Es normal que Dios nos viene a través de medios. En el principio, Adán aprendió de su necesidad de una mujer, una ayuda idónea, su compañera de vida, a través de hacer su tarea, recibida del Señor, de nombrar a todos los animales.
Dios les ofreció al hombre y la mujer que coman para la vida eterna desde el Árbol de Vida.
Dios probó su fe a través de su restricción sobre el comer del fruto del Árbol del Entendimiento del Bien y del Mal.
Después de la Caída en Pecado, aún más Dios tenía que venirnos y comunicar con nosotros por medios, puesto que ya era peligroso para nosotros pecadores estar en la presencia del Dios Santísimo, porque su esencia justa y santa destruye y echa aparte a toda cosa pecaminosa. Así que, desde una zarza ardiente, en una nube, en una columna de fuego, y, más que todo, por su Palabra, procedente de la boca de sus profetas, el Señor se encontraba y comunicaba y bendecía a su Pueblo.
Elías fue uno de estos profetas de Dios, uno de los mayores. Fue un hombre de fe, y acción, un hombre de la Palabra, un predicador y hacedor de milagros en el Nombre del Señor, un hombre a quién vino personalmente y con frecuencia la Palabra de Dios.
Pero en nuestra lectura del Antiguo Testamento de hoy, Dios viene a Elías por un modo especial. Parece que esto fue por causa de los sufrimientos y persecuciones que había sufrido Elías. La causa del Señor y su Pueblo parecía derrotada: profetas asesinados, altares derribados, ídolos adorados por la gran mayoría de la gente. Justo antes de nuestra lectura, en desesperación, Elías pidió al Señor que se deje morir. El Señor no lo quiso. Dios tenía todavía algunas tareas pendientes para su profeta valiente. Lo animó, lo alimentó, y lo envió de nuevo en camino, hasta que Elías vino a la cueva en el monte de Horeb, donde le encontramos hoy.
Y el Señor le dijo (a Elías): Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva.
No se presentó Dios a Elías en el modo que esperaríamos: no estaba en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego. Más bien Dios vino en un silbo apacible y delicado, en un susurro, una voz pequeña y pacífica. Qué sorpresa.
No nos debería sorprender, porque el Señor siempre ha querido relacionarse con nosotros por medios creados, a través de cosas terrenales, y muchas veces inesperadas. Pero siempre el Señor nos busca, para bendecirnos.
Como Él hizo con Elías. El profeta fue agotado, y podemos percibir dudas en su corazón sobre el futuro de la misión de Dios. No obstante, a pesar de sus dudas, el Señor amó a Elías y le dio una audiencia especial, y además, una promesa, dicha en esta voz pequeña: Mi Palabra y mi Misión no van a fallar. Entiendo que estás cansado Elías, y la situación actual parece fatal. Pero ¡ánimo! Todavía estoy guardando en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron. Le dio a Elías instrucciones específicas, para ungir a nuevos reyes, y a un nuevo profeta, Eliseo, para encargarle con las
responsabilidades de Elías. La Misión de Dios no puede fallar; el Pueblo de Dios siempre será. Dios mismo lo jura, y nunca fallará en sus propósitos. Desde una voz pequeña, una promesa grande y consolador.
En el evangelio, de San Lucas 5, vemos algo diferente, un encuentro muy agradable. Vemos que la multitud está buscando oír la Palabra de Dios. Y la ha encontrado, en la persona de Jesús de Nazaret. El gentío agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios.
Que pudiéramos ver algo parecido hoy en día. Ahora las multitudes buscan cualquier otra palabra, excepto la de Dios. ¿Por qué la diferencia, entre el siglo primero y hoy?
Bueno, hoy, la vida para muchos es bastante fácil, controlada. La tecnología y la economía moderna dan a nosotros un nivel de vida que hubiera sido incomprensible durante la mayoría de la historia. Con estómagos llenos y cuerpos cómodos, no pensamos tanto en Dios y la eternidad. Después de todo, según muchos de los científicos, los sabios que nos proveen la tecnología que mejora el mundo de hoy, Dios y la eternidad no existen. Al menos, ellos piensan así. Dios tiene otra opinión. Y lo insensato de Dios es más fuerte que los hombres.
Seguramente, la condición de vida en Israel en el primer siglo fue mucho peor materialmente, una realidad que siempre causa que el ser humano considere a los temas espirituales. También hay una diferencia en la realidad de la cultura del Israel antigua, una cultura bien basada en la Palabra de Dios, escrito por Moisés, y en los Salmos y los Profetas. Jesús interpretaba con autoridad la existente palabra de Dios, y declaró que todas las profecías estaban llegando a su cumplimiento, en Él. Por el amor y el entendimiento de la Palabra de Dios, la gente de aquel entonces estaba lista para escuchar a Jesús, hasta agolparse sobre Él para oírla.
Además, junto con predicar el cumplimiento de las promesas de la Palabra de Dios, este Jesús estaba también mejorando las vidas cotidianas de sus oidores, sanando enfermedades, dando de comer, haciendo milagros.
Hay lecciones para nosotros en esto. No sé si alguien de nosotros tenga poderes milagrosos, pero tenemos la capacidad de ayudar a personas. Igualmente, no sé si vayamos a tener éxito en inculcar un amor para la Biblia en la población general en España. Ojalá que sí. Pero tenemos oportunidades menos difíciles, oportunidades de compartir la palabra que son posibles dentro de nuestro alcanzo y capacidad.
Estamos aquí hoy, congregado en torno a la Palabra. Muy bien. Siempre podemos invitar a asistir a amigos y vecinos. También pudiéramos oír la Palabra en casa. Memorizar versículos claves, y así llevarlos por adentro. Compartir la Palabra con nuestros hijos y nietos. Expandir las oportunidades de reunirse alrededor la Palabra de Cristo puramente proclamada, por el ministerio de la Iglesia Luterana, nuestra iglesia aquí en España. Podemos animar los unos a los otros que no dejemos de congregarnos, que es una tendencia latente en cada cristiano todavía viviendo en este mundo.
No es dentro de nuestro control el resultado de nuestros esfuerzos de promulgar la Palabra de Dios; esto pertenece al Espíritu Santo. Pero sí, sabemos que difundir la Palabra es tarea buena, un privilegio de todos los miembros de la Iglesia, y una actividad que nos sirve igualmente. Mientras proclamamos la Palabra al mundo, nuestros esfuerzos en la misión de Dios resultarán que nos profundicemos en el Evangelio, fortaleciendo nuestra fe y enriqueciendo nuestras vidas.
Finalmente, volvamos al lado del lago de Genesaret, y consideremos otro encuentro, el muy especial, entre Simón Pedro y Dios. Por la captura enorme de peces que habían realizado Pedro y sus compañeros, se dio cuenta que Jesús fue divino.
Es fácil decir que Pedro no debía haber tenido miedo, porque Jesús es bueno, el Amor de Dios hecho carne. Y es verdad, Dios, y solamente Dios, es bueno en sí mismo. Pero esto no quiere decir que la reacción de Pedro fue incorrecta. No, fue completamente correcta. Elías cubrió su cara al encontrar la presencia de Dios en un susurro. Moisés tuvo que quitar sus sandalias ante la zarza ardiente, y se postró con la cara en el suelo. Al ver el Señor en una visión, Isaías declaró: Ay de mí, estoy perdido, porque soy pecador, y estoy en la presencia del Altísimo. Siguiendo esta tradición santa, Pedro, cuando de repente supo que había estado en la presencia de Dios durante un largo rato, dijo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.
Pedro dio la respuesta de un pecador arrepentido, una vez consciente que esté en la presencia de Dios.
Y nuestro Dios, encarnado en Jesús de Nazaret, dio la repuesta del Dios quién nunca va a dejar que su misión fracase: No temas; desde ahora serás pescador de hombres.
En el hecho y en el momento que Simón Pedro consideró que fue indigno, y lo confesó, él fue convertido por Jesús en un ser digno, por la gracia de Dios, obrando por la Palabra de Paz: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Es como dijo el profeta Miqueas, ¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad? No persistirá en su ira para siempre, porque se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, hollará nuestras iniquidades. Sí, arrojarás a las profundidades del mar todos nuestros pecados. (Miqueas 7:18-19)
No hay un dios como el Señor Dios. Otros dioses, los falsos, los ídolos, siempre quieren encontrar justicia dentro de las personas, requiriendo que produzcamos nuestra propia santidad. Pero nuestro Dios trae la justicia, su propia justicia, para dárnosla, y por eso hacernos santos. Desde mucho antes de su conversación en susurro con Elías, Dios había sido preparando la entrega de su justicia y gracia a nosotros.
Este mismo Simón Pedro, pescador, iba a cambiar de carreras, para pescar a pecadores. Su cebo sería, otra vez y como siempre, la Palabra de Dios, específicamente el Evangelio de la muerte y resurrección de Cristo para el perdón de los pecados.
Somos beneficiarios y participantes en esta misma misión de Dios. Aquí, hoy en día, el Señor nos encuentra y nos comunica a través de los medios elegidos de Él: todavía la Palabra, y también la Cena misteriosa, donde recibimos perdón, vida y salvación, entregado a nosotros por el pan y el vino, cambiado por el Espíritu en ser también el cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Por eso, aunque últimamente la situación de la Iglesia de Cristo nos parece muy mal, y aunque quizás tu propia fe te parece débil, no temas. No pierdas la esperanza porque tu consciencia tiene fuerte lucha con tus pecados. Cuanto más sientas deshonra por tu pecado, siempre que lo confiesas y deseas la salida de tu pecado, cuanto más rápido el Señor Dios imparta su gracia a ti, junto con la fuerza de seguir a Él. Por eso Dios nos ha congregado aquí. Y Él va con nosotros después, para realizar todas sus promesas a ti, y a todo el mundo,
En el Nombre de Jesús, Amén.