“Somos
Hijos de Dios”
Antiguo Testamento:
Apocalipsis 7:9-17
Nuevo Testamento: 1º
Juan 3:1-3
Santo Evangelio: Mateo
5:1-12
Una
de las cosas que la Reforma sacó a la luz es nuestra filiación o relación con
Dios. “Somos hijos de Dios”. ¿Tenemos razón para creerlo? ¿No es una presunción
que siendo pecadores, nos adjudiquemos un título tan honorable? Quizá hoy
alguien dirá que es un nombre muy común y que no hay necesidad de otorgarle
tanta importancia, pues todos somos hijos de Dios porque Él nos creó y nos
sostiene aún con lo necesario para el sostén de nuestros cuerpos. Pero hoy no
hablamos de nuestra creación y conservación corporal por parte de Dios. Ahora
nos referiremos al ser hijo de Dios de una manera especial. Pero ¿Puede uno ser
hijo de Dios más que por la creación? ¿No es hipócrita el que insiste en
llamarse hijo de Dios? No es ni presunción, ni egoísmo. Dios mismo llama hijos
suyos a ciertas personas. Él mismo confiere esta dignidad. En nuestro texto
bíblico, 1 Juan 3:1-9, el apóstol San Juan escribe
por inspiración del Espíritu Santo que somos “llamados hijos de Dios” y que “somos
hijos de Dios”.
¿Cómo llegamos
a ser hijos de Dios?
Juan
nos dice: “Mirad”. He aquí tiene algo
muy importante que decirnos y es lo siguiente: “Cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de
Dios” v1, y “Muy amados, ahora somos
hijos de Dios” v2. “Somos hijos de Dios” porque Dios nos amó y tiene que
ser la verdad porque la Biblia así lo dice.
Veamos
cómo no llegamos a ser hijos
del Padre celestial. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, fueron creados
santos, sin pecado. Fueron creados a imagen de Dios. Fueron sus hijos. Pero
ellos desobedecieron a Dios. Comieron del fruto del árbol prohibido. Por su
desobediencia pecaron contra Dios y ya no eran santos sino pecadores. Perdieron
la imagen de Dios. Ya no eran sus hijos. ¿Qué tenemos que ver con lo que ellos
hicieron? Mucho. El pecado y la perdición de ellos pasaron a todos sus
descendientes. La Biblia dice, Romanos 5:12: “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte,
y la muerte así pasó a todos los nombres, pues que todos pecaron”. El
diablo tentó a Adán y Eva, y cuando éstos comieron del árbol prohibido por
Dios, ya no eran hijos de Dios sino hijos del diablo. Nosotros, a causa de
ellos, también perdimos la dicha de ser hijos de Dios y pasamos a ser hijos del
diablo. “El que hace pecado, es del
diablo; porque el diablo peca desde el principio”, dice nuestro texto, v. 8.
Pablo
describe ese estado terrible en Efesios 2:3: “Entre los cuales (los desobedientes) todos nosotros también vivirnos
en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne
y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, también como los
domas”. Igualmente en el versículo doce del mismo capítulo dice: “En otro tiempo estabais sin Cristo,
alejados de la república de Israel, y extranjeros a los pactos de la promesa,
sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Las consecuencias del pecado fueron
desastrosas para Adán y Eva y para todo ser humano. “Éramos por naturaleza hijos de ira” y estábamos “sin Cristo, sin
esperanza y sin Dios en el mundo”. Esta es la verdadera descripción de todo
hombre, mujer y niño en el mundo por naturaleza. Así son todos al nacer. Así
son todos los que no creen en Cristo. No importa que sean ricos o pobres; que
sean personas decentes o de malas costumbres. La Biblia dice que “todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios”, Romanos 3:23. Aun nosotros “éramos por naturaleza hijos de ira”, “del diablo”, v. 8.Cuando
Dios dijo a Adán y Eva que no comieran “del
árbol del conocimiento del bien y del mal", añadió lo siguiente: “Porque el día que de él comieres, morirás”,
Génesis 2:17. ¿Pudo Dios pasar por alto esa transgresión? No. Él es justo y
tuvo que castigar. El fin de todos los desobedientes “hijos de ira”, “del diablo”, pecadores, incrédulos, a pesar de
fama, fortuna, cultura, o lo que sea, a menos que la ira de Dios sea quitada,
es la condenación eterna en el infierno “donde
el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga”, Marcos 9:46. “La paga del pecado es muerte”, Romanos
6:23.
No
cabe duda de que este castigo del infierno es para todos los hijos de ira desde
Adán y Eva hasta el último hombre que haya de nacer. Nosotros no fuimos hijos
de Dios al nacer sino hijos de ira, del diablo. Y estábamos sujetos al castigo
del infierno. Heredamos la culpa de Adán y Eva, el pecado original. Este pecado
heredado pronto se manifestó en nosotros en pecados de pensamientos, palabras,
y obras. Estos pecados se llaman pecados actuales.
Nuestro
texto menciona cierto pecado diciendo que el mundo no conoce a Dios, v. 1. ¿Qué
quiere decir no conocer a Dios? No conocer a Dios quiere decir no reconocerle
como al Señor, no creer en Él y no servirle. Esto es pecado. “Cualquiera que hace pecado, traspasa
también la ley; pues el pecado es transgresión de la ley”, v. 4. “El que hace pecado, es del diablo”,
v. 8. El fruto del pecado original es el pecado actual. Mateo 7:17 dice: “El árbol malvado lleva malos frutos”. También
estos pecados de pensamientos, palabras, y obras merecen el castigo en el
infierno.
Pero
ya no somos hijos del diablo tambaleando en el precipicio de la eternidad para
pronto caer en el infierno. ¿Qué sucedió para que ya no seamos hijos del diablo
sino hijos de Dios? ¿Acaso nos libramos nosotros mismos o nos rescató alguna persona de la esclavitud
del diablo y el castigo eterno? No, nunca. No conocíamos a Dios. No teníamos el
poder espiritual para allegarnos a Dios. Estábamos muertos en delitos y
pecados. Así como un cadáver no tiene poder para darse vida corporal, así
tampoco tiene poder espiritual para conocer a Dios el que está muerto en
pecado, el que es hijo del diablo. Ningún ser humano podía salvarnos. Dice la
Palabra de Dios: “Ninguno de ellos podrá
en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate. (Porque la
redención de su vida es de gran precio, y no se hará jamás)”, Salmo 49:7-8.
Martín Lutero expresa esta verdad en una respuesta a sus Preguntas Cristianas:
“Debemos aprender a creer que ninguna criatura ha podido pagar por nuestros
pecados”.
Pero,
¿cómo fuimos librados del poder del diablo? Oíd con atención. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para
que seamos llamados hijos de Dios... Muy
amados, ahora somos hijos de Dios” vs. 1-2. Somos hijos de Dios porque Él
nos dio su amor. No fue la voluntad de Dios que nosotros, pecadores e hijos de
ira y del diablo, permaneciéramos en la amarga esclavitud del diablo y
sufriéramos en el tormento del infierno. “Dios
es amor”, 1 Juan 4:8. Dios no quiere “que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, 2 Pedro 3:9.
Pero, ¿cómo pudo Dios amarnos a nosotros que fuimos tan pecadores y que le
habíamos ofendido tantas veces?
Yo
sé que Dios es amor, es misericordioso. ¿Cómo pudo Él amarnos? ¿No tuvo Él que
castigarnos? El gran amor de Dios aun antes de la creación del mundo trazó el
plan por el cual Él pudo tener compasión de nosotros. “Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado
en él”1º Juan 3:5. “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo”, v. 8b. Hijos de Dios, estas palabras son las Buenas Nuevas; son el
Evangelio. Estas palabras debemos aprenderlas de memoria y creer con todo el
corazón. Estas palabras explican cómo Dios pudo darnos su amor y llamarnos sus
hijos.
En
el consejo del Trino Dios antes de la creación del mundo fue hecho el plan que
se verificó al venir Cristo al mundo en el cumplimiento del tiempo para dar su
vida en rescate por muchos, aun por todos los hijos de ira, del diablo.
Nosotros merecimos el castigo, pero Dios nos amó y su Hijo Jesucristo
voluntariamente asumió la responsabilidad de guardar la Ley por nosotros, de
quitar nuestros pecados, y de deshacer las obras del diablo. Cristo guardó al
pie de la letra los Diez Mandamientos. “No
hay pecado en él (Cristo)”, v. 5b. Lo que Él hizo al cumplir la Ley fue
acreditado a nuestro favor. Cristo quitó “los pecados del mundo”. El gran
profeta Isaías escribió por inspiración del Espíritu Santo y profetizó cómo
Cristo quitaría nuestros pecados. “Despreciado
y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto: y
como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y
nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido
fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra
paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados”. (53:3-5.) El pecado
tuyo, el mío, y el de todo el mundo fue puesto sobre Cristo. Él sufrió y murió
por todos nosotros, sin excepción. “He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, Juan 1:29b. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia
de todo pecado”, 1 Juan 1:7. Vemos a Cristo en el huerto de Getsemaní
sufriendo la agonía del infierno a causa de nuestros pecados. Oímos a Él decir
en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?” Marcos 15:34. Y un poco antes de su muerte en la cruz
le oímos decir: “Consumado es”, Juan
19:30. Él había hecho todo lo necesario para salvar a todos y a cada uno. No
sólo cumplió la Ley por nosotros y quitó nuestros pecados, sino que también
dejó sin efecto las obras del diablo. Por el pecado que el diablo trajo al
mundo la muerte pasó a todos los hombres. Ésta fue una obra del diablo. Dios no
nos creó para morir sino para vivir. Pero por el pecado la muerte reinó sobre
nuestros cuerpos, y el castigo del infierno, que es la segunda muerte, sobre
nuestras almas. Para deshacer la obra del diablo, vencer la muerte y restituir
la vida, Cristo también resucitó de entre los muertos al tercer día, como había
dicho. Él triunfó sobre el infierno. Este triunfo de Cristo sobre el diablo se
nos da a nosotros. “Ahora pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al espíritu”, Romanos 8:1. Como Cristo destruyó el
poder que el diablo tenía para llevarnos al infierno, para condenarnos,
asimismo triunfó Él sobre la muerte. Tampoco quedaremos en nuestros sepulcros. Él nos dice
en Juan 14:19: “Porque yo vivo, y
vosotros también viviréis”. En 2 Timoteo 1:10 leemos que Cristo “quilo la muerte, y sacó a la luz la vida y
la inmortalidad por el evangelio.”
¿Cómo
es que somos hijos de Dios? Nada hubo en nosotros para merecer el amor de Dios.
Fue el puro amor de Dios lo que le movió a tener compasión de nosotros. Y
Cristo voluntariamente se hizo nuestro divino Substituto. Él cumplió la Ley por
nosotros y quitó nuestros pecados. Y por su resurrección destruyó las obras del
diablo. Por el amor del Padre y los méritos de Jesucristo nosotros, pecadores
indignos, tenemos el gran honor de ser hijos de Dios. A Dios gracias por el
gran amor con que nos amó. Gloria a Cristo por su muerte en la cruz y también
por su resurrección. Por eso decimos con Juan: AHORA SOMOS HIJOS DE DIOS.
¿Cuándo Somos hijos de Dios?
Hay
dos conceptos entre algunos que se llaman cristianos que son completamente
falsos. Algunos alegan que nadie puede estar seguro de su salvación y otros
aseveran que es necesario pasar por cierta experiencia o sentir algo cuando uno
se salva. Es importante saber con seguridad cuándo uno es hijo de Dios. Juan escribe en los
primeros dos versículos de nuestro texto que Dios “nos ha dado” su amor y que “ahora
somos hijos de Dios”. ¿A quiénes escribió Juan? Él dirigió su epístola a
cristianos, creyentes en Cristo. Sus palabras inspiradas por el Espíritu Santo
fueron, y aún lo son, para todas las personas que creen que Cristo vino para
quitar sus pecados y para deshacer las obras del diablo. Los que no creen en
Cristo y por ende son hijos del diablo, no pueden ni quieren reclamar para si
estas palabras de nuestro texto. Pero vosotros sois cristianos,
creyentes en Cristo. Estas palabras son para vosotros. Vosotros sois hijos de
Dios AHORA porque creéis en Cristo. Dice la Biblia, Gálatas 3:26: “Todo: sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús”. Todo e1 que ahora cree en Cristo como en su Salvador
personal es hijo de Dios. Así pues es erróneo, antibíblico, decir que uno no
puede estar seguro de su salvación, de ser hijo de Dios, o que es necesario
pasar por cierta experiencia o sentir algo cuando se salva.
Dios
nos amó, y Cristo llevó a cabo la obra de la salvación. Nuestra salvación no
depende de nosotros sino del Dios Trino.
El
Dios que no miente nos dice a nosotros, que creemos en Él, que AHORA somos sus
hijos. Así pues que AHORA mismo somos hijos de Dios. Aun ahora cuando el
diablo, el mundo y mi propia carne me tientan y tratan de arrebatarme de las
manos de Dios, no debo desesperar sino recordar que Cristo dice: “Yo les doy vida eterna y no perecerán para
siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano”. En este mundo tenemos mucha
tribulación.
Puede
ser que venga mayor sufrimiento que el que ya hemos experimentado. Hay peligro
de perder la fe cuando pasamos por alguna aflicción. Pero sabed bien que “AHORA somos hijos de Dios”. Cristo nos
dice: “Estas cosas os he hablado, para
que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: mas confiad, yo he
vencido al mundo”, Juan 16:33.
Y
qué de lo futuro… ¿Qué será de mí en la hora de mi muerte y en la eternidad?
Con Pablo decimos: “Si en esta vida
solamente esperamos en Cristo, los más miserables somos de todos los hombres”,1º
Corintios 15:19.
No
temáis. Gracias a Dios, nuestro texto también nos dice que no sólo AHORA, sino
también en lo futuro, en la hora de la muerte y después de la muerte, soy hijo
de Dios. “Muy amados, ahora somos hijos
de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que
cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como Él es”.
Ahora no parece que soy hijo de Dios y mucho menos parece que vendrá el tiempo
cuando tendré otra vez la imagen de Dios en su plenitud. Ahora ando en la
carne. Tengo el viejo hombre. Pero cuando Cristo venga otra vez, entonces seré
como Él es. “No hay pecado en Él
(Cristo)”. En el gran día del Juicio seré resucitado por Cristo. Mi pobre
cuerpo, que fue sepultado para volver al polvo de la tierra, será resucitado
para tener cuerpo glorificado. No habrá ni mancha ni arruga de pecado en mí.
¿Cómo sabemos que vamos a ser hijos de Dios, santos, sin pecado, en la
eternidad? Lo sabemos porque Dios nos dice que “le veremos (a Cristo) como Él es”. Cristo nos promete: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo”, Mateo 28:20. Otra preciosa promesa para animarnos como
hijos de Dios para lo futuro y la eternidad es la Palabra de Dios en 1º
Corintios 2:9: “Cosas que ojo no vio, ni
oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado
para aquellos que le aman”. ¿Cuándo somos hijos de Dios los que creemos en
Cristo? ¡Ahora y por toda la eternidad!
En qué Consiste Nuestro Deber Como Hijos
de Dios
Somos
hijos de Dios ahora y lo seremos también en la eternidad. Es una gloriosa
esperanza porque Dios nos amó, porque Cristo quitó nuestros pecados y destruyó
las obras del diablo!
¿En
qué consiste nuestro deber como hijos de Dios? “Cualquiera que tiene esta esperanza en él, se purifica, como él
también es limpio", v. 3. Este texto enseña que nuestro servicio
razonable es llevar una vida cristiana, pues Dios en su amor y por los méritos
de Cristo, sin merecimiento nuestro nos hizo sus hijos, para ahora y para la
eternidad. Aquí se enseña la santificación; el hacer buenas obras. Esta
purificación, esta vida limpia, no es para ganar ni merecer el ser hijo de
Dios, sino para mostrar mi gratitud y que quiero ser como mi Señor.
Hemos
recibido la gracia de Dios que nos salvó por la sangre de Cristo. Pablo
pregunta: “¿Pues qué diremos?
¿Perseveraremos en pecado para que la gracia crezca?” él mismo contesta: “En ninguna manera”, Romanos 6:1-2.
Tampoco queremos pecar, porque “cualquiera
que hace pecado, traspasa también la ley; pues el pecado es transgresión de la
ley”, v. 4. Y “cualquiera que peca no
le ha visto (a Cristo), ni le ha conocido”. El que peca, se engaña a si mismo y es
engañado por otro, v. 7a. O expresado en otras palabras: “El que hace pecado, es del diablo, v. 8a.
Nosotros
que somos hijos de Dios y esperamos en Cristo para permanecer hijos de Dios,
llevamos una vida cristiana porque el que peca es del diablo y no de Dios.
Nosotros no somos del diablo sino de Cristo.
También
queremos seguir el ejemplo de Cristo. Cristo “es limpio”, v. 3. “No hay
pecado en él (Cristo)”, v. 5b. Ahora estamos en Cristo, y nuestro texto
dice que “cualquiera que permanece en él,
no peca”, v. 6a. Cristo “es justo”,
v. 7b y “el que hace justicia, es
justo", “como él (Cristo) también
es justo”. Ya que Cristo nos ha dicho que somos sus testigos aquí en el
mundo (Hechos 1:8), queremos que nuestra vida sea un testimonio contra “las obras del diablo”, v. 8b.
¿Podemos
cumplir con nuestro deber como hijos de Dios? ¿Podemos permanecer en Cristo y
no pecar? v. 6a. Sí, podemos. Por supuesto, no por mi propio poder sino por el
poder del Espíritu Santo. “Cualquiera que
es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede
pecar, porque es nacido de Dios”, v. 9. No es el diablo el que reina en mí,
sino Cristo. Soy nueva criatura en Cristo (2º Corintios 5:17), y “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”,
Filipenses 4:13.
Hermanos,
nosotros que éramos hijos de ira, del diablo, sujetos a condenación, ahora
somos hijos de Dios y lo seremos también en la eternidad porque Dios nos amó y
porque su Hijo Jesucristo murió y resucitó por nosotros. Y ya que tenemos la
esperanza de la vida eterna en Cristo, llevemos una vida cristiana. Amén.
Pulpito Cristiano. Pastor Harry H. Smith.
Adaptado pastor Gustavo Lavia
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