No es simplemente la vuelta a la Biblia lo que hace que la Reforma del s. XVI sea un acontecimiento importante y decisivo en la Historia de la Iglesia. Más bien, la verdadera naturaleza de la Reforma debe buscarse en el modo particular y específico de volver a la Escritura. La Reforma Luterana tal como se ve a sí misma, es radicalmente diferente a los demás intentos de reforma que la iglesia cristiana ha emprendido a través de los siglos y que han acabado fracasando estrepitosamente. La Iglesia Cristiana ha intentado reformarse “conforme a la Palabra de Dios” en muchas ocasiones; además, con mucha frecuencia, se han extraído normas de la Escritura con la finalidad de dirigir y organizar la iglesia; regular la vida de las parroquias y de sus miembros con la convicción de que era voluntad de Dios que las cosas se hicieran de acuerdo con esas normas… La Reforma Luterana no tiene nada que ver con todos esos intentos de reforma, por bienintencionados que sean, puesto que la Reforma Luterana es simplemente un re-descubrimiento del EVANGELIO, las Buenas Nuevas. La Reforma ocupa un lugar importante en la historia de la iglesia porque por medio de ella se llegó a una comprensión del Evangelio como nunca antes se había alcanzado desde la primera época del cristianismo.La iglesia , desde los días de Agustín de Hipona, había estado intentando entender el significado del artículo del Credo que se refiere al Hijo de Dios “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo… y fue crucificado también por nosotros…” Lutero re-encontró la respuesta a esa pregunta. Su respuesta aclaraba lo que es la esencia del EVANGELIO y su verdadero significado como mensaje de salvación.La respuesta de Lutero es la doctrina de la Justificación tal como él la proclama. La Iglesia Luterana confiesa que esta doctrina es la correcta exposición de lo que la Escritura enseña sobre cómo el ser humano puede apropiarse de la salvación. El re-descubrimiento de la doctrina bíblica de la justificación del pecador, por gracia sola, por medio de la fe sola, no es ni más ni menos que el re-descubrimiento del EVANGELIO. Porque si esta verdad se olvida, el Evangelio acaba siendo un sistema moral o una teoría más de metafísica religiosa. Este re-descubrimiento es lo que de verdad constituye la Reforma de la Iglesia y pone en el candelero la verdad por medio de la cual la iglesia vive.La iglesia de Jesús no vive de moralinas o del conocimiento y observancia de la Ley de Dios, tampoco vive de la religiosidad, ni de la experiencia religiosa ni del conocimiento de los misterios de Dios. La iglesia cristiana vive exclusivamente del perdón de los pecados obtenido por el Señor Jesús. Por este motivo, reformar la iglesia no consiste, como se creía en la Baja edad Media y como se cree en muchos ambientes protestantes y católicos, en un correctivo ético-religioso, en un avivamiento moral o en una profundización espiritual de la iglesia. Más bien la Reforma consiste en una reactivación de la proclamación de la Buena Nueva del perdón de los pecados por causa del Salvador. Es por tanto natural que esta predicación del Evangelio revitalizara la vida de los cristianos y renovara las formas eclesiales externas. No obstante, todas estas cosas no son nada más que consecuencias. Lo que el mundo conoció y aún hoy conoce como Reforma de la Iglesia no es nada más que el fruto de la auténtica Reforma, es decir, el fruto del re-descubrimiento de la pura doctrina del EVANGELIO. Es también más que evidente que la iglesia que acababa de renovar su conocimiento del Evangelio del perdón de los pecados no podía por menos que prestar más atención y observar la Ley de Dios con renovado fervor. Tomado del libro “HERE I STAND” escrito por Hermann Sasse, teólogo y pastor luterano confesante alemán.
Carta abierta.
CARTA ABIERTA
Así como he escrito una “carta abierta” cuando mi hija Manuela llegó a este mundo, así también deseo escribir una para aquel hijo/a que tuve aunque nunca vio la luz de esta faz.
Sevilla 15-07-08
Al hijo que una vez tuve y al cual nunca vi.
Una vez tuve un hijo del que solo sé que existió y al que nunca llegué a conocer cara a cara. Tres meses fueron los que convivimos en este mundo y lo único que se interponía para vernos eran aquellos tiernos tejidos que le proporcionaba su madre y que constituían su dulce hogar.
Saber que alguien existe aunque no lo veamos es una sensación extraña que se asemeja a la fe en Jesús.
Con mi niño creamos un vínculo, establecimos una relación, dialogábamos el lenguaje del amor, pero nunca llegamos a mirarnos a los ojos.
Morir a los tres meses de vida, incluso sin haber nacido, no es parte de la expectativa de vida que manejamos. Aún más, algunos “eruditos del ser” ni siquiera lo consideran vida por lo que prestos corren a quitar la “célula” o “grano” a aquellas madres que, desconcertadas por tan sublime saber, justifican su extirpación.
Pero ¿quién me puede discutir a mí o negarme la vida de mi hijo? ¿Dónde está el valiente que se atreve enfrentar a este padre con tan elocuentes saber? Tened cuidado con lo que decís y medid vuestras palabras para con migo pues mis garras están afiladas, mis alas desplegadas y mi alma desgarrada como las del ave al que le arrancan del nido su cría sin que ella signifique más que un juego o un trabajo rutinario para el captor, y sin reparar en que para el ave es su más anhelado pichón.
Al hijo que tuve y nunca vi.
Sé que no has sido el primero, y sé también que no serás el último en morir sin haber nacido, sin embargo tu vida, aunque fugaz, no ha de perderse en la generalidad de la estadística.
Te recordaremos, y aunque no te hayamos visto jamás, sabemos y somos testigos de tu existencia, que aunque breve, fue intensa y llenó de amor e ilusión un período importante de nuestras vidas. Tu vida no pasará desapercibida para diluirse en el viento del anonimato. Jamás podré ser indiferente a tu ser.
Siempre creí y me aferre cual naufrago a su madero en aquella porción bíblica que reza así: “Todas las cosas sirven para el bien de los que aman a Dios” Ro. 8:28.
Mi inevitable pregunta es ¿Qué bien hay en que un hijo de tres meses al que no conocí haya muerto? Y aunque sinceramente no encuentro en este instante el bien para mí, lo busco. Pues sé que lo hay. Confío en que lo hay. Aunque no lo veo, lo creo. Tengo una certeza absoluta, una convicción irracional. Del bien para el niño me lo puedo imaginar. Pasar del placentero aposento del vientre de su madre a la inigualable morada del Padre celestial… No hay más que decir.
Pero de mí ¿Qué hay de mí? En un arrebato de egoísmo pienso en que yo no lo tengo. No poseo aquello que pretendía fuese mío. Y si bien sé que la vida no me pertenece, y menos la ajena, sino que sólo Dios es el autor y dueño de tan preciado bien, en el fondo me creo con el derecho de poseerla. Y aunque sé que está mejor allí que aquí, mi Yo aún necesita escarmentar.
Necesita apropiarse nuevamente la lección de que la vida y la muerte no están en mis manos. Necesita postrarse en humildad y rendirse ante los impotentes límites que demarcan mi finura y dar una vez más el lugar que solo a Dios le corresponde.
Necesito descender aún más los escalones del trono todopoderoso que nos creamos y al que nos subimos con tanta rapidez. Siempre hay más para bajar. Siempre hay más. Y cuando creo que ya he bajado lo suficiente, y mi necedad enceguece mi visión, una luz se enciende y me muestra que la escalera es interminable.
Ahora lo veo. Puede que ese sea mi bien. Necesito aprender más y más sobre la vida y más y más sobre el autor y dueño de la vida. Necesito una vez más caer rendido a sus pies y someterme a él y su voluntad infinita. A veces nos confiamos demasiado en nosotros mismos.
Pero ¿Quién soy yo? ¿Quién es esta larva para cuestionar nada o querer nada, si todo lo que tengo me es dado como un regalo? Si en verdad mi propia vida es un regalo de Dios y yo mismo he venido desnudo a este mundo y desnudo me marcharé. Si yo también partiré sin más bienes que el alma que Dios me ha querido conceder y que él mismo ha tenido que venir a salvar debido a mi propia negligencia, miseria e incapacidad. Si yo mismo no fui dueño de mí nacer ni seré dueño de mí morir. Si solo por gracia divina estoy aquí, y por la misma gracia viviré eternamente junto a Dios.
Sé que no somos los únicos a los que se les ha muerto un hijo sin haberlo visto, sé que hay probabilidades de que esto suceda, como tantas probabilidades puede haber de que tan variadas cosas acontezcan en este mundo. Sé que somos jóvenes y que pueden venir otros hijos.
Sé que la “naturaleza”, como algunos intentan definir y dar vida a no sé qué extraño y poderoso ente, es sabia. Pero también sé que hubo un ser, que existió, el cual era mi hijo, y al que nunca vi.
Al hijo que tuve y nunca vi
Exististe brevemente como humano, para existir eternamente en la presencia de tu Creador. Fue un pase necesario. Tu madre y yo fuimos los medios escogidos para tan sublime propósito. Fuimos los instrumentos en las manos del artesano de la vida, que te creo con el propósito de llevarte a él.
Y yo, como aquellos que generan una obra para que otro la disfrute, me siento honrado por tan alto honor que me ha sido concedido.
Tú has pasado el trago amargo de la muerte, ese instante tenebroso al que todos tememos enfrentar pero que sabemos insalvable, y te nos has adelantado hijo en aquella carrera que por la fe en Cristo tenemos hacia la vida eterna. Tú, el último de nosotros en cobrar existencia en este mundo, has sido el primero en disfrutar del la vida eterna.
Profunda lección ésta para mi vida.
Pienso en ti hijo, y ya no en mi, y me alegro en la plena confianza y certidumbre de que estás disfrutando de esa paz que yo solo puedo apenas vislumbrar, de ese amor pleno que yo veo aun borroso, como en un espejo, pero que algún día veré como tú, cara a cara.
Pienso en ti hijo y recuerdo tu existir. Pienso en Dios y en su buena voluntad para con los hombres.
Pienso en Cristo, quien hizo posible que disfrutes de las moradas eternas. Ya no pienso. Me invade la serenidad. Estoy en Paz.
Al hijo que tuve y nunca vi, gracias doy por haber existido para aquel insondable bien y haber muerto a ésta vida para mí desconcertante bien. Este es mi pequeño homenaje. Para ti hijo.
Al Dios que tengo y aún no vi, entrego mi ser y me rindo ante su soberana voluntad, descansando en la plena convicción de que “todas las cosas sirven para el bien de los que le aman”.
Walter Daniel Ralli Hijo, esposo y padre.
Confesión de Fe.
Confesión de Fe
Iglesia Evangélica Luterana Española Madrid, 5 de Enero de 2007
Índice
1- Introducción …………………………………………………………………………..1 2- Dios: La santa trinidad ………………………………………………………………...1 2.1- Dios Padre …………………………………………………………………...2 2.2- Dios Hijo .…………………………………………………………………....2 2.3- Espíritu Santo ………………………………………………………………..3 3- La Santa Iglesia Cristiana ………………………………………………………………4 4- Los sacramentos ………………………………………………………………………5 4.1- Bautismo …………………………………………………………………….5 4.2- Santa Cena …………………………………………………………………...6 5- La Biblia: palabra de Dios………………………………………..……………………10 5.1- La ley ………………………………………………………….……………10 5.2- Los 10 mandamientos ………………………………………………………11 5.3- El evangelio …………………………………………..…………………….14 6- Justificación por medio de la fe ………………………………………………………14 7- Conclusiones …………………………………………………………………………16 8- Oración Final ………………………...………………………………………………17
Cuando de pequeña y me preguntaban quien era Dios para mí, lo único que lograba imaginar era un ser inmenso, algo inalcanzable y casi imposible de describir con palabras. Lo único que atinaba a contestar era que mi Dios era un Dios de amor. Sin embargo no lo conocía tanto como para poder transmitir una idea clara de Él. No estaba segura de conocer a Dios verdaderamente. Lo que si sabía era que vivía el efecto de la ley. Dios castiga a quienes intentan “aceptarlo” sin guardar completamente o parcialmente sus mandamientos. Y este dilema continuó así hasta el final de mi adolescencia. Recién en ese momento y gracias a que Dios puso en mi camino personas que, guiadas por su mano, me transmitieron la palabra de Dios, comencé a descubrir quien era Dios, que pretendía de nosotros y cual era su regalo. Hoy tengo la convicción en mi corazón y el vivo deseo de seguir caminando de la mano de quien me ha salvado y de quien tanto me ama.
2- Dios: La santa trinidad
Creo firmemente que Dios es el creador de todo lo que nos rodea, incluso de nosotros mismos. Es el que sostiene lo que ha creado y gobierna nuestras vidas. Es eterno, omnipresente, omnisciente, santo, sabio, justo, bondadoso, lleno de gracia, compasivo y paciente. El verdadero Dios es el Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas en una sola esencia divina. Si bien este es un concepto difícil de entender, no debemos olvidar que nuestra razón (que es finita) no puede comprender fácilmente la naturaleza de un ser infinito. El hecho de que existan tres personas distintas no significa que cada una de ellas sea una parte de Dios, ni tampoco que cada una de estas tres personas sea una especie de manifestación o “estado” del Dios o de la esencia divina, sino que cada persona es Dios en sí misma. Tres personas un mismo y único Dios Las tres personas tienen un único fin: reconciliar a Dios con el hombre y, en función de ello cada uno se presenta ante el hombre de manera diferente: Dios padre nos regaló todo lo creado y nos envió a su hijo para nuestra salvación; Dios hijo ocupó el lugar que nosotros merecíamos muriendo en la cruz y así nos enseñó el evangelio, la Buena Notica del perdón en Cristo y nos dejo todas sus obras y enseñanzas; el espíritu santo todos sus dones y sostiene en la fe.
1.1 Dios padre Como hemos dicho anteriormente Dios Padre es el creador de todo cuanto nos rodea. Creó los cielos y la tierra, separó la luz de las tinieblas, ordenó las aguas y las separó de la tierra seca y sobre ella produjo hierba verde, hierba que diera semilla y árboles que dieran fruto. Luego creo lumbreras para que señorearan el día y la noche, y más tarde los seres vivos que habitan el cielo, la tierra y el mar. Culminó su obra con la creación del hombre a su imagen y semejanza. Lo hizo perfecto, sin pecado y le dio potestad sobre todos los seres de la tierra. Plantó un huerto en Edén y puso allí al hombre ordenándole que podía comer los frutos de todos los árboles, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. El hombre, tentado por el diablo desobedeció la palabra de Dios y cayó en pecado. Es, en ese momento, en donde surge el pecado original con el que todos los hombres estamos condenados a nacer. A pesar de la desobediencia del hombre, Dios que es bondadoso, sabio y paciente y no quiere que ningún pecador se pierda envió a su único hijo para que por medio de la fe en Él obtengamos consuelo y salvación. Dios padre sigue presente en nuestras vidas, nos bendice cubriendo todas nuestras necesidades; por ello debemos agradecerle a diario, alabarlo y obedecerlo.
1.2 Dios Hijo Dios hijo tiene dos naturalezas: divina y humana inseparablemente unidas en una persona. Es verdadero Dios porque fue engendrado por el Padre. Como Dios tiene todas las cualidades divinas: es eterno, omnipresente, omnisciente, santo, realizó numerosos milagros, no cayó en pecado, resucitó de entre los muertos y ascendió con gloria divina a los cielos y fue reconocido como Dios por el Padre. También renunció a su poder divino y, humillándose, fue verdadero hombre. Fue hombre porque realmente nació de la virgen María, en gran pobreza; tenía los rasgos característicos del hombre, además de sus costumbres; padeció innumerables tormentos bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado muerto y sepultado. Descendió a los infiernos para proclamar su victoria sobre sus enemigos. Al tercer día resucitó, victorioso y con su cuerpo glorificado; se levantó del sepulcro y se manifestó vivo a sus discípulos. Fueron necesarias las dos naturalezas de Jesús para nuestra redención. Fue necesario que sea verdadero hombre (estado de humillación) para que Él, como sustituto de todos los hombres, pudiese cumplir la ley, sufrir y morir. Necesitaba ser verdadero Dios (estado de exaltación) para aplacar la ira de Dios, vencer el pecado, a la muerte y al diablo. La resurrección de Cristo es la evidencia de que: a) Cristo es el hijo de Dios y su doctrina es verdadera b) Dios, el Padre, ha aceptado el sacrificio de su hijo para la reconciliación del mundo c) todos los creyentes resucitarán para la vida eterna. Dios, a través de Jesucristo, nos ofrece el perdón de los pecados, la buena noticia de que somos liberados de la culpa, del castigo, del poder del diablo y de la condenación eterna. Cristo sufrió, murió y resucitó por nosotros.
1.3 Espíritu Santo El espíritu Santo es la tercera persona de la Santa trinidad, por lo tanto es verdadero Dios junto con el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo nos llama a seguir a Dios y nos regala el don de la fe. Nosotros no somos capaces de reconocer ni creer en Dios por nuestros propios medios, es el Espíritu Santo quien nos ilumina y nos da entendimiento. Es a través de él que conocemos y entendemos la palabra de Dios, de otra manera seríamos ciegos e incapaces de comprender lo que Dios nos dice. Para creer en Dios es necesaria la fe, y esta fe no la hallaremos en nosotros, la fe es gracia de Dios que llega por el Espíritu, pero es necesario que abramos nuestros corazones y no rechacemos este don. El Espíritu santo renueva nuestros corazones al renovar la fe y nos da poder para resistir y vencer al diablo.
3- La Santa Iglesia Cristiana
Antes de exponer lo que ahora entiendo por Iglesia cristiana, quiero dedicar unos párrafos a compartir la postura que tenía yo hace tiempo y de que manera obró Dios en mí.
Cuando se habla de iglesia muchos creen que se trata de ese templo en el que se reúnen todos los domingos las personas que creen en Dios. Otros dicen: “la iglesia somos nosotros”, pero sin tener verdadera conciencia de lo que eso significa. En este segundo grupo me encontraba yo hace tiempo. Sin embargo tras haber realizado esta preparación de la mano de Gustavo, comprendí lo que significaba esta frase. Hoy comprendo que la cabeza de esta iglesia es Jesucristo, su cimiento la palabra de Dios y cada uno de nosotros es llamado a ser parte del cuerpo de la iglesia. Es el Espíritu Santo quien nos congrega y nos llama a ser parte de esta obra de Dios. Debo decir que en un principio no me resultó fácil aceptar la idea de que todo viene de Dios y de que nosotros no tenemos libre albedrío para elegir seguir en el camino trazado por Él sino solo podemos no seguirlo. Me preguntaba a mi misma cómo es que Dios nos da ciertos dones con el único fin de cumplir su voluntad y sólo nos da la opción de rechazar su camino. Me preguntaba cómo era posible que yo no pueda controlar ni elegir que camino tomar para alcanzar la salvación. Esta claro que todavía me quedaba mucho por aprender de Dios y de mí. Ahora comprendo cuán equivocada estaba en aquel momento. Finalmente y por gracia de Dios caí rendida a su voluntad y comprendí que Dios ve más allá de nuestro alcance. Entendí que todas las acciones que emprendí en mi nombre y por mis propios medios no tuvieron grandes frutos. Sin embargo creo, sin lugar a duda, que Dios siempre estuvo ahí para que por medio de la fe, su luz me guiara nuevamente al camino que él había trazado para mí. Después de todo este tiempo entendí de qué me hablaban aquellos que por obra de Dios me transmitían la luz del evangelio. Logré comprender que existe una iglesia cristiana invisible y santa que esta formada por cada uno de los que creemos en Cristo, pero que es invisible a nuestros ojos porque no podemos ver el corazón de otro y saber con certeza si la otra persona cree verdaderamente o no, pero que es claramente visible a los ojos de Dios. Comprendí que es santa porque esta santificada por Dios. Me hablaron también de la iglesia visible. Hoy también entiendo y acepto lo que esto significa. La iglesia visible esta formada por las personas que profesan o dicen profesar la doctrina cristiana y que se reúnen en un templo a oír la palabra de Dios y recibir los sacramentos. Pero dentro de esta iglesia y, mezclados con los verdaderos creyentes, hay hipócritas y defensores de falsas doctrinas que rechazan a Dios en sus corazones. Si Dios es la cabeza de la iglesia sólo aquellos que pertenecen a la iglesia invisible y tienen fe en Él y en su palabra son parte del cuerpo de esta iglesia, pero no lo son aquellos que únicamente pertenecen a la iglesia visible. Hoy siento que Dios me ha llamado para ser parte de esta iglesia. No quiero seguir viviendo sin tener un propósito en mi vida. El Espíritu Santo es el que me ha convencido de mi pecado y me ha convencido, es obra de Dios y no de mi elección. Creo en Dios como aquel que guiará mi vida por el buen camino. No quiero seguir siendo un ladrillo suelto perdido por ahí. Hoy no puedo más que cumplir su voluntad y aceptar ser parte de la estructura de la iglesia cristiana invisible y santa aportando mi fe y los dones que Dios me dio. En ella también fortalecerá mi fe con la Palabra y los Sacramentos y la comunión con los hermanos: “recibiré más de Dios de lo que yo pueda aportar a los hermanos. Esa es mi necesidad imperiosa de ir a la congregación. De lo enseñado y aprendido diré que no confiaré en mi capacidad para mantenerme en esta estructura, sino en Dios porque él es el único que puede lograr que yo siga siendo parte de esta iglesia.
4- Los sacramentos
Un sacramento es un acto sagrado ordenado por Dios en el cual por medio de ciertos elementos externos en unión con su palabra, Él ofrece y comunica a los hombres y sella en ellos el perdón de los pecados adquiridos por la muerte de Cristo. Estos sacramentos no son únicamente distintivos para reconocer a los cristianos, sino que por medio de la palabra unida a un elemento externo Dios nos renueva y fortalece nuestra fe, dando perdón de pecados. Hay dos sacramentos: el bautismo y la santa cena
3.1- Bautismo El elemento externo empleado en el bautismo es el agua. Este sacramento nos redime de nuestros pecados (original y actual) y nos abre las puertas a la salvación eterna. De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. Jn 3: 5-6. Sin embargo no existe bautismo en presencia de agua y en ausencia de la palabra de Dios. Sin la palabra de Dios el agua es simplemente agua y no bautismo, más con la palabra de Dios esa agua se transforma en agua de vida llena de gracia que lava y regenera el espíritu. Con el agua se da muerte al hombre pecador (viejo hombre) junto con sus pecados y de la misma manera que Cristo resucitó de entre los muertos, nosotros, en el bautismo, a través de la palabra de Dios, resucitamos y nacemos a una nueva vida. En el bautismo por medio de la Palabra me lleva a creerle a él y aborrecer el pecado el diablo y el mundo. Es la misma acción de Dios la que me hace nueva criatura y por ende la fe desea servirle, no como una elección, sino por la naturaleza misma de ese nuevo hombre. El viejo hombre se opone y por eso no tiene participación en asuntos espirituales más que resistir. Pero al hacer nacer Dios al nuevo hombre ente no tiene que elegir a Dios, sino que es nacido de Dios. Lo que nace del espíritu, espíritu es. renunciamos al diablo y elegimos servir y estar en comunión con Dios, con el Dios trino, es por eso que cuando una persona debidamente llamada por Dios administra este sacramento debe hacerlo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que son las tres personas de la esencia divina. De todas maneras es importante destacar que en determinadas circunstancias cualquier cristiano puede administrar este sacramento. Dios en su mandato ordena bautizar a todas las naciones, esto es bebes, niños, jóvenes y adultos siempre y cuando hayan recibido debida instrucción (en el caso de los jóvenes y adultos). “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; más el que no creyere será condenado”. Mar 16: 15-16. Id y haced discípulos a todas las naciones BAUTIZANDOLOS en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y ESEÑADLES a obedecer todo lo que os he mandado. Lo que se requiere y se da en el Bautismo es fe: El que Cree y es Bautizado. Una fe dada y creada por Dios. Una fe que descansa en la seguridad de que en Cristo Dios es benigno con nosotros. Los que pueden expresar esta seguridad con palabras lo hacen antes del Bautismo. El único requisito para recibir la gracia es la fe que da Cristo. Un joven o adulto puede recibir la fe sin haber sido Bautizado. Luego esa fe lo lleva a desear el Bautismo y por eso lo confiesa públicamente. 3.2- Santa cena Este apartado merece, en mi caso unos párrafos aparte. Desde que tuve contacto con amigos y gente conocida que pertenecen a la Iglesia Luterana he asistido a diversos cultos de los cuales, gracias a la palabra escuchada y recibida, he salido en todas las ocasiones renovada. Cuanto más tiempo compartía con ellos más me daba cuenta de cuan equivocada era mi idea de lo que significaba ser un verdadero cristiano y, peor aún, cuan lejos me hallaba de las verdaderas enseñanzas de Cristo. Sin embargo ha pesar de saber mis falencias, en el fondo de mi corazón sentía que tenía que recibir los sacramentos. En ese momento sentía la necesidad de recibir la santa cena y sentirme nuevamente en comunión con Dios. Entonces, pedí si se me podría administrar el sacramento de la santa cena en los cultos luteranos y como respuesta recibí negativas. No comprendí la repuesta sino hasta hoy. Hoy sé que Dios me estaba llamando, pero yo no escuchaba con verdadera atención. No leía su palabra, tampoco escuchaba las explicaciones que me daban aquellos que, de buena fe, querían hacerme reflexionar y abrirme el corazón para recibir de Dios el verdadero entendimiento. En lugar de escuchar simplemente me centré únicamente en mi necesidad y mi razón no comprendía como una persona (un ser humano) podría ser capaz de negarme un sacramento impuesto por Dios!, como era esto posible! Hoy, después del trayecto recorrido de la mano de aquellos a quienes Dios puso en mi camino, lo he comprendido y me avergüenzo de lo que entonces pretendía. Cuando un día nos sentamos con Gustavo a discutir acerca de la santa cena, ver las diferentes posturas al respecto caí en la cuenta de un error gravísimo: Yo me decía católica, pero sin embargo no estaba de acuerdo del todo con lo que decía la iglesia católica acerca de la santa cena, así que pretendía tomar la santa cena en la iglesia luterana. Cuando terminamos de analizar las posturas descubrí, con cierto tono rojizo en las mejillas, que yo me decía católica, pero tenía una visión evangélica de la santa cena y quería recibir la santa cena con una congregación luterana! Esto nos dice cuán equivocada puede estar nuestra razón, ya que sólo atiende a nuestras necesidades humanas y no a la voluntad de Dios. En ese momento me avergoncé mucho de mis pretensiones, pero entiendo que por tener una formación científica (o por lo menos aspirar a eso) la razón me volvía a jugar una mala pasada. Dios, en este momento me hizo ver nuevamente que si pretendemos hacer nuestra voluntad y no la voluntad de Dios, no lograremos más que perdernos y condenarnos. Después de este curso de preparación entiendo lo que es la santa cena. Comprendo y creo que en la santa cena (porque así está escrito en la palabra de Dios) se recibe el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. No es un símbolo, ni tampoco se transforma el pan en cuerpo ni el vino en sangre por la palabra de Dios (transustanciación), sino que cuando unimos el pan y el vino a la palabra de Dios, el cuerpo y sangre de cristo están presentes, a la vez que el pan y el vino. Si bien ha este milagro se le ha asignado un término (consustanciación), no resulta fácil comprenderlo desde nuestra razón, pero no debemos olvidar nunca la inmensidad de nuestro señor Jesucristo. En la santa cena hallamos la remisión de todos nuestros pecados y, por consiguiente, vida y salvación. Esto no lo obtenemos al comer y al beber, sino de las palabras que se citan en la santa cena “Dado y derramada por vosotros para el perdón de los pecados”. Dado que la remisión de los pecados viene de la palabra de Cristo, todos aquellos comulgantes que reciben la santa cena de acuerdo a la institución de Dios, obtienen de ella los beneficios prometidos, sin embargo para recibir este provecho es necesario creer en las palabras “dado y derramada por vosotros para el perdón de los pecados”. Ahora entiendo realmente, cuán importante es que el cristiano le asigne el verdadero valor que este sacramento tiene para que no lo use negligentemente, para no ser culpado del cuerpo y sangre de Cristo. Por ello es necesaria una preparación previa antes de participar en la santa cena. Esta preparación (que debe hacer todo cristiano cada vez que se acerca a recibir la santa cena) requiere de que cada comulgante examine su corazón antes de recibir la santa cena, preguntándose si esta arrepentido verdaderamente de sus pecados y si tiene la buena y verdadera intención de enmendar su vida pecaminosa con la ayuda del Espíritu Santo. Comprendí, entonces porqué la santa cena no debe ser administrada a los impíos, aquellos que toman parte de otras adoraciones religiosas no cristianas, a aquellos que no quieren perdonar, aquellos que no confiesan la misma fe porque la cena del Señor es un testimonio de unidad de fe y finalmente, entiendo y creo que no puede ser administrada a aquellos que no puedan examinarse a sí mismos (niños, personas inconscientes). El apóstol San Pablo resume en muy pocas y duras palabras lo que yo, basándome en el catecismo menor de Lutero, he expresado anteriormente: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del señor, juicio come y bebe para sí” (1Cor. 11: 28-29). No debemos olvidar que la santa cena es un sacramento que refuerza nuestra fe y nos fortalece como cristianos. Es por ello que cualquier cristiano débil en la fe debe recibir la santa cena ya que al comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre recibimos de su palabra el perdón de todos nuestros pecados, paz y vida. Que regalo tan maravilloso! Yo fui culpable de negligencia en este caso; pero Dios, que es infinitamente sabio, paciente y piadoso me abrió los ojos y el corazón usando como instrumento de su palabra a todos aquellos que en algún momento me dedicaron parte de su tiempo para charlar sobre este tema teniendo siempre como fuente de conocimiento y sabiduría las sagradas escrituras. Hoy doy gracias a Dios por ello y es por eso que quiero enmendar mi error. Es en la Iglesia Luterana en donde encontré las respuestas a mis dudas y es por eso que quiero realizar esta confesión de fe para poder congregarme con aquellos que comparten el mismo entendimiento de Dios. Quiero poder recibir el sacramento de la santa cena en plena comunión con mis hermanos, para poder, de esta manera, fortalecer mi fe de acuerdo a lo instituido por Cristo. 5- La Biblia: palabra de Dios
La Biblia es la palabra de Dios escrita. Fue redactada por distintos hombres (los santos profetas en el AT, y los evangelistas y apóstoles en el NT) inspirados por el Espíritu Santo. Fue redactada en dos idiomas: el antiguo testamento en hebreo, y el nuevo testamento en griego. En ella podemos encontrar dos doctrinas básicas que nos revelan la forma en que podremos llegar a la salvación: la ley y el evangelio. Hay muchos que creen que la ley esta en el antiguo testamento y el evangelio en el nuevo testamento, esto no es así. Ambas están en el antiguo testamento y en el nuevo testamento.
4.1- La ley Mediante la ley, Dios nos revela su voluntad. La ley nos permite distinguir lo bueno de lo malo, pero este conocimiento que Dios grabó en los corazones de los hombres en el comienzo de los tiempos, fue entorpecido por el conocimiento del pecado que nubla nuestra conciencia. En el paraíso teníamos la ley para saber cual era la voluntad de Dios pero no para distinguir lo bueno de lo malo ya que no conocíamos tal diferencia. Solo después de comer el fruto prohibido la Ley trajo tal distinción ya que la división entre lo bueno y malo vino como consecuencia de comer el fruto. Por ello y dado que nuestra conciencia ya no era fiable y al ver que su pueblo se corrompía, Dios escribió la ley en dos tablas de piedra. Estas tablas se las entregó en manos a Moisés para que las transmitiera a su pueblo. Aún en la actualidad, no sólo los cristianos conocemos esta ley sino que aún los impíos guardan en su corazón el grabado que Dios dejo en los corazones de todos los hombres. Esta ley nos muestra uno de los caminos por los cuales podemos alcanzar la salvación. Para ser salvos por medio de la ley debemos guardar todo lo que en ella esta escrito, pero nos advierte que el sólo incumplimiento de uno de los mandamientos nos hace responsables de no guardar la ley y por tanto de no guardar ninguno de los otros mandamientos. Si nosotros intentáramos alcanzar a Dios siguiendo el camino de la ley no encontraríamos más que desesperación, ya que desde la caída de Adán resulta imposible que podamos, por nuestros propios medios y obras cumplir la ley de Dios, ni siquiera aquél que fue regenerado por el Espíritu Santo es capaz de cumplirla en su totalidad. Esto puede parecerle cruel a muchos. Más de una vez he escuchado la frase: “¿como es posible que Dios nos exija guardar la ley cuando conoce nuestras debilidades?”. Pero como todo lo que de Dios viene tiene su propósito. No habría pecado si no existiera la ley (función de espejo). Por otra parte, la ley actúa como freno reprimiendo las manifestaciones groseras del pecado y ayudando a mantener una disciplina y honestidad externa en el mundo. También actúa como norma que nos guía para saber que es lo que Dios quiere y no quiere. Finalmente, condena al pecador y genera desesperación, que necesita para que el evangelio cumpla con su función salvadora. La ley genera desesperación y tormento necesario para que el Evangelio haga su trabajo. La ley nos refleja cuán pecadores somos, nos recuerda en todo momento nuestra imposibilidad de alcanzar la salvación por nuestros propios medios y, permite que veamos y reconozcamos a Cristo como único salvador.
4.2- Los diez mandamientos Los diez mandamientos son la ley completa de Dios, el resumen es “Amarás a Dios con todo tu ser y a tu prójimo como a ti mismo”. En ellos esta escrito lo que debemos y no debemos hacer. Lo que es bueno y malo a los ojos de Dios. El primer mandamiento: No tendrás otros dioses delante de mí. Significa que sólo debemos temer y amar a Dios y confiar en él y en su palabra como única guía de nuestras vidas.
El segundo mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano. Significa que debemos utilizar su Santo nombre únicamente en caso de verdadera necesidad, para orar, alabarlo y agradecerle; pero no debemos utilizar su nombre para jurar, maldecir, mentir o engañar. Si hacemos esto estamos no sólo incumpliendo este mandamiento en particular, sino que estamos faltando a la ley de Dios.
El tercer mandamiento: Santifica el día de reposo. Esto significa que debemos temer y amar a Dios y, por lo tanto, no tener en poco la predicación de la palabra, mas debemos tenerla por santa y oírla y aprenderla de buena gana. Con estas palabras Dios no exige guardar determinados días (fiesta, días santos, etc) sino que nos invita, al menos una vez cada 7 días, a congregarnos en su nombre con objeto de tener tiempo para oír y aprender de su palabra santa.
El cuarto mandamiento: Honra a tu padre y a tu madre para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra. Significa que por amor y temor de Dios debemos seguir sus enseñanzas, y tal como él nos ordenó no debemos enojar a nuestros padres y superiores, sino que debemos respetarlos, obedecerles y quererlos bien.
El quinto mandamiento: No matarás. Esto significa que por amor y temor de Dios no debemos hacerle daño o mal alguno a nuestro prójimo, esto es hacer o decir algo que lo destruya, acorte y/o amargue su vida, más debemos ayudarlo y hacerlo prosperar en todas las necesidades de su vida. El sexto mandamiento: No cometerás adulterio. Significa que debemos temer y amar a Dios y, por lo tanto, llevar una vida casta y honesta en palabras y obras; y los esposos deben amarse y honrarse mutuamente. No debemos olvidar que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer instituida por Dios mismo, es por eso que Él, en este mandamiento, nos prohíbe todo aquello que destruya esta unión sagrada, vale decir obras, palabras y deseos.
El séptimo mandamiento: No hurtarás Debemos temer y amar a Dios y por lo tanto guardar su palabra. En este mandamiento Dios nos exige no quitar a nuestro prójimo sus bienes y dinero, o conseguirlos por falsas mercaderías o negocios así como tampoco sentir envidia o codicia por los bienes del prójimo; en lugar de eso Él nos invita a ayudar a mejorar y conservar los bienes y medios de vida del prójimo mediante obras y consejos.
El octavo mandamiento: No hablarás falso testimonio contra tu prójimo. Significa que debemos temer y amar a Dios y por ello no mentir, ni desacreditar, ni traicionar ni calumniar a nuestro prójimo, sino que debemos hablar bien de él e interpretar todo en el mejor sentido.
El noveno mandamiento: No codiciarás la casa de tu prójimo.
Significa que por amor y temor de Dios no debemos desear con astucia la herencia o propiedades del prójimo, ni apoderarnos de ellas con apariencia de derecho, sino que debemos ayudarlo y serle de utilidad para que las pueda conservar.
El décimo mandamiento: No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, criada o ganado, ni nada de lo que tenga.
Significa que debemos temer y amar a Dios y por ello no seducir a la mujer de nuestro prójimo, ni su siervo, criada o ganado ni nada de lo que él posea, sino que debemos instarlos a que se queden con él y cumplan con sus deberes tal como Dios nos ordena.
4.3- El evangelio El evangelio es la buena noticia de que somos salvos por Jesucristo. Sólo y únicamente por Jesucristo. Él intercedió por nosotros ante Dios, y con su sacrificio venció al diablo y a la muerte en nombre de todos nosotros. Con esta acción nos acercó y nos reconcilió con Dios, ya que nosotros no podemos vencer al pecado y reconciliarnos con Dios por nuestros propios méritos y obras. Cabe preguntar entonces: ¿Qué sentido tiene la ley después de la llegada del evangelio a través de Jesucristo?, ¿qué sentido tiene intentar seguir el camino de la ley para alcanzar la salvación si con el evangelio Dios nos enseña que la salvación es un regalo divino? La respuesta a estas dos preguntas es simple en palabras, pero difícil en ejecución sin la ayuda de nuestro salvador. Después de realizar esta preparación, que ayudó a abrir mi corazón y a aceptar el don de Espíritu Santo, he comprendido que la ley guarda una función muy importante en nuestra vida como cristianos. No nos reconoceríamos pecadores si la ley no existiera y, por lo tanto, el sacrificio de Jesucristo no tendría validez para nosotros. Que gran tragedia! Ante la segunda pregunta hoy he comprendido que después del conocimiento del evangelio el camino hacia la salvación por la ley carece de sentido. Para ser salvos debemos reconocernos como pecadores, pero somos incapaces de cumplir con sus mandatos por nuestros propios medios. La salvación esta en Jesucristo. El murió por nuestros pecados. Para ser salvos debemos tener fe y creer en la palabra del Señor “Dada y derramada por vosotros para el perdón de los pecados” (Jn 3: 16), esto es lo único que Dios nos pide a los cristianos. De otra manera estaríamos trazando un camino a la salvación en contra del propio evangelio.
6- La justificación por medio de la fe
Los hombres, que perdimos la semejanza a Dios con la que fuimos creados tras la caída de Adán, y que nacemos en pecado y vivimos en pecado no podemos alcanzar la salvación por nuestros propios méritos y obras, sino que llegamos a ser justos delante de Dios por gracia, por causa de Cristo mediante la fe. Sin embargo no podríamos apreciar el verdadero sacrificio que Cristo realizó a menos que el Espíritu nos convenza del pecado y Jesús es el autor y consumador de la fe. Sólo entonces el evangelio traerá luz y consuelo a nuestros corazones agobiados y nos librará. Si creemos que Cristo padeció innumerables tormentos por nosotros y que por su causa fuimos reconciliados con Dios tras el perdón de todos nuestros pecados se nos concederá justicia y vida eterna. Para creer esto, es necesaria la fe. Sin embargo la fe, que nos permite creer y confiar en Dios y en el cumplimiento de todas sus promesas, no nace de nosotros, sino que es un regalo divino que el Espíritu Santo nos da para acercarnos a Dios. De esta manera sólo el Dios trino, el verdadero Dios nos regala la salvación. El padre nos creó y grabó en nuestros corazones la ley que nos hace ver nuestros pecados. El hijo nos enseñó el evangelio y a través de su sacrificio obtuvimos la salvación y el perdón. El espíritu Santo nos da el don de la fe y el entendimiento para que podamos creer y aprender de la palabra del Señor.
El hombre pecador se justifica delante de Dios únicamente por fe en Jesucristo, por cuya gracia es perdonado y beneficiado con la vida eterna”.
“Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira, porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. Rom 5: 8-10.
7- Conclusiones
En este apartado no pretendo realizar conclusiones acerca de los temas expuestos anteriormente. Nada nuevo tengo yo para aportar. Dios nos ha dejado su palabra y allí esta todo lo que debemos saber. Sin embargo quiero dejar constancia de lo que el verdadero conocimiento de Dios y de la salvación ha aportado en mi vida. Después de este periodo de reencuentro con Cristo, no puedo más que sentir alivio y gozo en mi corazón. El Dios que antes me habían presentado, ese Dios que exige la ley y obediencia absoluta se ha tornado infinitamente amoroso. Con esto no quiero decir que Dios cambie, sino que Él trajo luz a mis ojos y a mi corazón y me ha hecho ver lo que pretende de mí. Este conocimiento tampoco ha apartado la ley de mi corazón sino que ahora comprendo su objetivo, pero reconozco la salvación en Cristo. El saber que la salvación de mi alma es por gracia de Dios ha tranquilizado mi espíritu. Vivo una vida tranquila, porque él es mi guía. Sé, con total certeza, que si me encomiendo a Dios, su mano me llevará a buen destino, y no necesito más que esa seguridad para sentir la felicidad completa. Comienzo este año 2007 renovada. Hoy sé verdaderamente lo que significa, en realidad, tener a Dios en mi corazón. Él me ha transformado. Debo reconocer que me costó mucho aceptar este cambio. Cualquier cambio en nuestras vidas nos genera intriga, miedo e intranquilidad porque nos lleva a sitios por los cuales no hemos andado y tenemos que aprender. Por ello no dejaba que Dios entre en mi vida. Como ser humano me inquietaba un poco este cambio. Pero la voluntad de Dios, que es infinitamente más grande y sabia que la mía finalmente obró en mí y no pude más que aceptarla. Cuando descubrí que no soy yo quien tiene que andar, sino que debo dejarme llevar y confiar en Dios, todos esos sentimientos contradictorios que en mí se habían generado, se disiparon. Hoy Dios me sostiene, guía mi vida y la de mi familia. Nos bendice a diario con salud, felicidad y con bienes materiales y por ello le estaré eternamente agradecida. Sólo le pido que me mantenga en la fe para que todas las cosas en mi vida estén en el lugar que Dios les quiera asignar. De esta manera yo estaré en paz.
8- Oración final
Te doy gracias y te alabo Señor porque por tu amor yo hoy soy una persona renovada que deja de ser un ladrillo perdido y comienza a formar parte de tu obra. Te doy gracias por tu paciencia, por saberme esperar hasta el momento en que yo abrí mi corazón y dejé de rechazar el Espíritu Santo y acepté con abnegación que no puedo más que dejar que se haga tu voluntad y no la mía. Doy gracias porque has puesto en mi camino personas que obraron con buena voluntad y, guiadas por Ti, trajeron luz a mi vida. Doy gracias por comprender y aceptar con gozo el único camino hacia la salvación: la gracia obtenida por Jesucristo que murió por todos nosotros para remisión de todos nuestros pecados. Te pido que renueves mi fe a través de tu palabra y del sacramento de la santa cena ya que no me puedo fiar de mi misma en este sentido. Encomiendo mi vida a Ti y pido que se cumpla tu voluntad para que pueda ser yo una herramienta útil en tu obra. Amén.
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