“Jesús,
el matrimonio y el divorcio”
Antiguo Testamento:
Génesis 2:18-25
Nuevo Testamento:
Hebreos 2:1-13
Santo Evangelio:
Marcos 10:2-16
Sin duda este tema
puede ser uno de los temas más impopulares que podríamos hablar. Se podría
buscar otros temas para predicar, por ejemplo sobre el antiguo Testamento o la
Epístola. Pero no podemos dejar pasar por alto el hecho de que el tema de la
lectura del Evangelio nos rodea y muchas veces nos toca de cerca. El divorcio nos
ha tocado a todos de una u otra manera, con familiares, amigos o personalmente.
Todos sabemos de matrimonios rotos, divorcios e infidelidades. ¿Cómo es posible
hablar de Dios creando al hombre y a la mujer para estar en una relación de
matrimonio para toda la vida sin cargar de culpa a la gente que se ha
divorciado? ¿Incluso a los que han tenido problemas en el matrimonio y lo han
pensado? Este texto no responde a todas las preguntas que tenemos sobre el
matrimonio y el divorcio. Jesús solo dice sólo una cosa al respecto: el
divorcio es un pecado.
Nuestro problema. Creo que, si de verdad queremos escuchar lo que Dios
tiene que decir al respecto, tenemos que dejar que su Palabra hable. Tenemos
que ver lo que Jesús está haciendo en este texto. Tenemos que ver el propósito por
el cual dice lo que está diciendo. Observemos primero con la claridad el texto Marcos,
allí se nos dice lo que pasa. La primera frase es: “los fariseos y le preguntaron, para tentarle”.
Estas personas,
estos fariseos, querían “probar” a Jesús. Es necesario saber que esta pregunta
sobre el divorcio era un gran debate teológico en aquellos días. Algunos de los
líderes religiosos argumentaban que Dios sólo permite el divorcio por razones
de “infidelidad y abandono”. Otros opinaban que el divorcio estaba posible por
muchas otras razones, como por ejemplo que “no les gustaba la comida que hacia
su mujer”. No tenemos nada que envidiar con las posturas que tenemos hoy día. La
pregunta que se plantea es “¿Es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”
Pero sabemos que a los fariseos no les interesaba saber sobre el divorcio y si es
legal separarse, sino que estaban poniendo a prueba a Jesús por medio de esta discusión.
Ellos quieren atraparlo, ya que cualquier respuesta que pudiera dar o
argumentar sería un motivo para crear escandalo y acusarlo de “hereje”. Quieren
dejarlo entre la espada y la pared. Pero no es una buena idea la de tratar de
atrapar a Jesús en esta clase de retorica, porque en su lugar Él da vuelta esta
situación y devuelve la trampa a los fariseos para que ellos sean los que estén
en una situación desesperada. Lo hace por medio de una pregunta: “¿Qué os mandó Moisés?” Es una pregunta
que se puede responder de manera muy simple: “Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla”. El caso
parece zanjado y finalizado, pero Jesús va más allá y ahonda en el tema.
Jesús les cito otra de las cosas que Moisés había
escrito por inspiración de Dios: “Por la
dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento; pero al principio de la
creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y
a su madre, y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne; así que no
son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
Marcos 10:5-9
Jesús, en realidad, recuerda una parte
diferente de la Biblia, como diciendo “estáis buscando y leyendo en el lugar
equivocado”. Ante situaciones complejas, lo mejor es volver a lo básico, hay
que volver a los orígenes. Jesús les plantea que antes de hablar de divorcio es
necesario hablar de la creación del matrimonio.
Dios creó al hombre
y a la mujer para unirse en matrimonio para toda la vida, siendo una sola
carne. En su creación Dios no permite el divorcio por algún motivo en particular, no se permite el divorcio en absoluto. Así es
como Jesús pone el razonamiento humano patas para arriba.
Escuchamos a Jesús
y nos estremecemos al igual que lo hicieron los fariseos. Los fariseos querían conocer
las excepciones a las reglas de Dios. Nosotros también queremos saber las
excepciones a las reglas de Dios. Por eso preguntamos: “¿Qué pasa cuando el cónyuge
es infiel? ¿Qué pasa cuando un matrimonio es realmente malo y dañino? ¿Qué pasa
cuando la vida de una mujer está en peligro? ¿Qué pasa cuando yo no la quiero? ¿Y
qué si.…?” Pero Jesús no responde a todas estas preguntas. Él no habla de todas
las situaciones pecaminosas que pueden acontecer en el matrimonio, no va a las cosas
rotas, a lo egoístas que somos los seres humanos, a las violencias psíquicas, emocionales y
físicas que puede haber en las relaciones. Él no está hablando de cómo el
pecado destruye lo que Dios ha unido. Él está hablando acerca de cómo Dios
diseñó la unión permanente del matrimonio. Él está hablando sobre lo que Dios
quiere para los casados.
Lo que tenemos en común con los fariseos es que queremos
hablar de excepciones. Queremos saber cuándo podemos divorciarnos. Queremos saber cómo hacerlo
correctamente y de manera legal ante Dios. Pero muchas cosas en nuestro entorno
son “legales o licitas”. La pornografía es legal. El aborto es legal. El
matrimonio homosexual es legal. La cosa es que, sólo porque sea legal no
significa que sea correcto ante Dios.
Jesús respondió
desde la creación perfecta del mundo. La respuesta de Dios es: No lo hagas,
nunca. En otras palabras el divorcio nunca es la voluntad de Dios para el
matrimonio. Esto no quiere decir que el divorcio nunca pueda suceder. Pero este
no es el punto que Jesús trata aquí. No se puede entrar en una discusión de “excepciones”
sin hablar sobre la elección entre males. A veces tenemos que aceptar el
divorcio como el menor de dos males. A veces, en este mundo por causa del pecado
el divorcio será una realidad. Pero el divorcio siempre es pecaminoso. El
problema es que todo el mundo piensa que su situación puede llegar a encajar
dentro de las excepciones y en lugar de utilizar el divorcio como un mal menor,
el pecado más pequeño se convierte en el más grande. Jesús pasa por alto toda
discusión sobre las excepciones. Pero nosotros todavía queremos averiguar más.
Queremos justificarnos a nosotros mismos, a nuestros familiares, a veces
incluso a nuestros hijos. Pues bien, los discípulos tenían las mismas
preguntas. Más tarde, al estar solos con Jesús, le repiten nuevamente la pregunta.
Y Jesús les da otra respuesta muy clara. Él les dijo: “Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio
contra ella y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete
adulterio. Marcos 10:11-12.
Jesús lo dice aún más claramente. Lo dice incluso con más fuerza y
lo más políticamente incorrecto. Tal vez Jesús ponga todo tu mundo patas arriba
y comiences a preguntar: “Bueno pero… ¿qué pasa con esta situación o una
situación así?” Jesús sólo nos dice lo que Dios espera. Para nosotros es
difícil escuchar esto, porque nos muestra que estamos en serios problemas. Esta
es la ley de Dios, que nos mira directamente a la cara. Queremos usar el regalo
del matrimonio de manera distinta a como Dios nos lo da. Dios es el creador del
matrimonio y es quien nos da las indicaciones para usarlos y tratarlo de la
mejor manera, a fin de que dure y cumpla la función para lo cual fue creado. Pero
siempre volvemos a la caída de Adan y Eva. Es la esencia del pecado, querer
saber más que Dios. Es el centro mismo del pecado decir que queremos decidir
por nosotros mismos lo que es mejor para nosotros. Estamos queriendo ser un dios
para nosotros mismos. Ese es el pecado que habita en nuestros corazones. Por
supuesto, que nuestros pecados no son sólo en relación con el matrimonio.
Queremos tener el control de cada aspecto de nuestras vidas. Queremos ser
capaces de tener rencor a un hermano o familiar, porque piensan de manera
diferente sobre las cosas que hacemos. Queremos ser capaces de llegar a un acuerdo
con nuestros vecinos sobre cuestiones morales incluso cuando no están de
acuerdo con la Escritura. Queremos ser capaces de engañar un poquito sobre las
fabulosas ofertas de un determinado negocio para hacerlas más rentables.
Queremos ser capaces de hablar acerca de cómo otros miembros de la iglesia no viven
de acuerdo a nuestras expectativas, sin reconocer que nosotros no vivimos según
las expectativas de Dios. En nuestra vida y en nuestro matrimonio el problema no
son los pecados que cometemos, es el pecado que está en nuestros corazones y la
dureza de nuestro corazón para pedir perdón por ello. Es querer decidir por
nosotros mismos lo que está bien o mal, queremos ser nuestro propio dios. Ese
es el pecado que nos separará del verdadero Dios para siempre y si no fuera por
nuestro Salvador, Jesús, estaríamos esclavizados por este tipo de pensamientos
por siempre. Una de las formas que nos pueden ayudar a entender exactamente lo
que Jesús ha hecho por nosotros para poner fin a nuestra separación es buscar
en como Dios quiere que sea para nosotros el matrimonio. Eso es lo que Pablo
hace en su carta a los Efesios.
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al
Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la
iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia
está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el
lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que
fuese santa y sin mancha. Efesios 5:22-27
Cuando vivimos el
matrimonio como Dios lo estableció, tenemos una imagen del amor de Dios y el
perdón de Jesús. El perdón en Jesucristo es el fundamento de un buen y exitoso matrimonio.
Se trata de mujeres que se someten a sus maridos y de maridos que aman a sus
esposas... “como Cristo amó a la iglesia
y se entregó a sí mismo por ella”.
El perdón es la base de nuestra relación con Dios. Así como Pablo dice, todo se
basa en lo que Cristo hizo por nosotros. Él nos santifica, mediante la limpieza
con agua y su Palabra. Estar bautizado es ser incorporado como miembro de la
iglesia, la novia de Cristo. Pablo dice que Cristo se entregó por la Iglesia,
su Esposa. Eso habla de la cruz. El marido da su vida por su novia, para
protegerla, para mantener su bienestar por encima del suyo, sacrifica todo por
ella. Eso es lo que hizo Jesús. Nuestro pecado, nuestro rechazo al control de
Dios sobre nuestras vidas merece un divorcio permanente de parte de Dios. Pero
Jesús nos lleva a Dios como su novia perfecta porque él tomó nuestro lugar en
el castigo y condena. Él lleva a cabo nuestro bienestar por encima del suyo, sacrifica
su vida por la nuestra. Sufre la separación permanente de Dios en la cruz, por
eso grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?” Mateo 27:46. Por eso, cuando Dios nos busque en el
juicio sólo verá que hemos sido lavados, que somos “sin mancha ni arruga ni
cosa semejante”, que somos “santos y sin mancha” gracias a la entrega de Jesús.
Hay un montón de
cosas para decir sobre el matrimonio en estos días, pero ninguna tan importante
es la imagen que Dios nos da como forma de entender su relación con nosotros en
Jesús. A causa de lo que Jesús ha hecho por nosotros, es que no queremos entender
el matrimonio de otra manera a la forma que Dios lo define. A causa de lo que
Jesús ha hecho por nosotros queremos someternos a la voluntad de Dios para
nuestras vidas y nuestros matrimonios. A causa de lo que Jesús ha hecho tenemos
una relación para siempre con Dios, mediante la fe en Cristo Jesús. Amen.
Pastor Gustavo
Lavia
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