miércoles, 1 de marzo de 2017


16 Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.



Cuando ayunéis…  ¿Qué dijo Jesús?  ¿Vamos a ayunar? 



Entramos en la temporada de la Cuaresma, 40 días de preparación para la Pascua de Resurrección, seis semanas de… ¿seis semanas de qué?   Esta noche vamos a considerar el porqué de la Cuaresma, a través de meditar un poco en el ayuno. 



Nuestro Señor nos ha hablado de varios hábitos:  de dar limosnas, y también de orar.  De hecho, los versículos quitados de nuestra lectura de San Mateo, versículos 7 a 15 del sexto capítulo, contienen el Padrenuestro.  También contienen la enseñanza sobre la importancia de perdonar a nuestros hermanos, para que no perdamos el perdón de nuestro Padre en los cielos.  Jesús nos habla de la importancia de las limosnas, de las oraciones, y del perdón.  Creo que todas estas cosas nos parecen cosas normales de la vida cristiana.  ¿Pero ayunar?  ¿Renunciar el comer?  ¿Por qué?  ¿Cuándo?  ¿Y por cuántos días? 



No sé si algunos de vosotros tienen experiencia con ayunar, pero seguramente, no es muy común en nuestro entorno del siglo 21.  Creo que ayunar es un poco difícil a imaginar, porque la comida es tan abundante en el día de hoy, y tan buena.  Muchas comidas que hace poco fueron exquisiteces ahora son comunes.  Pero, si el ayuno era algo común en el primer siglo, cuando la hambruna fue una amenaza común, quizás nosotros, que no sabemos nada de hambre, deberíamos pensar un poco más en ayunar de vez en cuando.  



Pero como siempre, cuando pensamos en cómo vamos a vivir como cristianos, debemos investigar los motivos, para no ser hipócritas.  Porque el exterior no importa tanto al Padre, pero más bien el corazón, la voluntad desde que surge nuestras acciones.  Entonces ¿Por qué ayunaríamos? 



No para ganar perdón y salvación; no ayunamos para conseguir nuestra propia justicia.  Esto es la idea fundamental de nuestra lectura, que no hagamos estas obras buenas para recibir reconocimiento público como buenos cristianos.  No porque Dios no quiere que las obras buenas de su pueblo no sean vistos.  En el mismo evangelio Jesús dice: “Vosotros sois la luz del mundo; … Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”  (San Mateo 5:14-16). 



El problema no es que alguien vea nuestras buenas obras, sino que pongamos nuestra confianza en ellas, porque hacerlo es la perdición.  Si confiamos en nuestras obras, no estamos confiando exclusivamente en la obra salvadora de Dios, revelada a nosotros en Cristo Jesús. Y Él es nuestra justicia, nuestra salvación, nuestra santificación.  Solo Él.  No hay salvación en ningún otro nombre.  Entonces, si la meta de nuestras oraciones, nuestras limosnas, y nuestros ayunos es dar la impresión que, por estos, ganamos la justicia necesaria para la salvación, denegamos el evangelio y rechazamos a Cristo y su sacrificio para nosotros.            



La motivación correcta para orar, dar limosnas, perdonar y ayunar es la fe verdadera en Cristo, una fe que reconoce que no podemos contribuir nada a nuestra propia salvación, una fe que se regocija en la buena noticia que Jesús ya ha hecho todo para nosotros, y que nos regala la salvación gratuita.  La fe verdadera, segura en el amor de la Cruz, busca sin compulsión seguir a Jesús.  La fe nos da el deseo de imitarle, dentro de las limitaciones de la criatura.  La fe verdadera no busca recompensa o reconocimiento, porque ya ha recibido todo, en Cristo. 



Entonces, ¿Por qué ayunaríamos?  ¿O por qué renunciaríamos alguna cosa durante la Cuaresma?



Primero, por el ejemplo y dicho de Jesús.  Nuestro Señor nos enseña y nos dice que es una cosa normal de la vida bautismal.  Como vamos a oír en el evangelio del domingo que viene, justo después de su Bautismo, Jesús mismo ayunó por nosotros, en el desierto, al principio de su ministerio.  Es de la experiencia de Jesús, ayunando 40 días en el desierto, que la Iglesia cogió la idea de 40 días de Cuaresma, y también la tradición de ayunar o renunciar algunas comidas durante la temporada pre-Pascual.   



Además, ayunaríamos para reconocer que somos hombres, no dioses.  El ayuno nos ayuda recordar que somos polvo y al polvo volveremos.  Somos seres frágiles, que sin comida muy pronto debilitamos.  El recordatorio que nuestra existencia física depende en la bondad de Dios también nos ayuda recordar que lo mismo es la verdad de nuestra existencia espiritual. 



Además, cuando nuestra hambre nos toca durante la Cuaresma, es un recordatorio de lo que nos ha hecho el Hijo de Dios, renunciando toda la gloria y majestad de su trono en los cielos para entrar en nuestro mundo.  Jesús ayunó, andando el camino que no podíamos andar, sufriendo el castigo insoportable, para rescatarnos de nuestros pecados.  



Y desde este recordatorio nos encontramos más listos para comprender que la comida más importante no es para nuestros estómagos, más bien para nuestros oídos.  Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.  El ayuno no debería un tiempo vacío, con solo dolores en el cuerpo.  Deberíamos llenar el vacío con la Palabra de Dios, en la confianza que Dios nos ayuda por el hambre física tener más apetito para su Verdad. 



Finalmente, y más que todo, ayunamos para mejorar la celebración.  Después de ayunar, la primera boca de comida es un trozo del cielo, un placer extraordinario, creado por la ausencia.  Después de una separación, el abrazo y beso de su amado es mejor que nunca.  Y, si elegimos de renunciar algo durante la cuaresma, deberíamos planificar una celebración de retorno en el Día de la Pascua de Resurrección, una celebración mundana que refleja el gozo del tesoro real, Cristo, crucificado y resucitado para ti.  



Y por eso, no seamos austeros.  Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, 18 para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público, en la celebración pública de su Iglesia, invitándote al banquete de su Hijo.  Y un día pronto, Jesús mismo te va a recompensar públicamente y eternamente, cuando Él regresa para inaugurar su reino eterno. 



    Cualquier ayuno cristiano es un tiempo de considerar y maravillarse en lo que ha hecho Dios para garantizar nuestra invitación al banquete celestial, donde nunca vamos a faltar ninguna cosa buena.   



Esto es la Cuaresma.  ¿Vas a renunciar algo para la Cuaresma?  Si quieres hacerlo, hazlo con algo bueno, para que en la Pascua puedas celebrar la reanudación. 



Si no quieres ayunar, tal vez renuncias un poco de tiempo, que normalmente usas para ver el televisor, o leer en el Facebook.  Podríamos renunciar este tiempo de entretenimiento, para dar los 5 o 10 minutos cada día, dedicándolo a la Palabra de Cuaresma.  Quizás para leer un evangelio o una carta de los Apóstoles. 



No es un mandamiento, es una oportunidad, de profundizarnos en la historia de nuestro Salvador, quién ayunó y sirvió y murió y resucitó para darnos su infinita vida.  Una bendecida Cuaresma a todos, en el Nombre de Jesús, Amen. 


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