“Dios sigue llamando a su pueblo”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección:
Isaías 40:1-5
Segunda Lección: Hechos 13:13-26
El Evangelio: Lucas 1:57-80
Sermón
- Introducción
Vivimos tiempos convulsos, de una llamada
crisis que hace ya un tiempo está sacudiendo los cimientos de nuestra
sociedad. Existe una preocupación general en el ambiente, donde unos tratan de
buscar salida a sus problemas, otros miran con recelo al futuro, y algunos han
caído ya en la pérdida de confianza y pronostican lo peor para el porvenir. La
economía y sus hijos predilectos: los mercados, quieren convertirse así en
nuestros nuevos señores, aquellos que aparentemente determinan quien permanece
de pie o quién cae. Y así día a día este entorno que nos rodea, nos aprisiona y
asfixia de manera tal que, son pocos los que perciben en esta semi-oscuridad
social el hecho de que Dios sigue gobernando nuestros destinos. Que no es
ningún indicador económico, ningún banco ni ninguna agencia de calificación los
que tienen realmente nuestras vidas en sus manos. Pues Dios sigue siendo el
Señor de la Historia, y sigue hablando y llamando a Su pueblo, para que
escuchen Su voz, la misma voz que proclama que sólo El puede hacer que “lo
torcido se enderece y lo áspero se allane” (Is. 40: 4).
- Escuchando la voz de Aquél que nos llama
Cuando hay mucho ruido en el ambiente, es
difícil poder escuchar la voz de la persona que nos habla. Todo se funde en un
rumor que embota nuestros oídos, no permitiéndonos distinguir un mensaje
coherente. Si a ello añadimos el ser poco cuidadosos o poner poca atención a lo
que se nos dice, entonces el fracaso en la transmisión de un mensaje está
asegurado. Y así le ocurrió a Israel, en medio del ruido de las ambiciones
humanas, las amenazas y los conflictos políticos, este pueblo a menudo cerró
sus oídos a la voz de Dios proclamada por medio de Sus Profetas. Pero
escuchaban eso sí, otros mensajes, y seguían otras voces, que a la postre
complicaban sus vidas y los llevaban a sufrir penurias: amenazas de invasiones,
humillación, deportación en Babilonia, etc. Es lo que ocurre cuando desplazamos
del centro de nuestras vidas a Dios, y lo suplantamos por el lucro, la avaricia
y la ambición a costa incluso de ser siervos del engaño y hacer de la mentira
el aliado perfecto. Pero el pueblo de Dios y los creyentes en general
necesitamos vivir atentos siempre a la voz de nuestro Creador; estar atentos a
los tiempos que nos toca vivir, sí, pero no dejando de oir la única voz que de
verdad debe importarnos. No podemos perder de vista que por encima de las
crisis, los problemas y la aparente autosuficiencia del mundo presente, nuestro
Dios sigue proclamando un mismo mensaje: “Voz que clama en el desierto:
Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios” (Is.
40: 3). Puede parecernos que el mundo vive según sus propias reglas, ahora
predominantemente económicas, pero no olvidemos que éste es el mismo mundo
necesitado de arrepentimiento y perdón de todos los tiempos desde la caída de
nuestros primeros padres. Y aunque muchos siguen cerrando sus oídos a la voz de
Dios en Su Palabra, y ponen toda su atención en esta realidad aparente, otros
sí han escuchado y entienden que sus vidas necesitan un sentido superior al que
esta sociedad puede ofrecerles. Y que este sentido se encuentra sólo en Cristo.
Y para estos, todos los días les es proclamada una Buena Noticia, una que
ningún problema humano puede acallar o perturbar: “Hablad al corazón de
Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es
perdonado que el doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados”
(v2). Dios así nos tiende la mano, nos ofrece perdón, vida y salvación
eternas por medio de la sangre de Su Hijo, por encima de nuestros errores y
pecados. Una oferta que demanda una inversión razonable, pues sólo requiere
arrepentimiento y conversión, pero con el interés más alto que ningún inversor pueda
imaginar obtener: la entrada al Reino celestial. Esta es, frente a las ofertas
de inseguridad y temporalidad que ofrece el mundo, la oferta de Dios para los
hombres. Pero una oferta eso sí, que tiene un plazo limitado para poder
acogernos y beneficiarnos de ella: nuestra vida. ¿Puede ofrecernos el mundo
algo mejor y más interesante?, ¿Dejaremos pasar pues
esta oportunidad irrepetible?.
- Escogiendo la mejor parte
El mundo siempre ha conocido problemas de
todo tipo, pues siendo el hombre pecador el entorno sufre las consecuencias del
pecado. Así hemos vivido cambios sociales, económicos, guerras, revoluciones,
hambrunas, epidemias, etc. Situaciones que preocupan y generan confusión e
incluso ansiedad. Pero no debemos olvidar que el trasfondo de nuestras preocupaciones
y agobios tiene como fundamento únicamente la debilidad en la confianza en que
Dios ordena su creación amorosa y misericordiosamente, y de que todo lo que
sucede, aunque no lleguemos a entenderlo, está predispuesto para nuestro bien: “Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom
8:28). Y todos conocemos también la historia de Marta y María relatada en
el Evangelio de Lucas, y de la advertencia de Jesús a Marta: “Marta, Marta,
afanada y turbada estás con muchas cosas, pero sólo una cosa es necesaria; y
María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”(Lc 10:41-42).
Aquí tenemos un ejemplo claro de que el mundo y sus problemas no deben
apartarnos nunca de la escucha atenta de la voz de nuestro Creador. De nuevo,
esto no significa vivir de espaldas al mundo, ignorando los
acontecimientos sino todo lo contrario.
Debemos mirar y ser críticos con la realidad, tratando de interpretar la acción
de Dios en la misma, pero no confundiendo eso sí, el devenir del mundo y su
lógica con la de Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Is 55:8).
Porque este mundo tiene un único sentido, que es el de servir y alabar a Su
Creador viviendo según Su Ley de Amor para con Él y el prójimo; y por eso
cualquier otro sentido humano que le apliquemos, seguirá generando frustración
y conflictos únicamente. Y aquí es donde los cristianos estamos llamados a
seguir perseverando en nuestro testimonio del Evangelio, más allá de los
acontecimientos. El Apóstol Pablo es un buen ejemplo de este espíritu,
testificando sin cesar, perseguido, maltratado, expulsado, encarcelado y aún
así agradecido de darlo todo por el Evangelio: “por amor del cual lo he
perdido todo, y lo tengo por basura para ganar a Cristo” (Fil 3:8). Vinimos
a este mundo sin nada, y sin nada nos marcharemos de él, por eso, aquello que
tenemos y con lo que Dios nos ha bendecido, cuidémoslo. Pero al mismo tiempo
cuidemos ante todo de que aquello más importante que poseemos, nuestra fe, no
se vea debilitada ante las dificultades de la vida. Que ella sea en Cristo
nuestra ancla cuando las aguas desbocadas del mundo parezcan querer sacudirlo
todo.
·
Las
voces proféticas aún son necesarias
La llamada de
Dios a su pueblo es una constante en la historia de la humanidad. Dios no cesa
en su empeño de traer redención a este mundo: “Por toda la tierra salió su
voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Sal 19:4), y al igual que
el padre en la parábola del hijo pródigo, Él siempre está a la puerta
pacientemente esperando el momento de nuestra conversión. Es su naturaleza
misericordiosa la que posibilita el que no seamos desechados y abandonados a
nuestra perdición. Y por eso, en los momentos clave el Señor ha traído hombres
a este mundo que proclamen su Palabra, que hablen por encima del mundanal ruido
y sus problemas, y que hagan tomar conciencia de los senderos erróneos que no
debemos seguir. Juan el Bautista fue uno de estos hombres escogidos, con una
labor difícil y que como en su caso, con frecuencia acarreaba la muerte. Él fue
llamado a ir delante del Señor: ”para preparar sus caminos” (Lc 1: 76) y a predicar en el desierto de una sociedad
donde eran pocos los que oían. Pero aún con todos estos condicionantes, Juan cumplió
su misión anunciando a Jesús como el Mesías prometido, el Cristo. Y su voz
continúa activa aún, por medio de la llamada que desde entonces y hasta hoy
lleva a cabo la Iglesia misma y cada creyente que ejerce su responsabilidad de
ser testigo del Evangelio. Estos mismos profetas, en la figura de cada uno de
nosotros, son/somos llamados hoy a mantener la voz firme y a decir a nuestra
sociedad que este mundo, con todas sus problemáticas, crisis y aparente vida
propia, sencillamente pasará. Y que más allá de que el mundo pase, una cosa
sabemos cierta: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Heb
13:8), y que la llegada del Reino está próxima. Pretendemos arreglar los
asuntos mundanos, dejar atado y bien atado cualquier cuestión laboral, económica
o social, pero ¿para cuándo dejaremos el arreglar el gran problema del ser
humano?, ¿Qué necesita el hombre para tomar conciencia de que lo trascendente
es aquello que requiere de sus máximos empeños y atención?. Una sociedad sorda
a la llamada de Dios es una sociedad que navega como un barco a la deriva,
expuesta a la colisión con el primer Iceberg o escollo que aparezca en su
camino. Por eso la Iglesia no es sólo la comunidad de aquellos que nos
congregamos alrededor de la Palabra y los Sacramentos, sino la de los que
llenos de esta Palabra e insuflados de poder por medio del Espíritu Santo,
salen al mundo y testifican con su vida y su palabra de aquello de: “lo que
hemos visto y oído” (1 Jn 1:3). ¿Estás ejerciendo tú esta misión?,
¿permites que el mundo y sus problemas te aparten de tu vocación profética?.
- Conclusión
Asistimos a situaciones de inestabilidad
social, de crisis económica y dudas sobre el futuro de nuestro modelo social.
Hay personas que están sufriendo especialmente este impacto, y como Iglesia
debemos estar junto a ellos y apoyarlos,
proclamando al mismo tiempo que nuestra sociedad necesita ahora más que
nunca la Palabra de Dios, para poner serenidad y esperanza donde reina la
confusión. Para denunciar que este mundo tiene un Señor, que no está sometido a
ninguna ley financiera, y que sigue llamando al hombre a escuchar su mensaje de
perdón y amor en Cristo. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán” (Lc 21:33). No, la Palabra de Dios no está sometida a la
especulación de los mercados, ni se ve afectada por decisiones políticas. Su
validez es eterna y su eficacia es absoluta (Is 55:11). Ella será
nuestra mejor inversión, aquella que nos dará “tesoros en el cielo, donde ni
la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones ni minan ni hurtan” (Mt 6:
20). Que así sea, ¡Amén!
J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo,
Sevilla
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