de la tumba y nos abrió la puerta al cielo a todos los creyentes.

¿Cómo celebramos la gloriosa noticia de que vamos a vivir eternamente por la vida de Jesús?

Tal vez podemos seguir el ejemplo de Lutero y escribir un graffiti en nuestros hogares. Lutero tenía sus días de dudas y desalientos, tal como los tenemos hoy en día. Cuando eso sucedía, Lutero escribía “¡Vivit! ¡Vivit! ¡Vivit” en letras grandes en su mesa y las paredes de su estudio, “¡Él vive! ¡Él vive! ¡Él vive!”. Así se recordaba a sí mismo que tenía un Dios vivo. Sabiendo que hace toda la diferencia en la vida del pueblo de Dios.

Tenemos la certeza de que nuestro Señor nos ha librado de la muerte de la muerte eterna.
Tenemos la certeza de que a pesar de morir, la muerte no es más que una breve siesta antes de que nuestro Señor nos despierte a tiempo para la vida eterna. Afirmemos en nuestros corazones y mentes para alegrarnos en todo momento que ¡Él vive!

Además nuestro Señor Resucitado ha iniciado una nueva era. El ver la vida, incluyendo la final de esta, desde la resurrección de Cristo nos da un panorama muy distinto. Sabemos, por un lado, que la muerte no es el fin de todo. Aceptamos el hecho de que un día que nuestro cuerpo frío y sin vida irá a parar a una tumba en algún lugar. Es cierto que la muerte temporal todavía nos afecta, o al menos afecta a nuestro cuerpo. Pero no afecta nuestra alma, que de inmediato va a estar con nuestro Señor. Pero incluso nuestro propio cuerpo no estará en la tumba mucho tiempo, porque Jesús ha resucitado de entre los muertos y nosotros haremos lo mismo.

Muy pronto, cuando nuestro Señor regrese, los que pertenecemos a Cristo por la fe volveremos a vivir otra vez. En realidad, todas las personas resucitarán, tanto los no creyentes como los creyentes. Todos se enfrentarán al juicio de Jesús. Pero la diferencia es que en los creyentes en Cristo está la fe que afirma que Él es el primer fruto y que ellos serán como Él. Cuando vuelva Cristo “vendrá el fin”, dice Pablo. El fin del mundo en que vivimos y el final de la vida aquí en la tierra como la conocemos ahora.

Mientras tanto el Señor nos ha dejado un recurso de suma importancia que no solo nos recuerda su muerte y resurrección, sino que además nos deja entre ver el futuro que nos depara como hijos de Dios. Este recurso es la Santa Cena. Allí él se hace presente una y otra vez para decirnos que Él ha vencido al pecado, la muerte y el diablo y por nos otorga por medio de la fe su perdón vida y salvación. Esto lo seguirá haciendo hasta el día en que vuelva en gloria para buscar a su pueblo y llevarlo a su presencia.

¿Y sabes cuál va a ser la mejor parte de ese día? Tú y yo seremos aquellos que cantan alegremente la canción celestial. Nuestro corazón no conocerá más alegría que la vivida ese día.

Ninguna voz cantará con más placer que la nuestra al decir: “Nuestro Señor Jesús ha resucitado y nuestro Rey reina”. Ahora, que han sido resucitados con él, también reinaremos con nuestro Rey por toda la eternidad. Nuestra canción de celebración comienza ahora y nunca se detendrá, aunque regrese nuestro Señor, ya que nos lleva con Él, y seguiremos cantando con una alegría aún mayor en el trono del Padre.

Ya lo afirmamos hace unas semanas. La Biblia nos revela el final de la historia, pero no por eso nuestra vida deja de ser atractiva, sino que se llena de esperanza para vivir ahora y disfrutar de aquello que se nos ha prometido: La vida eterna. Ahora sabes que eres liberado de todos tus pecados y de la consecuencia de todos ellos. Esto es tuyo porque eres perdonado de todos sus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia

domingo, 13 de noviembre de 2011

22º Domingo de Pentecostés.

"La fe en Cristo”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

1º Lección: Sofonías 1:7-16 2ª Lección: 1ª Tesalonicenses 5:1-11 Evangelio: Mateo 25:14-30


EVANGELIO DEL DIA

Mateo 25:14-30 25:14 Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. 25:15 A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. 25:16 Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos 25:17 Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. 25:18 Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. 25:19 Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. 25:20 Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. 25:21 Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. 25:22 Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos. 25:23 Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. 25:24 Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; 25:25 por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. 25:26 Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. 25:27 Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. 25:28 Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. 25:29 Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. 25:30 Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.

Sermón

INTRODUCCIÓN

Recuerdo que de niño, cuando los maestros nos ponían a hacer actividades y se marchaban un momento, nosotros perdíamos rápidamente la concentración de nuestras tareas y nos dispersábamos. De ahí la frase que me solían decir: “cuando el gato se va, los ratones están de fiesta”, indicando que sin vigilancia nos “desmadrábamos”. Ahora que he crecido sé que eso también les sucede a los adultos. Es evidente que cuando no existe presión, solo queda la responsabilidad y la fidelidad a lo que nos hemos comprometido. Pero como no somos perfectos, podemos perder el rumbo fácilmente. Desde un político hasta un pastor pueden relajarse al punto de ser infieles a sus vocaciones. Hay trabajadores que no hacen su trabajo si no son controlados, hay hijos que cuando los padres no los ven hacen lo que no deben, hay maridos y esposas desleales a sus compromisos cuando no son vistos. Es decir que la ausencia de un “vigilante” puede suponer una tentación a ser desleal. Esta lamentable inclinación se potencia más cuando nuestra conducta solo la motiva la ley y el miedo, es decir que hacemos las cosas solo “porque hay que hacerlas”, y no entendemos, compartimos o no amamos la norma. Pero cuando nos motiva el amor todo cambia. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. 1 Jn 4:18

También con nuestro Señor nos podemos relacionar por presión o miedo a la represalia. Y de hecho es lo que le ha sucedido a uno de los siervos en la parábola de hoy. El miedo nos paraliza, nos agobia, nos limita. El miedo produce inseguridad, y puede apoderarse de todos los ámbitos de nuestra vida. En ocasiones el miedo viene por falta de información o de infravaloración de lo que somos y tenemos. Pero fundamentalmente el miedo viene por la ley, por eso nos dice el Señor: “todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” Col. 3:23.

Porque cuando la motivación viene de un corazón lleno de confianza y amor al Señor, aun cuando nos cuesten y cansen, las cosas son más fáciles de hacer y llevar, y el resultado es el disfrute, la alegría y la satisfacción.

El Señor se ha ido, pero vendrá: La parábola que se nos presenta está en el contexto de la segunda venida de nuestro Señor y es una sana advertencia y una grata motivación para ejercer la responsabilidad que nos ha sido dada en este mundo, y que no es otra que la de anunciar fielmente el evangelio en toda su dimensión y con toda nuestra vida. Jesús después de morir, resucitar y ascender a los cielos, prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él no nos ha abandonado. Pero su presencia es diferente a la que experimentaron los discípulos antes de su muerte ya que ahora es por medio de su Palabra y de los Sacramentos. No es por vista sino por la fe que el Espíritu santo engendra. Y esto para muchos, con una idea errada de Cristo, puede derivar en infidelidad. Sin embargo Jesús hoy nos llama a ser administradores fieles de los bienes que nos ha dejado y que vendrá a recoger.

Todos los cristianos hemos recibido talentos: Los talentos de la parábola son dinero, que representan los bienes del Señor. Para nosotros los talentos son todo el capital que el Señor nos confía. Unos bienes potenciales que puestos al servicio del Reino de Dios en este mundo producen beneficios y se multiplican. Es importante no limitar estos talentos a algún tipo de capacidad personal o espiritual, sino mirarlos desde una perspectiva amplia, ya que según las Escrituras “Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos” 1 Cr. 29:14. Por eso, al hablar de talentos debemos recordar que todo lo que tenemos es del Señor. TODO (1 Ti 6:7). Nosotros confesamos que Dios nos da la casa, los hijos, el alimento, el trabajo, la sabiduría, el dinero, etc. Pero sobre todo Dios nos da la fe en Cristo, el gran don. Todos los seres humanos recibimos cosas de parte de Dios, pero sólo por fe en Cristo y su Palabra las reconocemos como suyas. Y por medio de esta fe salvadora es por lo que somos capaces de confiar, amar y entregarnos a su causa.

Por la fe en Cristo tenemos la capacidad de reconocer nuestros pecados y pedir perdón. Él nos ha dado el amor que nos hace compasivos y romper con el aislamiento egoísta. Nos ha dado los frutos del Espíritu, “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Gá 5:22-23, y todo ello son talentos puestos por Dios para que redunden en beneficio de muchos. Hay diferentes dones (1ª Co. 12 y 13), pero el camino del amor en Cristo hace que todos sirvan en pro de la única causa: La proclamación del Evangelio.

Él Señor es quien reparte los talentos: Esto nos pone en una situación de humildad ante Él. Primero porque no son nuestros y no tenemos de que vanagloriarnos “Porque ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” 1 Co. 4:7. Y Segundo porque debemos valorarlos con contentamiento, porque lo que tenemos, poco o mucho, “mejor o peor”, “más lindo o más feo”, todos adjetivos que solemos atribuir, son en verdad lo que el Señor nos ha dado y sólo por ello deberían ser de un valor precioso. Nuestra familia, el trabajo, el poder adquisitivo, la salud que tenemos, por todo debemos dar gracias, ya que nada merecemos por cualidades propias “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; 1 Ti 6:6

Lutero solía decir que de seguro habría cosas mejores que las que él tenía, pero las suyas eran las más preciadas porque eran las que el Señor le había dado. Y con este sano pensamiento de fondo nuestra vida será seguro más agradable. Seremos más agradecidos y menos desagradables ante Dios y nuestros semejantes. Dios da a cada uno de forma distinta. Tenemos historias, temperamentos, capacidades diferentes y Dios no nos trata como máquinas en serie, sino como a seres únicos e irrepetibles que somos. Cada uno de nosotros somos una obra exclusiva de Dios. Dios dio a cada uno cosas, talentos y dones diferentes, pero esto no es para vanagloria, rivalidad, ni envidia, sino para servir mejor y complementarnos. Debemos estimar y apreciar lo que somos y tenemos como lo que Dios nos ha dado para invertirlo responsablemente en este mundo,
sabiendo que cuando regrese tendremos que devolverle todo.

Objetivo: El Señor reparte sus bienes entre sus siervos para que ellos los administren. Este viaje temporal del Señor hace que la actitud, su tenacidad para los “negocios del Padre”, su tesón, valentía y sabiduría de los siervos sean puestas a prueba. Tener la responsabilidad de gestionar los bienes de otro puede suponer un trago que muchos no quieren afrontar. Solemos preferir la comodidad, la seguridad, y no comprometernos o arriesgarnos, y eso le sucedió al temeroso siervo que pecó de precavido. Nosotros también estamos viviendo una etapa de espera hasta la segunda venida de nuestro Señor, y también tenemos talentos dados por Dios. Y el objetivo es que con ellos sirvamos a la causa de Dios para anunciar el evangelio en este mundo, porque “Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz”. Lc 8:16. El Objetivo de Dios sigue siendo el mismo: “que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”. 1 Ti 2:4 y para ello reparte sus bienes entre sus siervos, con el fin de que circulen en este mundo, y que a través de ellos se den glorias a Dios nuestro Creador, redentor y santificador.

No siempre somos conscientes del efecto multiplicador que producen nuestros principios y actitudes, nuestras palabras y gestos nacidos del amor en Cristo y su Palabra, pero Dios nos asegura sus talentos puestos al servicio se multiplican. Salgamos pues y pongamos todo lo que somos y tenemos como cristianos en movimiento en este mundo, confiando que son dones de
Dios que sirven a su causa y pueden producir el efecto multiplicador.

¿Cuánto? En ocasiones quedamos mediatizados por lo resultados, números y cifras comunes a nuestra filosofía de mercado occidental, pero en el Reino de Dios los números humanos no cuentan, sino la fidelidad a la causa por amor a Dios y al prójimo. Gracias a Dios el Señor nos eximió del pesado yugo de los números y resultados y podemos encontrar verdadero descanso y consuelo evangélico en Él, ya que la eficacia la ha puesto en su Palabra y Sacramentos y no en nuestra vida. Por lo tanto los talentos se multiplicaran más o menos, pero el tema primordial está en no enterrarlos ni esconderlos, sino ponerlos al servicio de la proclamación de la Palabra de Dios. Esa es nuestra bendita responsabilidad y lugar en el plan de Dios y en el mundo. No debemos aislarnos, ni ocultarnos, ni tener miedos infundados, sino servir con alegría, confiando en que la Palabra de Dios es eficaz y que por su medio el Espíritu Santo hace su trabajo.

La fidelidad: La clave de esta parábola no está en la cantidad recibida ni en la cantidad producida sino que la lección se centra en la fidelidad del siervo para con el trabajo que el Señor le ha encomendado. Somos administradores de los bienes que él Señor nos ha dado. Y el punto clave es entender que no son nuestros y por lo tanto no los podemos usar a nuestro antojo y capricho, que no son para esconderlos, y que son dignos de nuestra valoración y aprecio. Dios es amor y todo lo que nos da proviene del amor y es para invertir en el amor. Tú tienes cosas para dar a este mundo, no porque seas alguien importante, sino porque Dios te las ha dado para generar más a través de ellas. Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. 1 Pedro 4:10. No estamos para ocultarnos ni ser simples espectadores. Hay que administrar los talentos con “cabeza”, con criterio, con sabiduría, pero administrarlos al fin y al cabo, y no hay excusas para no hacerlo. Nuestra vida es un servicio a Dios y somos “ofrendas vivas” Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel. 1 Co. 4:1

CONCLUSIÓN

Este no es un texto sólo de la ley, aunque muchos predicadores lo utilicen para amenazar al rebaño. Este es un texto que muestra una realidad clara, pero que nos motiva en el amor. Dos de los siervos entendieron el plan de su Señor, el objetivo para el que les daba sus bienes y amaron esa tarea, y fueron fieles a su Señor. Podrían haber ganado más o quizás menos, pero eso no era lo importante, sino su disposición al servicio, su amor, porque ellos habían sido amados primero.

Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. 1ª Jn 4:18

Solo uno de los tres actuó por miedo. Su teología era errónea y su misma auto justificación lo condenó: “si sabías que recojo donde no siembro..”. Su imagen de su Señor estaba distorsionada y por lo tanto no pudo servir fielmente. Hizo lo que él estimó más adecuado a su propio bienestar, y no lo que su Señor pretendía. Lamentablemente muchos enseñan y muchos otros oyen sólo teología de la ley y no de la gracia de Dios. El énfasis lo ponen en “… debes comprometerte más, entregarte más, debes consagrarte más, porque sino…” en vez de motivar con el amor del evangelio, la buena noticia de Dios. Y esta nos dice: Él Señor te ha amado a tal punto que envió a su hijo Jesucristo a morir por ti. Te ha escogido como su siervo sin que tú lo merezcas. Te ha perdonado tus pecados. Te ha dado la fe y con ella el don de la vida. Te ha dado su Palabra y Sacramentos. Te ha dado un lugar en este mundo dónde habitar, te ha dado techo, cobijo, comida, calzado, te ha dado familia, amigos, te ha dado la posibilidad buscar una iglesia dónde congregarte y ha puesto a pastores fieles que enseñen la verdad, y todo ello sin que tu lo merezcas, solo por gracia, por amor. Y no sólo te ha dado todo eso para ti sólo, sino que te involucró en su plan que abarca a más personas. Porque este Señor ama al resto de las personas de este mundo y desea trasmitirle todos aquellos dones de los que tú eres un consciente beneficiario y ya disfrutas por medio de la fe.

Por lo tanto, en esa misma fe y certidumbre fortalécete una y otra vez en la Palabra y los Sacramentos, alégrate y agradece por todo lo que tienes, y ve a tus actividades sabiendo que los talentos que Dios te ha dado, el Espíritu Santo los usará para multiplicarlos en este mundo al cual tanto amó Dios. Amén
Walter Ralli




EVANGELIO DEL DIA
Mateo 25:14-30 25:14 Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. 25:15 A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. 25:16 Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos 25:17 Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. 25:18 Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. 25:19 Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. 25:20 Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. 25:21 Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. 25:22 Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos. 25:23 Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. 25:24 Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; 25:25 por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. 25:26 Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. 25:27 Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. 25:28 Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. 25:29 Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. 25:30 Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La Celebración de los Vivos.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lectura: Apocalipsis 7:9-18

Segunda Lectura: 1º Juan 3:1-3

El Evangelio: Mateo 5:1-12

Hace una semana se celebró la fiesta de Hallowen. Fiesta en la cual las personas se disfrazan de espíritus terroríficos y predomina el color negro. En los orígenes de esta fiesta se creía que ese día los espíritus de un inframundo venían a la tierra para llevarse a los espíritus de las personas de este mundo. Así que por medio de horribles disfraces las personas evitaban que se los llevasen al otro mundo terrorífico. En el día de hoy el texto de Apocalipsis nos relata otra fiesta, una fiesta que se celebra en torno a la vida, una fiesta que comienza con nuestro bautismo y que no tiene fin.

Lo primero que nos encontramos es un grupo que está ante Dios y que no es un número pequeño, es una gran multitud. Hoy en día parece que la Iglesia está en proceso de extinción, pero en el relato vemos que en el final de los tiempos Dios tendrá un pueblo inmensamente numeroso ante Él. Están de pie delante del trono y del Cordero. Están de pie con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Esta acción de agitar las ramas sólo aparece dos veces en la Escritura: el Domingo de Ramos y aquí, en Apocalipsis 7. El Domingo de Ramos, la gente agitaba palmas cuando Jesús entró a Jerusalén montado en un pequeño burro. Gritaban: “¡Hosanna” ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Jesús iba a Jerusalén con un propósito, sabía que sería levantado en una cruz y moriría por los pecados del mundo. En el relato de hoy las ramas son similares pero todo es diferente. En lugar de la cruz, hay un gran trono. En lugar de la preparación para el sacrificio, Cristo está presente como el Cordero resucitado. En lugar de ser despojado de sus vestidos, todos están vestidos con ropas blancas que Él les ha dado. En vez de gritar, “¡Sálvate si eres el Hijo de Dios!”, todos declaran que “la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono y al Cordero”.

¿Quiénes son estos? Están en compañía muy especial, están de pie con los ángeles alrededor del trono. También hay unos ancianos. Cuatro seres vivientes y un coro que canta “La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”.

Se nos dice que han salido de la gran tribulación. Algunos dirán que esto se refiere a un período de tiempo especial de determinados años justo antes del fin del mundo, pero es una interpretación errada. No se puede negar que las cosas se complicarán antes del final. El Apocalipsis describe que habrá una gran iglesia que dirá ser cristiana, pero en realidad ha desvirtuado el verdadero Evangelio de Cristo, así como un mundo que rechaza completamente a Cristo y que tampoco favorecen a aquellos que se aferran al Evangelio. Algo similar a lo que sucede hoy en día. Sin embargo, una interpretación más sólida de la “gran tribulación” es creer que la vida en este mundo, desde que Adán y Eva cayeron en pecado, es el tiempo de gran tribulación para el pueblo de Dios. En contraparte, está la multitud en el cielo, que es la reunión de los que ya no están en la tierra, sino que están de pie delante del trono de Dios en el cielo.

¿Cómo ha llegado allí? Gracias a que han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Las vestimentas blancas y la sangre, normalmente no van de la mano, de hecho, las manchas de sangre son a menudo las peores de quitar. En este caso, sin embargo, la sangre del Cordero ha quitado toda mancha. Toda mancha de pecado de esa gente, no sólo de uno o dos, sino de toda la multitud. Ellos son santos y puros delante de Dios, sus ropas blancas, porque Cristo ha pagado hasta el último de sus pecados.

¿Dónde están? Ellos están “delante del trono de Dios”, pero el trono no está vacío. Ellos están en la presencia de Dios, con “el que está sentado en el trono”. La palabra para tienda o tabernáculo nos traslada al Antiguo Testamento. El tabernáculo fue el templo de Dios en el desierto, con el cual el pueblo de Israel viajaba hacia la Tierra Prometida. Dios habitaba con su pueblo en la habitación interior de la tienda, denominada como el lugar Santísimo. Él se ocultaba allí porque el pueblo no podía ver su gloria, ya que vivan manchados por el pecado y lo profano no podía estar cerca de Dios. Él tuvo que esconderse por el bien de su pueblo. Ahora, en Apocalipsis 7, los refugia en su presencia. En otras palabras, están dentro de la tienda, dentro del Lugar Santísimo, con Él. Eso es el cielo, es la vida en la presencia gloriosa de Dios, para siempre. Pueden estar en su presencia, porque el Cordero los ha limpiado con su propia sangre, porque Él se hizo carne y puso su tienda de campaña entre las personas con el fin de salvarlos del pecado (Juan 1.14). Ellos están en la presencia de Dios porque son santos y sólo las cosas santas pueden estar en la presencia de Dios. Esto explica por qué allí no hay hambre, sed, calor abrasador ni tristeza.

¿Quiénes conforman esta gran multitud de todas las naciones, reunidos alrededor del trono de Dios junto con los ancianos y los seres vivos? ¿Quién tiene el honor de estar tan cerca de Dios con ropas blancas, agitando palmas y cantando alabanzas al Cordero? ¿Quiénes son estos que han sido liberados de la gran tribulación, que no sufrirán más por el pecado, el dolor o las aflicciones?

¿Quiénes son estos? Junto con el resto del pueblo de Dios, uno de ellos eres tu. Así es, estás entre aquellos que Dios ha reunido desde todas las naciones. Estás entre aquellos que son limpiados con la sangre de Cristo y vestido con la túnica blanca de su justicia, porque todos los bautizados en Cristo habéis sido revestido de Cristo. Lo que nos muestra el texto es tu futuro. Esto no es una posibilidad o una alternativa entre muchas, esto es lo para lo cual Cristo te ha redimido.

Cristo te ha redimido para la vida eterna en la presencia de Dios. Quizá suene un poco abstracto, pero es como la vida en el Jardín del Edén antes de la caída en pecado. El hombre estaba en la presencia de Dios y Dios caminaba junto al hombre. No había pecado, no estaba la paga del pecado, no había hambre, ni sed, ni dolor, ni lágrimas. El pecado trajo todo esto como parte de su maldición. Cristo vino y vencido al pecado, al sufrimiento, al hambre, a la sed, al dolor, a las lágrimas y todas los juicios de Dios sobre el pecado. Al hacerlo, cambió la maldición, porque Él ha ganado la salvación para ti, tus pecados te son perdonados. El cielo es tuyo. El cielo es estar en la presencia de Dios, el Dador de todo bien, por toda la eternidad. Así es como Dios diseñó las cosas desde el comienzo.

Por el contrario, el infierno es no estar en la presencia de Dios, o al menos donde Dios no está presente con su gracia y misericordia. Para aquellos que no quieren tener nada que ver con Dios, reciben lo que quieren, a pesar de que tendrán una existencia terrible. Pero el infierno no es para ti. Ya que has sido lavado por la sangre del Cordero. Tu futuro en la eternidad es la vida en su presencia, disfrutando de todo lo bueno. Eso es lo que Dios ofrece a todas las personas a través de Su Hijo Jesucristo, para que todos los que creen en Él sean salvos del infierno y obtengan el cielo.

Por ahora no estás en el cielo o el infierno. Estás en este mundo, más o menos en el medio de uno y otro. Aquí hay un poco de infierno, porque todavía somos testigos y vivimos la paga del pecado como la enfermedad, problemas familiares, ansiedades y todo lo que contribuye a vivir en la gran tribulación. Pero este mundo no es el infierno, porque Dios está presente en este mundo. Aquí también tenemos un pedacito de cielo, precisamente porque Dios está con nosotros, tan cerca como sus medios de gracia. Esto hace que estés vestido con su túnica blanca de la justicia de Cristo desde tu bautismo, Él sigue anunciando y otorgando su limpieza con su absolución y te da un anticipo de la fiesta celestial en su Santa Cena. Pero este mundo no es el cielo, aunque Dios está presente. Dios todavía tiene que esconderse en su Palabra, en ella unida al agua, unida al pan y al vino. Tiene que hacerlo así porque los pecadores no pueden estar ante su gloriosa presencia y vivir. Así que por ahora estás entre el cielo y el infierno, permaneces en un mundo en el cual conviven tanto la tribulación y la gracia celestial.

Apocalipsis 7 está para recordarte tu futuro. Este mundo no es el fin ni tu destino final. Tu lugar en la multitud alrededor del trono de Dios ya está asegurado, ya que el Cordero ha derramado su sangre por ti y te ha perdonado todos tus pecados. Al igual que un heredero de una fortuna que va en el coche de camino a la lectura del testamento. Es sólo cuestión de tiempo, la herencia es suya. Simplemente que aún no lo ve.

Lo único que impediría al heredero recibir la herencia es si salta del coche y sale corriendo. Ese es el truco que el diablo utiliza para que huyas de los dones de Dios, del perdón y del cielo, y que escojas el pecado y finalmente el infierno. Él tratará de hacer que el pecado sea atractivo y tu Viejo Adán cooperará y elegirá el pecado sobre la gracia y la Tierra Prometida. También tratará de hacerte dudar de la presencia de Dios y que creas que te ha abandonado, que ya estás en el infierno. Pero como este mundo sigue siendo visitado por Dios, no podemos tener una idea real de lo que es en realidad el infierno.

En comparación con tus fuerzas y habilidades, la tribulación a la que te enfrentas es grande, pero Cristo es más grande y la prueba es que todas las tribulaciones a las que te enfrentas son causadas por pecado y acarrean la muerte. Lo bueno es que Cristo ya ha vencido a la muerte. Él salió de la tumba, ya no muere y si Él conquistó al mayor enemigo que es la muerte, sin duda es mayor que la tribulación que te aflige.

Por la gracia de Dios te puedes aferrar a Él. Este tiempo de tribulación cesará, porque el enemigo ya está derrotado. Todo lo que tiene poder para separarnos de Dios ha sido desarticulado en la cruz. La vida eterna, en su gloriosa presencia, ya es tuya, donde no habrá hambre, sed, ni calor abrasador o cualquier otro sufrimiento más. Esas cosas no pueden estar allí, porque son el resultado del pecado. Estarás allí, porque Cristo ha quitado tus pecados. Por su amor, Él enjugará toda lágrima de tus ojos.

¿Hasta cuándo tendremos que esperar? Pronto la noche de llanto y tribulación será el amanecer de los santos, de los limpiados por Dios, de los que vivirán por siempre en la gloria de Dios, de aquellos que clamaran en el cielo ante el altar de Apocalipsis. Oramos para que el Señor venga pronto y nos libre de toda tribulación, pero por mucho que el Señor tarde, en su sabiduría y misericordia, nos ha dejado la visión del apóstol Juan en Apocalipsis 7. Ya conoces el final de la historia. La vida eterna, liberado de todo pecado y de la consecuencia de todos los pecados. Esto es tuyo porque eres perdonado de todos sus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Atte. Pastor Gustavo Lavia