“Jesús el Pan
de Vida”
TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Éxodo 16:2-15
Segunda Lección: Efesios 4:1-16
El Evangelio: Juan 6:22-35
Sermón
“Pan” podría ser el título para el sermón de
hoy, en el cual Jesús se manifiesta a sí mismo como el pan de la vida. En el
pan para el cuerpo piensan los oyentes de Jesús cuando dicen: “Nuestros
padres comieron el maná en el desierto”. Con estas
palabras se refieren al milagro que Dios obró en el desierto cuando salieron de
Egipto. Después de haber cruzado el mar Rojo, el pueblo de Israel quedó libre
de la esclavitud y la servidumbre a la que había estado sujeto. Los israelitas
tenían tras sí el mar Rojo y por delante a Canaán, la tierra de promisión y
reposo. Pero entre el mar Rojo y Canaán se extendía el desierto que tenían que
cruzar. Por su dureza de corazón, que sólo veía siempre con pesimismo todo lo
que Dios hacía, la peregrinación por el desierto se prolongó 40 años y el pueblo
tuvo que padecer muchas privaciones. Levantaron quejas y acusaciones contra
Moisés y Aarón, diciendo: “¿De
dónde sacamos pan aquí en el desierto para que comamos?” Esta queja fue
seguida de la siguiente acusación: “Nos
habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. Pero Dios no trató con ellos según los
méritos de ellos, sino conforme a su misericordia. Les dijo: “Jehová
os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros…
venida
la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento; y por la mañana
descendió rocío en derredor del campamento. Y cuando el rocío cesó de
descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda
como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron
unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo:
Es el pan que Jehová os da para comer. (Éxodo 16:8, 13-15)
Con razón la
vida del creyente se compara con una jornada por el desierto. Mediante el
bautismo, el cual San Pablo lo compara con el paso de Israel por el mar Rojo,
Dios nos ha sacado de la esclavitud y librado del diablo y de todas sus obras,
de toda su pompa y nos ha hecho promesa de salvación, diciendo: “El que creyere y fuere bautizado
será salvo”. Pero así como muchos de aquellos que cruzaron el mar Rojo no lograron
llegar a la tierra prometida, sino que murieron en el desierto a causa de su
incredulidad (1 Corintios 10:1-5), asimismo hoy no todos los que son bautizados
serán salvos; algunos serán condenados a causa de su incredulidad, porque sin
Jesús, esta vida es un desierto sin pan. Por eso Jesús en el texto trata de
elevar el deseo de sus oyentes del pan terrenal hacía el pan celestial. Tampoco
nosotros debemos quedar satisfechos con sólo tener el pan terrenal, sino que
debemos buscar el pan celestial para el alma, para tener vida en abundancia.
Que Dios bendiga su palabra en tanto que consideramos el siguiente tema: Jesús
es el Pan de la Vida:
El pan
terrenal baja del cielo. “Pan del cielo les dio de comer”. Con estas
palabras se confiesa que Dios, maravillosamente allá en el desierto, cuidó de
las necesidades materiales de sus hijos. Esto demuestra que Dios no es un
fantasma, suspendido en el aire, que no se preocupa por sus criaturas. Dios es el
Dios vivo que alimenta las aves del cielo y viste las flores del campo, y que
promete a cada uno de sus hijos: “No te dejaré ni te desampararé” (Hebreos
13:5).
Muchos no creen
eso y dicen: Si, en la Biblia está escrito que el Señor dio el maná en el desierto
y que Jesús multiplicó maravillosamente el pan, alimentando con cinco panes de
cebada a una gran muchedumbre. Pero en la actualidad el pan no cae del cielo,
sino al contrario, si quiero progresar en las cosas de este mundo, no debo
preocuparme mucho por la religión, porque eso de ir a la iglesia no tiene
provecho, y con mucho orar, uno no sacia el hambre. Pero al que cree que es
cuento que el pan sea providencia divina, se le debe recordar que Dios todos
los días obra los mismos milagros que nos relata la Biblia. Jesús en las bodas
de Caná de Galilea transformó el agua en vino y sus discípulos fortalecieron su
fe en Él. Dios todos los días transforma el agua en vino: cae la lluvia, entra
la humedad en la vid y pasa de allí a las uvas y de éstas se hace el vino.
Jesús multiplicó el pan. Todos los días Dios multiplica los granos que
sembramos para que haya pan, aun para aquellos que no siembran. Es pueril
decir: “Yo compro el pan”. Es cierto que compramos el pan, pero pagamos el pan.
Realmente pagamos algo por el trabajo del panadero, algo por el del molinero
que transforma el grano en harina, algo por el agricultor que siembra y
cosecha, pero el trabajo del trigo, ¿quién lo paga? El agricultor con el camión
vacío va al campo y vuelve cargado con trigo. ¿Dónde lo compró? No lo compró;
es un don de Dios, un don que bajó del cielo, conforme a la promesa divina: “Mientras
la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor,
el verano y el invierno, y el día y la noche.” (Génesis 8:22). Por eso Jesús en la Cuarta Petición del
Padrenuestro nos enseña a pedir así el pan: “El
pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. Lutero explica esta petición así: “Dios, en
verdad, da el pan de cada día, aun sin nuestra oración, también a todos los
impíos”. Para Dios es cosa tan sencilla concedernos dones terrenales que hasta
los da a los que no los piden, porque hace salir su sol sobre malos y buenos,
llover sobre justos e injustos. Ya que Jesús nos manda pedir el pan, debemos
reconocer el pan como don de Dios y recibirlo con acciones de gracias.
El hombre
necesita más que pan. Cuidar solamente del bienestar corporal significa
rebajar al hombre al nivel del animal. En el animal se cuida solamente el
cuerpo. Pero acerca del hombre dice Jesús “¿Qué aprovechará el hombre si
ganare todo el mundo, mas perdiere su alma?" (Mateo 16:26). Aunque el hombre tiene pan de sobra, no
puede añadir un centímetro a la estatura de su cuerpo. Por lo tanto el hombre
necesita tesoros que no puedan ser consumidos por las polillas ni robados por
ladrones, ni que estén sujetos a la pérdida, sino que puedan llevar más allá
del sufrimiento, más allá de la muerte, a la eternidad. Por eso Jesús trata de
fijar en la mente de sus oyentes la idea del pan de la vida (v. 32). Jesús no
niega el milagro de Moisés, sino que lo explica y lo aplica a sus oyentes. No
fue Moisés el que dio el maná, sino Dios por medio de Moisés. El maná no fue el
verdadero pan, sino un símbolo del pan verdadero que bajó del cielo, que es
Jesús. Comparado con este pan de vida, el pan para el cuerpo, como lo era el
maná y lo son todas las cosas de este mundo, son pérdida y basura. Sobre esto
nos dice San Pablo: “Más
aún, todas las cosas las tengo por pérdida, a causa de la sobresaliente
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, Señor mío, por causa de quien lo
he perdido todo, y lo tengo por basura, para que yo gane a Cristo” (Filipenses
3:8).
Interés
material en la religión. Si buscamos una
prueba de lo que es el pecado, aquí la tenemos. Es la ceguedad del hombre natural
que, sabiendo que es mortal, no se afana por el más allá, sino que busca un
interés material hasta en la religión. Para poder creer en Jesús piden de Él un
milagro mayor que el que Moisés obró en el desierto. Si Moisés dio el maná en
el desierto, entonces Jesús, puesto que es el Mesías, por lo menos debería
darles una despensa repleta, dándoles milagros todos los días, un pan mejor que
el maná y que los panes de cebada con los cuales los había alimentado. Olvidan
los milagros que Dios ha obrado y piden nuevas señales para creer.
He aquí también
un cuadro del hombre enceguecido y corrompido de la actualidad. Muchos son los
que acuden a Dios para pedirle ayuda material, buena escuela, consejo para
progresar en el trabajo, pero pocos son los que, afligidos por sus pecados,
acuden a él para consultarle sobre el camino de la salvación. Entonces suena
como ironía cuando Dios en su Palabra afirma que en primer lugar la Iglesia no
es un instituto de beneficencia, sino que el tesoro de la Iglesia es el
Evangelio de Cristo para la salvación de los pecadores y el único camino que
lleva a la vida eterna. Jesús es el Salvador del pecado, el cual no quieren
dejar. Jesús quiere librarlos del poder del diablo, en cuya existencia no
creen; Jesús quiere librarlos de la muerte eterna, a la cual no temen y por lo
tanto, Jesús para ellos no cuenta y así como en nuestro texto los judíos
citaron falsamente un hecho bíblico para esconder su incredulidad, asimismo hoy
en día, con vanas excusas tratan los incrédulos de disimular su incredulidad. A
pesar de que Dios al crearlos, ya se ha manifestado en ellos mismos, dándoles
ojos, oídos, la razón, y todos los miembros, ellos olvidan este milagro y piden
otros. Si hay un Dios, dicen ellos, no debería permitir guerras, miseria, sufrimiento,
sino conceder salud y gozo continuo.
Pero Jesús no
cede a las exigencias carnales de sus oyentes, tampoco quiere predicarles lo
que les agrada, sino lo que les conviene. Aunque el hombre viviera ochenta años
y todos los días se las pasara en banquetes y se vistiera de púrpura y lino
fino, de nada le serviría todo eso, porque polvo es y al polvo volverá. No es
por lo tanto la desgracia más grande que seamos pobres, que estemos enfermos o
que suframos cualquiera otra desgracia; la desgracia más grande sería morir
para ser condenados como aquel hombre rico de que nos habla Jesús en la
historia del hombre rico y Lázaro. Para que esto no suceda, Jesús se presenta a
sí mismo como el pan de la vida, que da vida al mundo.
Cristo en otra
ocasión, al hablar de su obra redentora, se comparó a sí mismo con un grano de
trigo. Sería inútil guardar el trigo sin sembrarlo. Un Mesías como el que ellos
esperaban para nada nos serviría. El grano de trigo para dar fruto tiene que
ser sembrado en la tierra. La aparente muerte del grano es fuente de nueva
vida. Así Jesús, al morir por los hombres, los redimió de la muerte, del pecado
y del poder del diablo. Para continuar con este cuadro, se puede presentar la
obra de Jesús bajo el símbolo del pan. Para preparar pan el grano tiene que ser
molido, triturado, cocido en el calor del horno y puesto a refrescar para ser
ofrecido como alimento para saciar el hambre. También Jesús fue triturado por
los azotes, golpes, espinos y clavos durante su inocente Pasión. Fue “cocido”
en el horno de los sufrimientos, en cuerpo y alma, fue puesto en el sepulcro
frío y después de su resurrección, mediante la predicación del Evangelio,
ofrecido como pan de vida a los que tienen hambre y sed de justicia, la
justicia que vale ante Dios. Como el que tiene hambre recibe el pan, así los
pecadores que están afligidos por sus pecados y temen el juicio final,
gustosamente aceptan a Cristo y por medio de Él quedan saciados.
Durante su vida
aquí en la tierra están contentos con su suerte. Si Dios les da bienes, no son
orgullosos, porque saben que los bienes son dones de Dios y los usan para la
gloria de Dios y para el bienestar del prójimo. Si son pobres y tienen que
soportar sufrimientos, no se desesperan, porque saben que este corto tiempo,
que es la vida, comparado con la eternidad, pronto pasará, y por los méritos de
Cristo llegarán al lugar donde hay hartura de alegría y delicias eternas y
donde no tendrán más sed; ni los herirá el sol, ni calor alguno: porque el
Cordero que está en medio, delante del trono, los pastoreará, y los guiará a
fuentes de agua de vida; y limpiará Dios de los ojos de ellos toda lágrima.
(Apocalipsis 7:16-17)
Dónde
encontrar el pan de la vida. Los que oían a
Jesús en aquella ocasión se burlaban de Él cuando le pidieron aquel pan, porque
seguían en su pensamiento carnal, cayendo así en el juicio del endurecimiento
de corazón. Nosotros empero con corazón sincero queremos clamar: “Señor, danos
siempre este pan”. “Crea en mí, oh Dios,
un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí; no me arrojes de tu
presencia, y no me quites tu santo Espíritu. Restitúyeme el gozo de tu
salvación, y el Espíritu de gracia me sustente”. Y así, cuando llegue
nuestra última hora y convencidos de que el pan de este mundo no nos pueda
saciar, podamos decir: “Señor, ahora
despides a tu siervo en paz”. Con este fin, aprovechemos los medios de
gracia instituidos por Cristo. Escuchemos atentamente su Palabra, mediante la
cual Jesús se manifiesta a nosotros como el pan de la vida. Leamos la Biblia también
en nuestro hogar, porque en ella tenemos la vida eterna, según la propia
declaración de Jesús y el Señor mismo sacie nuestra alma con su presencia real
en la Santa Cena, en el Pan y en el Vino, para que con el mayor valor pasemos
por el desierto de esta vida hasta llegar al reposo eterno del Canaán
celestial, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Jacobo
Felahuer. Pulpito Cristiano. Adaptado por el pastor Gustavo Lavia
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