”¡Sólo Cristo es la Verdad!”
TEXTOS BIBLICOS
DEL DÍA
Primera Lección: Apocalipsis
14:6-7
Segunda Lección: Romanos
3:19-28
El
Evangelio:
Juan 8:31-36
Sermón
•
Introducción
¿Existe tal cosa como la verdad?, ¿hay una o muchas
verdades?. Vivimos en tiempos donde afirmar una verdad con rotundidad y
claridad puede parecer signo de intransigencia o tozudez. Cada cual tiene su
verdad y todas las verdades son respetables; tal es la máxima que impera
actualmente. Puede que esto tenga cierto sentido en el terreno de lo social, de
cara a facilitar la convivencia entre los seres humanos, pero en materia de fe
y tal como nos enseña la Palabra de Dios en boca de Jesús, existe ciertamente
una sola Verdad, que reluce como el Sol entre tantas verdades aparentes. Y esta
verdad es por otra parte indiscutible, sin peros ni opiniones que puedan
cuestionarla, de tal manera que aquello que la niega o distorsiona no tiene
otra definición para el creyente sino la de falsedad. En este Domingo
celebramos además el Día de la Reforma, una fecha señalada por la defensa del
puro Evangelio del perdón de pecados, de ésta
Verdad liberadora de que en Cristo el hombre puede encontrar perdón y
salvación plenos para su alma. Que sólo por medio de la fe en su muerte y
resurrección, el hombre es justificado de pecado y que siendo así, el Señor lo
espera para ponerle el vestido de la justicia de Cristo, anillo en su mano y
calzado en sus pies. (Lc 15:22).
•
¡No
dudemos de la Verdad!
Existe una manera de ser creyente tibia, con ánimo
débil y donde cualquier viento arrastra nuestra fe de una parte a otra (Stg.
1:6) haciendo que al fin, esta misma fe se debilite y esté en peligro de
caer. Es en definitiva una actitud producto de falta de confianza y sustento en
la Palabra de Dios, y que hace que el cristiano termine por no ser capaz de
proclamar sin dudar aquellas verdades que son el núcleo fundamental de su fe.
En su disputa con Erasmo, el gran humanista de su época, Lutero le reprochó su
actitud al negarse e incluso oponerse a defender con vehemencia y valor las
verdades Evangélicas proclamadas por los reformadores de su época. Llegados a
un punto, y vista la actitud tibia del humanista, Lutero afirmó: “¿Qué es
más deplorable que la incertidumbre?” (De servo arbitrio). Porque es
cierto que la duda y la incertidumbre, cuando arraigan en un corazón, pueden derribar la fe de un hombre y dejarla
reducida a la nada. Pero para evitar esta situación, para mantenernos sólidos
ante las tempestades espirituales de la vida, es necesario estar firmemente
cimentados en la roca que es Cristo y su mensaje. Por eso, en su alocución a
los judíos que inicialmente habían creído en él, Jesús les conmina a permanecer
en su palabra para ser discípulos, pues sólo reteniendo y haciendo propia esta
palabra suya puede el creyente seguir a Cristo y poner su vida y su alma en sus
manos. Y la palabra de Cristo tiene una particularidad por encima de otras
muchas palabras que han sido dichas en este mundo: su palabra es Verdad (Jn
17:17). Y esta Verdad no es como aquellas “verdades” que el mundo nos
presenta: discutibles, opinables, adaptables a nuestros criterios, gustos y
elucubraciones. No, esta palabra es sólida, imperturbable a las modas o los
tiempos, y “más cortante que toda espada de dos filos” (Heb 4:12), pues
tiene una función que requiere que sea inmutable: romper las cadenas que
atenazan al ser humano, liberarlo de la esclavitud por medio del conocimiento
de la Verdad en su vida. Y es por ello que una vez que esta Palabra liberadora
nos alcanza, la duda, el temor y la incertidumbre deben desaparecer del corazón
del hombre, y una nueva vida plena de confianza y paz aparecer en su horizonte.
El Evangelio es un mensaje radical, que rompe con todos los esquemas humanos y
hace que hasta el más pusilánime se atreva a dar testimonio incluso a riesgo de
su propia vida. Así lo hizo también Pedro, cuando pasó de ser un Apóstol
acobardado a un testigo fiel ante los judíos de Jerusalén. (Hech 1:14).
Así lo hicieron los príncipes electores ante el Emperador Carlos V, cuando
pusieron su cabeza a merced de la espada antes que negar el Evangelio de
salvación. Y así, tantos y tantos cristianos que incluso entregando su vida,
han dado un testimonio firme para el mundo. Esta es la fuerza de la Palabra que
testifica de Cristo, la fuerza que asiste a la Verdad que ha venido a este
mundo para liberarlo y darle esperanza, ¿Escuchas tú otras “verdades” que te
hacen dudar de la Verdad salvadora de Cristo?;
cierra tus oídos a ellas y permanece en la pura Palabra de Dios que te
dice: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (v31-32).
•
¡Libres
al fín!
Ya hemos visto cómo la palabra de Cristo hace libre al
hombre. Pero ¿acaso somos nosotros esclavos?, ¿no nacemos libres y disfrutamos
de esta libertad en nuestra vida?. Los judíos de su época entendieron esta
libertad desde un enfoque netamente humano: “jamás hemos sido esclavos de
nadie, ¿Cómo dices tú : Seréis libres?” (v33), sin comprender que Jesús
habla aquí de una libertad que supera incluso a la libertad física: la libertad
del alma. Pues en el terreno espiritual, el ser humano no es más que un pobre
esclavo luchando en vano por liberarse: “todo aquel que hace pecado, esclavo
es del pecado” (v34). Su situación es pues similar a la de un preso que
tratara de romper con sus manos una cadena forjada con el más tenaz metal. Una
cadena que él, así pase toda su vida tratando de romperla, no conseguirá dañar
en lo más mínimo, obteniendo al fin sólo cansancio y frustración. Pues cada
eslabón de esta cadena se compone de la suma de todos los pecados que el género
humano ha ido añadiendo generación tras generación. Es una misma cadena al fin
a la que todos estamos unidos y de la que nadie es capaz de soltarse por sus
propios medios. Los judíos creían estar libres de ella por medio de su legalismo, ¡craso error!,
pero paradójicamente al menos eran conscientes de su existencia. La situación
actual de nuestra sociedad es, nos tememos peor, pues no solo no se quiere oír
hablar de esta realidad de la esclavitud del hombre por el pecado, sino que
sencillamente siguiendo el pensamiento del mundo actual se la niega. Pero ¿de qué sirve el médico entonces si
previamente negamos la enfermedad?, pues: “No tienen necesidad de médico
sino los enfermos” (Lc 5:31). Y , ¿qué nos aprovechará la palabra y obra de
Cristo si no escuchamos su advertencia?: “El esclavo no queda en la casa
para siempre; el hijo sí queda para siempre” (v35). Es decir, que no puede
el hombre obtener salvación ni habitar en la casa del Padre eternamente si no
es primero liberado del efecto del pecado en su vida, y que esto solamente
puede hacerlo Jesucristo: “Asi que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres” (v36). El Evangelio es Buena Noticia para la
humanidad, pero no debemos olvidar que si es en efecto una noticia deseable, lo
es precisamente porque la condena que la Ley carga sobre nosotros, es quitada
por medio de la sangre de Cristo, y sólo por gracia. Los judíos en su
obstinación negaban su esclavitud y precisamente negando su condición se hacían
aún más culpables de pecado. Lo mismo se aplica al hombre de hoy, y por
tanto, ¿qué proclamaremos pues al mundo
como cristianos?. En primer e imprescindible lugar la necesidad de reconocer lo
que somos ante Dios, de nuestra condición de enfermos y necesidad de médico, e
inmediatamente después el anuncio de que la sanación de nuestras almas y su
libertad ya han sido ganadas para nosotros por Cristo en la Cruz. ¡No perdamos
nunca la certeza de esta Verdad!, ¡Somos sanados y libres sólo en Cristo!.
•
Nada
ni nadie nos separará del Amor de Cristo
Existen
sin embargo en este mundo muchas personas que, al igual que en la época de
Lutero, sufren la angustia del vacío espiritual en sus vidas. Pues viendo en la
figura de Dios la de un juez inmisericorde, lo rechazan y viven faltos del
consuelo que sólo un amor como el de Dios puede dar. Otros, creyentes incluso,
viven desconectados de la gracia del perdón y la reconciliación que Dios ha
dispuesto para ellos en la figura de Cristo y su obra. Conocen a Cristo, sí,
pero les ha sido extirpado de este conocimiento la alegría de saberse
justificados y herederos del Reino. En sus mentes y corazones, la obra de Jesús
es una obra aún incompleta, inacabada, necesitada de que ellos mismos den con
su vida y sus obras el último toque que inclinará la balanza. Pero la balanza
de la Justicia, en este caso, poco puede inclinarse cuando es contrarrestada
con el peso de la Ley. Y por ello miran a la vida futura con la incertidumbre
de no estar seguros de si son hijos pródigos a los que su Padre recibirá a las
puertas de las moradas celestiales. Si la primera condición del hombre, lejos
de Dios es ciertamente terrible, esta última no lo es menos. Pues el Evangelio
y Jesús son y deben seguir siendo la alegría de los hombres, pero para ello es
necesario que el mundo crea sin dudar el puro Evangelio de la justificación del
pecador: que Cristo “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la
justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas
descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1
P 2:24-25). Hemos sido pues sanados, y ahora pertenecemos por medio de
nuestra fe a Cristo, y nada ni nadie debe hacernos dudar de esta Verdad
liberadora. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rom. 8:35), es la
pregunta que Pablo hace a los cristianos de todos los tiempos. Y al mismo
tiempo, él nos da también la respuesta: que nada ni nadie puede separar al
creyente de este Amor infinito. Esta es la verdadera Buena Noticia, la
verdadera liberación y la auténtica alegría que Dios nos ofrece por medio de su
Hijo. Es por esto que el cristiano no puede seguir dudando de su salvación, y
vivir la angustia, la duda o incluso el miedo a la vida venidera, pues hacerlo
significa desconfiar de las promesas de Dios y mutilar en su vida la paz, el
consuelo y la alegría que Cristo quiere traernos. Por eso, si alguna vez
aparecen en tu corazón las nubes de la duda sobre tu libertad y salvación,
aquellas que tratan de ocultar el resplandor de la victoria de Cristo sobre el
pecado y la muerte por y para tí, mira a Cristo, mira a la Cruz. Allí está dictada
la sentencia del Juez supremo, que nos es recordada cada vez que nos acercamos
al altar: “Esto es mi cuerpo....esto es mi sangre del Nuevo Pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt 26:26-28). ¡Para
remisión también de tus pecados!, ¡Despeja pues las dudas de tu corazón con
esta Verdad consoladora!.
•
Conclusión
El 31 de Octubre de 1517, un hombre clavaba un
anuncio en la puerta de la Catedral del Castillo de Wittemberg, en
Alemania. Nos recordaba así que la
libertad del hombre y su salvación, dependen únicamente de la obra expiatoria
de Cristo en la Cruz y de nuestra fe en ella. ¡Y de nada más!. Una
verdad que brilla hoy con claridad para el mundo y que recordamos en este día
donde proclamamos de nuevo: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres”(v36)”. ¡Sólo por Fe, Solo por Gracia, Sola Escritura,
Sólo Cristo!. ¡Que así sea, Amén! J. C. G. / Pastor de IELE/Congregación San Pablo
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