”Ofrendando tu vida al Señor”
TEXTOS BIBLICOS
DEL DÍA
Primera Lección: 1º
Reyes 17:8-16
Segunda Lección: Hebreos
9:24-28
El
Evangelio:
Marcos 12:38-44
Sermón
•
Introducción
Ofrendar es un acto de generosidad que implica
desprendernos de algo para entregarlo desinteresadamente a otro. Normalmente
asociamos la palabra ofrenda con las obras de caridad, o con la asistencia a
los pobres. Y del mismo modo se entiende frecuentemente la ofrenda de una
manera económica, como si esta sólo pudiese darse en forma de dinero. Sin
embargo, como cristianos podemos y debemos entender la ofrenda como algo más
profundo y de mayor alcance, y como el signo tangible de una manera específica
de relacionarnos fundamentalmente con Dios. Pues tras la ofrenda hay una
actitud y una intención que expresan cómo nos relacionamos con el Creador en
nuestra vida. En realidad para el creyente, su vida entera es una ofrenda a
Dios, donde vivimos con conciencia de que todo lo que tenemos y somos, desde
nuestras posesiones, familia, salud, trabajo y un largo etcétera, en realidad
son ofrendas que hemos recibido previamente del Señor por Amor. Y entre todas
ellas sobresale en gran manera el perdón y la reconciliación ganadas para
nosotros por Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.
•
Sea toda la gloria para Cristo
En la lectura del Evangelio de hoy, encontramos dos momentos distintos
pero relacionados entre sí en cuanto a la enseñanza que Jesús nos transmite. En
primer lugar nos encontramos de nuevo con los escribas, como ejemplo de una
actitud errónea en cuanto a la manera de relacionarnos con el Señor. Pues
estos, en lugar de ser transmisores del amor de Dios por su pueblo, y de
dirigir las miradas de los creyentes hacia Él, preferían concentrar la atención
y las miradas ajenas en ellos mismos: “Guardaos de los escribas, que gustan
de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas y las primeras
sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas” (v38-39). Por
medio de sus vestimentas y actitudes, se esforzaban por impresionar al pueblo,
usando la aparente piedad de una religiosidad estricta para convertirse ellos
en el centro de atención. Y se situaban igualmente en lugares destacados,
entendiendo que era el lugar que les correspondía y que merecían por su
supuesta dignidad. En su relación con el Señor, era evidente que no buscaban en
primer lugar la gloria de Dios, sino la propia. Torcían así las palabras del
Salmista: “No a nosotros, Oh Jehová, no a nosotros, Sino a tu nombre da
gloria” (Salmo 115:1). Y los escribas usaban además su posición social para
satisfacer su deseos más bajos y carnales: “que devoran las casas de las
viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor
condenación” (v40). Pues cuando queremos ocultar la gloria de Dios en el
mundo y tratamos de sustituirla por la gloria del hombre, el pecado que habita
en éste se manifiesta aún con mayor fuerza y evidencia. De ahí lo peligroso de
permitir a nuestro ego tomar el control de nuestra vida, olvidando quiénes
somos y que nuestro papel aquí debería ser sin embargo el proclamar las
maravillas de Dios, y fundamentalmente las que ha llevado a cabo abriendo para
nosotros en Cristo las puertas del Reino. Pero precisamente vivimos en una
sociedad que ama la vanagloria personal y fomenta el culto a la imagen del
hombre. Una sociedad donde Dios ha sido despojado de la gloria que le pertenece
y sustituida por la gloria de gobernantes, deportistas, personajes públicos o
simplemente por personas dispuestas a exponerse públicamente y a desvelar su
vida personal e íntima para arañar un poco de fama. Una época donde cada vez
son menos los que miran a Dios, y fijan su atención en el hombre, y donde se
hacen ciertas las palabras de San Juan: “Pues amaban más la gloria de los
hombres que la gloria de Dios” (Jn 12: 43). Pero no debe ser así entre
nosotros los cristianos, sino que hagamos nuestras las palabras del Apóstol
Pedro cuando nos advierte para que seamos personas sencillas, sumisas, y lejos
de todo intento de vanagloriarnos en nosotros mismos: “Revestíos de
humildad, porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes” (1ª
P 5:5). Y aquí de nuevo ¿quién será nuestro modelo sino Cristo mismo?,
¿quién sino aquél que se humilló hasta la muerte por tí y por mí?. “Aprended
de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11:29) nos dice Jesús. No al
hombre pues, sino miremos al Señor y oremos también para que este mundo
recapacite y vuelva en humildad sus ojos a Cristo: “para que en el nombre de
Jesús, se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y
debajo de la tierra” (Fil 2:10).
•
Confiando
plenamente en el Señor
En la segunda parte de la lectura de hoy,
encontramos a Jesús presenciando las donaciones de pueblo judío en el arca de
las ofrendas a la entrada del templo. Y ciertamente entre el pueblo había
personajes acomodados y ricos que ofrendaban en gran medida. Lo hacían a la
vista de todos y ostentosamente, llamando la atención de otros por su supuesta
generosidad y devoción. Pero Jesús en
esta ocasión sin embargo, fija su atención en otra escena bien distinta que se
desarrolla en el mismo lugar: “Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o
sea, un cuadrante” (v42). Una pobre viuda es aquí el modelo que sirve para
presentarnos el enfoque correcto de la relación del creyente con su Dios, en
contraste con la actitud de los escribas. Pues esta viuda, junto con los
enfermos y los niños, no solo no buscaba alabanza o vanagloria propias, sino
que formaba parte del grupo de los débiles y desposeídos de la sociedad de su
época. Pues una viuda sin sustento estaba expuesta a la pobreza y la miseria, y
más si poseía familia en forma de hijos. Una viuda representaba al elemento más
débil de su época: la mujer, expuesta además a la falta de protección familiar
y material de un marido. Si difícil era la vida para una mujer en estas
condiciones, lo era aún más si ya la había alcanzado la pobreza, señal de que
ningún hombre la había vuelto a querer por mujer. Y esta viuda en su humildad
sin embargo, no solo no reprimió su ofrenda, justificándola con su situación
personal de pobreza, sino que confió plenamente en su Dios y puso su vida
entera en sus manos, y es por ello un modelo de fe para el creyente pues: “Los
que confían en Jehová son como el monte de Sión, que no se mueve, sino que
permanece para siempre” (Sal 125:1). ¿Cómo
está nuestro nivel de confianza en nuestro Dios?, ¿nos entregamos a Él en fe,
sea cual sea nuestra situación personal, y confiando en que recibiremos infinitamente
más que lo que podamos dar en esta vida?. Estemos atentos sin embargo a que
nuestra relación con Dios no se sustente nunca en el interés, en un mero
intento de intercambio de fe a cambio de prosperidad y bienestar. No olvidemos
que no predicamos la gloria, sino la Cruz, y que nuestra herencia y tesoro no
están aquí en esta tierra (Mt 13:44). Y que al igual que la viuda, es
posible que Dios se relacione con nosotros también en la pobreza y en la
adversidad, y que ello deba ser así. Por tanto, acerquémonos a Dios con
confianza, poniendo a sus pies nuestra vida entera, lo que somos y tenemos, en
la seguridad de que Él cuida de nosotros, y de que no hay ofrenda pequeña ante
el Señor, si nace de un corazón sincero y humilde.
•
Nuestra vida entera como Ofrenda
Hemos visto
pues que la viuda pobre nos enseña a acercarnos a Dios con humildad y con
confianza plenas. Su ofrenda es un testimonio de cómo poner a los pies del
Señor nuestra vida y nuestras seguridades. También los cristianos ofrendamos, y
ofrendamos igualmente con dinero para sostener la obra del Señor por medio de
su Iglesia. Pero tengamos en cuenta que no siempre nuestra ofrenda a Dios debe
estar basada específicamente en el dinero, pues nuestro tiempo, nuestros
talentos, nuestras oraciones y nuestra atención al prójimo son también ofrendas
aceptables para Dios. Todo aquello que hacemos desde la fe por y para nuestro
Creador y nuestro prójimo son ofrendas valiosísimas que podemos ofrecerle. Sin embargo nuestra
relación con Dios puede correr el peligro de relacionamos con Él no a base de
máximos como hizo la viuda, sino a base de mínimos: mínimos momentos de
oración, mínima escucha de su voluntad en su Palabra, mínima participación y
recepción de su perdón en la Santa Cena, mínima ayuda al prójimo, mínima
colaboración con la proclamación del Evangelio. O también podemos pretender
mantener una relación con Dios basándonos simplemente en lo que nos sobra: orar
cuando me sobre tiempo, leer la Palabra cuando me sobre tiempo, asistir a los
Oficios cuando me sobre tiempo, ofrendar o ayudar a otros cuando me sobre
tiempo y dinero, etc, etc. Al final Dios y el prójimo siempre se llevan las
sobras. Y así, podemos dosificar nuestra vida de fe sin interferir nunca en
nuestros propios intereses, y por supuesto cómodamente. Pero ¿es esta la
relación que Dios quiere mantener con nosotros?. Tengamos en cuenta sin embargo
que nuestro Padre actúa justo de la manera contraria respecto a nosotros sus
hijos, en una relación no de mínimos ni de sobras, sino de máximos: máxima
disponibilidad para escuchar nuestras oraciones y plegarias, máxima presencia
de su Espíritu en su Palabra y los Sacramentos (medios de Gracia), máximo Amor
y sostén tanto en la prosperidad como en la desgracia, y máxima entrega en la
figura de Cristo en la Cruz. Él no escatima nada por nosotros como podemos
comprobar. Por tanto, ¿cómo vivimos pues nuestra relación con Dios?, ¿es a base
de mínimos y sobras o con entrega y generosidad?. Debemos tener
conciencia de que detrás de todo lo que somos o hacemos esta nuestro Creador, y
de la importancia de fundamentar nuestra vida en una sana relación con Él.
Aprendamos pues de la viuda, con humildad, sin vanagloria personal, con
confianza plena y con generosidad para con Dios: “de cierto os digo, esta
viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han
echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza
echó todo lo que tenía, todo su sustento (v43-44)”.
•
Conclusión
Vivimos en un mundo centrado en sí mismo, donde la
búsqueda del placer, la fama y la notoriedad abundan por doquier. Al igual que
ocurría con los escribas, la humildad, la sencillez y la alabanza al Creador
son sistemáticamente desechados por la búsqueda de la gloria y auto alabanza
humanas. Malo será que el hombre crea ser señor absoluto de su destino y no
tenga conciencia de su lugar en la creación: “Porque ¿qué es vuestra vida?,
ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se
desvanece” (Stg 4: 14). Jesús sin embargo nos muestra hoy cuál debe ser nuestra
actitud como personas de fe: humildad, entrega, confianza plena en el Creador,
y sobre todo, ofrendar con nuestra vida entera, con todo lo que somos. Y si el
Señor entregó por nosotros a su Hijo amado, ¿le ofreceremos nosotros lo
mínimo?, ¿escatimaremos con Él nuestra ofrenda de vida?. Por tanto, “Dad a
Jehová la honra debida a su nombre, traed ofrenda, y venid delante de Él” (1 Cr
16:29).¡Que así sea, Amén!
J. C. G. / Pastor de
IELE/Congregación San Pablo
No hay comentarios:
Publicar un comentario