lunes, 27 de diciembre de 2010

1º Domingo después de Navidad.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

1º Domingo después de navidad

“Huyendo con Cristo de los peligros”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 63.7-9

Segunda Lección: Gálatas 4.4-7

El Evangelio: San Mateo 2.13-15, 19-23

Sermón

INTRODUCCIÓN

Hay un dicho que dice: “Soldado que huye sirve para otra guerra”. Si bien la frase tiene varias interpretaciones y aplicaciones, a mi entender ella no es una apología a la cobardía en su sentido deshonroso (deserción), sino un alegato a la sensatez. Huir a tiempo puede que no siempre sea de cobardes, sino de sabios.

Tiempo de huir:

El Evangelio hoy nos muestra que José tuvo que huir con su familia. Dios en su sabiduría prevé todo, incluso contempla una “huida” para luego regresar llevar a cabo su plan salvífico. Podemos estar tranquilos ya que Él tiene todo bajo control. La salvación está en buenas manos y es segura. Cristo la llevó a cabo y nos redimió del pecado, la muerte y nuestra propia carne, aunque para realizarlo tuvo que incluir una huida a Egipto.

· Pero ¿huir de qué?

Los psicólogos nos hacen huir de las “emociones” que nos atan y no nos dejan en paz. Los filósofos quizás dirían que hay que huir de la ignorancia. Los estafadores huyen de la ley. Muchos intentan huir de la crisis y la pobreza. Otros huyen de la moral cristiana y hay quienes directamente huyen de Dios ¿Y tú?, ¿huyes de algo?

Huir significa alejarse deprisa de algo o alguien que suponga una amenaza para nosotros y nuestro estado de bienestar. Y cada uno tiene su propio parámetro de bienestar y de los peligros que pueden atentar en su contra. Se puede huir del compromiso, de los estereotipos, del consumismo o del “qué dirán”. Podemos huir de la envidia, la codicia, o el odio. Se puede huir de los vicios, del cotilleo, de los créditos bancarios, de nuestra familia, de nosotros mismos, de la vejez o de la muerte.

Nuestro Señor Jesucristo huyó de Herodes, que encarnaba el diabólico plan para torcer la voluntad salvífica de Dios en Jesucristo. Pero ¿acaso no es que Jesús iba a morir de todas formas? Sí, pero ese no era el tiempo. La muerte temprana de Jesús hubiese supuesto el incumplimiento las profecías y que “aquel Ángel de su faz” que salvó y redimió en amor y clemencia a quienes en la antigüedad creyeron (Is. 63:9) no hubiese podido llevar a cabo la redención que hoy a nosotros nos hace ser hijos de Dios por la fe en la obra de Jesucristo (Gá 4:4-6). Pero la salvación de Dios es segura en Cristo y está por encima de los poderes espirituales malignos y por encima de los poderes terrenales que se asocian a la causa de intentar combatir la obra de redención.

· Huir sin sentido

Es verdad que en ocasiones las personas podemos mal vivir huyendo continuamente de todo sin un sentido. El miedo infundado y las inseguridades pueden convertirnos en “escapistas” profesionales. Debemos saber que es insensato huir de todo, siempre y porque sí. Hay que huir cuando hay que huir, pero con sentido, con razón. Para ello hay que conocer cuáles son los verdaderos peligros que nos acechan. Los que confiamos en Cristo y su Palabra tenemos parámetros saludables y sólidos para medir los riesgos en nuestra vida. El creyente tiene las promesas de Dios donde descansar sin miedo. Dios es nuestro refugio donde huir de todo mal y peligro. En Cristo “todo lo podemos”, en su amor “no hay temor” y si Dios es con nosotros “¿quien en contra?”. También es cierto que todo esto mal aplicado puede generar cristianos “kamikazes” que arremeten contra todo y justifican así sus delirios de poder. Por eso no hay que perder la perspectiva de la Palabra y hay que aprender a discernir cuándo es tiempo de huir y cuando no. Confiar en el Dios todopoderoso no excluye la “huida”, y la sagrada familia es una clara muestra. Necesitamos ser mansos y “astutos” también.

· Saber huir a tiempo puede salvarnos la vida

Hay tiempos para cada cosa se nos dice en Eclesiastés, y el tiempo de huir de la tentación hay que conocerlo. Hay que saber leer los momentos, ponernos en manos de Dios en oración y dejarnos guiar por su Palabra, la cual el Espíritu Santo usa para dirigir nuestras vidas. Debemos saber que Dios nos preserva de peligros haciéndonos tomar otros caminos. Y no debemos confundir el retirarnos de una situación con el negar a Jesús. José no negó su fe en Jesús al huir, sino que la reafirmó anteponiendo la voluntad de Dios a la suya propia.

Ya no somos esclavos (Gá 4), sino hijos redimidos y por tanto herederos. En nuestro corazón habita el Espíritu el cual nos posibilita huir del pecado que nos quiere someter nuevamente a esclavitud. “HUYE también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor”. 2ª Ti 2:22. Por fe huimos del pecado hacia el perdón en Cristo. Huimos para refugiarnos en su misericordia.

· ¿Qué nos impide huir?

Parece deshonroso huir, pero en verdad es un ejercicio muy valiente de humildad. Hay que ser valiente para plantarle cara a nuestro orgullo y a fuerza de humildad, sensatez y dominio propio huir de sus prisiones. Perdemos muchas batallas que podríamos ganar si, guiados por los frutos del espíritu nos retirásemos a tiempo.

Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo. 1ª Co 10:12-15

Nuestro orgullo muchas veces nos ciega y nos creemos dioses todopoderosos y autosuficientes.

Queremos probar nuestra fuerza, nuestro coraje. Nos exponemos y en ocasiones nuestra valentía sólo es síntoma de torpe imprudencia. Muchas discusiones intelectuales vanas sobre Dios, muchas ofensas, muchos homicidios, muchos adulterios, muchas familias rotas, muchos pecados se evitarían si doblegáramos nuestro orgullo narcisista y en humildad evangélica oímos a Dios y huimos por un tiempo a “Egipto”. Cómo José debemos aprender escuchar a Dios. La sabiduría que nos da la Palabra es para aplicarla en beneficio nuestro y de nuestra familia.

· ¿Quiénes quieren matarnos?

El diablo como león rugiente anda buscando a quien devorar. El Rey Herodes representa ese exponente de maldad que se extiende hasta nuestros tiempos y amenaza la obra que Dios ha hecho contigo. Es decir, la fe que Él te ha dado en tu Bautismo. Eso es realmente lo que se desea matar y destruir. Deseoso de lograr su objetivo el diablo pone todos los medios que están a su alcance para acabar con el plan salvador de Dios en ti. No pudiendo con Cristo ahora ataca su Palabra, la cual es la fuente de vida de tu fe. La tergiversa e intenta que te expongas tontamente a las tentaciones haciéndote creer que eres muy valiente. Pero nuestro enemigo no sólo está afuera, sino que también en nosotros mismos. Nuestra naturaleza corrupta que constantemente se quiere revelar ante la voluntad de Dios es el lugar donde el Diablo quiere ganar las batallas.

· Diferentes tipos amenazas

Podemos sufrir amenazas a nuestra integridad física por enfermedades o terceros que quieran producirnos daño. No debemos exponernos ni provocar situaciones que nos pongan en peligro.

Podemos sufrir amenazas a nuestra integridad emocional. Hay cosas que nos desestabilizan y traen graves perjuicios. Proteger nuestra estabilidad emocional puede significar huir de aquello que nos hace mal. Y aún hay una tercera que es el área espiritual. El área de la fe en Cristo.

Conociendo las amenazas que nos acechan, debemos aprender a huir de ellas, así como sabiamente les enseñamos a nuestros hijos a huir de los peligros. No debemos exponernos a la tentación, más bien huir de ella, porque nuestra fe está en juego. El mal quiere que la voluntad de Dios o sea hecha en ti.

“porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”. 1ª Timoteo 6:10-11

· Cristo, no huyó de la cruz.

Hay cosas necesarias y otras innecesarias. Era innecesario que José se quedase en Belén ya que Herodes iba a matar a Jesús, y fue necesario huir a Egipto. Esta sabia huída posibilitó que Cristo creciera y pudiera cumplir su propósito salvador. Pero cuando tuvo que quedarse y asumir esa misma muerte que José le evitó a temprana edad, Cristo lo hizo. Aún cuando muchos lo tentaban a rehuir de su tarea salvadora y le decían: “si eres el hijo de Dios bájate de esa cruz” Cristo no rehuyó. Se enfrentó a la muerte y la venció por nosotros para redimirnos.

CONCLUCIÓN

Dios es nuestro Egipto donde huir del peligro. En Él encontramos refugio. Su Palabra nos guía hacia la verdad. Su perdón nos limpia de pecado. La dirección de huída ante la tentación y el peligro siempre deber ser la Palabra y los Sacramentos. Ni te quedes a pelear solo, ni huyas hacia otro lugar lejos de Dios. Amén
Walter Daniel Ralli Pastor de IELE

lunes, 20 de diciembre de 2010

4º Domingo de Adviento.

Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón Salmo 95: 7b-8

1 Sed hacedores de la Palabra, y no tan solo oidores Santiago 1:22a

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“¡Regocijaos en el Señor Siempre!”

Textos del Día:

El Antiguo Testamento: Isaías 7:10-14

La Epístola: Romanos 1:1-7

El Evangelio: San Mateo 1:18-25

Sermón

Para muchos, estos días de fiestas y la alegría impuesta por el entorno son motivo de tristeza y depresión.

Detrás de estas fiestas asoman demasiada hipocresía, superficialidad y comercialismo. Para otros en estos días no hay nada que celebrar ya que el nacimiento de Dios como hombre es un mito piadoso. Otros, en fin, piensan que esta es otra buena ocasión para comer, beber y pasarlo un poco mejor que el resto del año y por tanto hay que aprovecharla. Tal vez otros miran al cielo buscando consuelo y esperanza en medio de la incertidumbre de estos momentos, quizás otros no ven ningún aliciente en ese término tan empalagoso como superficial llamado el espíritu de la Navidad… En fin, los sentimientos sobre la Navidad son muchos y variados, pero no es ese el tema central de la predicación de hoy, cuarto domingo de Adviento.

El tema que nos ocupa hoy no es ningún análisis sociológico de la Navidad sino que se centra en torno a las palabras que Dios mismo nos dirige por medio del apóstol Pablo en Filipenses 4:4 REGOCIJAOS EN EL SEÑOR SIEMPRE.

Motivo de nuestra Alegría: Si dijera REGOCIJAOS solamente diríamos que es un mero slogan del
marketing navideño, pero la Palabra dice EN EL SEÑOR, y esto hace que esta sea una exhortación que el mismo Dios te dirige a ti y a mí. El ángel del Señor dijo a los pastores. “Os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo .Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el SEÑOR”. La alegría de la que nos habla la Palabra es una alegría anclada en nuestro Dios y Salvador Jesús y su buena noticia, en su Evangelio. Es en Él en quien debemos regocijarnos, cualquiera que sean nuestros caducos sentimientos estos días, porque Dios nos dice que nos alegremos en su Hijo siempre y además lo repite con énfasis. Es como si dijera: no hagáis caso a vuestros sentimientos o a lo que veis sino miradle a Él, fuente de gozo.

¿En qué Señor nos alegramos? Este SEÑOR en quien debemos regocijarnos es JESÚS, Dios de Dios, que recibió un cuerpo humano de la Virgen María. Jesús es el eterno y todopoderoso Dios.

¿Qué es lo que significa esto para ti? Tal vez pienses que es precisamente esto, que Jesús es Dios todopoderoso, lo que te hace tenerle miedo. Es verdad que El entregó las tablas de la Ley a Moisés y que si no manipulas y retuerces los Mandamientos te acaban acusando de lo imperfecto y sucio que estás y eres delante de Él. Es verdad que es Él el Dios que no permitió a Moisés que viera su gloria, es Él, el que se apareció a Moisés en la zarza ardiente; es Él, el que vendrá dentro de poco a juzgar a los vivos y a los muertos. Jesús, Dios Todopoderoso conoce todos tus pensamientos, planes, intenciones secretas. No hay nada que puedas esconderle….

Si te acercas a Jesús teniendo presente únicamente que Él es Dios, entonces siempre va a salir la Ley por medio como único ingrediente de todo. Pero la Escritura nos dice una y otra vez que Jesús es además nuestro Salvador y esto hace que todo sea diferente, que todo sea regocijo.

Pablo dice en el versículo cinco "el Señor está cerca” y es verdad que Jesús está cerca de varias maneras.

Jesús para ser nuestro Salvador vino como un niño indefenso, débil y humilde. Hoy día sigue viniendo a nosotros y por nosotros en su Palabra y su Sacramentos, medios nada ostentosos. Él viene a nosotros cada vez que suplicamos su perdón, misericordia y amparo. Él vendrá en gloria, no escondido, para juzgar a los vivos y a los muertos. Los que han creído en su primera venida, los que le han reconocido en el pesebre, en la cruz y en el sepulcro vacío; los que le han reconocido al oír la Palabra y “al partir el pan”, no tienen miedo alguno a esa segunda venida física, no tienen ansiedad por el futuro, no tienen ningún miedo a la cercanía de Jesús. Se
regocijan, se alegran en Jesús. No les preocupa que Él pueda venir en cualquier momento, se
alegran en esa venida.

Si Jesús no hubiera venido en la forma escondida en la que vino para ser nuestro Salvador no tendríamos acceso a Dios ¿Te imaginas un Dios aparte del que nos revela Jesús? ¿Te imaginas un Dios del que no tuviésemos ninguna certeza que nos ama, nos perdona, nos escucha, nos es propicio y lleno de bondad?

¿Podríamos regocijarnos en el Señor si no conociéramos las buenas nuevas de gran gozo? La verdad es que nadie puede conocer y amar a Dios, mucho menos regocijarse en Él, sino le conoce en la persona de su Hijo Unigénito e hijo de María.

Ciertamente Jesús es Dios todopoderoso, como tal es justo y santo. Él debe castigar a los que desobedecen su santa ley. Pero lo realmente impactante es que Él no vino para llevar a cabo esos cometidos. No vino para juzgarnos, acusarnos o castigarnos. Él vino para ser amigo de pecadores y publicanos, es decir, para ser amigo tuyo y mío. El Santo de Israel al que ningún mortal podía ver y seguir viviendo se hace hombre, escondiendo su gloria por nosotros, para amarnos y librarnos del castigo que justamente merecemos.

Alegría que procede de la fe. Vemos, por tanto, que la Palabra, con todo fundamento, nos exhorta a regocijarnos en Jesús, porque si tienes a Jesús tienes verdadero motivo para regocijarte. Si no sabes que tus pecados e iniquidades han sido perdonados por causa de Jesús, no te puedes regocijar en Él. Si tu confianza está puesta en Él, tienes motivos para regocijarte, pero si tu confianza está puesta en tus bondades, habilidades, riquezas, salud, conocimiento, etc, etc, entonces no puedes regocijarte, la alegría que tengas es una alegría edificada sobre arena. El regocijo verdadero procede de la verdadera fe y ésta solamente procede de la Buena
Nueva porque ahí y solamente ahí podemos conocer al Dios verdadero. Este es el motivo por el que acudimos a la iglesia: para recibir al Dios verdadero, el Dios que se hizo hombre en el vientre de María, el Dios que fue envuelto en pañales y colocado en un pesebre, el Dios que fue crucificado para limpiarnos de todo pecado. En este Dios encarnado nos regocijamos.

Regocíjate en el Señor siempre porque Él nunca deja de ser bondadoso. Nunca olvida la sangre de Jesús.

Alégrate porque tus pecados son perdonados. Alégrate porque la puerta del cielo está abierta, alégrate porque sabes que aunque tus pecados abundan, Dios no se deja ganar en misericordia.
“Vuestra bondad sea conocida por todos los hombres”. La bondad, gentileza y paciencia del cristiano surgen de su estar en paz con Dios. ¿Para qué entrar en contiendas, discusiones necias, recelos puntillosos….con nuestros semejantes cuando estamos en paz con Dios? El cielo está abierto, Dios te ama y te perdona ¿Por qué irritarnos cuando nuestro ego u orgullo es herido, si sabemos que Dios no recibe y perdona a pesar de nuestra indignidad?

“Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios”. No tenemos motivos para estar angustiados, ni siquiera la incertidumbre de estos tiempos. ¿Para qué tomarse los problemas demasiado en serio? El Dios que se hizo hombre por nosotros, que obedeció su santa ley por nosotros, que murió por nosotros, sabe perfectamente lo que necesitamos y nos cuida con su mano protectora.

Tienes peticiones, necesidades, afanes etc. dáselas a conocer a Dios. No importa la fórmula que uses como si de esa fórmula dependiera que Dios te escuchara y tú le pudieras manipular.

Presenta tus peticiones a Dios porque Él es tu Padre y Amigo y quiere darte mucho más de lo que le pides. No olvides que el Dios que ha hecho tanto por ti es el mismo Dios que está escuchando tu oración y en Él no hay cambio ni variación como nos ocurre a los hombres.

Confiamos en su promesa de que contestará nuestras oraciones, no solamente porque y cuando
vemos los resultados, sino porque Él ha prometido contestar a nuestras peticiones. Los resultados que podamos ver no son la base de nuestra confianza al orar sino la simple promesa que Dios ha hecho de escucharnos.

“Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús”. Dios te dará la paz que nadie puede entender plenamente, como tampoco el amor que Dios nos tiene puede entenderse. Dios nos da su paz cuando oímos la Buena Nueva, cuando oímos las palabras de la absolución, cuando nos viste con la justicia de Jesús, cuando recibimos su Cuerpo y su Sangre junto con el pan y el vino. Tal vez tus preocupaciones y sentimientos no te permitan sentir esa paz, pero está allí. Es una paz, que aunque no la sientas, guardará tu corazón y tu mente libre de la falsa paz que el mundo, el diablo y tu propia
carne se afanan en darte. Es la paz que da el saber que tus pecados han sido perdonados no por la obra o las hazañas de ningún hombre sino por la obra y las hazañas del mismísimo Dios manifestado en carne. Regocíjate en el SEÑOR siempre. Amen.

Javier Sanchez Ruiz.

sábado, 11 de diciembre de 2010

3º Domingo de Adviento.

“Jesús es aquel que había de venir”

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Isaías 35.1-10
Segunda Lección: Santiago 5.7-10
El Evangelio: San Mateo 11.2-11
Sermón
Introducción
Jesús y su Reino son una incógnita para muchas personas, y algunas veces nos hacemos una imagen de ellos a la medida de nuestras circunstancias personales. Ello puede generar confusión y frustración al creyente, por lo que es importante tener claro quién es Jesús, para qué vino al mundo y cuáles son las señales de su Reino. Sólo así podremos seguirlo con fidelidad y sin que nuestra fe peligre ante las dificultades de la vida.
  • El Reino apunta a la cruz
Las horas probablemente se hacían interminables en la cárcel para Juan el Bautista, la desesperación y la posibilidad de su muerte lo atenazaban. Y su situación lo llevó a formularse una pregunta que, probablemente no fue fácil para él plantearse, ¿es éste Jesús realmente el Mesías? Este Juan que afirmó no ser digno de desatar las correas de las sandalias de Jesús (Mc.1:7), que lo anunció públicamente como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn.1:29), y que tuvo reparos para bautizar a Jesús por reconocerse un pecador ante Él (Mt.3:14); este mismo hombre ahora, bajo la presión de sus circunstancias y en la oscuridad de la cárcel y de su propio corazón, duda sobre quién es en realidad Jesús. Su seguridad se derrumba, y la desconfianza lo corroe. ¿Qué le ocurrió a Juan?
Probablemente Juan esperaba un Jesús libertador del pecado, pero de una manera más contundente, más directa podemos decir. Las palabras que emplea refiriéndose a la liberación del pecado así lo indican: hacha, cortar, echar al fuego, quemar. Todo ello parece indicar que Juan esperaba una transformación social radical, inmediata. Jesús acabaría con el pecado y sus consecuencias en breve. Y he aquí que el profeta sufre prisión y el Mesías no hace nada aparentemente por liberarlo. Tampoco se perciben grandes cambios a su alrededor y Juan no lo entiende, duda y quiere respuestas. Pero Jesús no ha venido a resolver cuestiones terrenas, no ha venido a traer paz social, ni tampoco a impartir justicia tal como nosotros la entendemos. Pues su reino no es de este mundo (Jn. 18:36), su Justicia no es nuestra justicia, y su camino no es el camino de la gloria a la manera humana, y mucho menos es el camino del éxito: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). Por tanto cada día junto a Jesús, es un camino de cruz donde él promete estar junto a nosotros, sostenernos, aliviarnos, fortalecernos en nuestra lucha contra el pecado. Pero un camino, que en algún caso como el de Juan el Bautista, pasa incluso por el valle de la muerte.
· Las señales del Reino son evidentes
Los discípulos de Juan corrieron a Jesús a preguntarle: “¿Eres tú aquél que había de venir, o esperaremos a otro?” (v3). Nuestro maestro está en la cárcel y tú no haces nada, parecen decir los discípulos a Jesús. ¿Por qué no blanden Él y sus discípulos la espada?, ¿por qué no hay alboroto, lucha o enfrentamiento?, ¿es éste el cambio que anunciaron los profetas? Pero, ¿realmente Jesús no hace nada? El profeta Isaías anunció con claridad las señales de la instauración del Reino de Dios: “los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas; en la morada de los chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos” (Is.35:5-7). Y Jesús responde a los discípulos de Juan y a Juan mismo, ¿acaso no es esto lo que veis?, ¿no reconocéis lo anunciado por los profetas?, “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (v5). El Reino está aquí (Lc. 17:21) y ¿no sois capaces de verlo?, ¿tan ciegos estáis?. Podemos imaginar la escena: los discípulos de Juan se miraron unos a otros confusos, sin entender nada, y sin saber quizás muy bien qué explicación darle a su maestro, volvieron a ver a Juan con el mensaje liberador de Jesús: Él es Aquél que había de venir, el Cristo anunciado en las Escrituras y su reino ya está en marcha. Este reino espiritual, no sacaría a Juan de la cárcel ni le evitaría la cruel muerte que padeció, pero sí dejaría al profeta lleno de certidumbre y paz, ya que la confirmación de Jesús aclaraba la duda que le carcomía, y le permitía dejar este mundo con la seguridad de que el Mesías prometido estaba en la tierra instaurando su Reino.
· El Reino de Cristo es la victoria sobre el pecado y la muerte eterna
¿Alguna vez una circunstancia personal nos ha hecho dudar de Jesús?, ¿nos han asaltado las mismas inseguridades que a Juan el Bautista?. En realidad todos somos Juan en algún momento, pues al igual que él sabemos quién es Jesús, lo reconocemos como aquél que había de venir (el Cristo), y sin embargo ante la presión y los problemas de la vida, la duda y la inseguridad aparecen de repente. ¿Es este Jesús realmente el Mesías?, ¿será en verdad el Hijo de Dios? Queremos un Jesús que nos libre del sufrimiento, que haga desaparecer los problemas de nuestra realidad, que acabe con aquello o aquellos que se enfrentan a nosotros y nos oprimen. Queremos en definitiva un Jesús a la medida de nuestras necesidades terrenales, queremos que Él sea lo que nosotros queremos que sea, en función de nuestras prioridades. Y desorientados por la vida y sus dificultades, terminamos desesperados, nos enfadamos con Dios, queremos respuestas a nuestros problemas inmediatos, y damos la espalda a Jesús alejándonos de su presencia. Pero tengamos esto claro: lo que en realidad Jesús trae al mundo, es una lucha espiritual contra el pecado y su consecuencia más terrible: la muerte eterna. ¿Cómo identificar claramente entonces su Reino entre nosotros?. Las señales de éste Reino de Jesús aquí y ahora, son la proclamación del Evangelio del perdón de pecados, su espada es la Palabra de Dios, y la liberación que trae es la de las cadenas de la muerte y la condenación eternas. No esperemos pues solución inmediata a las dificultades de la vida, porque para esto Jesús nos promete consuelo y amor divino. Nosotros esperamos sin embargo algo mucho más importante: la solución al problema de la vida eterna junto a nuestro Creador, vida que Cristo ganó para nosotros con su muerte y resurrección.
El Bautista tuvo que pasar las puertas de la muerte, no sin antes haber escuchado cómo las promesas de Dios se cumplían en Jesús. Igualmente nosotros tendremos que vivir en esta vida afrontando dificultades, dolor y sufrimiento, pero con la alegría y la confianza de que en la consumación de este Reino de Cristo, seremos definitivamente liberados de todo dolor y sufrimiento, para vivir eternamente junto a Él. Como anticipo de ello, junto a Jesús los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos saltan; pues el pecado ha sido vencido por medio de la sangre de Cristo (Ef 1:7), y con ello hemos sido liberados de la esclavitud del mundo (Gal 4:3).
Juan era el profeta más grande, y sin embargo Jesús dice que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. ¿Cómo entender esta afirmación?, ¿quiénes son estos pequeños? Jesús nos lo aclara en su Palabra (Mt 18:1-5) cuando poniendo a un niño en medio dice: “cualquiera que se humille como éste niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (v4). Ésta es la clave y la llave de la vida eterna: la fe simple y sencilla como la de un niño. Una fe que confía sólidamente en Cristo, y que ante los problemas de la vida, se entrega con confianza a la providencia divina. La misma fe que nos ha sido dada por medio del Bautismo.
Conclusión
Por tanto hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (St. 5:7). Esperar la consumación del Reino, perseverar en la fe, afirmar el corazón (v8), tomando como ejemplo de aflicción y paciencia a los profetas (v10). Esta es la exhortación que nos hace el Apóstol Santiago en su epístola, para que el día de la consumación del Reino, podamos presentarnos ante Jesús con la humildad y la fe sencilla de un niño. Y cuando en esta vida las aflicciones hagan tambalearse nuestra fe, hagamos como Juan el Bautista, pongamos nuestras dudas ante Jesús y dejemos que Él nos dé Paz y luz para nuestra vida. Que Él calme todas nuestras inquietudes y miedos, y que el Espíritu Santo nos fortalezca en esta batalla espiritual diaria. Amén.
J. C. G.   Pastor de la IELE.


domingo, 5 de diciembre de 2010

2º Domingo de Adviento.

Escudriñad las Escrituras... ellas son las que dan testimonio de mí Juan 5:39a La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios Ro. 10:17

“Arrepentíos, el reino de Dios se ha acercado”

Textos del Día:

Primera Lección: Isaías 11:1-11

Segunda Lección: Romanos 15:4-13
El Evangelio: Mateo 3:1-11

Sermón

Un teólogo escribió algo así como que en el principio Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, pero cuando el hombre cayó en pecado fue el hombre quien comenzó a crearse a sus dioses según su imagen y semejanza.

Traigo esta idea porque tiene que ver con el Evangelio del día de hoy. En él nos encontramos una vez más con Juan el Bautista. Esta persona especial que nos introduce en el tiempo de adviento, con su peculiar ropa, comida y predicación. Esta última tan simple como su manera de vestir y comer. Veamos el resumen de la predicación de este hombre tan particular: “arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.

Arrepentíos: comúnmente se piensa en el arrepentimiento solo como un sentimiento o pena por haber sido descubierto haciendo algo malo. El problema radica generalmente en ser descubierto y no en si lo que se hace está mal. Pero en la Biblia el sentido de arrepentimiento tiene que ver con “cambio de mente” no solo con sentimientos. En este sentido arrepentirse es pasar de pensar que algo era bueno a ver que en la Palabra de Dios no lo es, más allá de haber sido descubierto o no. También la Biblia nos habla de que el verdadero arrepentimiento, no solo nos deja con la sensación de que hemos hecho algo mal, sino que va los pies de Dios para pedir y recibir el perdón por ello.

Cuando Juan el Bautista llama a las personas a arrepentirse de sus pecados, concretamente las llama a arrepentirse de sus conceptos erróneos sobre si mismos, el bien y el mal y en especial sobre Dios y sus obras.

La necesidad de esta predicación es vital para la llegada de Jesús. Porque si las personas tienen una idea equivocada de quién es el Salvador y qué cosas hará para redimir a la humanidad, nadie se dará cuenta de la necesidad de su llegada y su obrar. Es por esto que Juan predica sobre la verdadera naturaleza del pecado, la necesidad de un salvador y apunta a Jesús y su obra.

Un claro ejemplo de esto son los dos grupos que se reúnen en torno a Juan en el desierto. Los fariseos y saduceos. Cada uno tiene su propia idea de Dios, del Mesías y de cómo este los hará llegar al cielo. Los fariseos, creen que son salvos por guardar la ley mosaica y todos los preceptos que han generado a lo largo de los años. Para ellos el Mesías, el Salvador, será uno que les enseñe y conduzca por nuevas leyes, los eleve en el modelo de santidad y hará de su moralidad una manera superior de vivir. Los saduceos por otro lado, son escépticos en cuanto a la vida luego de la muerte. Niegan la resurrección de los muertos. Ellos pretenden y anhelan que su Mesías haga la vida de este mundo mucho mejor. Que los libere de sus preocupaciones y agobios, ya que esto es lo que hay.

Lo curioso es que ambos grupos compartían la creencia común de que Dios los ama solo por el hecho de ser descendientes de Abraham.

Uno puede decir que está bien que cada uno crea lo que quiera, mientras no le haga mal a nadie. Pero Juan nos invita a pensar que creer cualquier cosa con respecto a Dios, al primero que le hace mal es a uno mismo. Porque creer cualquier cosa que se nos ocurra nos aleja de la verdadera fe, del verdadero Cristo, de la verdadera salvación y nos hace caminar por caminos ilusorios. Es así que los fariseos están en busca de un Mesías que enseñe una salvación por obras, acatando la ley. Por esto no seguirán a un Jesús que predique que nadie puede salvarse por su propia justicia, que nadie puede ser salvo por lo que haga y que nadie puede cumplir con la ley de Dios. Los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos, no iban a seguir a alguien que termine colgado en la cruz, luego de ser castigado por los romanos. Debido a que están buscando un dios y salvador que se ajuste a sus pensamientos, nunca podrán encontrar a Jesús a menos que alguien los prepare para ello. Esta es la obra de Juan el Bautista.

Es curioso como Juan aplica la ley a estas personas los llama ¡Raza de víboras! Es duro tener un mote así, pero necesario para indicarles que los caminos que han tomado, solo conducen a la destrucción. Es un golpe muy fuerte para mostrarles que sus ideas preconcebidas sobre el Mesías, lo único que hacen es alejarlos de la salvación. Junto con el arrepentimiento de sus pecados diarios, deben arrepentirse, “cambiar sus ideas” y expectativas sobre Jesús. Él no salvará según las obras de cada uno. Él no trabajará para hacerles la vida más fácil, tampoco salvará de acuerdo a la ascendencia de cada persona. Tienen que cambiar el discurso interno que los lleva a pensar que “el Mesías nos salvará por lo que somos y hacemos”. Adoptar y creer que el Mesías los salvará por quién es Él y por lo que Él ha hecho. Este es el fruto adecuado de arrepentimiento del que habla Juan. Creer y confesar que Jesús salva a las personas únicamente por su gracia.

A esto nos lleva la segunda parte del sermón de Juan: “El reino de los cielos se ha acercado”. A esta parte muchos la usan como una amenaza. Cuando llegue el reino de los cielos, si no te has arrepentidos consumirá el fuego eterno. Pero Juan no la utiliza para inculcar miedo y terror, sino que para él y sus oyentes es una gran noticia. El Rey está a punto de llegar. Los pasajes siguientes del Evangelio muestran esa llegada. Jesús viniendo a Juan para ser bautizado. Cuando este Rey llega Juan se pone a gritar a los cuatro vientos: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

De este modo, con la Ley y el Evangelio, Juan prepara la venida del salvador y cuando llega conduce todas las miradas y expectativas de salvación a Jesús.

Dios por medio de sus profetas y palabras expresa a la humanidad de que Él no va a cambiar para adaptarse a la mente e ideas de las personas. Llamará siempre a que cambien su manera de pensar sobre Él, que confíen en sus obras. Porque vendrá el tiempo en que los que no crean serán echados como la paja, al fuego que no se termina, y los que crean serán apartados como el trigo, a estar siempre en su presencia. Pero ese momento aún no ha llegado. Ese momento vendrá cuando menos se lo espere. Pero aún no. Ahora es el tiempo en que llega la misericordia de la cruz. Ahora es el tiempo en que los pecadores arrepentidos pueden disfrutar de su redención por medio de la fe en la obra de Cristo. Este es el tiempo de Adviento, dónde los que esperan ser parte de la cosecha eterna se arrepienten y viven el perdón de Dios.

Hoy en día como cristianos necesitamos vivir y proclamar este mensaje.

Arrepentíos: Es necesario que te deshagas de todas aquellas ideas preconcebidas de lo que crees que Jesús debe ser. Conténtate con la confianza que te da lo que Él ya es, en lo que te dice en la Biblia que ha hecho por ti, por mí y por aquellos que te rodean. Esto es lo que Jesús es: “Jesucristo, es el único Hijo de Dios, nuestro Señor; que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de la virgen María, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y desde allí vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muertos”. Cualquier cosa que se aparte de esto es una añadidura de tu imaginación.

Cualquier deseo que vaya más allá de este credo es ilusión.

Creer a nuestra manera es una de las tentaciones más grandes que tenemos los cristianos. Desear que Jesús sea un salvador distinto al que es. Muchos de nuestros deseos tratarán de cambiar a Jesús de acuerdo a nuestro gusto y placer, de limitar al Hijo de Dios en la obra que ha hecho, de disminuir lo que realmente es.

Allí aflorará nuestro fariseo diciendo: “Yo soy salvo, en mayor o menor medida, por lo que hago o por lo que soy”. Dios me mira y ve algo bueno en mí, quizá mi trabajo, esfuerzo o intenciones.

Quizá mis sentimiento o anhelos de bonanza para todo el mundo. El problema de esta postura es que en el fondo se está afirmando que Jesús no ha hecho todo lo necesario para salvarte por medio de su muerte y resurrección. Que tienes que ayudar a esa salvación haciendo cosas de tu parte para completar lo que Jesús no pudo hacer. Este deseo y creencia de ser parte de la salvación de tu vida, en definitiva quita a Jesús su Gloria y te exalta y coloca a la par de Dios.

Esto se contradice con lo que las escrituras dicen al respecto de la salvación. La salvación solo se da solo por la gracia de Dios (Efesios 2:8-9). Si persistes en creer en tus obras como medio de salvación, lo que harás es perderte al verdadero salvador.

Por otro lado cometemos el error de confiar en que cada vez que estamos en apuros recurrimos a Dios en oración y pedimos por nuestro bienestar o el de los que nos rodean y esto es señal de que tenemos fe en algo. Ten cuidado, porque allí es donde puede surgir nuestro saduceo interior. Este nos dirá que clamemos a Dios porque lo único que necesitamos de Él es una ayuda para sobrellevar esta vida. Esto nos llevará a clamar para que Dios te saque de un atasco financiero, un problema de salud, conflictos familiares o crisis laboral. Este saduceo interior solo le interesa lo que Jesús puede darle para esta vida, solo le interesa buscar la prosperidad economía, estar libre de problemas y sufrir lo menos posible. No tiene interés de conocer las verdaderas promesas de Dios para su vida. Los temas como juicio final, resurrección de los muertos, infierno o vida eterna no interesan. Solo se quiere un Salvador que dé resultados aquí y ahora. Pero este saduceo interior se retuerce cuando oye a Jesús hablar sobre la persecución que tendrá la Iglesia de Cristo y cuando Dios dice que disciplina a sus hijos y que utiliza sus debilidades para fortalecer la fe de ellos.

Esos pensamientos de fariseos y saduceos quieren permanecer en nosotros, quieren que nos mantengamos en nuestros pecados. Es más nos tientan a que creamos que Jesús es tan bondadoso y amoroso que podemos mantenernos en nuestros pecados favoritos, porque a pesar de todo Él nos lo perdonará. Hacen que dejemos de pensar en ellos como pecados, nos hacen dependientes de ellos y que nos guste realizarlos. Pero este no es el Jesús que las escrituras proclaman. Jesús ha muerto por todos nuestros pecados en la cruz. Murió para liberarnos de todos nuestros pecados, de todos y no solo de algunos. Jesús vino y viene a traernos perdón y vida eterna. Arrepiéntete ahora que hay tiempo. Porque el reino de los cielos se ha acercado.

En un par de semanas celebraremos la Navidad. La maravilla de “Emanuel”, Dios con nosotros.

En los pueblos y ciudades ya hay miles de belenes, mostrando al niño Dios en los brazos de María, su madre. El Rey nacido en Belén, junto a los pastores y coros de ángeles es una imagen muy alentadora para nuestros tiempos. Porque ese Rey está tan cerca de ti como lo ha estado de María y de quienes presenciaron este sublime acto, el día de su nacimiento. Él se hace presente una y otra vez en tu vida por medio de su Palabra y Sacramentos. Se hace presente cuando lees u oyes su Palabra, cuando participas del verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo en el pan y el vino. Esta presencia te anuncia que el Reino de Dios se acerca a ti, que aún no viene con establecer el fin de los tiempos. Por ahora se hace presente para perdonar pecados, fortalecer la fe y prepararte para la vida eterna.

Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acerado. El Rey está aquí para perdonar tus pecados. Él declara que ha muerto por todos tus pecados. Por los graves y por aquellos cotidianos de los cuales caes preso continuamente. Te dice: He muerto por el pecado de crearte un dios a tu imagen y semejanza para que puedas tener en tu mente y corazón al verdadero Dios que te ha creado a su imagen y semejanza. Para que creas en lo que realmente soy y he hecho por ti en la cruz. He muerto y resucitado para que tengas garantías de tu perdón y vida eterna. He dado mi vida para que no busques en mi algo que no soy, ni busques menos de lo que quiero darte.

Porque soy Jesucristo, el Hijo de Dios, que ha dado su vida por ti para perdonarte de todos tus pecados. Porque soy el que soy, te prometo que te levantaré de entre los muertos para la vida eterna.

Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado. El catecismo dice que el arrepentimiento es dolor por nuestros pecados y confianza en el Salvador. Es el dolor por nuestros pecados, incluyendo nuestros deseos de que Jesús se adapte a nuestros deseos, caprichos y conceptos, y es confianza en el Salvador por ser quien es. Es el que te ha redimido de la muerte, que te dio nueva vida en tu bautismo. El te declara ahora: arrepiéntete, ahora que estoy cerca, porque he venido a ti para perdonarte todos tus pecados. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.