“Jesús, el Hijo de Dios que vence a la muerte”
- La losa de la muerte ha sido quitada por Cristo
Sermones y otros documentos de la Iglesia Evangélica Luterana de España
Cristo es la resurrección y la vida
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Ezequiel 37.1-3 (4-10) 11-14
Segunda Lección: Romanos 8.11-19
El Evangelio: San Juan 11.1-53 o 11.47-53
Sermón
La desesperanza, falta de ilusión, la desconfianza, la ausencia de proyectos e impulso, la falta de fe son síntomas muy negativos que pueden afectar a todo un pueblo y envolvernos en una vorágine destructiva. Nuestro proyecto de bienestar puede fracasar, y las promesas de cambio y ayuda pueden desvanecerse. Nos viene el bajón y si ya no tenemos fuerzas que nos hagan salir de esa situación, nos abatimos y secamos por dentro. Ya no creemos que nuestra situación va a cambiar. Quedamos propensos a la depresión o al indiferentismo. Ya nada nos importa ni motiva más que el seguir un día más. Por la creciente situación mundial de crisis, paro, guerras, catástrofes, violencia, pérdida de valores, migración, etc. muchos están viviendo estos síntomas. La falta de confianza y esperanza es un enemigo poderoso que puede arruinarnos para siempre. Deseamos volver a una situación mejor, pero no llega ¿Te has sentido desfallecer alguna vez?
El valle de los huesos secos
Un pueblo que pierde la esperanza y está sin ánimos, incluso cuando aún respira, es un pueblo que está con un pie en el sepulcro, muerto por dentro, vacío, seco. Por él ya no brotan los ríos frescos de esperanza e ilusión por un proyecto que lo motive a seguir adelante y lo mantenga vivo interiormente. Esto es lo que nos dice el profeta Ezequiel que le pasaba al Pueblo de Israel. Habían perdido ya la esperanza de regresar del exilio al que estaba sometido en Babilonia. Para ellos regresar a Israel significaba volver a la vida. Ellos habían creído en la promesa del Dios que les decía que estaban “a punto de volver” Ez. 6:8. Sin embargo el pueblo entró en tal pánico y desesperación que le resultaba difícil ya confiar y esperar con ilusión y fe en aquellas promesas y por ello declaran “se han perdido nuestras esperanzas y estamos cortados del todo” Ez. 37:11
Ver a un pueblo seco, vacío, deshidratado, abrazado por el implacable calor de la desesperanza es una imagen trágica y desoladora. La vida huye de ahí y se impone la muerte que arrasa con todo a su paso. Esta imagen dista mucho de aquello que nos dijo Jesús “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" Juan 7:38. Tristemente esta sequía ocurre en el interior de muchas personas, incluidos nosotros que podemos atravesar momentos de sequía interior. Pero también le sucede a la iglesia, el pueblo de Dios. Ella puede perder de vistas las promesas de Cristo, desorientarse y perderse en el sinsentido y la desesperación. Puede perder el rumbo, su ilusión y esperanza. Por eso nada mejor que hidratarse con las promesas de Cristo, con la seguridad de su presencia y la confianza en su poder para hacer posible lo que nos promete aún cuando de momento no lo veamos. Una iglesia que no lee, oye, estudia y se nutre constantemente de la Palabra de Dios es una iglesia que no podrá escuchar la voz del Señor que le infunde confianza y la guía cuando atraviesa momentos difíciles, como pueden ser los valles de sombra y muerte que describió David en el Salmo 23. Sin Palabra y sin Sacramentos, la desesperación está garantizada, porque por muy pueblo de Dios que te llames o por muy hijo de Dios que te consideres, si no llega el agua, pronto llega la sequía. Nuestra vida de fe debe ser fortalecida en el perdón y las promesas de Cristo, en quien tenemos vida.
¿Pueden revivir los huesos secos?
A esto deberíamos responder que no, pero ante esta misma pregunta hecha por Dios, Ezequiel dijo: “Señor, tu lo sabes”. Ezequiel sabiamente puso en manos de Dios el asunto ya que quien había formado a ese pueblo, también tenía poder para reanimarlo. Y he aquí la buena noticia del Evangelio: Dios quiere revivir, reanimar, resucitar a su pueblo de aquel cementerio de huesos en el que se ha metido. Dios quiere reanimarte a ti que estás desesperado, desilusionado por las circunstancias que sean. A ti que te sientes sin motivaciones, sin ganas, sin ilusión, sin fe, ni esperanza. Esta es la Buena Noticia. Dios tiene poder para sacarte de ahí y darte vida.
Dios no deja a su pueblo en la sepultura, Dios no deja a sus hijos en la muerte. Dios atiende nuestro caso. Él es un Dios vivo y poderoso, y actúa enviando profetas que anuncien su Palabra, por medio de la cual da vida por medio de su Espíritu Santo. El profeta Ezequiel experimentó el poder del ministerio de la proclamación de la Palabra. Dios le envió a hablar y los huesos secos revivieron. El pueblo de Dios se revitalizó y el Espíritu los vivificó. Ahí está la clave, ahí radica nuestra vida ¡Fortalezcámonos en su Palabra y Sacramentos!
Resurrección de lázaro: Cristo nos da seguridad y Confianza sobre la muerte
Otra vez encontramos, como en el caso del ciego de nacimiento en el evangelio del 3º domingo de Cuaresma, a Jesús diciendo que la situación a la que se enfrenta tiene un propósito que va más allá de la misma enfermedad y posible muerte de Lázaro. Ésta sería una oportunidad para que el Hijo de Dios sea glorificado. Tal es así que Jesús no llega hasta que su amigo está muerto. La resurrección de Lázaro tiene un objetivo concreto y no sienta precedente, es decir que a partir de Lázaro no todos resucitan tras su muerte, sino que esperamos al día final.
En la resurrección de Lázaro encontramos un ejemplo del poder de Cristo antes de ir Él mismo hacia su muerte. Con este acto nos deja evidencia de su poder para que creamos y confiemos plenamente en Él y su promesa de resurrección. Marta dice que sabe que en el día final resucitarán los muertos, y nosotros también lo sabemos, pero en ocasiones necesitamos muestras de ese poder, queremos verlo con nuestros propios ojos como Tomás. Sabemos que sucederá algún día, sí, pero ¿ahora qué? Por ello Cristo amorosamente nos atiende aún cuando nuestra necesidad manifieste una fe débil. Y para que todos vean y reconozcan su gloria y poder y nos quede testimonio a nosotros de que eso sucedió y sucederá también con nosotros, resucita a Lázaro.
Lo que nosotros no podemos controlar nos aterra y desconcierta. La muerte no es algo que dominamos. Ella se impone y se acabó todo para nosotros. Es un enemigo que acaba con nuestras vidas y contra el cual no podemos luchar. Sin embargo Dios sí que controla la muerte y está por encima de ella. El objetivo de la resurrección de Lázaro era que veamos en que buenas manos estamos. ¡Cristo tiene poder para resucitar a los muertos así como Él mismo lo ha hecho después de su pasión y muerte! Es un mensaje de victoria. Si el enemigo más poderoso que tenemos está vencido y en la fe en la obra de Cristo nuestra resurrección y vida eterna está asegurada ¿a que hemos de temer en este mundo? ¿Qué podrá amedrentarnos? Cristo hoy nos confronta a su promesa “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá… ¿Crees esto?” ¿Qué respondes tú?
Vivificados por el Espíritu
Para quienes degustamos la vida y nos gusta, la muerte supone un contrapunto difícil de entender, aceptar y preferimos evitarla. La muerte es un enemigo implacable. Se presenta y acaba con nosotros, nos exprime la vida, nos deja “secos”. Ella puede dejar abatidos a mucho que transitan por este mundo sin esperanza, entregados al catastrofismo de la nada, del no sé que será de mí, del sin sentido. La muerte puede generar miedo o una vida distendida y entregada simplemente a los placeres terrenales ya que como reza el dicho “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Según la doctrina que tengamos de la muerte, así será nuestra vida y esperanzas en ella. Por eso Pablo se encarga de predicarnos la Palabra de Dios a fin de que como cristianos no desmayemos, y olvidemos la promesa, sino con ella en mente andemos con fe, ilusión y esperanza. Porque aquel mismo Espíritu Santo que volvió a la vida a aquellos huesos secos, y que hizo posible la resurrección de Jesucristo, es el mismo Espíritu vive en nosotros y hace que nuestras vidas tengan vida en abundancia. Somos hijos de Dios y herederos de la vida eterna. Correremos la misma suerte que Cristo. Padeceremos el signo de la cruz con problemas, dificultades, persecuciones, difamaciones, etc., y al final nos llegará la muerte también. Pero tras ella vendrá la resurrección y una vida nueva y plena en la presencia de Cristo quien nos ha redimido.
La resurrección de Cristo es de vital importancia para el ser humano y trae una visión totalmente distinta y esperanzadora. Nos muestra una alternativa divina a nuestra trágica condición humana. Un pueblo que pierde de vista la muerte y la resurrección de Cristo es un pueblo que se seca, por más apariencia de vida que pueda mostrar. Es un pueblo con medio pie en el sepulcro. Son huesos secos que pululan sin saber para qué ni hacia dónde. Pero Gracias al amor y la misericordia de Dios, la humanidad toda ha sido objeto de su atención y por ello así como envió a Ezequiel, envió a Cristo y este a sus discípulos y así como Pablo asumió su lugar y tarea en este mundo, nosotros hoy también tenemos una misión, una razón de ser como cristianos y como iglesia y es nada más y nada menos que proclamar la poderosa palabra de Dios a fin de que él Espíritu Santo, como lo viene haciendo a lo largo de la historia, también de vida y resucite a muchos en estas generaciones.
CONCLUSIÓN
En Cristo hay vida y vida en abundancia. Como cristianos no podemos dejar de nutrir nuestra fe y esperanza con la Palabra y los Sacramentos, pues nos secaremos poco a poco. Allí hay perdón de pecado y vida eterna. Ellos son medios y señales vivas dónde de la presencia y cuidado de Dios. Proclamémoslo siempre. Amén.
Pastor Walter Daniel Ralli
Dios rompe las leyes de nuestra naturaleza
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Oseas 5.14-6.2
Segunda Lección: Romanos 8.1-10
El Evangelio: Mateo 20.17-28
Sermón
Hay leyes que se pueden romper y otras que no puedes infringir. Por ejemplo, no debe, pero puede romper el nuevo límite de velocidad. Puede no cumplir la ley del cinturón de seguridad, incluso, si se lo propone, puede estacionar donde no está permitido, pero no puede romper las leyes de la naturaleza, y no importa cuánto se esfuerce en ello. No puede caminar sobre el agua. Se ha logrado extender la longevidad de las personas, pero todavía no se ha descubierto la manera de derrotar a la “ley de la muerte”. El hombre todavía no ha encontrado la manera de romper con la ley de la gravedad.
Dios, por supuesto, no tiene ningún tipo de problemas con estas leyes. En la Biblia se nos relata como Dios rompió algunas leyes de la naturaleza cuando hizo que el sol se detuviera (Josué 10:12-14). Jesús también rompió una serie de leyes de la naturaleza, como por ejemplo cuando caminó sobre el mar de Galilea. En su resurrección de entre los muertos, fue contra la ley de la vida y la muerte y seguramente se rompió la ley de gravedad cuando ascendió al cielo.
En la lectura de la carta a los Romanos, Dios rompe con algunas “leyes de la naturaleza”. Rompe dos leyes que parecen inmutables, inalterables e inquebrantables. Leyes que para nosotros son imposibles de romper pero para Dios no.
La ley natural del pecado y la muerte:
Si hay algo que nos une a los humanos, es que tanto los sabios como a necios, ricos y pobres, del norte o del sur, tenemos el 100% de probabilidades de morir. No creo que podamos vencer estas probabilidades. De hecho, nadie cree que no va a morir. Todo el mundo entiende que es una parte natural de la vida. La muerte es sólo una ley de la naturaleza. Aunque en realidad la muerte no estaba contemplada en el plan original de Dios. La idea de Dios fue que la tasa de mortalidad fuera del 0%. Pero el pecado entró en el mundo y con él la muerte. Es por eso que Pablo menciona la “ley del pecado y la muerte”. El pecado y la muerte son inseparables. Pablo describe exactamente la forma en que están vinculados al escribir a principios de Romanos, “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El pecado es la causa, y la muerte es el efecto. En otra parte de Romanos pone “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).Así como hay una ley natural, que hace que al soltar una patata se caiga al suelo, también hay una ley de Dios que dice que aquellos que han pecado deben recibir la muerte. Pero no sólo estamos hablando de la muerte física sino que aquí también estamos hablando de la ley que declara la muerte del alma, de la muerte eterna.
Estamos sujetos a la ley del pecado y la muerte. Porque el pecado está en tu vida y en la mía somos culpables ante Dios. Estamos vinculados al pecado y también a la muerte. Esto se ha convertido en una ley de la naturaleza para nosotros, que simplemente no podemos romper. No podemos quitar nuestros pecados y por lo tanto no podemos quitar la muerte, física o eterna de nuestras vidas. No podemos escapar de la condena que nos espera.
De acuerdo con la ley del pecado y la muerte, nos espera una condena por cumplir. Sin embargo, Pablo comienza la lectura, “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. ¿Qué condena nos espera? Pablo dice: “No hay condena...” Eso suena como si Dios hubiese roto una de las leyes de la naturaleza del pecado y la muerte. Dios nos exige la perfección. Es evidente que no hemos sido perfectos. Él dice que la paga del pecado es la muerte y la condena eterna. Sin embargo, nos asegura que no hay condenación para nosotros. ¿Cómo puede ser eso?
A pesar de romper una ley natural, Dios no ha comprometido su santidad o su justicia. Pablo escribe: “lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”. La paga del pecado sigue siendo la muerte. Pero, como se nos recuerda en esta Cuaresma, Dios pagó el precio del rescate con la vida de Jesús. Pablo dice que mediante el envío de su Hijo como sacrificio por el pecado, Dios condenó al pecado en el hombre pecador. Dios no cambió su justicia. La condena no cayó sobre nosotros, sino en Jesús.
La ley de la condena no ha cambiado. Tampoco lo hicieron las demandas de Dios a la santidad. La ley fue impotente para lograr nuestra santidad debido a la debilidad de nuestra naturaleza pecaminosa. Jesús nos da su santidad, Él guardó la ley perfectamente y fue castigado en nuestro lugar.
La ley del pecado y la muerte dicen que debemos ser condenados, pero Pablo escribe: “No estamos bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14). La antigua ley era una ley de pecado y muerte, pero la gracia, del Espíritu da vida, la fe en Jesús, obrada por el Espíritu Santo, dice que para aquellos que están en Cristo Jesús, para los que creen en él, no hay condenación.
Dios rompe la ley de la mente pecadora. Seguramente sabes lo difícil que es cambiar la forma de pensar de algunas personas ¿no? Algunas personas creen que sus ideas son prácticamente leyes inamovibles, que no hay manera de cambiarlas. De hecho, es como si fueran incapaces de pensar de otra manera. Tú y yo somos así.
Nuestra mente no quiere sujetarse a la manera de pensar de Dios, sino que quiere inventar su propio camino, sus propias ideas al respecto de Dios y de cómo establecer una buena relación con Él. Por naturaleza somos incapaces de hacer otra cosa que no sea contradecir a Dios.
Pablo nos describe cuando escribe “los que son de la carne piensan en las cosas de la carne… Porque el ocuparse de la carne es muerte…”. Allí nos damos cuenta de que ha habido momentos en los que nuestra naturaleza pecaminosa nos gobernó, cuando fue una “ley” para nosotros que nos llevó a querer agradar a Dios con nuestras propia ideas corruptas. Sin embargo, Pablo escribe: “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.”
La buena noticia es que no estamos gobernados por nuestra naturaleza pecaminosa. Esa ley natural, que siempre nos trae pensamientos pecaminosos y nos hace vivir en pecado, la ha roto la presencia del Espíritu Santo. Tan cierto como Dios el Padre envió a su Hijo a romper la ley del pecado y la muerte, es que el Espíritu Santo obra en nuestros corazones y mentes y rompe la ley de la naturaleza pecaminosa. Es como si Dios hubiese realizado un trasplante de cerebro o personalidad en nosotros o un trasplante de actitud.
Después de ver lo que Dios ha hecho por nosotros, después de ver cómo ha roto la ley del pecado y la muerte y la sustituyó por la santidad, la justicia y la vida de Cristo, después de escuchar ese mensaje, después que Dios genera la fe, nuestra mente cambia.
¿Qué tan completa es la transformación que ha tenido lugar? Se puede ver en la palabra “ocuparse” que implica “poner el corazón en algo”. Esto indica un cambio completo, no sólo en las acciones, sino también en voluntad y en mente.
Ahora puedes ver las cosas de otra manera y vivir según “el Espíritu de Dios”. Vemos la riqueza de la vida no como algo con que alimentar los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, sino como algo con que alimentar los deseos del Espíritu de Dios que vive en nosotros. Nuestros deseos seguirán siendo hostiles a Dios, incluso negándose a someterse a Dios. Pero debido a que confiamos en que Dios ha roto la ley del pecado y la muerte, nuestro deleite está en servir a Dios y a nuestro prójimo.
Ahora vemos de manera diferente la Palabra de Dios. Considerando que la intención de nuestra carne es la de evitar en lo posible obedecer a Dios, ahora a medida que “somos controlados por el Espíritu” queremos más y más que el Espíritu trabaje en nosotros a través de su Palabra e invertimos más y más tiempo con la Palabra, ya sea en la iglesia o en nuestras casas. Al vivir nuestra fe nuestras vidas parecen estar violando las leyes de la naturaleza.
Conclusión. Existen algunas leyes que simplemente no podemos romper, como la ley de la gravedad. Tampoco podemos romper la ley del pecado y la muerte. Pero Dios en su amor por todos y cada uno de nosotros la ha roto medio del sacrificio de Cristo. Este Sacrificio nos llega por medio del Bautismo, la Palabra y la Cena del Señor. Allí Dios nos dice “no temas tus pecados te son perdonados por la pasión, muerte y resurrección de Jesús”. Dios nos concede su Espíritu Santo, para que podamos alabarlo por romper la ley del pecado y la muerte. En Dios vivimos con una mente “controlada por el Espíritu”, una mente de “vida y la paz”.
Atte. Pastor Gustavo Lavia